El Mate Tuerto

"Se fingirá el saber que no se tiene."

Mi foto
Nombre: El Mate Tuerto
Ubicación: Argentina

30 enero, 2006

El suplente

Removiendo el arcón de mis recuerdos en pos de ofrecerles otro bollo narrativo, di con esta pequeña, marginal y, lo siento, significativa anécdota de algún lugar entre mi niñez y mi pubertad, que pretendo ahora endilgarles gracias al magnetismo que despierta en ustedes, lectores, nuestra bienamado sitio. Vamos a ese extraño lugar seminal del que parecen germinar las historias: el grano.
Tenía yo… 9, 11 años, y todavía no había descartado emprender una carrera como futbolista. Claro, algunas señales que el mundo me ofrecía desmentían mi anhelo. Por ejemplo, el no lograr ser titular del equipo de mi categoría en una institución que ni siquiera se dedicaba al fútbol, ni tampoco en general a ninguna actividad deportiva: el Centro Asturiano. La susomentada entidad poseía su sede recreativa, a la que yo concurría, en la antigua costa de Vicente López, un barrio que me era, y es, familiar.
Desde hacía cosa de tres años fatigaba los campeonatos alcanzando la titularidad en muy raras ocasiones, y nunca desde el inicio del año. Pero ese ciclo iba a mostrarme una cara inesperada. Primera práctica.
Debo decirles que yo jugaba adelante. Estamos hablando de una época en la que todavía primaban las formaciones con tres atacantes. Yo, verbigracia, era el primer suplente en las tres posiciones. Volvamos la práctica inaugural en la que nos quedamos.
El técnico, llamémosle Fabián –por cuestiones de comodidad, además de porque ese era su nombre- para el equipo. Para mi sorpresa, estoy entre ellos. Para mi sorpresa, no como delantero.
-Vos jugá acá.
“Acá” era el lateral derecho. De cuatro.
-Cuidá la posición; no subas.
Claro, a la primera de cambio me mandé. Me recagó a pedos.
Debo decir que su decisión fue más que atinada. Era entonces (soy ahora) un muchacho morrudo, pero rápido y resistente, casi un cultor de la condición atlética. Era (soy) bastante recio a la hora de disputar el balón. No tenía (ni tengo, como esperarán) mucha habilidad, mi técnica era limitada. Pero:
1)Albergaba una energía desbordante, que me incitaba a correr los ochenta minutos que duraban los partidos. (Los partidos, en las categorías infantiles, duraban eso.)
2)Quería desesperadamente ser delantero.
Para peor, antes de empezar, Fabián había dicho algo así como
-Si alguien quiere jugar de algo en particular, me lo dice. Por supuesto que lo más probable es que vaya al banco. Pero si se esfuerza, si pone empeño, va a tener una oportunidad.
Okey.
Fin de la práctica. Cavilo cavilo cavilo. Ese día, esa noche, el siguiente día y la siguiente noche. Siguiente práctica. Aparece Fabián, me le acerco.
-No quiero jugar de cuatro. Quiero jugar de delantero.
Me mira. Hace esfuerzos por poner cara de nada.
-Muy bien.
Al banco.
Conformes.
¿Conformes?
Conformes. Resentido por haberme pretendido remover la posibilidad de descollar cerca del arco rival, orgulloso por habérmele plantado, por hacer que tuviera que responder a su compromiso. Estaba acostumbrado a calentar banco.
Pasan las prácticas, también los partidos. Esporádicamente tengo oportunidad de ingresar. No lo hago mal, pero tampoco brillo. Un jugador del montón (que para ese nivel, es demasiado poco decir). Digamos que arribamos a la mitad de la temporada. Los resultados, como casi siempre con el Asturiano, son desparejos. Flotamos en la inconstancia de la mitad de tabla. Con lo que llegamos a una de los tantos entrenamientos entre semana. Luego de dar unas vueltitas al trote alrededor de la cancha, Fabián nos reúne en el anillo central.
-Bien. Como yo les dije a principio de año, lo que quería era actitud. Dedicación, sacrificio y actitud. No me están mostrando eso. Para nada. Muchos creen que tienen el lugar comprado; no es así. Pero hay gente que no actúa de esta forma, que se desloma por el equipo. Hay uno entre ustedes que es un ejemplo para el resto, que corre más que nadie y le pone más garra que nadie. Y, tal como prometí entonces, va a tener su recompensa. Esa persona es Matías.
Yo, que estaba medio jodiendo con algunos compañeros, levanté la cabeza. No lo podía creer. ¿A mí? ¿Se estaba refiriendo a mí? Me resistía a creerlo. Sí, a mí; no había otro ‘Matías’ en el equipo. ¿Me estaba cargando? Digo, literalmente llegué a considerar que se trataba de una joda. Un circo, una farsa. Una bastante ofensiva. Yo no me reía. Después pensé: claro, lo dice para que los titulares se pongan las pilas. (Había muchos muy pajeros, muchos que (yo no lo podía creer) no podían correr ni a mi tortuga, mucho vago de mierda que faltaba toda la semana y el domingo jugaba, y jugaba para el orto. Todo porque le pegaban fuerte a la pelota.)
Miré con recelo y no poca vergüenza. El entrenamiento siguió. Siguió y terminó. Creo que incluso me felicitó.
Poco a poco dejé de ir a los entrenamientos. Luego fui dejando de ir a los partidos; luego abandoné definitivamente el equipo. Finalmente, me desafilié del club.

