El Mate Tuerto

"Se fingirá el saber que no se tiene."

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Nombre: El Mate Tuerto
Ubicación: Argentina

27 junio, 2007

¿Qué estás leyendo?

En una compulsa tan inútil como imprescindible, decidimos consultar los colaboradores del Mate Tuerto para que nos informaran sobre lo que leyeron en la semana comprendida entre el 17 y el 24 de junio. La idea era espiarlos a todos sobre el hombro en el preciso momento en que daban vuelta la página y obtener una instantánea de sus lecturas. A continuación reproducimos los resultados. Nuestros lectores, como siempre, también están invitados.


Las lecturas de CF

1) Ulises (que me va a llevar todo el año)
2) Retrato del artista adolescente (para complementar (se hace larga la lectura porque es en inglés y necesito tener un diccionario al lado. ¿El diccionario no vale en la lista, no?)).
3) Pies descalzos (de Pauls para el colectivo/tren/subte, reciente obsequio).
4) Pavesas (de Beckett, o sea las piezas cortas de teatro, cine y TV, por enésima vez las leo, siempre para volver a olvidarlas)
5) Primer amor (de Beckett también, también por enésima vez, siempre para volver a reír como la primera vez.
6) No se culpe a nadie (de Cortázar para intentar activar la mente de una criatura que está haciendo noveno año por tercera vez)
7) Y no puedo dejar de mencionar sendos capítulos de telenovelas colombianas que leo y recreo en magro inglés, ya llevo cinco en esta semana, envídienme, de eso no les cuento más.


Las lecturas de Cobiñas

1) "Jacob y el otro" de Onetti para dar unas clases y cierta bibliografía crítica al respecto.
2) 45 parciales monográficos de semiología sobre un corpus con artículos de Adorno, Bourdieu, Bettelheim, Tisseron, Montiel.
3) Entre el abismo y la salvación. El pacto Franco-Perón de Raanan Rein para un artículo sobre inmigración que me pidieron desde Galicia que ya debería estar escrito.
4) La conjura de los necios de John Kennedy Toole (en el baño)
5) Paradojas de la representación de Nelly Schnaith (en la cartera a pesar de su tamaño)
6) La representación prohibida de Jean Luc Nancy (que también ocupó esta semana un lugar en mi cartera justamente por la mesura de sus dimensiones)
7) Releyendo/revisando/transitando Ficción y política. La narrativa argentina durante el proceso militar y Represión y reconstrucción de una cultura: el caso argentino para escribir una ponencia que -como sospechan- ya debería estar escrita.
8) El Diccionario de literatura latinoamericana de Aira en la mesita de luz. Leo poco: una entrada por noche y no todas (ni las noches ni las entradas).


Las lecturas de ER

1) fucking teóricos de gramática, como diez, sintaxis, clases de palabras,
proposiciones sustantivas y toda esa bazofia, no llegue a lo mas interesante que
era lo de pronombres, que ya parece filosofía, algún texto de una mujer de
apellido vasco, tipo mendioxtea o algo asi, (no me molestare en buscarlo), di
tullio, bosque, que se yo, referidos a esos temas.
2) Un par de cuentos de Silvina Ocampo, maravillosos, Cielo de claraboyas y el otro
Las fotografias; bibliografia relacionada, de su asquerosa hermana Victoria, de
Pizarnik, de Molloy Silvia, una tal Rosario Campra, que estaba bien, y tal.
3) Bibliografia en torno a los cuentos de irlandeses de Walsh, el ajedrez o la
guerra de David Viñas, muy bueno, uno de Gonzalo Aguilar sobre Walsh, de las
alegorías a las novelas, de Borges, (nuevamente, siempre recurro al vejete),
4) Empecé Villa, de Gusman
5) Los arboles (una novela inedita de mi amigo Hugo Correa Luna)



