El Heavy Nacional
En 2002, Roberto Bolaño leyó un artículo en el que discriminaba tres
tradiciones de la literatura argentina reciente. Le puso como título “Derivas
de la pesada” y la mandó a imprenta. “La pesada” era la nueva literatura argentina, donde el carácter
de nueva estaba dado por venir después de Borges. La corriente más pesada de la
pesada era la que se enrolaba bajo la consigna “Lamborghini conducción” –y por
“Lamborghini”, Bolaño quería decir “Osvaldo”. La conclusión de Bolaño era que
la nueva literatura argentina tenía que hacer régimen, y dar dos pasos atrás,
María. Concluye Bolaño: “Hay que releer a Borges otra vez”.
Pablo Farrés, tiempo atrás, leyó el artículo. Su reacción ante tan
sensata reconvención, fue la que todo tipo con dos dedos de frente tendría. Dijo
“vos no me vas a decir a mí lo que tengo que hacer”, y se afilió a la pesada,
línea dura.
El primer capítulo de “Literatura Argentina” (Ed. Pánico el Pánico,
2012) abre con una escena que, en homenaje a la corriente nacional y popular
en cuestión, es una carnicería. O, para hablar por boca del autor, “Un
Matadero”. ¿Qué pasa si metemos a una legión de chicos, púberes y adolescentes,
que creen ser perros cimarrones (para nada domésticos) en los jardines de una
mansión del Deep Matanza? Pasa que se
van a matar. (Entre paréntesis, empiezan las referencias: acá, a las
“Investigaciones de un perro” de Kafka. Porque el que narra, señoras y señores,
es un perro (-niño). En el sentido literal y en también en algunos metafóricos.)
¿Qué hacen estos chicos perrificados? Se cogen, se liquidan, se comen. Entre
ellos y a sí mismos. A sus propias mierdas –sin importar el olor, sin
discriminar por color, raza o religión. Los chicos son objetos de estudio
minucioso y científico por parte del padre, que mide, por ejemplo –y cito- “cantidad
de penetraciones a otros perros, cantidad de penetraciones a perras niñas,
cantidad de veces en ser penetrados por otros perros niños, conducta frente a
los cadáveres de otros perros niños”, por ejemplo –y cito-, “tolerancia frente
al veneno para ratas, tolerancia al vidrio molido dentro de la comida”, por
ejemplo –y cito-, “cantidad y calidad de lamidas al pene de otro perro niño”,
por ejemplo –y cito-, “conducta en relación a mi hijo” (alias: el narrador), “conducta
en relación a la mujer en silla de ruedas” –alias: La Madre. Lo que nos lleva
a otro asunto: el principio del libro.
Cada vez son más los que adolecen de la manía de juzgar si van a leer
un libro o no, por cómo empieza. “Literatura Argentina” empieza así: “Mi padre
nunca creyó en absoluto que mi madre sufriera de una verdadera parálisis.
Estaba seguro de que podía caminar y que no lo hacía sino para crearle los más
altos e insalvables obstáculos en la realización de su obra: convertirse en
escritor”. Acá tenemos engaño, sadismo y vocación: la materia primera de la
literatura argentina –línea dura. También, uno de los temas del libro (porque este,
como todos, es un libro con “temas”): ¿qué es la literatura? ¿Puede haber
literatura sin autor? ¿Qué es un autor? ¿Qué es un buen autor, qué es un gran
autor, qué es un genio literario? Farrés, sin remilgos, contesta todas estas
preguntas. Lo hace de un modo sensato: da todas las respuestas posibles.
Al menos, todas las disponibles en el mercado. Porque, en parte,
“Literatura Argentina” es la puesta en escena de todos los slogans relacionados
al genio creador, a la Gran
Obra, al Verdadero Poeta, la Auténtica Inspiración.
Dice, por ejemplo, “Los más grandes llevaban la vanguardia”. Ahora, la
vanguardia, ¿es cosa de viejos? De cualquier forma, así, en clave alegoría,
podemos pensar el primer capítulo. Porque es una alegoría. Pero, ¿de qué? ¡De
la creación -¡de la creación, ¡claro!!! Pero, ¿quién es el creador? ¿El padre,
el narrador, ambos? ¿El sistema? ¿Cuál es la obra? ¿La sociedad de chicos
perrificados? ¿El narrador -un perrificado más? ¿Las crías que el padre evita
que sean perrificadas -¿esas son las que valen?? No se puede responder.
Pero también, podemos pensar a “Literatura Argentina” como una sola
y única y omniabarcadora búsqueda de La
Voz (otra vez la fascinación de la “gente de letras” con
Sinatra) que se come a sí misma. La
Voz (la marca del poeta) como la traducción del dictado que
alguien, que no se sabe quién es, te grita al oído, en una lengua que no
entendés. La Voz,
la que garantiza la obra, y la obra de mérito, y la
Gran Obra, y el Genio Creador de, en fin, La Literatura (Todo Con
Mayúsculas), está loca. Loca, loca: me quieren volver loca. ¿Es un precio a
pagar? ¿Es un camino inevitable? La tesis del libro (la que se le puede
endilgar, si se anda con ganas) –si estamos hablando de los que marcan un antes
y un después, y no de giles como Echeverría, Saer, Lamborghini o Borges- es: por
supuesto. Y es una ganga.
¿Recuerdan que les dije que el capítulo 1 era una alegoría de la que
no se podía encontrar el sistema de referencias que te dijera qué papel juega
cada uno, qué se quiere representar? Bueno: me quedé corto. Eso es TODA LA NOVELA. Ayuda, cierto, el juego
con la esquizofrenia, el loco afán de escribir lo que no puede ser escrito, el
ímpetu místico de los escritores –en su voluntad de hacer conexión con el
servidor del Más Allá.