Matías Pailos

27 enero, 2006

La muerte de un viajante

La Habana, 1995. Ahí estaba yo, recién salido del secundario, en un viaje pagado por mis padres, realizado con mis padres, reticente al disfrute de lo exótico, remiso a los deleites caribeños. Gasté casi todo el viaje inmerso en las páginas de ‘Lord Jim’ y ‘Moby Dick’ (con la que peleé de principio a fin, me aburrí soberanamente, y llegué finalmente a detestar, a él y a Borges, por tan enfática –y errada para el que yo era entonces- recomendación). Iba poco a la playa, lo estrictamente necesario para evitar rencillas de una magnitud desmedida con mis progenitores –quienes, claro está, no entendían, no me entendían, no compartían, se preocupaban, se molestaban, y lo tomaban como algo personal (lo que en cierto medida probablemente fuera, a quién quiero engañar). Me encerré en el hotel 1, en Varadero, luego en el hotel 2, en Guardalavaca, un pequeño y acogedor novel balneario en el que descubrí con beneplácito que en Cuba había mucha puta barata (literalmente) –en la única aventura extra literaria de todo mi periplo castrista-, posteriormente en el hotel 3, en La Habana, donde habíamos iniciado el trayecto. Vi la Plaza esa grande, ¿cómo se llama? La Plaza de la Revolución, y sí, sentí un pequeño cosquilleo, ínfimo y efímero. Después, por suerte, volvimos a Buenos Aires y, por fin, tuvo lugar el mejor momento de todo viaje: el reencuentro con mi cama.
Algo peor tuvo lugar dos años atrás, en el veraneo en La Lucila –lo que prueba que mi encono o determinación había morigerado considerablemente, y ya no era en Cuba, ya no más, el energuménico torbellino huracanado que negaba cual solipcista avant la lettre no el espacio exterior, sino su importancia. Nada del mundo me importaba, o mejor: a nada quería darle importancia. Así que les planteé clarito a mis padres, el día de arribo a La Lucila, mi propósito de volver. Ellos, claro, que hicieran la suya. El que se enojaran me desconcertó un tanto, lo confieso. ¿No iban a estar mejor sin mí? Yo no quería estar ahí, y no estando, no arruinaría sus exultantes jornadas de lagartear en la playa con el diario, la arena, la sombrilla y el mar.
Ellos, de suyo, no pensaron lo mismo.
En fin, ya no soy el mismo.
Viajo algunas veces al año, y siempre disfruto mucho del viaje, del trayecto, de las largas jornadas en el primer piso de un coche cama relativamente cómodo atravesando la pampa criolla, con casetes en walkman, con libros y apuntes, con la monotonía esquiva y lejana del paisaje (Vila Matas cuenta que siempre lo contempla con melancolía, quizás –dice Vila Matas- porque leyó que así se lo miraba en los libros de los que gustaba). Joya.
Y ahora, casi en las postrimerías de mi veintena, me encuentro con que, qué joder, disfruto conociendo y recorriendo territorios ajenos y no transitados. Ahora descubro que mis gustos son los de todos. La música que escuchan todos yo ahora la escucho.
¿Qué me disgustaba, entonces, de los viajes? Muchas cosas. ¿Qué todavía me disgusta? Creo verlo claro: el alejarme del trabajo. No trabajo. No escribo filosofía, no escribo literatura, leo (como ya habrán visto en ‘Un set por Rodrigo Rey Rosa’) apenas dos páginas por día… una farsa. Al menos eso, si no más, para quién se precia de dedicar buena parte de su jornal a la faena productiva intelectual. (Zed detesta esta asociación entre productividad y literatura, él junto con muchos y muchos capitalistas y consumistas culposos. Qué le vamos a hacer.)
Un amigo de la casa, Ex_Leninista, dejó caer en una ocasión, como una gracia, como una nota al pie, una duda que era un comentario: “¿es que hay filósofos no obsesivos?” (Entiéndase en este contexto que ‘filósofo’ abarca también todo aspirante a tal.) En su momento le respondí enfáticamente que no. Hoy comienzo a rumiar que puede que tuviera razón.

Matías Pailos

24 enero, 2006

Un set por Rodrigo Rey Rosa

El Mate Tuerto se tomó un fin de semana. Sus integrantes partieron raudos de madrugada el sábado pasado y recorrieron los trescientos y pico de kilómetros hasta San Bernardo cantando a grito pelado “Don´t look back in anger” “Roll with it” “Some might say” y otros éxitos de los hermanos Gallager para el sufrimiento acústico de la copiloto, Momé, pero tuvieron la prudencia de ingresar a la ciudad veraniega bajo el bucólico amparo de Neil Young y su auspicioso augurio “Long may you run”.

En San Bernardo los esperaba Cobiñas, dueña de casa y C. F. que había sacado unos días de ventaja. De inmediato el staff del Mate Tuerto se abocó a las cuestiones más urgentes: vaciar las vejigas de un viaje sin escalas y abrir las mochilas y el apetito a la espera de suculentos fideos con tuco en desmesurada cantidad. Durante la cena Cobiñas mencionó la existencia de una librería sobre la peatonal donde había adquirido libros inhallables en Buenos Aires.

Tras el carbohidrático almuerzo los matetuertinos se dispusieron a realizar su primera incursión en las arenas bonaerenses. Nadie dirá de este colectivo que su defecto es la falta de previsión: cuatro reposeras, dos lonas, tres toallas, un par de paletas, cinco libros, un suplemento cultural y protector solar aplicado veinte minutos antes para su correcta absorción, formaron parte de los preparativos. Una vez en la playa se encontraron con un cuadro poco alentador: las hordas de la segunda quincena habían tomado posesión de la exigua superficie de arena. Nuestros héroes juntaron valor y se dispusieron a recorrer la playa hasta encontrar un sitio acorde a sus pretensiones, pero pronto comprendieron que ni la Marcha de los Cien años podría depositarlos en un rincón de arena limpia con menos de veinte personas por metro cuadrado.

Una vez instalados en la playa los matetuérticos desplegaron sus encantos, arrojáronse sobre sus reposeras y abrieron sus volúmenes: La bestia debe morir de Blake, The Buenos Aires Affaire, de Puig, El Caos de Willcock, El Mal de Montano de Vila Matas y Madame Bovary, de Flaubert se desplegaron entre multitudes de revistas siliconadas y suplementos de ingenio: una cruzada de las palabras en el reino de las palabras cruzadas. Por supuesto, nadie leyó ni una línea, ¿Para qué está la playa si no para la exhibición gratuita? La incursión al mar no arrojó mejores resultados: una fortísima corriente paralela a la línea de la costa arrastraba a los bañistas hacia la izquierda, como si se encontraran a comienzos de los 70’s, situación que Cobiñas y C.F. aprovecharon como innovadora fuente de ejercicio físico y Pailos y Zioso como gratuito medio de locomoción.

De regreso al caer la tarde se programó un asado y Cobiñas volvió a insistir con la librería de usados y saldos, donde había comprado, entre otros un libro de Rodrigo Rey Rosa, el escritor guatemalteco. Zioso dijo que lo conocía, puesto que había hurtado y leído Ningún Lugar Sagrado, además de las numerosas referencias e increíbles anécdotas que sobre Rosa contaba Bolaño en Entre Paréntesis. Pailos, que nunca había reparado en el nombre, empezó a prestar atención a la charla. Finalmente Cobiñas extrajo el libro en cuestión de un bolso gigante y todos lo examinaron. Zioso comprobó que contenía dos nouvelles y treinta cuentos, toda la producción de Rosa hasta el momento en que fue publicado, y se entusiasmó aún más. Esto despertó la curiosidad de Pailos, que pidió el libro como si tal cosa y al abrirlo se encontró con un epígrafe extraído del Cuaderno Azul de Wittgenstein, esto lo terminó de decidir: el también quería el libro. Cobiñas advirtió que, según su relevamiento sólo quedaba un volumen. No faltaba más para dejar planteada la contienda.