Las lecturas de Matías Pailos

1) La naranja mecánica (Burguess). (Quería leer Poderes Terrenales pero no lo conseguí en ningún lado.)
2)Balthazar (L. Durrell, segundo instrumento del Cuarteto de Alejandría. No, no leí el primero.) 3) La niña del pelo raro (de mi escritor vivo favorito, D. F. Wallace. Quedé por la mitad del cuento final de 250 páginas. Pero volveré y seré lectores.)
4) Ficciones (porque hay que releer a Borges otra vez).
5) Hacedor de estrellas (de Stapledon. Leí como cinco páginas una vez que fui al baño y creí necesitar algo más borgeano que el nadsat).
6) American Psycho (Ellis. Como dos páginas en algún momento del fin de semana).
7) Knowledge and its limits (de Stanley. Creo disponer de una propuesta superadora de su invariantismo práctico, a la que pretendo dar forma de tesis doctoral).
8) Incompatibility, Modal Semantics and Intrinsic Logic (de Brandom, porque viene Brandom y porque soy parte del comité organizador de la visita de Brandom y parte de las responsabilidades de quien forma parte del comité organizador de la visitade Brandom a Argentina es leer a Brandom).
9) Circularity and Paradox (Yablo. Para el seminario sobre paradojas que estoy transitando).


Las lecturas de Vero

1) La memoria en donde ardía (Miguel Bonasso, terminado ayer)
2) Artigas Blues Band (de Amir Hamed, un escritor uruguayo, empezado ayer. Una relectura, en realidad, porque tengo que empezar a escribir sobre él para mi tesis y lo leí a las apuradas hace más de un año)
3) Pase libre. La fuga de la mansión Seré. (el libro autobiográfico de Claudio Tamburrini) Por las noches antes de conciliar el sueño, como para dormir livianita...)
4) Buddenbrooks (Thomas Mann. En alemán con fines pedagógicos, un rato por día, así que voy leeeeeeento)
5) "La conjura de los peatones suicidas" (cortesía de Zedi Cioso, terminado hoy)
6) Un artículo sobre Respiración artificial que estoy tratando de corregir, ampliar y desenmarañar.
7) Casi obsesivamente, páginas sobre muelas de juicio, anestesia total y "laughing gas". Me tienen que sacar mis 4 muelitas y estoy un poco asustadita =( En el baño no leo


Las lecturas de Xilofón

1) 100 ensayos de alumnos descocados sobre el tema de la desobediencia civil, para luego ponerles una nota. Todo a cambio de un poco de vil metal.
2) Living high and letting die, our illusions of innocence, (de un tal Peter Unger, en donde demuestra que vivir rodeado de riquezas y comprar autos caros esta directamente relacionado con la muerte de hambre de pobres niños inocentes en Africa)
3) Revistas de ajedrez (durante mis horas de ocio en el baño, leo. Mientras me concentro, trato de resolver problemas tipo "juega el blanco y hace jaque mate en 3 jugadas". Es un pasatiempo ideal para aquellos momentos tan gástricos)

Las lecturas de Zedi Cioso

1) Muerte en la tarde (Ernest Hemingway)
2) Mi tesis de licenciatura (para la defensa)
3) La historia de la matemática (Egmont Colerus, en el baño)
4) Tom Sawyer (Mark Twain, en inglés, en la mesa de luz, desde hace 6 meses)

¿cómo va a estar?

Ya no da ni para bronca.
Y eso es lo peor.
Así como montado al discurso de Neustadt (post elección), montado sobre nuestros treinta mil, por el miedo y el dolor que provocaban sus muertes vecinas, M pudo hacer la alianza con el capitán ingeniero y su monada, hace casi 20, así parece estar andando el cheto garca bostero (nada contra el fútbol, vivan román, rodrigo y hugo ibarra, los quiero aun siendo gallina), esta vez contra la inflación, contra discursos babosos, gente desagradable, pero menos que otros, claro, aunque no muy buenos, no muy buenos, está claro.

Sí, ya sé que no todo es tan simple, y que el estado aquel era justamente el que había albergado al paraestado que hizo lo que hizo, y que de estado de bienestar pasó al de malestar, y entonces mejor venderlo o regalarlo para ir a miami o a la tele más grande, pero como tampoco sé de estas cosas, no entiendo bien si hoy es impericia oficial más que buen marketing de la derecha, que es ultra, a todas luces: sólo que están maniatados porque saben que no pueden hablar, antes de las urnas.
Esperate que asuman, ya vas a ver...
La consciencia que queda entre nosotros no les aguanta el discurso de frente, deben andar entre las sombras, silenciando su pensar, como bien entendió su estratega, como si anduvieran ocultando que se calientan ante los falcon verdes, aunque tal vez me equivoque, tal vez crean que se trató de excesos.
La de la silla de ruedas puede sentarse con un zumbo de bush a delinear un nuevo genocidio, ¿te quedan dudas?

