El Mate Tuerto

"Se fingirá el saber que no se tiene."

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Nombre: El Mate Tuerto
Ubicación: Argentina

27 mayo, 2011

Toda la música

(Empieza con “Black Mirror”, de Arcade Fire, ¿y qué se podía esperar de un feriado gris?)

Es una función del reproductor de Windows media que descubrí recientemente. (sigue con “Sad song” de David Byrne, está todo dicho). Para algunos resultará una obviedad, pero yo no soy muy afecto a investigar las posibilidades de los dispositivos que el Sr. Gates y la industria del software instalan y actualizan compulsivamente en mi computadora. Digamos sí que me venía aproximando a ese hallazgo (sorpresa: “Mala suerte” de Calle 13 con la Mala Rodríguez): últimamente, algo cansado de escuchar los discos enteros, ponía dos o tres y oprimía (es un decir, no hay pulsión posible en el mundo digital) el botón de la reproducción aleatoria (La esperanza: “No hay dolor” de No te va a gustar). Progresivamente, iba sumando más álbumes: tres, cuatro, cinco, seis, pero no estaba preparado para lo que me depararía el descubrimiento de esta función, identificada con el icono de una corchea: “Toda la música”. La activé sin mucha convicción, pensando que remotamente podría ser aquello que prometía.

Pero lo era

(Atención, un inédito: “Me untamed” de Beat Happening)

De pronto una lista enorme, sábana, de apariencia ilimitada (no lo era) se materializó ante mis ojos en el reproductor. De inmediato empezó a sonar una balada italiana estilo festival Eruvisión (“Romántica”, por Tony Dallara). Mientras Dallara se desgañitaba de emoción “Tu sei románticaaaa” consulté el reproductor para comprobar que se trataba de uno de los tracks de Quei favolosi anni 60, un compilado de éxitos de la canción italiana circa 60’s que bajé buscando alguno de sus temas y nunca escuché entero (y creo que tampoco en partes).

(“Im I worth you” de De La Soul, nos estabilizamos a diez mil pies de altura y llega la música de aeropuertos y consultorios)

La Balada era, como prometía el nombre del disco, fabulosa.

Y nunca en mi vida la había escuchado.

Empecé a comprender vagamente los alcances de este dispositivo. (Un hit: “What goes on” de la Velvet). El reproductor tenía cargadas las 632 horas, 19 minutos y 24 segundos de música que atesoro en el disco rígido de mi PC. Puros ceros y unos en formato mp3 comprimidos y descomprimidos para la ocasión de los que el reproductor seleccionaba aleatoriamente un tema por vez y que sería capaz de reproducir ininterrumpidamente sin repeticiones durante casi veintisiete días. Me maravillé con el hallazgo, pero no podía siquiera imaginar lo que sobrevendría.

(“My romance” de Ella Fitzgerald, por favor, mátenla)

El día del descubrimiento tenía una jornada de un par de horas de trabajo por delante. El reproductor me obsequió una combinación perfecta de “hallazgos” con algunos de mis temas predilectos, de la sorpresa que obliga a revisar título, autor, disco y año de edición al hit vernáculo, privado, que se reconoce al primer acorde. De inmediato me impuse una regla de hierro: no saltear ningún tema. Todos los que el reproductor seleccionara deberían ser escuchados so pena de eliminar el disco de mi carpeta si me resultaba insoportable (debo confesar que durante un tiempo compartí la computadora con otra persona y no soy responsable de toda la música guardada en las carpetas, pero jamás sometí a esos archivos a una purga estanilista).

(Una promesa: “It’s gonna be a beautiful night” de autor desconocido, muy funky ¿Será?)

El reproductor, bajo la función “Toda la música” se transformó en una radio personal. Una radio de cuya discoteca yo era el único responsable y cuyo musicalizador era el azar.

(“Racing in the streets” de Bruce Springsteen: conmovedor).

