El Mate Tuerto

"Se fingirá el saber que no se tiene."

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Nombre: El Mate Tuerto
Ubicación: Argentina

29 julio, 2006

Más artista y menos adolescente

Rodrigo Salgado Boza está escribiendo una novela. Esto, para quien escribe estas líneas, es todo un acontecimiento. (Hay, claro, medios acontecimientos, y acontecimientos tres cuartos.) Tengo en mis manos, sobre mi falda, las diez páginas de su primer capítulo. ¿Qué tal la novela? Mejor que su blog, sépanlo. Lamentablemente, también con menos gracia, algo más aburrido. Es un RSB menos concentrado, más sutil y extendido. Sin embargo, sin embargo: sin embargo. RSB no pierde las mañas. Tenemos, corrijo: tengo frente a mí un relato fragmentado pero con algunos hilos conductores. Tengo la historia de Dina y la de Herminia, la historia de algunas generaciones de una y más de una familia en el Chile recientemente pasado al pasado. Hay, entonces, fusilamientos y persecuciones (pobre Manolo, es el personaje que se morfa todos los garrones. Muere pronto, por suerte), hay más bien pobreza. Hay la omnipresencia de los recintos de enseñanza primaria, en el que la vieja, ya, a esta altura, Dina, gasta sus últimos cartuchos. Está la memoria, esa invención proustiana que devino zanahoria de tantos nóveles escritores (se los digo yo, un burro más), manoseada y morcilleada tanto que al final se termina excitando, la guacha. No sé por qué sigue sorprendiéndome esto: el manejo de los escritores masculinos del registro femenino. (Supongo que porque se envidiará el poder que no se tiene.) Hay, oh sorpresa, el regodeo en paradojas temporales, en dilemas filosóficos, en aporías teológicas. En boca o mente de los personajes, o así nomás, desencarnado. Esto se ha dicho muchas veces, y voy a reiterarlo. Lo que sostiene el relato es el estilo de RSB. Su voz, si lo prefieren. Hay, insisto (ya sabrán que he escrito luengo de Rodrigo y su entorno: una de mis obsesiones), un fluir dramático y, ¿por qué no?, melodramático, tan envolvente que nos lleva a padecer con él. Hay un detentor de ese dramatismo que es el mismo dueño de las inquietudes filosóficas que puntúan el relato y que es: el autor. El autor escribe al autor, y el autor es fascinante. Hay, sumo y sigo, una obsesión de mi obsesión: Kafka, el innombrado. Hay otra obsesión de mi obsesión, que tiene como obsesión a la obsesión de mi obsesión: Borges. Hay reflexión meta, claro, pero, antes que todo jugueteo posmo, insisto con mi insistencia, hay un relato terrible que se narra a destajo. RSB no es posmo (lo siento, en particular por mi persona: un posmo). RSB es moderno, es la vanguardia de principios de siglo (XX), es decir: es clásico. Hay, en Rodrigo, un tipo que escribe más parecido a mí que ninguno. Claro, usted, lector, preguntará: ¿y vos quién sos? Y, sí… nadie. Claro, es verdad. Pero, ahora que lo pienso, dígame: usted, querido lector, ¿quién es? ¡Nadie! Ya me parecía, mire. Y ya que usted y yo somos nadie, es decir, la misma mierda, permítanme dirigir, para finalizar, la atención al último aspecto, reiterado, de la prosa de RSB: el énfasis. RSB es Moisés con las tablas impartiendo La Ley a su pueblo. Eso fastidia, usualmente. Ese componente adolescente (todavía, quizás siempre; quizás RSB no sea el artista adolescente de Joyce, sino el eterno adolescente de estos tiempos. Digo: quizás RSB sea uno de los míos), ese donaire sentencioso, incomoda en cualquiera. No en RSB. No en el gran autor latinoamericano de mi generación.