Zioso se ofreció para hacer el asado y debió luchar con una parrilla que recibía la fuerte brisa marina al punto de calentar las brasas a temperaturas dignas de un horno de fundición. Otro inconveniente se presentó al abrir las bandejas plásticas de carne y comprobar que el vacío estaba, literalmente, podrido, por lo que de inmediato se instituyó una comisión liderada por C.F. para reclamar en el supermercado Disco. Los buenos oficios de C.F. para defender una causa justa obligaron a las autoridades del súper a pedir disculpas casi de rodillas y entregar, como compensación un vacío que doblaba en tamaño al anterior y, sobre todo, no estaba podrido.

Una vez concluida la opípara cena en la que Pailos y Zioso se lanzaron chicanas de todo tipo acerca de quién se alzaría con el Rey Rosa, todos se emperifollaron y partieron al consabido paseo nocturno por “la peatonal”. Aunque más que paseo esto parecía una competencia de nado contra-corriente en medio de la marea humana. Las ocho cuadras hasta la librería se prolongaban hasta el infinito. Cuando llegaron Zioso y Pailos se abalanzaron sobre las mesas y los anaqueles ante la mirada espantada del dueño del local que temía un saqueo de famélicos culturales. Zioso y Pailos revolvían los libros como si hubiera una bomba escondida entre ellos. Después de un tiempo sin resultados Cobiñas restringió la búsqueda a un sector en el que, aseguró, había visto el libro por última vez. Los contendientes se zambulleron de cabeza sobre el reducto, Pailos optó por la estrategia fichero y Zioso por escrutar el título de los lomos. Finalmente Zioso hizo contacto visual con el libro, en la misma hilera que Pailos “fichaba”, y estiró la mano para tomarlo, entonces Pailos, advirtiendo la maniobra, aferró con todo su cuerpo el volumen y Zioso, estipulando que ya habían pasado demasiada vergüenza en ese lugar, rehusó la lucha cuerpo a cuerpo y se dejó vencer.

A la mañana siguiente todavía se discutía a quién correspondía el libro. Las reglas no eran del todo claras al respecto: Zioso lo había “visto” primero, e incluso lo había “tocado” primero, pero Pailos lo había “extraído” primero, lo había acunado entre sus brazos y en virtud de un “animal printing” a’ la Lorenz, reclamaba la paternidad.
Esta vez los Matetuerteros se condujeron a las arenas de Costa del Este, especie de “Cariló B” con playas más amplias y menos concurridas. Una vez ahí desplegaron su batería de artefactos playeros y Pailos se retiró con Zioso munidos ambos con sendas paletas de madera. Trazaron las líneas de una cancha de doce pasos por seis. Y Pailos decidió poner en juego su victoria pírrica:
_Hagamos un set por Rey Rosa.

Los contendientes iniciaron el juego y pronto se identificaron sus estilos. Pailos, desplegaba un juego agresivo, de saque y ataque a la red. Zioso jugaba pegado a la base, ubicando sus golpes desde el fondo. Pero las embestidas de Pailos y sus certeras boleas doblegaron el peloteo de su rival. Fue 6-3 para Pailos y la certeza de la pérdida definitiva del Rey Rosa para Zioso.

Una vez definido el pleito la jornada se desarrolló sin sobresaltos. Pailos tuvo tiempo para ejercitar el running, zambullirse en turno tarde al mar e incluso demostrar sus dotes para el arte figurativo al componer en la arena un monumento al Mate Tuerto, frente al que todos los miembros se fotografiaron con orgullo de artistas.
Los matetuérticos partieron al caer la noche, con la mano agitada de Cobiñas a sus espaldas y se dispusieron a afrontar la prolongada caravana de vehículos que emprendían el regreso por la misma ruta. En esta ocasión el tedio fue matizado con “In the getto”, “Suspicious Minds” y “Always on my mind” cantado con falsete elvisiano. Antes de llegar a Dolores Momé indicó un atajo que cruza un pueblo fantasma sumido en la oscuridad sobre una ruta de asfalto quebrado y animales muertos al costado del camino y que debería llamarse Edgard Allan Poe (el pueblo o el atajo, lo mismo da). El desvío aportó la cuota extra de aventura y emoción. Una vez ingresados en la ruta 2 no hubo más novedad hasta el retorno a los hogares.


Cedi Zioso

Cómo mejorar la relación con su pareja

Pelear es bueno. Qué duda cabe. (Digo esto y recuerdo que esta afirmación, como toda afirmación, sólo vale en eso que quienes cursaron Pensamiento Científico recuerdan con el nombre de condiciones ceteris paribus, esto es, en condiciones normales, eufemismo para ‘en general’, que en este caso equivale a: que ambos sean personas más o menos razonables, que el motivo de la reyerta no sea descomunalmente ingobernable, que ninguno esté en una disposición furibunda, y una larga ristra de etcéteras.) Empecemos:
Al pelear, uno expone la propia opinión, el propio parecer, liberándose de una represión que sólo genera rencor y acumulación capitalista de odio. Además, si se ha retenido en exceso observaciones acerca de la conducta o ánimo general del partenaire amoroso, es una ocasión ideal para que ese proceso expulsor de residuos emocionales tenga lugar a gran escala.
Y no sólo eso: uno escucha lo que el otro opina de uno; su punto de vista, sus creencias peculiares, sus objetivos, sus estrategias para hacerse con ese fin. En el mejor de los casos, se aprehende la cosmovisión de nuestra pareja.
Pero hay más: al comprender qué opina el otro de uno y al expresar el propio parecer acerca del otro, uno sabe que el otro sabe lo que uno cree, y el otro conoce que uno conoce lo que el otro opina. Y ambos saben esto, y saben que el otro lo sabe, y así un buen rato más.
Todo lo cuál establece las bases para un acuerdo razonable, que contemple los intereses de ambas partes. Claro: no siempre tal consenso es posible.
En ese caso, al menos sabemos qué le molesta al otro, y el otro sabe qué le molesta a uno. Uno podrá, así, obviar aquellos vericuetos que despierten el enojo ajeno, y lo mismo podrá hacer el otro para con uno. Y en caso de que esto sea imposible, al menos acordaremos que disentimos, que cada uno es como es, y, de repetirse estas trifulcas, precipitaremos un final que, se sabe, es inevitable. Con lo cuál ganamos un precioso tiempo con esa tan fastidiosa persona que envenenaba los días de nuestro acaecer, al fin.
Esta nota me hace pensar que, bien mirado, uno se junta en noviazgos con el único y sólo propósito de reñir.