Déjenme contarles la otra historia
del protagonista, porque está buenísima: es un tipo medio tarado que tiene a su
disposición una biblioteca con buena parte de los clásicos contemporáneos –con
perdón de la palabra- de estos lares. Los lee con voracidad. Un buen día, su
tutora vende toda la biblioteca. El tipo, en pos de poder volver a leerlos,
decide escribirlos él mismo –lo que no es difícil: se los sabe de memoria.
Ahora: cuando se pone a escribir “El limonero real”, termina escribiendo
“Nadie, nada, nunca”. Quiere escribir “Ema, la cautiva”, y termina escribiendo
“Embalse”, “La luz argentina”, “La liebre”, “La guerra de los gimnasios”. Tranquilos,
no estoy contando nada. El propio autor anticipa esta parte de la historia en
la contratapa.
Así que ya saben: Lamborghini, Saer,
Borges (y Cervantes), Echeverría. Detengámonos ahí. La contratapa informa que
Farrés vive en La Matanza. Que,
oh casualidad, era el título de la obra principal del Rodenlan -el protagonista,
el narrador de “Literatura Argentina”-, la que más fervientemente desea
escribir, y la que Padilla, su representante, su manager, su agente literaria,
conmina al acogedor destino del tacho de basura. Es que ahí, Rodenlan quiere
contar lo no-dicho, e ir un poco más allá, para decir lo indecible. Porque de
este tipo de paradojas está hecha la novela, de este tipo de paradojas está
hecho el Farrés-style, y esta es la propulsión a chorro que empuja la novela hacia
delante, a golpes de oxímoron. “Engendré un monstruo que ha escrito cada una de
las palabras de estas últimas dos hojas. Y también esta última oración. No
tengo posibilidad de continuar hablando. No soy yo el que dice esto último”.
Hablemos entonces del otro libro. El
que empieza en este capítulo 2. El que concluye con la epopeya del capítulo 4:
el tesoro al final del arcoiris. Resulta que hay un escritor alemán de cierto
prestigio. De repente, publica un libro que es reconocido como “El mejor libro
del año”. Pero el tipo –un tal Bauer (guiño a los puanitas)- niega haberlo
escrito. Acá entra a tallar un personaje apenas esbozado, pero decisivo: el
susomentado Ever Padilla, a la sazón agente literario de Rodenlan. Ever acaba
de descubrir en Rodenlan la gallina de los huevos de oro. Y la explota hasta
eclosionar, al menos, la historia de la literatura argentina tal como se la
conocía hasta ese punto.
A lo largo de la novela, Farrés
construye un nuevo Canon Argentino, basado en el rechazo visceral. Así, los
escritores no se clasifican en qué tipo de putos son, como en Bolaño, sino en
cuán comemierda pueden ser. De este modo, Farrés habla de todos los autores (de
los que tiene que hablar), y de todos los procedimientos (que le parecen relevantes).
Da cuenta de cada uno de ellos en una espiral hegeliana de superación, hasta
dar con el Estado Literario Prusiano: Rodenlan y su obra. Para muestra, baste
el siguiente botón: “Según Molina, el método de Rodenlan es sencillo. No copia
ni transcribe, extrae una matriz formal, un orden que luego expande
indefinidamente al azar”. Lo quiera o no, acá Farrés también captura el futuro,
y no solo el pasado de la literatura argentina. Porque este párrafo también
habla de uno de los mejores libros de estos tiempos: “La última de César Aira”,
de Ariel Idez. Cambien “Rodenlan” por “Idez”, e interpongan un “de Aira” entre
“extrae” y “una matriz formal”. Voy a ampliar la referencia, para que quede
claro: “Molina cita [entre los libros que escribe Rodenlan] algunos libros de
Aira, algunos cuentos de Fogwill, habla de Copi, de Lamborghini y de Chejfec,
presenta pruebas de la autoría de Rodenlan con respecto a dos novelas de
Rodrigo Rey Rosa, una nouvelle de Alejandro Zambra… una novelita del uruguayo
Felipe Polleri… algunos textos canónicos de Roberto Bolaño, Vida de Santos de Rodrigo Fresán, pero
no Esperanto ni La velocidad de las cosas…”. “Literatura Argentina”–esta idea es de
Idez- es un poco Lamborghini, un poco Wilcock, un poco Bolaño, y –quizás esto
no lo sepa el autor- también un poco Manuel Vilas. Vayan a la página 91 del
libro y compárenla, si tienen “España”, (justamente) de Vilas, con la “Breve
historia del tiempo”, incluida hacia el final del libro, y después diganmé.
“Literatura Argentina” es tantas cosas,
que es difícil de resumir –mucho más aun cuando uno no tiene las cosas tan
claras. Quizás convenga cerrar, para despistar definitivamente al lector, con
la idea que el propio Farrés destila en el capítulo final –un monólogo, una
larga entrevista a Bauer, o a Rodenlan. La literatura argentina, de acuerdo a
Farrés, es un idiota esquizo, un monstruo de cuatro cabezas, que se llama
César, que se llama Rodolfo, que se llama Ricardo, que se llama Sergio, que es
llevado de las narices de acá para allá, del hotel al medio del campo, del
desierto de vuelta al hotel, y que es tan, pero tan, tan pero tan pero tan-boludo, que cree que se lo cogen sin
vaselina como un acto del más puro amor. ¿Qué sacamos de esto? Sacamos un
slogan más: LA PESADA’S NOT DEAD.
Matías Pailos
(texto leído en la presentación de "Literatura Argentina", de Pablo Farrés, en la librería Eterna Cadencia)