Matías Pailos

28 julio, 2006

Tu baba es mi baba

Luna Park, año 2002, primero de noviembre. No es casualidad que el pimero de un mes yo vaya a mi primer recital grande, y sin mejor compañía que la de mí mismo. Por primera vez en mi vida haciendo cola para un concierto de rock, entrar y ver la inmensidad del Tito Lectoure, y gente, gente, gente, gente, de todos los tamaños, sexos, gustos sexuales y musicales, y en la marea humana yo. Era medio pichón en esa época, solo tenía 18 diciembres y de la banda que iba a ver solo conocía su último disco, Jessico. El nombre de la banda: Babasónicos. Hagamos un flashback antes de seguir: Los conocí por medio de la casualidad, si bien sus videos (Los calientes, El loco, Delectrico) cada vez tenían más rotación aún no lograban enamorarme. Pero como dije antes, producto de la casualidad, viendo un informe en la tele del programa Kaos en la ciudad, escuché la cortina de una nota que hablaba sobre las matinees en los boliches, el tema en cuestión repetía la palabra: Pendejo, la cuál era coreada por mi querido hermano Cioso. Al ver que lo conocía le pregunté a quien pertenecía y me dijo que a los baba, me dijo que tenía el disco y de ahí al fanatismo casi groupiesco pasaron tres cortos meses. En esos tres cortos meses me entraron como trompada los temas: Pendejo, Toxica, El loco, Los calientes, Yoli y el resto no tuvieron mucho orden, simplemente se colaron en la brecha que estos desfachatados abrieron en mi virgen alma. El punto interesante acá es que yo estaba pasando por una especie de crisis en mi vida en la cuál sentía que no tenía muchas particularidades o cualidades que me destaquen, no leía mucho (no leía un carajo), no conocía mucho de música excepto lo que Cioso me obligaba a escuchar (que no daría hoy por volver a mis 13 a cagarme a piñas para aprovechar todo el bagaje musical que pude haber absobido) y justo en plena crisis existencial aparecía una banda con un mensaje un poco podrido, que iba más allá de mis acostumbres musicales bolicheras, que prometían drogas, fistas de camarín, sexo, rock, ir contra el sistema, todo eso que un chico de mi edad necesitaba desesperadamente. Basta de flashback: 22:38 Arde el estadio, la gente corea "Malón malón malón malón diabólico!!" y yo me prendo en el coro poseído por la emoción de la rebeldía, basta de previa, muchas horas de espera para verlos, muchos años de ser un pelele, era hora de ver a los baba y en el medio de la vorágine me pregunté "¿Harán pogo con este grupo?" Apenas me terminé de preguntar eso arrancó una intro robótica, con proyecciones gigantes sobre una tela que separaba a la banda del público y le daan una tercer dimensión casi sensual al show, y por fin arriban los glams de Lanús. En ese preciso instante quedé perplejo: Adrián en pollera, uno en cuero, otro en un traje setentoso a rayas verticales blancas y negras, remeras de red, capas........ROCK!!! Después de semejante descarga, en la cuál conocí 20 temas más de pura energía, no pude menos que querer consumirlos hasta el hartazgo, así empecé por saber el nombre de un tema que rezaba el mantra: TRANCE ROLLER SHEEBA BOOGIE ZOMBA ADICTO SONICO, patinador sagrado para los amigos. Por lo tanto Trance Zomba fue el segundo disco, así fueron cayendo en mis manos Miami (el mejor disco sin duda), Dopadromo, Babasónica y un compilado en mp3 qe concentra todos los discos mencionados más los clandestino (Vedette, Vórtice Marxista, Groncho, Babasónica Electrónica). Babasónicos me funcionó como un punto de partida de un consumo de música alternativo al que se escucha en las radios, pero muy de a poco empecé a abrir el juego a escuchar otras bandas, soy muy perezoso para conocer más, sin embargo, varios de los autores a los que les entré fueron recomendados por Adrián Dárgelos (Burroughs, Artaud y en el tintero me quedan Cocteau y algún otro). Hoy en día, con esos temas que parecen pedorros (ok, lo son) siguen siendo los emperadores del escenario, sin decir mucho más que gracias y buenas noches logran una comunicación que trasciende las palabras, esa que solo se logra con arte, rock y pogo, porque queridos amigos...........EL ARTE HACE POGO!!!!

Guillermo Burros

26 julio, 2006

WOYZECK

El otro día vi Woyzeck, en el San Martín, con puesta de Emilio García Wehbi y dramaturgia de Ricardo Ibarlucía. Woyzeck era Guillermo Angelelli.
No me gustó. Me pareció un teatro viejo, completamente conducido por un deseo de mensaje ideológico, o sea, lo estético subordinado a lo ideológico da como resultado, según mi modo de ver, un objeto muerto antes de nacer.
La puesta se supone que era una versión. Pero no vi Woyzeck, vi otra cosa, lo que Ibarlucía quería decir sobre el mundo, a través de una puesta que incluía Woyzeck.
Y me pregunto: don Ibarlucía, si con Woyzeck como texto no le alcanzaba para decir lo que hoy pretende decir, y precisa meter kafka, campos de exterminio, etc., por qué dice poner Woyzeck?

¿Es que acaso soportar la puesta de ese texto brutal, fragmentario, hecho de presión social feta por feta, es más difícil? Seguramente es más difícil. Seguramente no es para cualquiera. Poner ese texto sin la libertad de usarlo para provecho propio, es mucho más difícil, porque la intemperie que debe provocar un texto así, la desnudez intelectual que debe provocar acaso sea más desnudez que la de Angelelli animalizado en torno a un circo humano.

