Cosas que hacer con una desilusión
Con mi primer avistamiento de Venus en la noche de la víspera creí entrever en mi amarga y furiosa derrota la perspectiva de un recuerdo, sino dulce, sí al menos lleno de un orgullo vergonzante.
La cena en conmemoración de mi trigésimo primer aniversario fue accidentada. Para el arribo del último comensal, mi amigo Zato, la cerveza comenzaba a escasear. Su recriminación no se haría desear. Lo compensé con profusa comida y un vino patero, responsabilidad de la pareja de recientes dueños inmobiliarios: Cioso y Momé.
-No.
-Dale.
-No.
-Es mi cumpleaños.
-Te dije que no.
-… Dale…
-No, loco. Te dije que no hace meses.
-Sí, es verdad.
-No insistas.
-… Dale…
-¡No!
-¡Es mi cumpleaños!
Luego de acosarlo de muchas y variopintas formas, finalmente cedió. Entonces, entre estertores de una lucidez que nunca fue gran cosa, el primer recital público (y privado) de “Sonora” tuvo lugar. Integrantes: Zato (voz y bajo, pero esta vez solo voz) y Pailos (guitarra ecléctica sin amplificador. O sin conexión al amplificador, porque amplificador tengo –lo compré hace menos de una semana-, guitarra eléctrica tengo –una Jackson Stratocaster roja que tenía ese día de nuevo conmigo, luego de haberla retirado del service de afinación y calibración apenas cuatro horas antes-, pero lo que no tengo es el cablecito que conecta la guitarra con el amplificador, y que permite que una guitarra eléctrica suene eléctrica y no como una mezcla de hilo dental y alambre oxidado). El repertorio fue escueto, pero notable. A saber: tema 1, “Space Oddity”; tema 2, “Rock n’ Roll Suicide”; bis, “Starman”. (La autoría de todos ellos corrre por cuena de un ignoto trovador inglés, contratado especialmente para la ocasión.) El cantante se desempeñó con maestría en el primer tema, flaqueó en el segundo y derrapó con ganas en el bis. La actuación del guitarrista fue parejamente mala. Pero enjundiosa.
Después fue el tiempo de los regalos.
Había sido prevenido por Cioso.
-Esto va a cambiar tu relación con la tecnología de un modo radical.
Y mi madre acotó:
-No será un celular, ¿no?
Suficiente para ponerme de mal humor. Suficiente para ponerme de pésimo humor. LIBROS. ¿En qué idioma hablo? Si tienen problemas con la elección les puedo confeccionar una lista, no tengo conflicto interno de tipo alguno con este proceder. ¿Por qué se gastan? ¿Por qué insisten? Pareciera que quieren hacerme engranar. Pareciera que disfrutaran de revolverme las tripas. La conversación siguió, pero yo perdí el hilo. Estaba in-dig-na-do. Preferí no pensar en el tema, y por supuesto que no pude hacerlo. Doy gracias a las divinidades que la agonía duró poco. El obsequio tenía forma rectangular. Rompí el papel con miedo. Mis peores temores se vieron confirmados. En la tapa de la caja podía leerse con nitidez un apellido italiano: “Motorola”. Miré a Cioso.
-Yo soy el autor intelectual. Podés putearme a mí.
-Andate a la reputa que te parió.
Sonreí, palmeé su espalda, di besos y abrazos al por mayor. Puse mi mejor esfuerzo para seguir el curso de la cena de modo normal, pero desengancharme de una ofensa es peor que desengancharse de la heroína, exagero aquí. Lentamente, a medida que el cansancio ganaba los párpados de mis contertulios y cobraba forma la idea del eterno retorno a los hogares, una decisión fue forjada. Pulcra e impecable, inexpugnable cual cuadrilla romana por bárbaros godos. Salí con ellos.
Caminé las tres cuadras que me separan del río y empuñando el celular con fuerza, lo arrojé tan lejos como pude.
Matías Pailos
La cena en conmemoración de mi trigésimo primer aniversario fue accidentada. Para el arribo del último comensal, mi amigo Zato, la cerveza comenzaba a escasear. Su recriminación no se haría desear. Lo compensé con profusa comida y un vino patero, responsabilidad de la pareja de recientes dueños inmobiliarios: Cioso y Momé.
-No.
-Dale.
-No.
-Es mi cumpleaños.
-Te dije que no.
-… Dale…
-No, loco. Te dije que no hace meses.
-Sí, es verdad.
-No insistas.
-… Dale…
-¡No!
-¡Es mi cumpleaños!
Luego de acosarlo de muchas y variopintas formas, finalmente cedió. Entonces, entre estertores de una lucidez que nunca fue gran cosa, el primer recital público (y privado) de “Sonora” tuvo lugar. Integrantes: Zato (voz y bajo, pero esta vez solo voz) y Pailos (guitarra ecléctica sin amplificador. O sin conexión al amplificador, porque amplificador tengo –lo compré hace menos de una semana-, guitarra eléctrica tengo –una Jackson Stratocaster roja que tenía ese día de nuevo conmigo, luego de haberla retirado del service de afinación y calibración apenas cuatro horas antes-, pero lo que no tengo es el cablecito que conecta la guitarra con el amplificador, y que permite que una guitarra eléctrica suene eléctrica y no como una mezcla de hilo dental y alambre oxidado). El repertorio fue escueto, pero notable. A saber: tema 1, “Space Oddity”; tema 2, “Rock n’ Roll Suicide”; bis, “Starman”. (La autoría de todos ellos corrre por cuena de un ignoto trovador inglés, contratado especialmente para la ocasión.) El cantante se desempeñó con maestría en el primer tema, flaqueó en el segundo y derrapó con ganas en el bis. La actuación del guitarrista fue parejamente mala. Pero enjundiosa.
Después fue el tiempo de los regalos.
Había sido prevenido por Cioso.
-Esto va a cambiar tu relación con la tecnología de un modo radical.
Y mi madre acotó:
-No será un celular, ¿no?
Suficiente para ponerme de mal humor. Suficiente para ponerme de pésimo humor. LIBROS. ¿En qué idioma hablo? Si tienen problemas con la elección les puedo confeccionar una lista, no tengo conflicto interno de tipo alguno con este proceder. ¿Por qué se gastan? ¿Por qué insisten? Pareciera que quieren hacerme engranar. Pareciera que disfrutaran de revolverme las tripas. La conversación siguió, pero yo perdí el hilo. Estaba in-dig-na-do. Preferí no pensar en el tema, y por supuesto que no pude hacerlo. Doy gracias a las divinidades que la agonía duró poco. El obsequio tenía forma rectangular. Rompí el papel con miedo. Mis peores temores se vieron confirmados. En la tapa de la caja podía leerse con nitidez un apellido italiano: “Motorola”. Miré a Cioso.
-Yo soy el autor intelectual. Podés putearme a mí.
-Andate a la reputa que te parió.
Sonreí, palmeé su espalda, di besos y abrazos al por mayor. Puse mi mejor esfuerzo para seguir el curso de la cena de modo normal, pero desengancharme de una ofensa es peor que desengancharse de la heroína, exagero aquí. Lentamente, a medida que el cansancio ganaba los párpados de mis contertulios y cobraba forma la idea del eterno retorno a los hogares, una decisión fue forjada. Pulcra e impecable, inexpugnable cual cuadrilla romana por bárbaros godos. Salí con ellos.
Caminé las tres cuadras que me separan del río y empuñando el celular con fuerza, lo arrojé tan lejos como pude.
Matías Pailos
Etiquetas: Crónicas