Killing me softly
[Texto leído en la presentación de "Érebo", de Mariano Gallego (Pirani Ediciones, 2013)]
Sexo con travestis.
Así abre la novela, bien ‘al palo’ (con perdón de las
damas).
“Bueno, ¿y qué?”, escucho la queja desde el fondo de la
sala, “¿quién no se ha comido un trava alguna vez?”
Cierto: el efecto de la escena va a depender de la
sensibilidad (literal y –digamos-metafórica) del lector. En cualquier caso, hay
un aire a sordidez y unos acordes a bajos fondos que no son difíciles de tañer
cuando se habla del tema. Hola, Selby; hola, Correas.
Voy a acometer un segundo acto del deporte más popular de
las redes sociales, después del bardeo: el espoilismo. Porque si bien en
“Érebo” se coge mucho, el acto que funge de logo del libro es otro: el
asesinato. Acá tenemos a un punto que se la pasa achurando gente, o pensarlo en
hacerlo, o intentando confesar los crímenes infligidos páginas atrás, o
procurando llamar la atención, a medida que avanza la novela, a cómo de lugar.
Estamos frente a un fracasado. A un tipo contra las cuerdas,
que encima no tiene todos los patitos en fila. Esto no termina bien.
Pero paremos la máquina. Déjenme hablarles un poco de mí.
Contra mi costumbre, lo primero que hice cuando Julia me dio el libro no fue tirarme
de cabeza en la contratapa, sino ir derechito a la primera página. Ahí me topé
con el narrador y su travesti, y ya no me detuve, digamos, hasta la mitad del
libro. Con un ojo leía, con el otro buscaba referencias para esta presentación.
Y acumulé algunas: Dostoievski, Pahalaniuk, Easton Ellis, el primer Polleri,
Daniel Mella (suerte de discípulo del primer Polleri), Sábato (nuevamente con
perdón de las damas), De Quincey y los nazis.
Todo empieza con “Memorias del Subsuelo”, A.K.A. “Apuntes
del Subsuelo”, A.K.A., “Apuntes del[desde el] Subterráneo” y así hasta agotar
las combinaciones. La primera persona de “Érebo” es tataratataranieta de la de
la nouvelle de Dostoievski, con su narrador de pulso histérico y misantrópico
(“neurótico” le queda corto), confesional hasta el punto de la mentira (con tal
de confesar, vale confesar hasta lo que no se hizo), irremediablemente solitario
(por inaguantable) y desesperado por cierto tipo de contacto que nunca llega, y
que si llega, será desbaratado, porque el autoboicot, para estos individuos,
está a la orden del día, y ya suficiente con esto de jugar al analista con los
personajes. Pero de acá sale el Sábato de “El Túnel” y “El Informe”, y también
las primeras nouvelles resentidas de Polleri y, más recientemente,
“Derretimiento”, del susomentado Mella, dos autores de la escudería uruguaya HUM
que tanto nos gusta (a algunos de los presentes). (Entre paréntesis, hay otro
punto de contacto de entre Gallego y Sábato, ahora el de “Abaddón”, porque tanto
en ese libro como en “Érebo”, el autor aparece como personaje secundario,
canchero y ligera(o marcada)mente insoportable.)
Las otras dos referencias importantes de “Érebo” son el
Raskolnikov de “Crimen y Castigo” y “Del asesinato considerado como una de las
bellas artes” (o algo así), de De Quincey, y ambos aparecen en la complicada
teoría del asesino como artista que enuncia el personaje principal de la novela
de Mariano, en la que el crimen es prueba y condición de la superhombría (sepan
disculpar el barbarismo), pero a la vez un fin en sí mismo, lo que hace de los
crímenes nazis (y estoy citando) una salida fácil. Como ven, el mambo del narrador
es im-por-tantísimo.
Lo que quiero decir es que yo me lo creí. Compré lo que
Gallego me estaba vendiendo. Hasta que –ya bastante avanzada la novela- voy
distraídamente a la contratapa, escrita por Pablo Katchadjian, que me recibe
con un cachetazo que manda mi credulidad al medio de la 9 de Julio. Dice Pablo
–y vuelvo a citar-: “No es muy claro si Érebo es una novela policial o una
parodia de novela policial. Tampoco si la especulación teórica es teórica o es
un chiste. Tampoco si está bien o está mal que no sea claro, y finalmente
podemos dudar de si para el autor esto fue claro en algún momento o no”. Y más
adelante, “Érebo es y no es una novela policial, la teoría es y no es un
chiste, deberíamos saberlo y a la vez no debería importarnos demasiado”.
Yo también fui un lector ingenuo, y ahí estaba Katchadjián
expulsándome del jardín de la inocencia interpretativa. Ya no pude mirar la
novela con los mismos ojos. A partir de ese momento, la leí buscando descubrir
el instante en el que el autor buscaba cacharme (para seguir con los juegos de
palabras berretones). El placer que obtuve de este nuevo posicionamiento como
lector fue bien diferente. Acabáramos, entonces: ¿qué lector busca “Érebo”? ¿El
ramplón –quien suscribe- o el sofisticado –Katchadjián? ¿Qué es “Érebo”? ¿Policial
ruso o metanarrativo? ¿Por qué elegir?, pregunta Pablo. Y se responde: ¡las dos
a la final!
Matías Pailos