¿Estás contenta, Carrió? ¿Ahora vas a poder armar tu república de iguales? ¿O querés reflotar tu pulular por los cuarteles chaqueños, cuando tu cintura era más fina? Es así, uno te picanea, el otro te da el vasito de agua.

Derecha asesina, derecha humanista y pensante. Pero no son lo mismo, eh. Jua.

El miserable de Ernesto Tenembaum, por ejemplo, colgado al programa de radio mitre de Daddy Brieva, (y qué pelotudo yo que lo escuché), el mágico midachi que te lava los calzoncillos fascistas, pequebú, para que no tengan tanto olor a mierda, con su simpatía, el Ernesto entonces lo entrevista y le dice Mauricio, y luego habla de que no entiende el odio de un lado y del otro, como si no supiéramos lo que es Macri, y lo que sos vos, vendido hijo de puta.

¿O me equivoco y Tenembaum o Zloto nunca se vendieron? ¿Será que siempre fueron esto que son hoy?

Hasta último momento, les dije a la gente que me rodeaba que le íbamos a reventar el orto a macri, para no sabernos derrotados desde antes, y por favor no me vengan conque no leemos la realidad, que no se puede estar contra la gente, por favorrrrrrrrrrr. Y todos me miraban, Vos creés?, sí, yo creo que macri pierde, quiero que pierda, la puta madre.

Pero no perdió. Y me pongo viejo, mis hijos crecen, no entiendo nada, el mundo se desliza, ¿hay que leer de nuevo El estado terrorista de duhalde?, qué hay que hacer, amigos, la derecha nunca es inocua, el hilo está cortado, apaguen el baile de los sueños, el gran hermano, no sé cómo decirlo, en cualquier momento volvemos a los asesinatos simbólicos, pero de la historia como farsa, a desde la farsa qué. Qué mal huele.

Y sin embargo, después de lo anterior, resulta que no es para tanto, que la vida es más fácil, acaso, que ya estamos rotos y entonces nuestra vieja clase media no precisa ser castigada, ahora la subversión es la marginalidad, mueren en tigre chicago, se cagan a piedrazos ellos, los otros, los alienados, los que nada que ver con la cultura.

Ah, pero Mauri, che, no es tan mal tipo como parecía, mirá, a aquel concurso literario, a aquellas becas, no les dio de baja, viste, bueno, sí, es otra onda, pero de últimas, hay que ver que hace no?

24 junio, 2007

Contra lo transparente

No soy un buen lector, nunca lo fui, y no creo llegar a serlo. En verdad, todavía estoy buceando en mí, para saber si me interesa. He desperdiciado mi inteligencia en idioteces (hechos y cosas y gentes), durante casi toda mi vida, tratando de encontrar algo donde no lo había.
Pero me digo que debo perder la timidez, la vergüenza por pensar que hay que buscar el shock. Hay que buscar el shock, en la lectura.
Pero no el shock amarillo de la comunicación, sino el de lo estético literario. Trabajo grueso y fino, operaciones con la lengua, no dilatadas en el presente de un relato que luego me dirá, me “explicará” de qué se trata. Es por eso que considero que de ninguna manera, publicar antes que escribir.
Sacando el vitalismo de lado, ¿es mejor un escritor silenciado o un idiota gritón? Contesten ya, sin pensar, no hay tercera opción.
Entiendo que las lenguas escritas no pueden parecerse tanto a las naturales, eso le quita todo carácter de aventura al acto de leer.
Creo que precisamos reponer la extrañeza, porque de la extrañeza acaso brote el pensamiento. Sin la extrañeza, brota el tono remolón de lo religioso, pero sin siquiera trascendencia. Por eso mi voto es hacia la no comunicación, la no fluidez, hay que reventarle el espinazo a la comunicación, en la escritura, hay que desafiarse con el periodismo, citarse en la esquina y cagarlo a trompadas. En la literatura que entre todo, o casi, menos la Redacción.
Si todo discurre, entonces la escritura no nos pone en crisis. Es una escena pálida de un saber contra otro saber, un pacto de criterios.
Y la lectura tal vez deba ser una rotura del criterio.
Leo, gracias a la Universidad, Rivera, En esta dulce tierra, y leo Gusmán, Villa, y encuentro lenguas que vehiculizan mensajes, ideologías, templanzas. Basura. Ni hablar de Birmajer o Bizzio. En un mundo roto, ¿qué buscamos, entonces? Yo quiero ir al mito, al nervio, a los sentidos reventando contra la encía. Una voz tratando de decir algo en medio de todo. Beckett. Murena. Lamborghinis. No quiero que me demoren, no porque esté apurado, si hay algo que no estoy es apurado, pero no quiero que me vendan nada, quiero que la lengua de cada cual se ponga en bolas, no quiero profesionales.
Quiero tipos y tipas muertos de miedo, escribiendo. Me da asco el sillón del saber. No hay nada que saber, en la escritura. Ni antes ni después, de la escritura, para el que escribe. Si podés poner la lengua a funcionar, la cosa está hecha.
¿Y quién dice si la lengua, en tu texto, está puesta a funcionar?
Ese es el gran problema, amigos: nadie te lo va a decir, tus maestros te lo escupen a la oreja, por bien o por mal, sólo mientras escribís, sólo mientras estas solo.
Cuando escribís, muñeco, no hay lectura, no hay saber, hay la intemperie. ¿Te animás?