No conozco a Ibarlucía, pero su texto parece el obvio resultado de cuando un crítico o teórico cruza el río y pretende hacer poesía.

Con toda humildad: sigan participando.

Salud

ER

25 julio, 2006

Costumbres Argentinas

‘¿Qué es la amistad?’ es una pregunta socrática, que tiene una respuesta sofista que voy a ahorrarles. Sin embargo, las aguas menores de esa respuesta les serán ofrecidas a ustedes con liberalidad a lo largo de las siguientes líneas. Es decir: de ninguna manera les será respondida, mas lidiaremos con asuntos adyacentes. Lo que voy a decir constituye, en su conjunto, un cúmulo de obviedades. Sepan disculpar.
Tengo muchos amigos. Tengo una parva de amigos. Y no porque sea un individuo particularmente amistoso, lo que quizás sea, pero no es eso, no es eso. Es que la amistad viene en grados, y si quieren también en tipos. Pero me gusta más lo de grados, y hay una amplia escala de rangos (de variables), de casilleros que una amistad puede llenar. A un amigo no hay que verlo mucho para que sea amigo, más aún: no es necesario haberlo visto nunca. Yo soy amigo de Rodrigo Salgado Boza y de Gonzalo Hernández y jamás los he visto en mi vida, ni siquiera he mantenido una conversación más o menos normal, quiero decir: más allá de la dinámica comentario/contracomentario/recontracomentario que la vitalidad de los blogs impone. Se podrá argumentar que algún contacto es necesario para que la amistad exista, y también dudaré de ello. Podemos sentirnos muy ligados a sujetos públicos, tanto como para considerarlos amigos. Recuerdo al personaje del astronauta perdido en órbita trasmitiendo para una Tierra posnuclear en ‘Dr. Bloodmoney’, de Dick, y recuerdo cómo la mayoría de los personajes de la novela lo consideraban su amigo, y yo acuerdo con ellos: era su amigo. Poco requiere la amistad. La amistad, como el amor, puede ser unidireccional. La amistad, como el amor, puede no ser correspondida. No porque Scarlett Johanson no se entere de que existimos vamos a dejar de amarla. Lo mismo se aplica para la amistad. Los sentimientos son generosos, y autosuficientes. Claro: el onanismo sentimental suele generar insatisfacción, dolor y más dolor. Pero una cosa no quita la otra. Tengo amigos de y en la Facultad, cada vez más y cada vez más amigos. Nacho Zen, por caso, Playmobil Hipotético, también y también. También otros que no sé si quieren ser nombrados. Eso me lleva a un caso extraño de amistad. Diálogos sentidos y simpatías mutuas que no cuajan más que en topetazos esporádicos. Una sospecha que eso podría ser una amistad hecha y derecha. No lo es, pero he ahí la sustancia de la que se sirven los amigos-totales futuros para advenir a la existencia. Tengo un par de esos en la facultad. Para justificar el título: Borges sostenía que la amistad era una pasión típicamente argentina. Sospecho que con esto quería decir algo más que esto. Quería señalar que en otros lados esto no se vive así de intenso. (Asumamos que el argento de hoy no difiere sustancialmente del argento de entonces en lo que a la amistad se refiere.) Me permito dudarlo. Me permito incluir también a buena parte del resto de Latinoamérica en esta bolsa. Vayamos a los casos más simples: uruguayos, paraguayos, bolivianos y chilenos no son otros que nosotros en este respecto. No tengo mucho más para decir. No hay historias personales que contar que no haya contado o que no deba contar que vaya a narrar aquí. No hay una teoría sustanciosa o tesis rimbombantes tirabombas (‘no hay condiciones necesarias ni condiciones suficientes interesantes para la amistad’, algo que hubiera dicho en otro momento, algo que quizás diga en otro momento). Una sola cosa más: la amistad es barata. Sí, lo es. El amor es oneroso, el amor es un riesgo permanente y una montaña rusa quizás descompuesta. La amistad es bien, bien barata. Ser amigo es fácil y facilísimo. Los goces de la amistad están al alcance del más gil, del menos calificado. El amor es azaroso: quizás te toca, quizás no. Quizás no te toca por años, y cuando te toca no parás de sufrir. La amistad es una pavada. Los placeres que dan son menores, pero los da en una cantidad insuperablemente mayor. Hay que tener ganas, nomás, hay que cultivar esos afectos. Y esperar que los milagros periódicos nos concedan el premio mayor.