Al cabo de unos pocos días me volví adicto. Multipliqué las horas de trabajo en casa con el único objeto de estar bajo el influjo de la programación musical del reproductor, bajo esa función totalizadora, omnisciente.

Niklas Luhman dice que toda sociedad se constituye como un entramado de complejidad y contingencia; por complejidad se entiende que siempre hay más posibilidades de las que pueden ser actualizadas y por contingencia que las actualizaciones de la experiencia podrían decantarse de una manera distinta a la esperada. Complejidad equivale a la obligación de seleccionar, contingencia, al peligro de equivocarse.

Algo así sucede con mi reproductor. Los temas que integran la lista son producto de una complejidad, su reproducción, el fruto de una contingencia.

(New life, Depeche Mode, el mensaje va quedando claro)

Sin embargo, con el correr de los días empecé a advertir algunas regularidades y empecé a preguntarme si acaso el dispositivo no obedecería a ciertos patrones de reproducción. Por ejemplo, nunca sonaban dos temas del mismo disco (si este fuese un artículo de Adrian Paenza para la contratapa de Pagina12 podríamos calcular qué probabilidades hay de que tal cosa suceda, o aún más, la chance de que suenen dos temas contiguos del mismo disco). Pero eso no era todo. Pronto descubrí, a mi pesar, que el reproductor parecía tener una predilección por Joan Manuel Serrat, ya que en cada sesión de reproducción me sometía al menos a un tema del cantautor catalán (en versión solista o junto a Joaquín Sabina). Por otra parte, en varias ocasiones sucedió que el reproductor eligiera mi tema preferido de un disco para hacerlo sonar ¿Cómo podía saberlo? ¿Trabajaba tal vez sobre la frecuencia con el que ese tema había sonado antes? Esto de todas formas, no explicaba lo de Serrat, que hacía años no sonaba.

(Sour times, Portishead, al dedillo).

De todos modos, resultaba difícil encontrar patrones, porque el reproductor se comportaba diferente en cada ocasión. Empezó a sucederme que, al apagar la computadora me quedara pensando en los artistas que todavía no habían sonado, generalmente en uno de ellos, e indefectiblemente lo escuchaba en la siguiente sesión. ¿Podía afectarlo mi energía psíquica? Empecé a pensar en el reproductor como en una suerte de I-Ching musical y a prestar atención a los temas que elegía como si en ellos se encontrara el mensaje cifrado que el oráculo nos destina.


(Don’t look down or back” de Tunng, huelgan las palabras).

Dicen que los discos hay que escucharlos enteros porque el disco es un concepto, una obra integral que excede la suma de sus partes. De acuerdo, pero por algo la industria musical lo divide en tracks. Escuchar un disco entero va generando en el oyente un efecto de “acostumbramiento”, el sonido se homogeniza y a veces se confunde con el entorno hasta tornarse inaudible, toda música, hasta la más sublime, puede volverse “funcional”. Bajo esta función redescubrí temas que me maravillaron y que nunca había escuchado antes (sólo los había oído). “Pretty in pink” de Psycodhelic Furs, o “You sorround me”, de... ¡Erasure!.

(Ahora, como si quisiera darme una lección de lo que es capaz, el reproductor selecciona dos temas del mismo álbum: One rainy wish, y Ain’t no tellin’, del Bold as love Hendrixiano. ¿Ven de lo que hablo?).

He llegado a pensar que hay una conexión entre los flujos psíquicos de mi pensamiento (después de todo, el pensamiento se basa en corrientes eléctricas) y el reproductor de Windows media. Sea, o no, hasta tanto me canse de este juguete imprevisible y vuelva a poder escuchar un disco de principio a fin, me seguiré sometiendo a los designios del dispositivo, a su musicalización compulsiva de mi vida.
(Suena "Real love" de Smashing Pumpkins).


Ariel Idez

19 mayo, 2011

Trans

PRESENTATA:

No lo intenten en sus casas | 18 de mayo de 2011

La edición de hoy del ciclo No lo intenten en sus casas está atravesado por una palabra de tan solo cinco letras: la t, la r, la a, la n y la s: TRANS.