Matías Pailos

PD: Pelear también tiene sus contras, que son bien conocidas y, en este instante, más aburridas de enumerar.
PD2: Después, claro, están esas cosas de las reconciliaciones mimosas y el sexo violento y resentido, por todos bien conocidas, lo que explica que no nos adentremos en ellas.

23 enero, 2006

Dos miradas acerca de las citas

Mi amigo Zedi Cioso alberga una suspicacia: aquellos autores que plagan sus páginas narrativas con referencias librescas, musicales y pictóricas (del estilo ‘…recordé las conferencias que W. G. Sebald había pronunciado en Zurich…’, o ‘Por suerte iba en tren y la canción de Tom Waits, Underground, me remitía más bien a viaje subterráneo…’) echan mano a un ardid bajo, fácil y repudiable. ¿Por qué fácil? ¿Por qué repudiable? Porque de esa forma están: (1)creando un vínculo inmediato con el lector, que también lee a Sebald, que también goza de Waits, lazo que en nada se parece a aquellos esforzados y complejos nexos que la literatura, qua literatura, haciendo uso de materiales propiamente literarios, debe establecer entre el texto y su consumidor (‘consumidor’ remite más a ‘comensal’ que a ‘comprador’, en este caso); (2)poniéndose por sobre el lector, revelándole cuánto leyeron, cuánto conocen, cuánto escucharon, además de cuán refinado es su gusto literario, filosófico, musical, despertando, de nuevo con escasas y poco nobles armas, la admiración del lector, y generando de allí el gusto del lector por los productos del autor: su obra; (3)equiparándose con aquellos a los que mientan (¿o ‘mentan’? Solicito ayuda en este punto). ¿Qué une a todos estos escritores, artistas plásticos, cineastas, pensadores citados...? Yo: el autor. Estamos vinculados en la misma madeja, parece decir el autor, y más aún: esa madeja es en verdad una red, cuyo centro soy yo. (4) (que es en verdad una variación de (2), la profundización de cierta línea ya presente ahí) exhibiendo dentro de la miríada estrafalaria de fuentes y referencias, algunas escasamente conocidos, por emplear un eufemismo, absolutamente ignorados, para ser más precisos. ¿Quién es la poeta Sofía Podocinsky, quién el crítico cultural Imre Kaprosos, Eugenio Bernal Casas (pianista)? De todos estos habla el detestado (y ahora) desfenestrado autor. ¿Por qué? Nuevamente, para impresionarnos. ¿Con qué? Con la profundidad y variedad y minuciosidad de sus investigaciones, que son tales que llega a familiarizarse con individuos de talla que son infrecuentes (y esto es nuevamente un eufemismo) en el panteón de los consagrados por la Academia (que no es la de Platón). Porque además esto muestra que nuestro autor soslaya, casi desprecia el gusto extendido y seguro de los sancionados como ‘buenos’, porque se atreve a ir más allá, porque tiene el gusto tan acerado como para poder disfrutar de aquello que a nosotros, los simples, nos pasaría indiscernido bajo nuestro propias narices. A menos, claro, que contásemos con la preciada ayuda de nuestro númen, El Autor, lazarillo de nosotros los ciegos ante la grandeza (literaria, cinematográfica, filosófica, etc.). De aquí admiración, ergo, preferencia por este Autor.
Yo no estoy de acuerdo con Zed.
Tengo algunos porqués bajo la manga, que paso a referir.
(a)Estoy de acuerdo con Cioso. Es un recurso fácil. Es fácil porque está moderadamente extendido, es fácil porque es un recurso, y la literatura es un compendio de recursos, todos viejos, todos ya frecuentados hasta el cansancio, hasta borrar las huellas del camino. Sólo que, periódicamente, esos recursos pasan de moda. Al ser redescubiertos (con el agregado de ínfimas variaciones, de algunos localismos), se presentan como nuevos. ¿Es este el caso con el procedimiento madre de este texto que está usted leyendo, su objeto de discurso: la acumulación de citas? Quizás. Está en Borges, pero Borges es viejo. Mucho pasó desde, qué se yo, ‘El Aleph’ u ‘Otras Inquisiciones’ hasta nuestros días. Mucha literatura social, mucho realismo, sucio y limpio, psicológico y político. Estábamos hinchados las pelotas, así que abrazamos la causa de las citas, de las fuentes, con pasión de converso. No está mal usar recursos disponibles en el acerbo literario: es inevitable. Quizás este esté un tanto manoseado ya, y esa sea la causa (no la razón) del disgusto de Zed, de su fastidio, punta de lanza de un fastidio general, del que quienes quieren gozar del beneplácito de sus contemporáneos bien harían de tomar nota.
(b)Es un recurso, lo que no significa que sea un recurso conciente, empleado adrede para ganar los favores del lector. Pero no importa: no estamos evaluando intenciones (podríamos hacerlo, ojo: nada, ni la psicología del autor, es ajeno al gusto literario). Okey. ¿Es lo expuesto en (1)-(4) lo único que podría inferirse de esos textos? No, no creo. Podríamos pensar que el autor, al marcar, al indicar esta película, ese libro y aquella exposición, lo que está haciendo es exponer sus preferencias, lo que lo conmueve o (menos) moviliza, o intriga o (menos aún) lo que le gusta. Que es parte sustantiva de lo que es. ‘Somos nuestro gustos’, tal como quedó establecido en este blog posts atrás. (Léase: somos en parte nuestros gustos.) Si en la obra está el autor, y yo creo que lo está, si en ese estar se cifra parte de nuestro gusto por las obras (porque está el autor, y porque el autor es de determinada manera), ¿por qué prohibir la exhibición de placeres culturales? (No me lean tendenciosamente: algunas obras se gozan así. En otras la búsqueda del autor no constituye parte sustantiva de su deleite.)
(c)Como extensión de (b): gustamos de la acumulación de referencias, no nos hagamos los pelotudos. Nos encanta que A cite a B y mente (¿o ‘miente?) a . Nos encanta. ¿Vale la pena sentirnos atolondremos de culpa por nuestros placeres? ¿Vale la pena que propiciemos el derrumbe de la literatura que le gusta a la gente (a ese sector de la gente que somos vos Zed, vos Cobiñas, vos Per, vos Pailos)? ¿Te parece?

