En busca del boleto dorado
Cuando tenía 8 o 9 años me enganché un sábado a la tarde con una película que daban en canal 7. En ese momento yo no podría haber advertido que se trataba de una película “infantil” porque para un chico todas las películas son infantiles y el único parámetro que cuenta es si son aburridas o divertidas. Pues bien, esta más que divertida era hipnótica, estaba re-buena. La idea era tan simple como efectiva: el mejor fabricante de chocolates del mundo abriría su fábrica super-secreta para que la visitaran cinco afortunados. La única forma de ganar este privilegio era encontrar un boleto dorado dentro de los envoltorios de sus afamadas tabletas de chocolate. Para qué decir que en ese momento sentí el impulso de salir corriendo hasta el kiosco de la esquina en el primer corte comercial y pedirle una barra al kioskero a ver si me favorecía la suerte. Pero en lugar de eso me quedé atornillado al sillón y me sentí partícipe de cada hallazgo fortuito, aunque los privilegiados resultaran una selección de chicos desobedientes y malcriados que dejaban mucho que desear, excepto por uno, que, tras varios intentos fallidos, lograba dar con el áureo ticket. La emoción iba creciendo y ya estaban todos a las puertas de la fábrica, a punto de ingresar. Entonces surgió un villano no previsto por los productores del film: mi mamá vino y me dijo que me pusiera la campera porque nos teníamos que ir. Ante el trágico imprevisto ensayé una protesta de implacable lógica “Mamá, ¡Estoy viendo una película!” a lo que mi venerada madre repuso “La van a volver a dar en cualquier momento, vamos”. No pasó un día desde entonces sin que yo esperara ese “momento” que sin embargo nunca llegaba. Desconocía el nombre de la película y los actores que la protagonizaban y creía que estaba filmada en blanco y negro porque en ese tiempo en casa no contábamos con el lujo de la TV color. Con el tiempo llegué incluso a dudar de la existencia misma del film y me preguntaba si no habría soñado toda la escena que a la postre habría tomado por real.
La película era “Willy Wonka y la fábrica de Chocolate”, pero esto recién lo supe el año pasado cuando la versión de Tim Burton vino a poner algo de orden en mis confusos recuerdos, ahí tuve oportunidad de narrar el trauma a mis amigos (y a mi madre, obviamente, a quien no pierdo la oportunidad de recordarle la triste frase que ella dice haber olvidado por completo). Uno de esos amigos me invitó a su casa hace pocas semanas y me pidió que me sentara en el sillón. Pulsó play en el control remoto de su DVD y de pronto sucedió: la fabrica de chocolate, la auténtica fábrica que las ruinas del recuerdo apenas podían sostener se materializó ante mis ojos. Sentí ganas de correr, de saltar, de gritar y llorar de alegría, pero me comporté acorde a mi rol de adulto y apenas ensayé un cálido agradecimiento. De todos modos no podía dejar de pensar que aquel “momento”, ese momento cualquiera había llegado. Ahí estaban los niños originales, de los que sólo recordaba al chanchíneo gordito, y Gene Wilder como el original Willy Wonka. Habían pasado más de 20 años. 20 años ante las puertas clausuradas de la fábrica abriendo en vano envoltorios de chocolate. Pero ahora, al fin, había encontrado mi boleto dorado, ahora sí podía conocer por dentro la fábrica de Willy Wonka.
Tomé de la mano a aquel chico azorado que fui y entramos juntos.
Zedi Cioso
La película era “Willy Wonka y la fábrica de Chocolate”, pero esto recién lo supe el año pasado cuando la versión de Tim Burton vino a poner algo de orden en mis confusos recuerdos, ahí tuve oportunidad de narrar el trauma a mis amigos (y a mi madre, obviamente, a quien no pierdo la oportunidad de recordarle la triste frase que ella dice haber olvidado por completo). Uno de esos amigos me invitó a su casa hace pocas semanas y me pidió que me sentara en el sillón. Pulsó play en el control remoto de su DVD y de pronto sucedió: la fabrica de chocolate, la auténtica fábrica que las ruinas del recuerdo apenas podían sostener se materializó ante mis ojos. Sentí ganas de correr, de saltar, de gritar y llorar de alegría, pero me comporté acorde a mi rol de adulto y apenas ensayé un cálido agradecimiento. De todos modos no podía dejar de pensar que aquel “momento”, ese momento cualquiera había llegado. Ahí estaban los niños originales, de los que sólo recordaba al chanchíneo gordito, y Gene Wilder como el original Willy Wonka. Habían pasado más de 20 años. 20 años ante las puertas clausuradas de la fábrica abriendo en vano envoltorios de chocolate. Pero ahora, al fin, había encontrado mi boleto dorado, ahora sí podía conocer por dentro la fábrica de Willy Wonka.