Matías Pailos

24 julio, 2006

sobre músicos y bufones

Un músico conocido mío me llamó en la noche del jueves, angustiado porque un productor o algo así, a su vez lo había llamado para ofrecerle tocar en un cumpleaños el día sábado, dado que el cumpleañero había pedido expresamente a este músico.
Este músico expresó el monto de sus honorarios, y el productor díjole "ahora puedo decirte quién es el cumpleañero: X" el cual es un gobernante por todos ustedes conocido, no de lo más siniestro, pero en fin, no de lo menos siniestro. Además, el cumpleaños habría de realizarse no en un lugar privado sino en un sitio del Estado.
Caramba, pues.
Este músico conocido de mi persona, me expresó su triple desagrado ante la situación: disgusto hacia el productor por no haberle anticipado el nombre del protagonista, y disgusto por tocar en ese lugar de todos, y frente a esa gente. A la vez, el productor que hizo el contacto, se mueve y puede conseguir otros trabajos, con lo cual lo mejor es no quedar mal.

Le dí, según mi modo de ver, cuatro posibilidades:

  1. Ir a tocar sin mayores reparos, clin caja y a otra cosa mariposa, aún a riesgo de descomponerse del estómago al día siguiente.
  2. No ir a tocar buscándole al productor un reemplazo idóneo que no sufriese esas contradicciones éticas e ideológicas, para no quedar mal para un futuro.
  3. No ir a tocar expresando las verdaderas razones.
  4. Ir a tocar como bufón del Rey.
¿Cuál de las cuatro opciones vosotros tomaríais? ¿Hay para vosotros algunas más?
¿Es necesario acaso que me explaye sobre la última opción? Si así fuera, no tengo mayores problemas, es sólo pereza.

Salud.

ER

sobre publicar y cómo

Dado que en los últimos días el ambiente se ha puesto un tanto geopolítico, y a algunos creo que nada nos disgusta más que discutir con fanáticos, pues no es discutir lo que se hace en esos casos sino otra palabra que no encuentro en mi limitado vocabulario, vamos con la escritura.

Bien, no pretendo aquí más que evacuar algunas sensaciones del momento, y además, estoy seguro de no ser capaz de volcar ninguna originalidad ni mucho menos.

Pero ¿qué se hace con un texto escrito que aún no encuentra su lugar?
¿publicar es simplemente dar cabida al propio ego, excepto en casos como los de Daniel Link, que respondió en una entrevista a la pregunta de por qué publicó no sé cuál de sus novelas, que entendió que el campo literario argentino necesitaba en ese momento de SU participación?

¿es la eficacia de un texto lo que provoca su posibilidad de publicación? Creo que no, definitivamente.

JC Martini Real (perdón por traerlo cada dos por tres), decía que el escritor que no publica está condenado al silencio. Parece una obviedad. O no. En esa época yo no tenía mucho interés en publicar (menos mal), pero esa frase me hizo repensar la cosa.

¿Cómo es hacerse un lugar? ¿Hay que hacerse un lugar? ¿Qué es un lugar? ¿En qué lugar hay que hacérselo? ¿En lugar de quién?

Entre tanta profusión de todo, a veces siento que la escritura es lo mismo que un escudo de un club de voley, o sea: nada.

La publicación pareciera ser una necesidad exclusiva del escritor, hablando siempre como hablo, de gente desconocida, no profesional, es decir, que no vive de escribir nada. Pero a la vez publicar es darle algo al mundo, ay con mis obviedades tontas de domingo, y si un texto es como un propio hijo, ocultarlo es matarlo, o volverlo idiota. Más vale sacarlo al mundo, llevarlo al parque, a la calesita, a la hamaca, y si igual resulta idiota, ya será por mérito propio, no por destrato paterno.

¿No será entonces que uno escribe, hoy en día, fundamentalmente contra cosas?

  • Contra la inmediatez del periodismo
  • contra la estetización fascista de la muerte en kill bill de Tarantino
  • contra la utilidad de todo, y dentro de ella, contra la arquitectura del mensaje
  • contra el saber y a favor del poder
  • contra la desaparición sensible de los restos diurnos
  • contra la tele, aunque sea más que tonto, o por eso
  • contra los bodrios que uno se traga de teatro argentino
  • contra la experiencia del sicoanálisis y a favor de su práctica
  • contra el marketing
  • contra el romanticismo
  • contra el realismo
  • contra la estúpida idea de la libertad creativa
  • contra la banalidad de la charla ingeniosa, y en su defensa
  • contra los géneros literarios
  • contra el autor soberano
  • contra el autor sorbeanos

y ahora que he logrado hacer lo que tanto detesto, es decir un listado, podría seguir, pero me callo, y sin esperar nada de nadie, sigo escribiendo mi novela, no porque no hay otra, sino porque no tiene mayor sentido que haya otra.