Matías Pailos

A confesión de parte

Estoy desolado. Una duda, no no, una certeza me está rondando. No es mía, no la comparto, pero me acosa, y cada vez cuanta con más adeptos. Ya me está cascoteando el rancho. ¿En qué consiste la literatura? O mejor: ¿cómo hay que escribir para (ser juzgado como) bueno? ¿cómo hay que escribir para gustar de lo que se escribe?
Una respuesta: hay que ser observador, hay que reparar en los escorzos de la realidad visibles pero no vistos, en las cosas, los hechos, los hábitos compartidos o privados cotidianos, o más raros, pero extraños siempre. Hay que notarlos y dar cuenta de ellos, dar cuenta narrativa de ellos, de forma tal de suscitar y sorprender al humor, la risa o la sonrisa. No hay necesariamente que ser gracioso, pero hay que provocar la chispa. La chispa del divertimento, puerta de entrada a la maravilla. Por el divertimento, cómico o simpático, con risa o con sonrisa, accedemos a la disposición de ánimo para esa sorpresa mayúscula que es el deslumbramiento literario. Si es así, si eso es la literatura, Zedi Cioso es uno de sus máximos exponentes. Y yo soy un pelotudo. Un negado para las letras. Si es así, si así son las cosas, estoy perdido.

Matías Pailos

15 enero, 2006

Basta de Bolaño

!Ah, se la creyeron! Mentira: nada de basta de nuestro centro de gravedad literario. Esto que sigue es, específicamente, una respuesta al 'Por qué nos gusta tanto Bolaño II', de Cobiñas, declaración que quedó impúnemente absuelta de toda respuesta. Allí Cobiñas, en respuesta a una sentencia que había dejado caer en mi panegírico ('Por qué... I'), sostiene que no hay salvación en la literatura para Bolaño. No la hay, por supuesto, si por salvación entendemos un pasaporte a la existencia transvital nuestra de queda día. Tampoco si por ella entendemos la adquisición de la certeza de un... qué se yo, eso que en la tradición literaria y cinematográfica suelen llamar 'un sentido de la vida', y que yo nunca supe bien a qué corno hacían referencia. (Aunque más o menos lo intuyo.) Por 'salvación', Bolaño y yo queremos implicar una experiencia o un momento o una vivencia o un sentimiento de inusitada intensidad, de 'positiva' intensidad, algo que tiene que ver con el placer, con el gozo, de algún tipo de placer o goce (así de indiferenciado, así de impreciso). A veces uno alude a eso como a algo que nos 'cambió la vida' aunque, por supuesto, nuestra vida sigue siendo la misma, la mayoría de nuestras creencias y sentimientos permanecen inalterados, pero, y aquí las metáforas tambalean, hay en nosotros un nuevo punto de vista, o la actualización de un punto de vista subyacente e inactivo, o un nuevo punto de vista puesto en circulación, desde el cuál nos instalamos (y relacionado siempre con ese goce o placer) miramos, o percibimos, o actuamos.
Y el otro asunto: ¿importa que Bolaño sea latinoamericano? !Claro! No podría haber hecho el tipo de literatura que hizo si no lo hubiera sido. Pero, ¿es esencial eso, lo latinoamericano en su literatura? !Qué se yo!, dirán, y tendrán razón. Más que nada porque desconfiamos del par esencia/accidente. Pero lo que pretendía iluminar con la anterior declaración era: ¿podría haber sido Bolaño, no sé, asiático, y aún así nosotros haber disfrutado de él como lo disfrutamos ahora? No lo sé, pero sospecho que sí. Porque si bien, digamos, 'Detectives Salvajes' es impensable sin Latinoamérica, 'La parte de los críticos' y 'La parte de Archimboldi', las dos mejores subnovelas de '2666' (la mejor novela de Bolaño) son perfectamente imaginables sin alusión ninguna a Latinoamérica (y ya sé que ambas novelitas viajan a suelo americano pero, concedan, si hubieran ido a para a Indochina también hubiéramos tenido grandes novelas).

Matías Pailos

14 enero, 2006

Paladar negro

Lo que sigue es una vileza. Es la transcripción, apenas transfigurada (la cacofonía también es un estilo) en texto autónomo, de mi comentario a 'Sobre Gustos...', de Zedi Cioso. Es que era un comentario muy largo... Excusas: la vanidad de tener otro post colgado. Ahí va:

¿Qué le voy a hacer? ¿Voy a pelearme con vos, Zedi Cioso, cuando estoy de acuerdo? Yo creo que tu actitud es más sana que la mía; sólo consigno la cotidianidad de esa celda en la que estoy conminado, cuál Sífifo a empujar su piedra, a dar orden y concierto a mis placeres, digamos, sobre productos culturales. (Y no, no estoy condenado. Solo, a veces, lo parece.)
Pero no hay en vos, en Lo Cuerdo, Lo Razonable, Lo Sano (haga el chiste usted que puede), nada semejante a este tipo de disposición. Vos no listás: vos acopiás. Te aviás de superficies de placer, sin discriminar entre ellas. Y acertás otra vez: el pundonor de la calidad ('¿Qué libro es realmente bueno?''¿Qué película es en verdad trascendente') solo entorpece el deleite, el disfrute, la buena vida (el objeto de toda la ética antigua, y de la ética contemporánea que le gusta a la gente). Hagamos como Zed, y no como yo.
Otro gran punto es la relacion de la amistad con los gustos, que trato en el siguiente párrafo.
Uno puede, muy frecuentemente pasa, iniciar una amistad por similitud de gustos. Pero, en breve, uno nota que hay cosas que al otro placen que a uno no, y pero: hay cosas que el otro encomio y uno desprecia. Claro: lo mismo le pasa al otro para con uno. Pero uno (ese sujeto tan peculiar de discurso; ni 'yo' ni 'vos' ni 'él': 'uno'), paulatinamente, nota cómo eso que le era ajeno, y que sigue siéndole ajeno (indispensable, quizás, en ciertos momentos, para acotar y asentar nuestra individualidad contraponiendo lo propio a lo ajeno del amigo)... uno empieza a sentir propia. Aunque no le guste. Uno se enorgullece y, en alguna medida, disfruta de eso que no disfruta. Porque uno es uno, pero también es parte de un grupo. Un grupo que también se define por sus gustos. Y sus gustos son la suma de los gustos de sus integrantes (también son los gustos más intensos de la mayoría, y muchos gustos más. Pero dejemos esto de lado por el momento). Y entonces es gusto que no es propio pasa a ser propio. Para a ser signo de identidad personal.
Porque, como dijo el amigo de Per Abbat (o la versión deformada que llega a mi mollera), Arthur Rimbaud: 'Uno es otros'

PD: ¿Qué es uno? 'Un sistema de citas'. JLB.