Tomé de la mano a aquel chico azorado que fui y entramos juntos.
Zedi Cioso
7 Comentarios:
Bonus Track.
La versión de Burton no sólo me permitió confirmar la existencia de la película original, sino también saber que estaba basada en una novela de Road Dahl, que se caracterizaba por presentar al mundo de los adultos como torpe, aburrido, egoísta y malévolo, oponiéndolo al divertido, ágil e imaginativo mundo infantil. Paradójicamente mi pequeña anécdota traumática encajaba a la perfección en esa batalla micropolítica que todos los niños entablan contra los adultos por preservar sus “derechos”, del avasallamiento al que, con la excusa de socializarlos, los someten los adultos.
Quizá sea ésta esta la más triste de las batallas puesto que la traición (el paso al otro bando) está asegurada de antemano. La claudicación, en el más irreductible de los bastiones, es apenas cuestión de tiempo.
Los niños deben ser socializados. La conducta de tu madre es un (perdón) daño colateral. (¿Queremos adultos malcriados? Sí, ya sé: miren quién habla.)
Post emotivo. Noto una línea editorial que conecta el corazón con agujeritos del adulto con el corazón abierto del niño. Noto una recurrente idealización del niño que fuiste, en desmedro, no tanto del adulto que sos, sino del adolescente que callás.
Burton es notable.
Tuve una experiencia similar, pero con final feliz (nadie me removió de mi puesto frente a la pantalla: el paraíso en la tierra). Yo: seis años. Noche. La película: El barón de Munchausen.
Las promesas maternas suelen ser crueles y destinadas a jamás cumplirse. En su caso, mi gran amigo Cioso, la que le hicieron a usted resultó realizada. Debe ser como para chillar de alegría.
Comentario al bonus:
La traición pudiere evitarse con un tempranero suicidio, claro que para eso los adultos, cuya maldad es infinita, también tienen sus ardides, como el cuento tomasdeaquineano del limbo donde moran las almas infantiles o alguna otra reprimenda postmortem.
Lo responsable sería advertirle a todo niño que no debe creer NUNCA una sola palabra proveniente de algún mayor. Ni una sola.
Hoy mismo arriendo la cinta de Burton.
Su nostalgia de los últimos tiempos, estimado Zedi, me da que pensar: voy a meterme asquerosamente en una zona, que, digamos, puede dejarme en ridículo o granjearme su antipatía. La primera opción no me preocupa, ya que me ocurre a diario, en cambio la segunda no me gustaría, pero al que nacé bocón, es al ñudo que lo callen: ¿será que está ud. -y como enarbolando pañuelos mientras el tren se aleja de la estación- pensando en la paternidad?
salud.
¡Uuhhhh! ¡Indomables!
Cioso querido le anticipo que se viene un aluvión de llamados, telegramas, cartas, e-mails, señales de humo para que me pase ese dvd. Y si no es suyo.... se jode y me lo consigue. hay algo muy interesante en la discusión sobre el mundo adulto y como este rpetende "socializar" (domar) a los niños, sobre todo por mí que soy una persona super infantil, lo sé y lo llevo con orgullo. Saben por qué los niños son los mejores actores? porque para ellos el juego teatral es un placer que exploran sin miramientos ni planteos, un niño es un ser que se pone una sábana y puede ser desde un mísero fantasma hasta el lobo blanco de las nieves, una escoba se transforma en un corcel y así podría seguir toda la noche. Me parece mal que Zedi haya hecho un cálidfo agradecimiento a su (buen) amigo cuando este el presentó semejante oportunidad, si quería saltar hubiese saltado ¿quien te lo prohibe? ¿la edad? ¿la experiencia? Y eso que es? Desde cuando no podemos sentir emociones por cosas estúpidas? ya lo debatimos antes, la estupidez está buena, sinó pregúntenles a Los Idiotas. Saludos desde acá.
Burros
Estimado Pailos, me dedico al niño y al adulto porque el adolescente está completamente acaparado por usted. Amén de estos territorios divididos digamos que no es mi período de la vida favorito.
Querido Gernández, supongo que las promesas maternas son una fábrica de traumas a jornada completa. Digamos que esta anécdota es una pequeña y fútil venganza a esa multitud de promesas incumplidas.
er, no me enojo ni me indigno, simplemente me quedo pensando. Puede que usted tenga razón y que en algún plano inconciente le esté pidiendo consejos al niño que fui sobre como mejor criar al que algún día vendrá (suerte que mi novia no lee los comments). Uno siempre escribe para conocer(se) mejor.
Burros, lo invito a ver la película en casa o la llevo conmigo cuando visite la suya. Creo que ud. se habría quedado viendo la película a como diera lugar, siempre tuvo mucho más éxito y valor en sus luchas contra la autoridad. Su rebeldía tambíen me enseño mucho sobre mi obediencia.
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