ER

20 junio, 2007

Hemingway entre toros y medianoche

Es probable que quien comience a leer Muerte en la tarde se sienta inmediatamente frustrado, por no decir lisa y llanamente estafado. Bastará para esto cotejar la potencia del título con la insipidez de las primeras páginas, en las que el viejo Ernest trata de justificar la aún incomprensible (para el lector neófito) matanza de caballos que acarrea la corrida de toros y se pone a filosofar acerca de difusas cuestiones morales para justificar el espectáculo. Si el comienzo es flojo lo que sigue es aún peor: el texto se acerca peligrosamente a una “guía del viajero” con consejos acerca de los mejores lugares para ver corridas en determinadas épocas del año, la forma más apropiada de viajar de un sitio a otro, donde comer, donde alojarse, etc, etc, todos datos a la postre inútiles en un libro con más de medio siglo de antigüedad. Estos consejos se alternan con una prosa didáctica que intenta dar cuenta (pero no mucho) del tema que supuestamente invoca el libro: las corridas de toros y sus circunstancias, aunque el autor muchas veces cae en divagaciones inútiles y aprovecha para hacer proselitismo de su escuela literaria (que si fuera tan buena, al fin y al cabo, se bastaría a sí misma sin nadie que la defienda explícitamente). Tal es así que recién en el capítulo VII Hemingway se permite decir: “llegados a este punto, es necesario que vean ustedes una corrida de toros”, con lo cual deja en claro que nada de lo que siga a esa advertencia tendrá sentido para aquel que jamás ha presenciado una de ellas. Pero esto es falso, como todo lo que el lector ha leído y pensado hasta ese momento; tras ese letrero que lo exculpa de todo mal, Ernest se larga a narrar las corridas más sangrientas y apasionantes de la historia de la literatura y de ahí en más se sucede un desfile de hombres arrojados, valientes, audaces, dispuestos a enfrentar un animal furioso y salvaje de quinientos kilos con la sola ayuda de una capa roja y una espada de acero. El enorme Joselito, el enfermizo Juan Belmonte, el cobarde “Niño de la Palma” el falso “Gitanillo” el malogrado Manuel Granero, el valiente y generoso “Maera” y tantos otros cuyos destinos a la postre fueron tan gloriosos y trágicos como los mismos toros de lidia porque al fin y al cabo, como declara Hemingway: “la corrida no es un deporte, es más bien una tragedia: la muerte del toro, representada mejor o peor por el toro y el hombre que participan de ella”.
Es entonces, a mitad del libro, cuando descubrimos en aquellas líneas insulsas que no parecían llevar a ningún lado una preparación para lo que vendría. Recién allí comprendemos: esos detalles técnicos que parecían yeites de aficionado eran las claves para interpretar la tragedia que se incuba en lo que, hasta entonces, sólo era un primitivo espectáculo protagonizado por hombres con ridículos vestidos de luces que en la prosa de Hemingway alcanzarán la estatura de héroes homéricos. Sucede que el viejo Ernest ha obrado con nosotros exactamente como un torero lo hace con la bestia que le toca enfrentar: nos ha cansado, nos ha hecho reaccionar a falsos estímulos, nos ha engañado con una capa de colores, nos ha provocado y nos ha llevado a donde él quería llevarnos mientras nosotros pensábamos que hacia allí queríamos ir. Y tras varias y diestras verónicas, cuando ha demostrado que nos tenía a su merced, nos ha hecho bajar el testuz y nos ha clavado su espada en lo alto de morro, en el exacto ángulo que forman nuestros omóplatos.