Matías Pailos

Sobre Gustos...

Una teoría epidemiológica del blog podría sostener que los post funcionan por contagio. Algo de este orden me suscita la inobjetable apología de las listas de preferencias firmada por Pailos Matías. Y asimismo me insta a reflexionar sobre mis propios “favoritos”, mis altares privados, mi canon personal. En primer lugar me asombra la lucidez de la frase alumbrada por la reflexión pailosiana: “somos nuestros gustos”, me identifico plenamente con esta sentencia; cuántas veces, en medio de una alborotada reunión, pedimos silencio para hacer escuchar una canción, un disco. No es nuestro principal propósito llamar la atención sobre ese objeto de consumo cultural, lo que estamos haciendo, en verdad, es presentarnos a nosotros mismos, exponernos al juicio ajeno escudados en el propio gusto. Lo mismo puede aplicarse a la mención de libros, películas, a la defensa exacerbada de tal o cual autor en la que nos jugamos mucho más que una afinidad.
Del mismo modo, nos gusta reconocernos en los gustos de los otros y hacemos de esas coincidencias una complicidad para reconocernos en medio de un mundo que presentimos hostil. Esas conexiones traman gran parte de los vínculos humanos: así un grupo de amigos se instituye como una comunidad del gusto y una amistad cercana deviene sistema de citas.
En lo que a las listas respecta, compruebo que, a la inversa de Pailos, yo no vivo formulándolas, todo lo contrario, nunca me impongo el trabajo de enunciarlas, pero las intuyo, ando por la vida con un montón de listas virtuales que nunca actualizo y sólo las menciono como telón de fondo cuando anuncio que tal libro, la película, integrarán, a partir del momento emblemático de su recepción la lista de las mejores cinco, las mejores 10, incluso de las mejores veinte (aunque esto ya roce el elogio menor) que he leído/visto/escuchado.
Por otra parte, me veo en la obligación de recordar, con Borges, que “no hay clasificación del universo que no sea arbitraria y conjetural” y que, por ende, podría integrar a toda mi biblioteca entre mis libros preferidos con solo elegir la lista correcta para cada volumen. El tajante carácter absoluto de “los mejores” me inquieta un poco, por un lado conduce a la pregunta, si ahí están los mejores ¿Qué hace uno con otros, menos importantes, distracciones vanas? Y por otro, con el paso del tiempo puede que ese exclusivo círculo nos recuerde la foto con un grupo de grandes amigos de los cuales uno nos traicionó, otro se fue sin dejar rastro, otro se dejó absorber por el trabajo, otro se dedicó a su familia y apenas frecuentamos a uno o dos, y esporádicamente.
Tanto mejor me caen las categorías menores, la ya ensayada de libros para leer en el baño, por ejemplo, o la de las cinco mejores canciones para besar por primera vez, o la de las diez mejores películas para ómnibus de larga distancia.

Cedi Zioso

COTO de caza

Entre las novedosas y variopintas actividades que me depara el inicio de la vida en pareja se encuentra la visita al supermercado. Antes solía abastecerme de víveres en el minimercado que está junto a mi edificio, atendido por un chino llamado Cristian que saluda a toda su clientela con un alegre “Hola pá” u “Hola má” según el caso. El mercado se llama, no curiosamente, Ma y Pa y siempre está abarrotado de gente.
Pero esta nueva etapa amerita las cuantiosas compras “del mes” y con ese propósito fui conducido hasta la sucursal Caballito de la argentinísima cadena COTO.
Una vez ahí tuve que someterme a ese “olor a COTO” tan particular: una mezcla deficiente de mollejas congeladas con suavizante de ropa Vívere que inunda el salón y se impregna en los sufridos órganos olfativos de los entusiastas clientes. A mitad del tour de compras me topé con el stand de libros, peculiar góndola de la que desconocía su existencia. Se trataba, en verdad, de un mueble expositor con forma de tonel, y era sin dudas, el rincón más descuidado de todo el local: los libros estaban apiñados en desorden unos sobre otros, a excepción de un stand apartado donde se exhibían, prolijamente, los grandes éxitos: el lomo de ternera de la literatura: ahí reinaba Dan Brown con su código y una pequeña cohorte de parásitos que prometen explicar lo que ya quedaba claro a la tercera página del celebrado best seller. En la baulera, mientras tanto, un ejército de segundones pugnaba por llamar la atención de los bucólicos clientes de domingo: ahí se podía divisar, a simple vista un par de ejemplares acerca de las enseñanzas del Gran Maestro Osho, libros infantiles para colorear, una colección de literatura juvenil de terror y uno de título “Sexo sabio para la pareja estable”. A pesar de este desolador panorama no pude reprimir mi instinto de revolvedor de saldos y me acerqué para hurgar entre los atribulados volúmenes. Entonces divisé algo que me llamó la atención, aparté una pila de libros infantiles y postergué la sabiduría oriental de Osho para alcanzar la segunda fila y hundir la mano hasta el fondo, el libro en cuestión estaba algo atorado, así que tuve que tirar con fuerza, finalmente mi esfuerzo tuvo su premio: tenía en mis manos una edición de El Caos de J.R. Wilcock, precisamente su primer libro de relatos y el último que escribió en castellano, antes de adoptar el italiano como patria literaria, y, lo que no es un dato menor, la etiqueta anunciaba que lo vendían a $4.99. El hallazgo me dio nuevos bríos y encendió mis esperanzas: de pronto me encontré revolviendo libros con el mismo ímpetu de un profanador de tumbas. Así di con dos títulos de Cormac McCarthy Hijo de Dios ($6.90) y Ciudades de la llanura ($6.90) ambas publicadas por la prestigiosa editorial madrileña Debate, que también difundió Meridiano de Sangre, obra cumbre de McCarthy y “una de las mejores novelas norteamericanas del siglo XX” según Harold Bloom. Y como frutilla de postre me alcé con El cerco de Bogotá ($6.90) del ascendente escritor colombiano Santiago Gamboa. También puedo mencionar el hallazgo de dos libros de Elmore Leonard, que me abstuve de comprar para no desestabilizar mi economía (y entre nos porque no soy muy afecto a la novela negra). Puedo asegurar que la semana anterior había realizado una exhaustiva recorrida por las librerías de saldos de Corrientes y excepto el de Willcock, que estaba más caro, no había visto ninguno de estos títulos, lo que me hace lamentar no haber iniciado antes la rutinaria visita al supermercado, quién sabe qué tesoros a precios irrisorios me deparen las sucursales de Liniers o Belgrano. Eso sí, lo justo es justo y el que avisa no es traidor: si abren cualquiera de estos libros a la mitad, se lo llevan a la cara y aspiran profundo podrán percibir el tenebroso perfume del supermercado COTO adherido a las páginas blancas.