Salud.

ER

18 julio, 2006

israel bombardea libano

Antes, nobleza obliga, es necesario aclarar que me achicharra el cerebro un 3/4 de botella de trumpeter malbec, muy rico él.

Aclarada la cuestiòn, he de comentar acerca de mis sensaciones en torno a la guerra desatada en oriente medio.
Como pocas veces antes, me siento afectado por esta contienda, a pesar de que nada me une a nadie que allí viva, pero entonces, me pregunto, qué me une de manera virtual, desde el hecho equívoco de ser judío?
No lo sé muy bien, pero algo hay.
Y ese algo atesora la vergüenza. Con mi novia CF hemos hablado esta noche sobre el asunto, y ha sido bueno porque permite pensar, pensarse, pensarlo, al hecho o lo que fuera.

Hasta ahora nunca, desde mi separación, hace unos 25 años, de todo lo relacionado con el judaísmo, había sentido eso en el cuerpo.

Me siento extrañamente involucrado. Entiendo que mucha gente desterrada del mundo haya encontrado en ese lugar ancestral una forma de atarse a la vida, para en medio de un raro proyecto de naciòn, escapar al recuerdo absorto de las cámaras de gas, de la muerte de su gente querida, del señalamiento, etc.

Y me revuelvo en la impotencia, no sé muy bien por qué, al saber que frente al secuestro de dos soldados por parte de la fuerza enemiga, seguramente fanática también, la represalia sea bombardear fábricas, puentes, rutas, micros de civiles.
Y ojo que no adscribo a la visión simplista de la izquierda que entiende a israel como mero satélite de bush, y al mundo palestino como el oprimido y ahí se termina el análisis. Es la misma izquierda que celebró, con zamora, al que robóticamente sigo votando 22 años después, la incursión galtierista en malvinas, por miedo a quedar fuera de la foto, por miedo a ser la unión democrática de nuevo, según mi juicio una izquierda travesti que no sabe lo que es, lo cual deviene en no saber lo que se quiere.

No, y sin embargo, y por qué el pudor a sentirme candoroso, no entiendo que, a pesar de todos los datos que se arrojan para que se entienda, el pueblo que fue víctima de la shoa, pueda crear, alimentar, votar, un estado genocida y terrorista.

Esto me da vergüenza, me duele ahora que ando cerca de los 40, que sé que mi madre me llevaba en su panza en la guerra de los 6 días, que a mis 4 era la guerra de iom kipur, que los territorios ilegalmente ocupados, que las mucamas en israel son palestinas, como sus maridos albañiles, que ambos pueblos tienen derecho a gozar de un territorio propio, que la misma raíz, que los atletas del 72, que el primer ministro votado por la gente era el carnicero de sabra y chatila, entonces me da vergüenza, y me duele, a pesar de no tener nada que ver con esa gente oriental, no tener nada que ver, y sin embargo tener la vergüenza, sentirla hasta el fondo del caracú, lo cual nada tiene que ver con abstraerse de lo que pasa en argentina, tal vez por eso mismo, por relacionar estados terroristas, ah, un dolor extraño, absurdo, lleno de náuseas y complejos.