Zedi Cioso

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11 junio, 2007

El elemento sorpresa y las virtudes del error

Al quedarme solo en la estación Lanús sin ganas de leer mis apuntes de tesis ni a Wallace ni a Durrell busqué afanosamente un puesto de diarios. El ‘afán’ advino una vez que el objeto de deseo se mostrara ausente del primero y del segundo rectángulo verde de esa Constitución tilinga en miniatura que me rodeaba. Al cuarto puesto (el tercero estaba regido por un viejo empecinado en ofrecer instrucciones cartográficas sobreprecisas que la señora gorda no requería) di con él, y fui feliz. Bueno, okey: y quedé satisfecho. Crucé al feo bar “El Clavel” (había quedado con mi viejo, antes de separarnos, en esperarlo ahí. Una pena, habiendo como había un coqueto McDonald’s –en el que no había reparado antes- a escasos veinte metros) y, luego de pedir el café de rigor, abrí la revista.
Pettinato no es un gran escritor. Tiene, no obstante, más de un insight correcto, y un modo insatisfactorio pero suficientemente eficaz de transmitir tanto sus contenidos como sus efectos presentes y futuros… que falso que sueno, ¿no? Digámoslo de esta controvertida y atribulada manera: Pettinato me da placer. El tema de su disertación: Sargeant Pepper. Pettinato, a propósito del cuál, decía lo que repite en cada artículo, lo mismo de siempre: el rock educa, el rock contra nuestros padres, el rock te ilumina, el rock hace que los solitarios sigamos solitarios pero acompañados, que la droga, que el sexo, que las intensidades. Todo ya leído y todo verdadero (por lo menos para la generación Pettinato). Cuanta cómo escuchar el disco “era un medicamento” que provocaba que “se te abriera la cabeza”. Sea o no esta una forma pertinente, verdadera o eficiente de transmitir lo percibido, sentido y vivido, es claro a qué se refiere. Quizás yo tampoco sea muy bueno para describirlo, siquiera para nombrarlo. Sé –claro que lo sé- qué es. Ustedes también lo saben, y nosotros (ustedes, yo, y todos los que son como nosotros) tuvimos más de una experiencia (para usar un término aborrecido por Bioy) de esta índole. Varias. Muchas. Más que muchas. ¿Hace cuánto que no tengo una?
Mucho. Hace mucho. Hace mucho y muchísimo tiempo. El año pasado descubrí las gemas contenidas en los MP3 de la facultad y Parque Rivadavia. Luego vino la banda ancha, el Soulseek y ningún disco del ancho mundo del rock me fue ajeno. No poder escucharlo jamás no fue más una posibilidad. Cada vez escuchaba más, y más variado. Claro: también por menos tiempo. No supe en qué momento me tiré a la pileta, cuando me embarqué en este mundo y esta empresa de este mundo de hoy que te esninfa la cabeza una y otra vez –no lo sé todavía. Cada vez consumo más discos más raros y cada vez más y con mayor velocidad me olvido de ellos. Pasó Magazine, los Waterboys, Afghan Wighs, Dinosaur Jr., Parliament, Mott the Hopple, Todd Rundgren, y ninguno duró más de un mes. No voy a evitar la analogía con eso que Dolina llama, pomposamente, “el hecho amoroso”: cuando menos te lo esperás, cuando creés que ya no va a venir, ¡zas!: el mazazo en la cabeza y quedaste grogui para toda la cosecha sin entender de dónde vino qué cosa. (Ni siquiera tenés en claro que haya sido un tren lo que te arrolló). Creo que esto es verdad en general. Noto con cierta preocupación que estoy demasiado cómodamente instalado en este credo. No debe ser siempre así, no (y de esto estoy seguro) para todo el mundo. Quizás haya visto venir algunos enamoramientos; quizás, incluso, haya buscado más de uno (porque a veces también se puede esto). Estoy incómodo, y no puedo identificar bien por qué. Una segunda analogía viene al caso; el objeto de ésta, cabe aclarar, es el análogo de la primera. En la página 154 de la edición de bolsillo de Edhasa de “Balthazar” (el segundo eslabón de “El Cuarteto de Alejandría”) Lawrence Durrell le hace escribir a Pursewarden que “Todo puede ser cierto de cualquiera…”. Me afilio en las lides de los adeptos a la verdad de esta sentencia, que hoy por hoy me parece el colmo de la obviedad cagona. Porque por supuesto que es cierta y por supuesto que no agrega demasiado a nuestras continuas evaluaciones –más que un dejo de prudencia. Lo que no está mal, pero es muuuuuy poco. Si adoptás esta máxima no te vas a equivocar nunca. Ahora: no esperes acertar demasiado. Porque de lo que se trata (amiga, amigo) es de acertar, y de acertar mucho. Para tener una conducta exitosa (no importa qué idea se tenga del éxito), en la vida y en el arte (que es parte de la vida –no conozco a ninguno que haya escrito una sinfonía estando muerto), hay que arriesgar pronósticos y actuar en consecuencia. Hay que equivocarse, y hay que hacerlo en cantidad, si es el precio a pagar por cuantiosa suma de goles. Mi sexismo irreductible (pero estoy dándole batalla) me dicta que esto lo saben mejor las mujeres en general, y los tipos con calle en particular. (Lo que hace pensar que los tipos con calle acaso sean minas disfrazadas.) No está bien ser sexista. Tampoco fanático. Sigo dándole vueltas al asunto. Y, mal que me pese, esperando desesperado el nuevo de los White Stripes.