Trans- es un prefijo que significa "al otro lado" o "a través de".

Prefijo que afecta a tantas palabras más o menos usuales como transgénico, isómeros trans, teletransportación, transcribir, grasas trans, transnatural, transdisciplinar, transoceánico y, en portugués, transtornado.

Por un lado, esta noche el escenario será tomado por asalto por los integrantes de La Reina de Marte, programa radial que pueden escuchar los martes a la medianoche en ciclopradio.com.ar

La Reina de Marte, según sus palabras, se trata de cuatro personajes en busca de un programa. Un tema por semana y un abordaje tan arbitrario como exquisito: cine, literatura, cómics y, por supuesto, música. Algo así como la ficción de la ciencia hecha programa de radio.

Ellos son:
Sebastián Robles
Matias Pailos
Ariel Idez
Facundo García Valverde

Por otro lado, como invitado especial, contaremos con la presencia de Mikael Gomez Guthart que leerá “Hipermétrope”, un relato que atraviesa el amor, ciertas nociones físicas de la óptica y la transliteralidad.

En nombre de editorial Pánico el Pánico: ¡gracias a todos por venir! Y esperamos disfruten de esta velada, mi queridos TRANSHUMANOS.

Esteban Castromán
(Texto presentación de la lectura del 18-05 de los integrantes de La Reina de Marte en el Club Cultural Matienzo)

16 mayo, 2011


Este MIÉRCOLES 18 de MAYO, los integrantes del prestigioso ciclo radial "La Reina de Marte", Sebastián Robles, Facundo García Valverde, Ariel Idez y Matías Pailos, (emitido todos los martes a las 24hs por www.ciclopradio.com.ar), leen sus más recientes páginas en el igualmente prestigioso ciclo de lecturas "No lo intenten en sus casas". ¿El lugar? El C. C. Matienzo, en Matienzo 2424 (esquina Cabildo).
Los esperamos.

05 mayo, 2011

La santidad tiene cara de varón

La cita inicial de una canción de Pulp tiene un sentido claro: despistar. Acá no hay noche, pastillas ni derroche. Acá no hay elegancia trash –ese oxímoron- ni raros peinados nuevos. La principal referencia de “Los santos varones”, de Luciano Lutereau, es cinematográfica. El origen no perdona, y Lutereau se ve obligado a abrevar sus temas, recursos y personajes (franceses) en la nouvelle vague.

Empezando por esto último. El protagonista exhuda feromonas de un Antoine Doinel de clase media –y, para forzar más los tantos, de la Argentina de fin de siglo (XX)-, en sus dos versiones: nenito (ver “Los 400 golpes”) y veinteañero (ver “Besos robados”). Porque, magia de la radio mediante, el protagonista –que también te narra, todo por al mismo precio- oscila entre la vida de un nene de 6 años con un hermano de unos pocos más y unos padres separados, y los vaivenes de un inquilino que vive solo, que labura de enfermero y que descubre que eso de componer canciones va con él.

En el medio, dos mujeres. Por un lado, Lola, la cuasi-casi-noseporquénoledecimosdeunavez novia y vecina –lo que facilita el desarrollo dramático, como el barco de Robinson Crusoe. Imaginen todo lo que se demoraría la acción si ella viviera, por ejemplo, en Moreno-; del otro, mamá. Por supuesto. Lo que lleva a preguntarnos, sensible como uno es a las simetrías, si Lola es mamá, o si son el mismo personaje, si cumplen la misma función o qué. Bueno: sí. “Sí”, ¿qué? Ambas son un misterio. Ambas son un refugio. Ambas lo consuelan, lo cuidan y lo quieren. Ambas tienen comportamientos erráticos, no del todo explicables. (Pero Lola más, porque también es un misterio a ojos del lector. Mamá, en cambio, es mamá.)