17 julio, 2006

El Paraíso Ahora

El sábado 16 de Julio fui a ver la película El Paraíso Ahora a uno de los dos únicos cines que todavía la exhiben: el Premier, en la función de las 21:10.
La película trata acerca de un día en la vida de dos jóvenes palestinos: Khaled y Said, que son elegidos para inmolarse como hombres-bomba en Tel Aviv.
Uno de sus méritos es que a pesar de tocar un tema tan urticante utiliza con destreza los recursos clásicos de la narración cinematográfica para aportar una visión palestina del conflicto. Otro punto a favor es que en lugar de apelar a discursos grandilocuentes o a golpes bajos se concentra en el drama de los dos amigos y a través de una duda que desvela a Occidente (¿Cómo puede un hombre dar lo más preciado de sí, su vida, para sacrificarla en un acto criminal que lo convierte en asesino de inocentes?) logra lo que a priori parecería imposible: que el espectador alcance un grado de identificación con los personajes y en el mismo proceso desestructura el discurso que identifica automáticamente a los hombres bomba con zombis sin posibilidad de elección a los que una agrupación terrorista les ha lavado el cerebro.
La película no aprueba la metodología de los terroristas, pero tampoco la condena (ahí radica su mayor carga polémica) mientras trata de comprender la decisión de los suicidas. De ahí que el clímax dramático consista en un monólogo en el que Said justifica su decisión mientras la cámara se acerca y convierte sus palabras en un alegato político.
En ese preciso momento, durante la función del sábado, una chica saltó de su butaca, se paró frente a la pantalla y mientras agitaba dos porras de cotillón con las manos, se puso a cantar “La Cucaracha”. El resto no tiene punto de comparación, pero el estupor de los primeros diez segundos no difiere en nada con el del hombre que saca un arma en la Avenida Cabildo y se pone a disparar, o el que explota en un Shopping de Tel Aviv. Después de ese silencio azorado comenzaron los insultos, los “¡Callate loca!” las puteadas, los llamados desesperados al personal de seguridad del cine (???) mientras la chica no dejaba de entonar “La cucaracha/ la cucaracha/ ya no puede caminar” una y otra vez. Todo duró unos eternos cinco minutos, hasta que una mujer mayor se levantó entre el público y tomo a la chica de la cintura para conducirla hacia la salida, en el preciso momento en que Said terminaba su monólogo.
Evidentemente, pensé entonces, los terroristas no son los únicos que creen poseer la “verdad de Dios” para imponérsela a los demás. Lo que implica la puesta en escena de esta “activista” no deja de inquietarme: no hay que discutir los argumentos de la película sino silenciarlos. También ilustra tristemente sobre la efectividad de los métodos extremistas para imponer sus objetivos: una chica con dos porras de cotillón y voz chillona puede impedir que ciento cincuenta personas vean una película. En un film sobre gente que se inmola ella plantea su disenso con el mismo método que quiere criticar: silenciar la voz del otro es el primer paso para su exterminio.
Hoy todavía me preguntó que sentí en ese momento: rabia, impotencia, miedo, sí, pero algo más. Sentí pena. Pena por (y perdonen lo cursi de la expresión) la especie humana. Y pensé también que, si seguimos así, estamos irremediablemente perdidos.

Zedi Cioso

15 julio, 2006

Dijo Matías Martin:

El amor podría no llegar. Pero la diversión está a la vuelta de la esquina.

