Spregelburd: dialéctica de la estupidez
El mejor escritor argentino de los menores de 40 años es un dramaturgo y se llama Rafael Spregelburd. Y digo esto porque mientras la literatura se ha debatido entre la insoportable herencia de Borges, las apelaciones bien a una vanguardia caduca, bien a un mercado inexistente, la seriedad impostada y el epigonalismo vacío de sentido y se ha desgastado en luchas intestinas que a todos tienen sin cuidado, Spregelburd ha demostrado, en poco más de una década, que es posible apropiarse de los géneros populares como la telenovela, el cine clase B y las series norteamericanas y que es lo que hay que hacer porque mal que nos pese no nos hemos educado sentimentalmente con Flaubert sino con Piel Naranja, Chip’s, La Familia Ingall’s y el Hombre de la Atlántida, que se puede escribir “bien” sin escribir “difícil”, que es importante contar una historia, o dos, o muchas al mismo tiempo, pero que es saludable y positivo (especialmente para el público) que se cuente algo, que se puede ser compresible y complejo al mismo tiempo si se trabajan muchas capas de sentido (una lección que debimos aprender desde Los Simpsons a esta parte) y hacer con eso obras endemoniadamente buenas y divertidas que no dejan de ilustrarnos sobre la trágica condición del hombre contemporáneo.
Quien haya visto al menos una de las numerosas obras de este autor entenderá de que estoy hablando y quien no lo haya hecho tiene la oportunidad de comprobarlo todos los viernes y sábados en el Teatro Margarita Xirgú, donde acaba de estrenar Lúcido y Acasuso.
Spregelburd es el más prolífico de los dramaturgos argentinos. No es extraño que estrene, como en este caso, dos puestas al mismo tiempo mientras se anuncia una tercera en el Teatro del Pueblo para mediados de Mayo. Y más aún si se tiene en cuenta que sus puestas rara vez duran menos de dos horas y han llegado incluso, con su obra cumbre hasta la fecha, La Estupidez, a las 3 horas y media. Esto puede sonar escalofriante para el espectador que se dispone a ir al teatro como a la cola de un banco y a duras penas soporta una hora de tedio absoluto. Pero no es este el caso: las representaciones de Spregelburd son como locomotoras narrativas que le pasan al público por encima y lo dejan aferrado a las butacas al final de la función, aplaudiendo a rabiar mientras trata de explicarse lo que ha sucedido. La clave de este “efecto Spregelburd” radica en el ritmo: sus obras arrancan rápido y no hacen más que acelerar minuto a minuto, las escenas son breves y el autor extrae todo el potencial de cada una para pasar sin solución de continuidad a la siguiente. Los diálogos son rápidos, cortos y exactos. Así, la obra no hace más que acelerar progresivamente hasta el clímax final. Sin baches, pozos o turbulencias. Spregelburd opera como un ingeniero de precisión con la estructura del relato, montando un mecanismo narrativo que se resuelve en un continuo arrollador.
Otra característica de las puestas de este autor es su constante apelación a recursos tradicionalmente cinematográficos como flashbacks, narración en paralelo y deconstrucción del relato y lo más notable es que lo hace manteniendo a los mismos actores en escena sin cambiar de vestuario ni apelar a más efectos “especiales” que un pequeño desplazamiento de los personajes en el decorado y un ligero cambio de luz. Y sin embargo, para el espectador (educado en la recepción fílmica) el recurso con toda su complejidad resulta absolutamente comprensible.
Otro punto a tener en cuenta es que quienes asistan a una representación de Spregelburd se van a reír, o mejor dicho se van a cagar de risa. Sin embargo sería difícil enrolar al teatro de este autor bajo el género de comedia. El trasfondo de cada obra suele ser bastante trágico (un muerto que trata de comunicarse desesperadamente con sus parientes vivos en El pánico, o una hermana que reclama el riñón que le donó a su hermano en la reciente Lúcido). El truco consiste en que esas situaciones son llevadas al extremo del absurdo. Sin embargo, creo que si hay un sustrato trágico en el teatro de Spregelburd éste no proviene de la historia que se cuenta. Difícilmente veremos a un personaje de sus obras reírse y aún menos hacerse el gracioso, todo lo contrario: el chiste consiste en que éstos siempre obran con la mayor seriedad ante las situaciones más disparatadas. Como dice el propio autor “Los personajes en mis obras suelen tener muy pocas luces pero no lo saben. Siempre operan como si fueran ingenieros atómicos y esto es lo que los torna muy ridículos”[1]. Creo que ahí está la clave: lo que las obras de Spregelburd nos muestran es que la esencia del hombre contemporáneo es la estupidez y su tragedia consiste en la absoluta ignorancia de esta situación. Spregelburd parece venir a decirnos: no hay remedio, somos estúpidos y en el afán de negar esta evidencia no hacemos más que confirmar esa condición y sufrir sus consecuencias. Nos creemos inteligentes. Somos ridículos.
Zedi Cioso
[1] Suplemento cultural diario Perfil, 8 de abril de 2007.
Quien haya visto al menos una de las numerosas obras de este autor entenderá de que estoy hablando y quien no lo haya hecho tiene la oportunidad de comprobarlo todos los viernes y sábados en el Teatro Margarita Xirgú, donde acaba de estrenar Lúcido y Acasuso.