El narrador está loco. No, no lo está. Solo quería que siguieran leyendo. Lo que sí pasa es que tiene más de un punto en común con el Mersault de Camus y el Rímini de Pauls, personajes que se dejan vivir, que van boyando por el mundo. Y eso a pesar de la primera persona del libro –recurso que suele potenciar la impresión de subjetividad plena, rica en matices, emotividad y neurosis-. Pero el narrador parece perpetuamente distraído, con la cabeza en otra cosa (que, por supuesto, está en otro lado). Esto, no se bien por qué, hace juego con una tesis puesta en circulación en la novela:

No hay posibilidad de diálogo verdadero. No obstante lo cuál, si la hay de comunicación verbal. Porque cuando Lola está mal, cuando Lola llora en su presencia, el narrador la consuela con palabras. Cuáles, tiene que preguntar. Las que configuran una historia. Real o payada al calor del momento, no claramente para ella, sino más bien para musicalizar su dolor. A veces, el milagro ocurre: ella deja de llorar, le sonríe, ríe o se acomoda la vincha.

Hay un misterio a revelar, pero no queda claro cuál, dónde, de quién. ¿La historia del nene nos ayuda a entender la del inquilino, o al revés? Quizás haya una iluminación mutua. De hecho, los episodios de uno y otro tiempo aparecen intercalados. Así, el lector se ve obligado continuamente a demorar la satisfacción de las módicas intrigas que el autor planta a cada rato, para desarticularlas dos capítulos más adelante. (Los capítulos son más bien viñetas, porque la historia se nos presente en compactas 133 páginas.) Acaso la clave de todo esté en la relación de los

Hermanos. Porque el protagonista, como queda dicho, tiene en Francisco a un hermano mayor, el otro santo varón. El otro. El deportista (y no un asmático como él), el encarador (y no un nene tímido como él), el pajero. El que no para mientes en sexos ni caracteres. Pero también un modelo a imitar y un compañero de aventuras. Como la final, la que cierra el sentido. La que –además de resonar y hacer juego con “Hermanos”, el cuento de Ariel Idez- se adentra en las olas, mientras la madre “siguió sonriéndole al mar cuando yo me había alejado hacia los médanos”.

Matías Pailos

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02 mayo, 2011

Otro poema sobre Mcdonalds para pasar el rato

Cuatro del dos del dosmilonce

En el macdónals del

Abasto

ya no damos

Cacao

antes sí

sino solo

canela

hélas.

Es un sírvase

usté mismo

me señala

la cajera

a mis espaldas

con un movimiento

de pera-mentón

tampoco vendemos

medias-lunas

a partir de las doce

del mediodía

solamente tostados.

Miro el reloj:

marcan sus agujas

verticales las

en punto doce

y ya llevo

diez minutos

-exagero-

esperando.

La cajera

el tiempo apremia

llama al supervisor

un posadolescente

seis años mayor

o seis veces más

canuto más obsecuente

que ella.

Señor, la nueva

política de la empresa

nos impide comercializar

medialunas de

doce a dieciséis

Pero las doce son!

En punto pera-mentón

las manecillas

y sin contar que llevo

-exagero-

Ya soy casi

Maikel Daglas

en su bendito

Día de Furia

Bueno señor

vamos a hacer

por hoy

una excepción

parece que al venderme

su asqueroso café

recafeinado

su gomosa masa

industrial

sus grasas sus azúcares sus harinas

grandioso favor

altísima gracia

me hicieran

porque yo también

tengo un supervisor

quiero golpear romper

quemar herir y huir

pero pago manso

mi modesto café

oblo mis ocho con

cincuenta

y obtengo de manteca

mis medias lunas

En el macdónals

no me siento

como en casa

habito por un rato

-es un hábito-

cualquier país extranjero

y ese café de mierda

no sé por qué

neurológico mecanismo

me despierta unas locas

ganas

de escribir.


Ariel Idez