08 julio, 2006

El Gato

Uno de los días más felices de mi vida fue cuando el Gato Gaudio ganó Roland Garros. Ustedes esperarán que ahora pase a relatarles sucesos y acaeceres (que son lo mismo) que cuanto mucho tienen en común con la victoria de Gaudio el haber acontecido o tenido lugar (que, salvo que nos pongamos quisquillosos –y yo suelo adoptar ese donaire- también son lo mismo) para la misma fecha. Pero no. El motivo de mi felicidad fue el mismísimo hecho, suceso y estado del mundo que es que el Gato haya salido invicto del Gran Slam parisino. ¿Una exageración? Sí. Obvio. Pero hagamos de cuenta que no exagero. ¿Estamos todos en la misma línea? Bien. Ahora imaginen a dos hermanos, por caso el mío y yo mismo, viendo el partido final con Coria, otro argentino. Hubo, días previos, un debate entre los espectadores, cifrado alrededor de esta pregunta: ¿quién conviene que gane? Es decir: qué le conviene al tenis argentino que pase. Que gane Coria era una respuesta. Se especulaba con que, si ganaba, se precipitaría en un derrotero infernal que lo llevaría, si no al número uno, al menos al sitial de privilegio que con el sanbenito de ‘Archirival’ hoy detenta el Rafa Nadal. Que gane Gaudio era la otra réplica. Y había razones de peso para ello. Coria se va a cansar de ganarlo, decían, decíamos. Puede fallar. Cuando mi hermano y yo nos sentamos a ver el partido sabíamos qué queríamos. Queríamos que ganara el Gato. A la mierda la razón y sus pluralidades las razones. A la mierda con todo. El corazón manda. El corazón nos decía: todos con el Gato. Pero a los pocos minutos ya lo estaban paliceando, al poco tiempo ya estaba dos sets abajo. Por suerte mi vieja nos llamó a comer, y apagamos con resignación o iniciando el duelo por la expectativa frustrada, y nos abocamos al bocado. La comida devino migas, y mientras yo mascullaba el sinsabor de otra derrota mezclándola con la pasta dentífrica que restregaba por mi boca, de repente un grito. Subo las escaleras y veo a mi hermano clamando cual enajenado, con ese inequívoco aire de familia típicamente Pailos. Gaudio había ganado el tercero y le estaba pegando un peludo en el cuarto. Escupo el dentífrico y me siento, tironeado por potencias invisibles hacia la pantalla. Gana el cuarto y comienza ganando el quinto y definitivo. Nos enteramos de que Coria está lesionado, pero el guacho la sigue peleando. El final solo depara nervio sobre nervio. Los games se estiran, los puntos cobran la consistencia de un chicle. Más nervio, y tras el nervio, la tensión esencial del espectador al que le va la vida en una pelota. 7 a 6 Gaudio, el saque a su favor. Ya está. Pero no está nada. Coria está a punto de quebrar, pero no. se recupera el Gato. ¡Punto para el Gato! Ppffff. Vamos, Gato, un punto más, Gato, un punto más, Gato, uno más. Saque, devolución, intercambio de fondo. Gastón lo abre a Coria, que devuelve esforzado. Le queda para el revés. ¿Qué va a hacer? Latigazo cruzado. La pelota pica adentro, sale despedida, y vuelve a picar. Listo: ganó. ¡Ganó! ¡Vamos, Carajo! Saltamos del sillón y festejamos dándonos topetazos cual jugadores de N.B.A. ¿Qué festejábamos? ¿Qué veíamos en el Gato? ‘Lo que pasa’, le explicaba otrora a mi última novia, ‘es que el Gato es un jugador con problemitas’. Por problemitas entendía: problemas mentales. ‘¿Y vos hinchás por él porque tiene problemas mentales?’, y eso era el preludio de una pelea. Sí, es la respuesta. Esto funciona por los clásicos mecanismos de identificación (del espectador con el jugador), de representación (del jugador al espectador), de comunión (de todos nosotros con el ídolo), los clásicos burletes y engranajes que generan urticaria en el intelectual reacio a los hábitos de la masa, como las llama él, del hombre en sociedad, como yo prefiero. Claro: el Gato tiene un talento, un revés, una calidad con la raqueta que nosotros el vulgo jamás lograremos. Pero después tiene todo eso otro que sí tenemos (que sí tengo), y a raudales. Falta de confianza, derrotismo, sentimiento de fatalidad, angustia, obsesiones, y todo todo, pero todo todo, expuesto a corazón abierto, a la vista de todos. Gaudio crece en público, como Lou Reed. Tomen, vean: puteo y puteo, y más que nada, me puteo. ‘Yo no sé que hago acá’, ‘soy malísimo’, ‘esto no tiene sentido’, ‘dedicate a otra cosa’, de nuevo ‘soy malísimo’ y demás delicias de su repertorio con las que el Gato nos regalaba, dichas sobre sí mismo. Cuartos de final contra Hewitt, el extremo opuesto: no mucho talento, mucha pero mucha confianza, todo tenacidad. ¿Quién gana?, le preguntan a Gaudio. ¿Qué se espera? Cosas como ‘yo’, o circunloquios que esquiven el bulto. Gaudio escribe: Gauwitt. Vuelvo a ese momento en que la pelota pica y vuelve a picar. El Gato tira la raqueta al aire, hace gestos ampulosos con las manos, se ríe, grita, gime. Saluda a Coria (en esa ocasión, un caballero) y ¿qué hace? Da la vuelta olímpica, saludando a todo espectador que quiera ser parte de su alegría. Después sale corriendo, a un lado, a otro, se abrazo, llora.[1] Y habla y agradece a Vilas, a Coria, a este, aquél y a ese otro también, ¡claro que sí!
Después lo entrevista Miguel Simón, para ESPN. Después le hace una pregunta, una bien boba, lo que pide la circunstancia. Entonces Gaudio niega con la cabeza y dice ‘No puede ser. Esto no puede haber pasado, ¿entendés?’ ¿Por qué, Gato? Porque ‘yo no puedo haber ganado Roland Garros. Yo no puedo haber ganado Roland Garros. Yo no’.

Matías Pailos

[1] ¿Llora? No recuerdo. Es extraño notar que el llanto (esto es una obviedad, pero yo soy una mente primitiva que se sorprende todavía con espejitos de colores) aumenta inevitablemente el efecto dramático de una narración, tiñendo al asunto (ese cualquiera) de ribetes emotivos. Soy un pascual, qué le voy a hacer.

