Tócala de nuevo, Sánchez.
Hay algunos pocos escritores de los
que uno recuerda la primera vez que se los mencionaron. Ojo, no la primera vez
que se los leyó sino la primera vez que nos hablaron de ellos, como un remoto
ElDorado más allá de estas o aquellas páginas. El primero que me inició en la Experiencia Sánchez
fue el escritor Carlos Catuogno en el atardecer demorado de una terraza con
pileta en la que yo trabajaba. Catuogno estaba releyendo “La condición efímera”
y me contó Sobre Sánchez “Un Joyce argentino”, resumió, un genio de la lengua,
un bailarín, un solista que lo tenía todo, todo, se entiende, para “triunfar”,
para consagrarse pero se mandó mudar, se im-puso a si mismo en el camino de una
fuga interminable (“El arte de la fuga” es, como no, el título de una novela
que le escurrió al editor para dársela al fuego), se esfumó, desapareció de los
lugares que solía frecuentar y volvió una noche –cuando todos lo daban por
muerto– para pasar después de recorrer medio mundo en la casita de los viejos los
últimos años de una vida que siempre se empeñó en comprobar cómo se le escurría
entre los dedos. Yo estaba todavía en plan de forjarme un panteón así que salí
corriendo a buscar lo que hubiera y me encontré esta novela y una leyenda sin
plazos fijos que el tiempo hacía crecer en tamaño exponencial.
Ahora me atrevo a decir que con
Sánchez sucede lo mismo que con Lamborghini: hay dos lecturas, antes y después
del libro de Osvaldo Baigorria (Sobre Sánchez)
como las hay antes y después de la biografía de Ricardo Strafacce sobre
Lamborghini (Osvaldo) y no porque sean libros que se parecen sino porque ambos han metabolizado la vida en
literatura y se hace imposible leer si no es a través de ellos o haciéndose el
distraído y remedando la virginidad del lector edénico de las primeras cosas.
Yo fui ambos lectores y quiero
decir que, si cabe, disfruté más aún esta relectura que mi primer contacto con
Sánchez. No sé si será por haber dado “la vuelta completa” o inflamado por el
libro de Osvaldo pero lo cierto es que este regreso a la prosa de Sánchez fue
como volver a escuchar ese disco que alguna vez gastamos de tanto hacerlo
girar: evocación inevitable de aquellos tiempos pero seguro también certeza de
lo bien que suena y nadie duda de lo bien que suena Sánchez. Ya sé que es casi
un lugar común mentar la musicalidad de la escritura de Sánchez pero nadie
explotó como él la dimensión musical de nuestro castellano rioplatense.
“Escritura poemática”, “Escritura Jazzística” dijo él para satisfacer el hambre
de etiquetas de la crítica, nosotros podemos simplemente decirle música por que
sí, música vana. Sánchez, como Kerouac, de quien toma mucho más que de
Cadícamo, era un escritor de la experiencia pero esa experiencia, como la
“memoria de Shakespeare”, no vale nada por sí misma sino como sustrato, humus
para que emerja de ella, entre ella, sobre ella, la literatura. Si se quiere,
Sánchez nunca tuvo tanto para contar como cuando decidió quedarse callado:
viajes por el mundo, autor en Barcelona, Traductor en Paris y clochard en New
York, discípulo de Gurdjieff y
escritor que se borra del mapa como una frase malograda y sin embargo, nada
porque, como resumió en esa última entrevista “Se le había acabado la épica”.
Pero para hablar de Nosotros dos digamos que sí, es cierto,
el imaginario de este libro con su forja de héroe de arrabal atrasa y puede que
hoy nos suene anticuado o lo veamos como una pieza arqueológica producto de
aquellos tiempos en que el tango se aprendía a bailar entre hombres en una
pieza y no en “academias” en las que los turistas aventajan a los nativos y en
la que todavía persistía esa alianza fundacional con la prostitución y cierto
lumpenaje barriobajero. Pero al mismo tiempo un aire nouvelle vague bien sesentas recorre la
novela (si hasta después de ver Hiroshima
mon amour el protagonista escribe (cito) “Una carta en calzoncillos a
Resnais” Porque también, si se quiere, Nosotros dos es una novela sobre
mujeres. Sobre el amor, las mujeres y. El narrador protagonista pasa de una a
otra como una suerte de Jean Pierre Leaud pero más serio pero más pobre pero
más triste es decir más porteño pero el mismo deambular por los cines las
disquerías las librerías las luces del centro el mismo existencialismo a la
carta las mismas ganas –desesperadas– de vivir una vida que valga la pena sea
lo que sea que eso signifique y no gastársela en chimangos, en morlacos que
tirás a la marchanta. La misma pregunta arltiana pero en tiempo real “¿Qué
estás haciendo de tu vida?”.
Recapitulemos: Un hombre conoce a una mujer bailando tango en
un club social de Caballito. Se ponen de novios, se casan, tienen un hijo, se
van a vivir a Bánfield, se separan, él se va a Uruguay, vuelve y se instala en
un departamento en el quinto piso de un edificio desde el que mira por la
ventana y recapitula su relación, su educación sentimental, su doctorado en
calle con una maestría en fiolo, billar y minas dictada por Santana, figura
tutelar. Es mentira que las novelas de Sánchez no se puedan contar por
teléfono, como él se jactaba, se trata de que, deshidratadas de su lengua,
reducidas a su argumento, resultan insignificantes. No vale casi nada lo que
Sánchez cuenta (despojos de una vida más o menos típica de un muchacho de
barrio con aspiraciones mitad bohemias mitad literarias) sino cómo lo cuenta.
En Sánchez la invención se desentiende de la trama para concentrarse, por
entero, en la lengua. Es el Sánchez que escribía tirado en el piso acompasando
las frases al fraseo de Mulligan que sonaba de fondo. Entonces la felicidad
para el lector acá no va a pasar por descubrir el avance de una trama que por
otra parte va y viene al vaivén del recuerdo, mezclándolo todo como en un
monólogo joyceano, sino en leer cada capítulo sin soltar el aliento y sí,
también en extraviarse del sentido y seguir la melodía para recobrar el
significado más adelante o perderse gozoso en esa música de la lengua. Por
suerte no hay ejemplos porque toda la obra de Sánchez es el ejemplo del mismo
modo que casi no admite el subrayado ¿cómo subrayar una canción? Alcanza con
abrir el libro en cualquier parte y leer una frase cualquiera, empezarla
incluso por cualquier lado y ya se está en Sánchez, ya entramos en su ritmo,
una prosa que solamente él podía tararear. Hay un ejercicio constante en Néstor
Sánchez que consiste en sacar a la lengua de los lugares que suele frecuentar.
Me pasó una y cada vez que quise transcribir una frase de este libro para
citarla que me equivocaba, que no podía anticipar la palabra que seguía a la
anterior y antecedía a la siguiente porque en esta escritura la lengua está
dislocada de todos sus lugares comunes, como si se hablara de nuevo, por
primera vez y por eso creo que siempre se puede, siempre se va a poder volver a
esta novela: aunque el tema envejezca, aunque toque un “clásico” la ejecución
es siempre nueva. Ya sabemos que Néstor Sánchez se obsesionó con la idea de
vivir trescientos años, si estuviese hoy acá seguro me cagaría a trompadas por
decir que si no vivo, al menos estas novelas que nos dejó son una forma más de
no estar muerto.
Ariel Idez
(Texto
leído en la presentación de Sobre Sánchez
de Osvaldo Baigorria y Nosotros dos de
Néstor Sánchez, el 23-4-2013 en el Museo del libro y de la lengua).