Spregelburd es el más prolífico de los dramaturgos argentinos. No es extraño que estrene, como en este caso, dos puestas al mismo tiempo mientras se anuncia una tercera en el Teatro del Pueblo para mediados de Mayo. Y más aún si se tiene en cuenta que sus puestas rara vez duran menos de dos horas y han llegado incluso, con su obra cumbre hasta la fecha, La Estupidez, a las 3 horas y media. Esto puede sonar escalofriante para el espectador que se dispone a ir al teatro como a la cola de un banco y a duras penas soporta una hora de tedio absoluto. Pero no es este el caso: las representaciones de Spregelburd son como locomotoras narrativas que le pasan al público por encima y lo dejan aferrado a las butacas al final de la función, aplaudiendo a rabiar mientras trata de explicarse lo que ha sucedido. La clave de este “efecto Spregelburd” radica en el ritmo: sus obras arrancan rápido y no hacen más que acelerar minuto a minuto, las escenas son breves y el autor extrae todo el potencial de cada una para pasar sin solución de continuidad a la siguiente. Los diálogos son rápidos, cortos y exactos. Así, la obra no hace más que acelerar progresivamente hasta el clímax final. Sin baches, pozos o turbulencias. Spregelburd opera como un ingeniero de precisión con la estructura del relato, montando un mecanismo narrativo que se resuelve en un continuo arrollador.
Otra característica de las puestas de este autor es su constante apelación a recursos tradicionalmente cinematográficos como flashbacks, narración en paralelo y deconstrucción del relato y lo más notable es que lo hace manteniendo a los mismos actores en escena sin cambiar de vestuario ni apelar a más efectos “especiales” que un pequeño desplazamiento de los personajes en el decorado y un ligero cambio de luz. Y sin embargo, para el espectador (educado en la recepción fílmica) el recurso con toda su complejidad resulta absolutamente comprensible.
Otro punto a tener en cuenta es que quienes asistan a una representación de Spregelburd se van a reír, o mejor dicho se van a cagar de risa. Sin embargo sería difícil enrolar al teatro de este autor bajo el género de comedia. El trasfondo de cada obra suele ser bastante trágico (un muerto que trata de comunicarse desesperadamente con sus parientes vivos en El pánico, o una hermana que reclama el riñón que le donó a su hermano en la reciente Lúcido). El truco consiste en que esas situaciones son llevadas al extremo del absurdo. Sin embargo, creo que si hay un sustrato trágico en el teatro de Spregelburd éste no proviene de la historia que se cuenta. Difícilmente veremos a un personaje de sus obras reírse y aún menos hacerse el gracioso, todo lo contrario: el chiste consiste en que éstos siempre obran con la mayor seriedad ante las situaciones más disparatadas. Como dice el propio autor “Los personajes en mis obras suelen tener muy pocas luces pero no lo saben. Siempre operan como si fueran ingenieros atómicos y esto es lo que los torna muy ridículos”[1]. Creo que ahí está la clave: lo que las obras de Spregelburd nos muestran es que la esencia del hombre contemporáneo es la estupidez y su tragedia consiste en la absoluta ignorancia de esta situación. Spregelburd parece venir a decirnos: no hay remedio, somos estúpidos y en el afán de negar esta evidencia no hacemos más que confirmar esa condición y sufrir sus consecuencias. Nos creemos inteligentes. Somos ridículos.
Zedi Cioso
[1] Suplemento cultural diario Perfil, 8 de abril de 2007.
Etiquetas: Rafael Spregelburd, Teatro
6 Comentarios:
shik-shik-shik: coincido. A veces nos olvidamos que los dramaturgos también son escritores. Solo pensamos en ellos como tales si antes tienen novelas, cuentos o poemas publicados.
Gran frase final, gran cita y reelaboración. ¿Te estás convirtiendo en un experto en estas lides?
Gracias Pailos, se hace lo que se puede, ya veremos que opina Fabio al respecto.
Leí tres o cuatro artículos sobre Spregelburd en las últimas semanas. Todo suplemento cultural que se precie de serlo, le dedica al menos un par de líneas. El único aporte de este artículo en particular es que lo incluye dentro del campo de los escritores, algo que es bastante discutible. Pero comparado con el post anterior, ya es un avance.
Gracias Fabio, la presencia de Spregelburd en los supementos culturales es mérito de los agentes de prensa, mientras que el motivo de su aparición en el blog es haber presenciado una de sus obras el fin de semana.
Veo que a sus ojos estamos mejorando, trataremos de continuar por esa senda.
quién es fabio? y ER porque no postea más?
Zedi: como no recuerdo haber visto nada de Spregelburd no puedo opinar del post, igual saludos.
Hola Pau! Trataré de responder a sus dudas
Fabio: presencia tan fantasmal como caústica. Algo así como si mi superyó hubiese encarnado en un lector. O sea, ni idea de quién es Fabio.
ER no postea porque no quiere, ya que tiene acceso a la clave y la puerta abierta para hacerlo cuando así lo desee. Todos esperamos que sea pronto.
Y seguro que no vio nada de Spregelburd, caso contrario, no lo habría olvidado. Tiene una buena oportunidad todos los viernes y sábado en el Margarita Xirgú.
Saludos
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