Matías Pailos

09 junio, 2007

Las cosas más extrañas que me pasaron en un bar II

Trato de avanzar con algo que se esfuerza por pertenecer al campo de la literatura en un bar situado frente al monumento al Cid Campeador. Mi condición de habitué implica que conozco a los personajes que pululan en ese café: el gigantón que busca roña cuando trasmiten cualquier tipo de evento deportivo en la TV del local, la señora muy, muy mayor con tapado de piel de leopardo a la que el mozo debe ayudar a superar el escalón a la puerta del bar y que apenas toma asiento se pide un whisky doble sin hielo, los dos viejos a los que apodé Bouvard y Pécuchet, que se rompen el cráneo para hacer las claringrillas del diario, etcétera etcétera. De pronto hace ingreso al bar un hombre que jamás había visto antes: es joven y grandote, lleva puesta una campera marrón absolutamente pasada de moda, un jean azul y zapatos marrones y lleva, sobre todo, un libro en la mano, lo que me provoca una enorme curiosidad: siempre trato de averiguar de cualquier forma posible el título del ejemplar que lee otra persona y casi siempre me llevo una enorme decepción, por supuesto, aunque los escasos triunfos justifican los remanidos fracasos. Al cabo de unos minutos olvido a esa figura misteriosa y vuelvo a lo mío, hasta que una sombra enorme se proyecta sobre mi cuaderno. El tipo está de pie frente a mí; tiene el pelo largo y enrulado que le cae hasta la base del cuello, los ojos grandes y la cara alargada y triste de un perro golfo, mejor dicho, el tipo mismo es como un perro golfo que huele a frío y tabaco. Me muestra el libro y pregunta “¿Querés comprarlo?”. Se trata de Casanova, último acto, de Arthur Schnitzler.
_No, gracias, contesto por acto reflejo. El hombre abandona mi mesa y recorre las restantes, preguntándole a cada parroquiano si por casualidad no quiere comprar una novela usada de Arthur Schnitzler. Nadie quiere. Pienso en el nombre del autor, que me suena conocido, es Mittleerupeo, seguramente austro-húngaro y estoy casi seguro que alguien a quien yo leí lo leyó y comentó alguna vez. Y pensándolo bien Schnitzler también suena como la exótica raza de un perro de la que el improvisado vendedor podría ser el reflejo vivo. Me conmuevo, por supuesto. Hay un gesto de obstinado rechazo al Orden del Mundo en el hecho de confiar la economía del día a la posibilidad de vender una novela de un escritor naturalista cuyo prestigio se perdió junto con las últimas ruinas del imperio Austro-Húngaro. Hay, también, seguramente, una tragedia, un derrumbe en el hombre que debe subsistir vendiendo los restos del naufragio de su propia biblioteca. Y a un héroe de la venta le corresponde un héroe de la compra, un partenaire en el íntimo desafío al mundo-tal-como-lo-conocemos. El vendedor aferra el picaporte de la puerta y se dispone a abandonar el bar cuando lo llamo con gesto de llamar al mozo. Le pido examinar el libro y mientras lo hojeo con estudiado desinterés el hombre-golfo me da algunos datos contextuales sobre libro y autor aunque no queda claro si lo ha leído o no. En verdad quisiera preguntarle el derrotero que lo ha llevado a esta situación, pero apenas lo interrogo con un tímido “¿Cuánto cuesta?”. Extraigo el dinero de mi billetera y se lo extiendo. El vendedor me agradece y se marcha del bar con la infinita lentitud y el vacilante vaivén de un transatlántico destinado a naufragar en su mismísimo viaje inaugural.