Cedi Zioso

13 enero, 2006

Siempre Listo

Estamos aquí reunidos para dar cuenta de nuestra pasión y compulsión (sin ellas no puedo vivir) a configurar, elaborar y confeccionar, ejem, 'listas', digo (soy un tanto vergonzoso), listas.
¿A qué se debe este malsano o benéfico impulso?
Pues no lo sé. Quizás no poco se deba a un espíritu exhibicionista. Pero eso sólo es dable como explición del apetito de pública exposición, lo que no siempre es el caso. Porque siempre forjamos listas, y no siempre las arrojamos a la palestra comunitario.
Lo más común era, y no se si es, en mi caso las listas de los 5, o 10 mejores artistas u obras de este o aquél género. Por regla suelo empezar de mayor a menor, siendo el menor 'la/el mejor', y concluyendo, de modo oprobioso, por los/las veinte mejores (que es una forma de no elegir)
Y he ahí una pista: es un modo de elegir, de separar del flujo informe y creciente de artistas y obras aquellos que consideramos los más dignos de encomio, o quizás menos (o diferente): los más 'representativos' de nuestro gusto: los más representativos de nuestra propia persona. Ellos, esas piezas, son nosotros; porque nosotros somos, en cierta, en buena medida, nuestras preferencias. Pero hay más:
Nosotros somos esos que nos gusta, EN EL ORDEN QUE NOS GUSTA. Porque no, no nos gusta más 'JiJiJi' que 'La hija del fletero', sino al revés (y reflejo un gusto, un paladar propio). ¿Y qué más?
Y un apetito de perfección, y me corrijo: de mejora. Eso que nos gusta somos nosotros (diría Rorty) en 'nuestra mejor versión' (y aquí verificamos que los modos de expresión de Rorty y de M. Bielsa no son tan disímiles -para nada).
Quizás, por qué no, sean, o constituyan, por qué no, un criterio, una norma, o mejor, un desideratum de perfección: un punto de llegada de nuestro obrar. Yo, decimos al listar, quiero hacer 'Eso'. 'Eso', que es lo mejor que se puede hacer.
Y quizás, claro, la pulsión a separarse, a discriminarse, a elidirse del resto, no para no ser otro, sino para no ser ellos: por ganas de no ser ellos; no por ganas de no ser uno. Pero ya me estoy poniendo retorcido en exceso.
Les dejo, entonces, unas listas para su, o mi, solaz:

1-2666
2-Novelas y Cuentos, O. Lamborghini
3-Ferdydurke, Gombrowicz
4-Bajo el Volcán, M. Lowry
5-El hombre sin atributos, Robert Musil

1-Lady Grinning Soul, EL GRAN DAVID BOWIE
2-La hija del fletero, Indio con Redondos
3-Variaciones sobre Mary Lou, S. Gainsbourg
4-I does don't know what to do with myself, White Stripes
5-State of love and trust, Pearl Jam

1-Donnie Darko
2-Antes del Atardecer
3-Besos Robados
4-Mullholland Drive
5-Le maman et le putain

Matías Pailos

PD:... y siguen las listas, variando de día a día, de semana, de mes, de año en año (esto también es variable, como la donna, qui es mobile)

06 enero, 2006

La máquina de villancicos navideños

Bueno, lo voy a contar yo, porque si espero a que Per Abbat/HKlimt nos narre este pequeño y por qué no ínfimo, pero no por eso menos deleitable episodio, estoy perdido.
Pues resulta que luego de una ardua y fatigosa jornada de festejos navideños recalamos en el popular bolichón 'La Academia' (que le venía de perillas a PA/HK, dado su linaje soccerístico). Y en medio de medialunas y cafés con leche, (nos)comentó:

-El otro día llegué a la conclusión que si alguna vez formo una banda, le voy a poner "Sonora".

(LUego de que yo no comprendiera el quid de la cuestión, aclaró:

-Ponerle 2666 me parece demasiado explícito.)

Matías Pailos

01 enero, 2006

Vicisitudes un primero de Enero de 2006

23:59, postrer minuto del fenecido 2005
Ingentes, conmovedores esfuerzos para ponerme de pie y abandonar la reposera en el balcón del piso donde la familia reunida celebra el fin de año y sumarme al impostergable brindis.

12:10 primeras impresiones del nuevo año
Rechazo por enésima vez la porción de pan dulce de mi tía y busco la imposible posición óptima que distienda mis tripas y de cabida a todos los representantes del buffet froid, platos calientes y postres que ingerí desde horas atrás.

01:25 el año es saludado con estruendo
Mi primo, 32 años, orgulloso padre de dos hijos, finalmente logra su cometido y coloca el petardo “Tumba Rancho, 100% Villero” de la firma Júpiter, debajo de un sorete. Prende la mecha y echa a correr. Tras el estrépito regresa para constatar el estado del detritus canino. Ha desaparecido.

02:33 la música que suena en el auto que su padre, generosamente, cedió a Per Abbat.
Los Ramones, a todo volumen.

02:42 resumen del heroico acto relatado por Per Abbat merced al cual evitó un devastador incendio:
Desde los fondos de la casa fue lanzada una defectuosa canita voladora que vino a dar en el techo de paja del rústico quincho del vecino. Ante las abrasadoras llamas y los gritos de pánico, Per Abbat se trepó a la medianera donde, abastecido por sus familiares de baldes de agua, atacó el inicio de incendio hasta reducirlo a cenizas.

03:54 pregunta recurrente de Matías Pailos, Per Abbat y Zedi Cioso en la fiesta electrónica que se desarrolló en las inmediaciones del planetario y a la que acudieron a falta de otras opciones:
¿Hay forma de bailar esto sin pastillas?

04:02 uno de los comportamientos que presenciaron los amigos en la mencionada fiesta.

Una moto se detiene en el césped, su fornido conductor desciende, lleva una musculosa verde y marrón estilo militar, pantalones cargo negros y una pequeña mochila adherida a la espalda. Camina diez pasos, algo alejado del gentío, y empieza a moverse en forma espasmódica sin detenerse por los próximos veinte minutos.