01 julio, 2006

Argentina

Discúlpenme si no hago lo que se supone que un argentino debe hacer. Discúlpenme si no hago lo que buena parte de los argentinos inteligentes que conozco asumen que un individuo inteligente debe hacer: refunfuñar, indignarse; criticar. Discúlpenme si lamento no haber llorado, no haber podido, quizás no haber querido llorar. Supongo que la enormemente arraigada estupidez de que lo hombres no lloran sigue viviendo en mi sangre y sudor. Estoy triste, muy triste. Pasé por todas las reacciones características, por las sucesivas etapas del procesamiento de una pérdida. Negué, negué y negué. Oculté, me lo oculté. No quise hablar. Dije: es como cuando te deja una novia. Uno quiere pensar en otra cosa pero es imposible. Instantáneas de Cambiasso llorando, de Mascherano con la remera sobre la cara, de Ayala tratando de adentrarse en la resignación. Trataba de decir algo sobre el asunto del seminario, uno suficientemente abstracto (‘¿es posible hablar de absolutamente todo?’) como para permitir y fomentar el aislamiento sentimental e intelectivo. Trataba de comprender lo que mis compañeros de seminario decían. Trataba de disfrutar de la compañía. Todo en vano. ¿Y si lo hubiera puesto a Messi? ¿Y si el Pato hubiera salido a cortar? ¿Y si hubiera cobrado el penal a Maxi? No había forma de dejar de pronunciar contrafácticos. O de parar de putear al juez esloveno. Nada de nada y nada feliz. Sigo sin encontrar la felicidad. ¿Es para tanto? ¿Es que se juega la patria en un partido? Y… sí. Sí. Sí. La patria, además del terruño, son las personas que la habitan, incluso algunos que habitan fuera del terruño. Del resultado de un partido dependía el estado de ánimo… vamos: la felicidad de casi todos los argentinos: de todo un pueblo. Como la patria también son las personas, en el partido de ayer se jugaba, además, la felicidad de la patria. Una patria (sí, lo lamento) embanderada tras una causa, en la que todos tenían al menos algún grado mínimo de responsabilidad. “¡Pero si es sólo un juego!” ¡De ninguna manera! Es un deporte, no un juego. Y no es sólo un deporte. ¿Es estúpido darle tanta importancia? No. No. No. Es nuestro deseo, auténtico y poderoso, que Argentina gane. ¿En qué sentido relevante nuestro deseo, auténtico y poderoso, puede ser estúpido? Es mucho de lo que más nos importa, y así somos. Así somos, esta es nuestra idiosincrasia. Las idiosincrasias no son estúpidas (aunque puedan ser nefastas. Por caso, la idiosincrasia antropófaga de un pueblo). Así somos: respétennos. Así no gusta ser: respétennos. Ese es nuestro deseo: respétenlo. Y después de tanta palabra, retomo lo único, pero lo único que quería decir. Lo único que me importa, al menos. Queda el orgullo. Me queda el orgullo, al menos. El orgullo por el negro Tévez pisándola, corriendo, sacándose muñecos de encima todo el partido. El orgullo por Mascherano metiendo y metiendo, y después llorando. El orgullo por Sorín, el gran capitán, dentro y fuera de la cancha, incansable. El orgullo por Ayala. ¡Por Dios! ¡Qué Mundial jugó Ayala! El mejor jugador del torneo, hasta que las finales lo desmientan. ¡Y qué Mundial del Pato! Grande, Pato. El orgullo por Saviola, pintándole la cara a marfileños y serbomontenegrinos. El orgullo por la potencia goleadora de Crespo, por el picante, el manejo, la gambeta, la velocidad y las irreductibles ganas de jugar de Leo. Ya saldremos campeones, Leo, ya vendrá otro Mundial. El orgullo, antes que por todos los anteriores, por José. José Néstor Pekerman, un tremendo director técnico. Un formador, claro, un estratega de gran calidad. Un mister que no se casa con esquemas ni con nombres. Mente fría y corazón caliente. Quedate, José. Por favor, quedate. Haceme la gauchada. Gracias, José. Gracias por el orgullo que tengo por el fútbol que se desplegó en buena parte del torneo, por la sapiencia con formaciones y cambios, por los huevos, y más aún por la agudeza y la fidelidad a la razón que permite poner juntos a Aimar, Tevez, Messi y Riquelme. Y antes que por todos los anteriores, antes que Tévez, que Mascherano y Ayala, antes incluso que José, esta Selección. Esta Selección, lo siento, lamento tanto mi estulticia, mi cortedad, mi populismo, despierta mi orgullo. Marcelo Bielsa suele sostener que la derrota fortalece y el éxito pervierte. No sé si el éxito pervierte, me permito dudarlo. Tampoco estoy seguro de que la derrota genere nada particular si uno no sabe aprovecharla. Pero, en este caso, sí: la derrota templa el ánimo. Y me hace creer que hay algo que me une, que nos une con el Pato, con el Negro, con José, algo que los hace a ellos mejores, y que por ser ellos mejores, también lo somos nosotros.

Matías Pailos

PD:
Periodista: ¿Cómo se le gana a Alemania?
Carlos Tévez: Con huevo. [Negando cortito y veloz] Con huevo. [Negando francamente, con una amplísima sonrisa] Con huevo.