Zedi Cioso

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05 junio, 2007

Las cosas más extrañas que me pasaron en un Bar I

Leía ¿qué leía? Una novela ¿qué novela? No lo recuerdo con exactitud, tal vez no fuera una novela, pero era literatura, eso seguro, en un bar de Palermo que es como una caja translúcida de zapatos a causa de sus paneles de acrílico y su forma de cubo y que está ubicado al lado de las vías de un tren que cuando se lo ve venir parece como si fuera a hacer añicos la caja de cristal con parroquianos y todo. Ahí leía un libro de cuyo título no puedo acordarme pero que era Literatura. Leía con el gusto y el gesto reconcentrado y meditabundo del lector que se entrega al placer del texto. Había poca gente, creo que era fin de semana, tal vez domingo. El bar era a esas horas un reducto de solitarios. Había una chica sentada a unas mesas de la mía. La chica escribía mientras yo leía. Todo esto era percibido como un detalle anecdótico por la periferia de mi campo visual. De pronto la chica estaba parada junto a mi mesa, lo que hizo que pasara a ocupar la ATENCIÓN ABSOLUTA de todos mis sentidos.
_Tomá, dijo y me extendió un papelito. La chica no escribía (vanos prejuicios de un hombre de letras). La chica dibujaba. La chica me dibujaba mientras yo leía. Lo que me entregaba, con mano temblorosa era un dibujo que me representaba de perfil, leyendo a la mesa del bar translúcido. La chica NO ERA LINDA (esto hay que decirlo ya mismo) pero ese dato sólo pudo ser precisado a posteriori. En ese momento me quedé inmóvil, mientras me dedicaba a mirar a la chica con el cuello arqueado al máximo y la boca abierta que apenas fue capaz de expulsar un “gracias” como si fuera una tos convulsa. Creo que la chica dijo “de nada” y se dio vuelta y se fue caminando de esa forma en que camina la gente que piensa que alguien la observa en un callejón oscuro.
Permanecí varios minutos observando embobado el torpe dibujito que reproducía mi tosco perfil con el pelo cayendo lacio y ocultando la patilla de los anteojos y la nariz prominente y ganchuda. 5 minutos después reaccioné del trance y grité para mis adentros “¡Boludo! ¡Tenías que invitarla a tomar un café!” Ya era lo suficientemente tarde como para emprender este tipo de recriminaciones. Cada tanto hojeo el libro que leía en ese momento y el dibujito me sale al encuentro inesperadamente oculto entre el pliegue de las páginas y vuelvo al bar translúcido y soy yo el que lee la misma novela mientras una chica cuyo nombre jamás conoceré me inmortaliza en un pedazo de papel.

Zedi Cioso

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02 junio, 2007

Vampirismo

Males de la terapia: sobreanálisis, sobreexigencia en la necesidad de controlarlo todo (a partir de la voluntad de cambio). Creencias en procesos mágicos que, a partir de la instanciación de palabras en el mundo, resolverán mecanismos de conductas arraigados en el sujeto. Estereotipamiento en los relatos de los sujetos sobre su propia vida (ahora, a todos nos pasa lo mismo). SIDPA (SÍndrome de Dependencia al Pelotudo del Analista).

Males de la falta de terapia: autismo emocional. El sujete no puede (ni cree que sea posible) explicar sus conductas, en particular las del orden de lo emocional.

Conclusión: págueme a mí, yo lo escucho y no le digo ni múh. Ud. se descarga y yo me puedo pagar los choripanes del domingo.

ML