05:15 Temperatura aproximada de la cerveza que se expende en la mencionada fiesta:

Tibio pis.

10:58 AM Acción que emprendo en ese instante
Abro los ojos y corro al baño (no sin alcanzar a manotear mi libro de ocasión). A continuación se suceden escenas de hondo contenido dramático.
11:03 lo que temo en pleno trance colítico
Que baje la presión unas líneas más y me desmaye. Sufrir una deshidratación.

11:04 acción que emprendo para paliar mis temores
Trato de beber agua, intento estirarme hasta la canilla, pero no llego, pruebo despegarme de la tabla: imposible. Recurro desesperado al bidet, abro la llave con un movimiento leve y trato de embocar el chorro en la mano: no resulta. Apelo a una solución drástica y abro de golpe toda la llave: un géiser repentino despide un inmenso flujo de agua que me empapa todo el costado izquierdo del cuerpo sudado. No bebo, pero me refresco y recobro fuerzas para la lucha por venir.

13: 55 primera acción acometida al despertar definitivamente
Vuelvo al baño.
14:14 segunda acción acometida
Pongo a hervir agua para cocinar arroz.

15:25 como continúa el día
Abro la vetusta reposera y me instalo en el patio interior de mi casa. Me dispongo a leer una novela rescatada de mi propia biblioteca por Matías Pailos que acaba de leerla y la recomienda con entusiasmo


15: 36 actividad de otros vecinos que perturba mi lectura:
Mirar la saga de El Señor de los Anillos en dvd y comparar constantemente los avatares de la película con los del libro en que se halla inspirada.

16:03 Interrupción
Por una nueva visita al baño.

16:43 al elevar la vista
Veo un cuadrado de cielo nublado. Alegría. Una vecina reprende a su hija. Fastidio. Retomo la lectura.

17:01 impresiones sobre la novela elegida
Liviana, llevadera, de lectura veloz, con situaciones predecibles, sin sobresaltos, fruto de una investigación pero sin agobiar con datos eruditos. Una novela que yo mismo podría escribir si me resignara a aceptar mis limitaciones.

18:12 el riesgo asumido
Consiste en prepararme un mate aún si esto implica un boleto de ida al país del inodoro.

18:25 la gran ocurrencia de un vecino
Suena, de pronto, rompiendo un inusitado silencio que se había instalado en la vecindad horizontal, “In my life” en la versión original de Los Beatles. Pienso que éste debe ser uno de las cinco mejores canciones para escuchar un primero de Enero: un tema-balance, lleno de melancolía y pesar por el paso de los años, pero a la vez imbuido de una triste esperanza, aferrada a la imposible utopía del amor, ese “I love you so” del final melodioso que, lo sabemos, años después será parte de los lugares y las cosas que han cambiado, que se han ido. Cierro los ojos.

18:30 sensación experimentada
Haber superado el primero de enero, que ya fenece. Con esa desmedida confianza me siento frente a la computadora y compongo un nuevo post.

Zedi Cioso

Au Dacia

Creo que ha llegado la hora de que hable de mi auto que, a falta de otros medios de locomoción se ha convertido en el transporte oficial de la cofradía del Mate Tuerto.

Empecemos aclarando que se trata de un Dacia, simulacro Baudrillardiano del Renault 12 salido de la gris y tenebrosa industria metalmecánica rumana. Al ojo neófito le es casi imposible discriminar los dos modelos, pero un usuario entrenado puede distinguir un Dacia de un Renault 12 a kilómetros de distancia, basta situar la mirada en la parrilla plástica delantera, en las ópticas un poco miopes del frente, o en el alerón, que mejor sería llamar malformación congénita, sobre el baúl trasero.

Pero ya basta de especificaciones generales, hablemos de mí Dacia, de nuestro transporte oficial. En primer lugar, y a despecho de Martín Rejtman y esa oda al Renault 12 intitulada Los guantes mágicos, diré que al andar desarrolla una variopinta sinfonía de sonidos. No hay implemento que no aporte su nota disonante: la mordaza del freno delantero izquierdo mal reparada, las juntas traseras vencidas, las puertas sin aceitar. Son tantos los ruidos del Dacia que lo que a veces me preocupa son sus silencios.

En segundo lugar podemos mencionar sus dispositivos de seguridad. Comenzando por el arte del camuflaje: este noble y apetecible vehículo sabe cómo disfrazarse de inservible carcacha para pasar desapercibido ante la voraz mirada de los cacos. Pero si esta primera barrera no funciona entra en acción el dispositivo cortacorriente. Su mecanismo es sencillo, hace más de un año que la llave hace falso contacto y en un setenta por ciento de los intentos no responde a la ignición, por lo que un mecánico amigo accedió a realizar un puente con alambre. A veces, alcanza con sacudirse en un éxtasis de espasmo dentro del vehículo, cuando este primer recurso falla el diestro y avezado conductor sólo tiene que abrir el capot y tocar el borne de la batería con el extremo del alambre hasta generar el chispazo de la vida.

El clima no es un problema con el Dacia que duplica el frío en invierno y absorbe aire caliente en plena marcha de verano. De este modo impide que sus pasajeros caigan enfermos por el dañino cambio de temperatura al que los sometería el climaterio artificial. Por otra parte, al manejar este peculiar modelo no se necesita llevar puesto perfume: una atractiva fragancia que combina en dosis exactas combustible crudo y quemado se impregna al cuerpo como un molusco cariñoso si uno lo conduce más de diez minutos seguidos.

Las fuertes lluvias tampoco lo detienen, pero lo demoran un poco, especialmente por el cable flojo en el dispositivo que acciona el limpiaparabrisas y que obliga al conductor a atender simultáneamente a la calle mojada y a la aplicación de la presión justa sobre la palanca para que se inicie el monótono movimiento de ida y vuelta y no se detenga en los próximos treinta segundos.

No soy partidario del animismo, pero este auto parece tener vida propia, y como la vida genera vida, el Dacia posee su propia fauna autóctona, al punto de que pronto podría ameritar un documental de la Nacional Geografic. Entre sus especies nativas habría que mencionar la araña que se ha instalado en el hueco de una óptica trasera rota y desde allí se dedica a tejer sus prodigiosas telas entre el plástico amarillo y el paragolpes.

Próximamente presentaremos un concurso: los agraciados lectores que resulten ganadores se harán acreedores a un paseo por la ciudad a bordo de esta maravilla de la metalmecánica rumana. Será una experiencia difícil de olvidar.

Cedi Zioso