El Mate Tuerto

"Se fingirá el saber que no se tiene."

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Nombre: El Mate Tuerto
Ubicación: Argentina

24 julio, 2009

Una familia de rompebolas

Mi viejo:

– Mirá Nacho, vos sabés que tenés una madre de oro. Una vírgene. Una madona. Única. Con ella siempre tuvimos buen sexo. Yo siempre disfruté dándole placer a tu madre. Y más ahora, que desde la operación ni siquiera me salta (se me va para adentro). Pero también es mujer. Y como toda mujer, es una rompebolas. El otro día, por ejemplo. Era martes. Empecé el día bárbaro. En la oficina. Laburando. Tranquilo. Alegre. Feliz. Pero ella empezó a romperme las bolas ya desde temprano. No me acuerdo por qué era. Un problema con tu tía, creo. Yo no me quería enganchar. Me hacía el boludo. Le sonreía. Le decía piropos. “Bichito lindo…”. Pero ella seguía y seguía. Dale que dale. No paró hasta que me sacó. “¡¡Juana, por favor, no me rompas más las bolas!!”. Recién ahí se quedó tranquila. Decí que ahora tomo tegretol. Ves, en eso, vos medio que saliste a tu madre. Tu hermano siempre se pareció más a mí. Pero vos sos más parecido a ella. Siempre fuiste medio rompebolas. Te tomás las cosas muy en serio. Es más, en una época eras la imagen de todo lo que detestaba. ¿Qué? ¿Y ahora que dije? Sos tan susceptible. Sí, ya sé. Eso fue hace tiempo… ¿Te vas a comer esa aceituna?
Mi hermano.
– ¡Uy! Mamá es una rompebolas. Todo el día con la biblia rompiendo las bolas. Parece Flanders. No se relaja nunca. No para. Cuando me peleé con Maru le dije: “Má, no la llames. No te metas”. ¿Vos te pensás que me dio bola? A la semana ya la había llamado. Y encima, cuando le pido explicaciones, me caga a pedos. Y vos también sos bastante rompebolas. En eso saliste a mamá. Te hacés problema por todo. Planificás todo. No dejás nada al azar. Por ejemplo en Brasil. Que el despertador. Que la crema solar. Que factor 50 para la cara. Y el 35 para el resto del cuerpo. Y de chico, además de rompebolas, buchón. Todavía me acuerdo cuando fuimos a la psicóloga. Sí, con papá y mamá. Yo estaba en segundo grado. Te pusiste a llorar y les dijiste que me había sacado un dos en lengua y que había escondido la prueba. ¿No te acordás? Estuve un mes sin poder ver la tele ni jugar a los videos. ¡Un mes!

Mi vieja:

– Yo no entiendo porqué en esta familia todos dicen que rompo las bolas. Decí que yo nunca fui muy susceptible. Y que no le presto demasiada atención a lo que dice tu padre. Si no, me tendría que haber suicidado a la semana de casados cuando me dijo “Rajá, negra basurera”. Tu padre siempre fue un diamante en bruto. Pero que, ¿tu hermano también dice que soy una rompebolas? ¿Acaso ellos se creen que no rompen las bolas? Cuándo dejan todo tirado, los platos sin lavar, la cocina hecha un asco, ¿no rompen las bolas? Cuándo tu padre se levanta a las 5 de la mañana y empieza con los ruiditos en el baño. Los buches. El bidet. Las gárgaras. Y eso cuando no empieza con las preguntas: “Juana, ¿dónde está el vaso con los dientes?”, “Juana… Juana, no encuentro los documentos, Juana…”, “Juana, no viste donde estaban las llaves… Juana.”, “Juana los papeles del auto, los viste?”. Ah, sí. Los señores nunca rompen las bolas. Y tu hermano. Cuando se pone en pedo con los amigos y vomita en la puerta. O se van a hacer qué se yo qué y después te dice: “Má…, me pasás el teléfono del Dr. Diaz”, “¿Y ahora qué pasó?”, “Nada, má. No rompas las bolas.”, “No, nada, no. Ahora me decís que pasó.”, “Nada, es para un amigo. Nos fuimos de putas y se le rompió el forro.”, “¿Estás seguro de que es para un amigo y no es para vos?”, “Má, no rompás más las bolas. Ya te dije que es para un amigo. ¿Me vas a dar el teléfono o no?”. Eso no es romper las bolas. Sí, ya sé que demostrar que tu viejo y tu hermano son unos rompebolas no prueba que yo no sea una rompebolas. No sé si alguna vez te dije, pero te ponés bastante rompebolas con la lógica. Ves, al final una no puede decir nada. Sos muy suceptible.

Mi primo:


– Yo no sé, si serán rompebolas o rompepelotas o hinchapelotas. Pero sí sé que con una buena japi se les pasa todo. Cuando a una mina te la cojés bien, no te rompe más las bolas. La otra vez venía medio fusilado. Medio escabio. Pichula caída. No había Boston Group que me levante. Le eché un rapidito. De costadito. Un muertito. Como para irme a dormir relajado. Creo que ella no acabó. Igual, nunca estoy muy seguro cuando acaba y cuando no. Ponele que no acabó. Yo ya estaba roncando. A las siete de la mañana tenía que levantarme para ir al super. A laburar. Y la mina que se me pone a hablar. Una rompebolas. “Santi, ¿estás seguro que no tenés problemas emocionales?”, “…”, “Para mí que tenés problemas emocionales”, “…rmmm…”, “La verdad, no te tendría que haber dicho nada. Si tenés problemas emocionales es muy difícil que los veas”. Y así hasta que se durmió. Sí, ya sé. La culpa la tenemos nosotros que no nos las garchamos bien. Pero qué se le va a hacer. Una noche de bajo rendimiento la tiene cualquiera. Como diría el Fleco, no podés ser un ganador las 24 hs del día, los 365 días del año. Sí. “Con una sola Fleco, con una sola”.

Mi amiga Julieta, la policía de género:

– Ojalá ustedes se tuvieran que depilar. ¿Vos sabés que rompebolas que es depilarse? Vos sabés que rompebolas que es tener que ir toda arreglada a una fiesta. Pintada. Peinada.

Otra fuente inagotable de información acerca del fenómeno de romper las bolas es mi mejor amiga, Vale:

– Eee… Sí… De vez en cuando le rompo un poco las bolas a Nacho. “Te voy a hacer una remera” me escribe por el MSN. “Va a decir ‘Soy una RPBLS’. Y te la podés poner para ir al gym con tu amiga Patricia, mi ex. Eso sí, no te olvides de darle reliverán, porque parece que de sólo escuchar mi nombre le dan ganas de vomitar”. NMRMLBS. Así me pone en el Skype cuando sus acciones en el mercado de valores de la seducción cotizan a la baja. ¿Qué qué hago para romperle las bolas? Nada. Es un lunático. De vez en cuando le mando algún mail. Yo sé que le puede romper las bolas. Pero se los mando igual. El otro día me re respondió “Querida Valeria, te suplico, no me mandes más mails con boludeces. No quiero saber ningún chisme más del mundo blogger. Ni de de porqué la profesora Fernández no te pasó la nota del seminario. O que te quiso decir el Dr. Roxler cuando te dijo que la monografía que entregaste ‘estaba bien’. Y espero que interpretes esto como una rompebolas de regla, y no de acto. No sé si me explico. Quiero que sigas la regla ‘no me mandes más mails con boludeces’ y no que simplemente dejes de hablarme de tus problemas existenciales con el Dr. Roxler y la Dra. Fernandez, que sé, se resolverán a la brevedad. Besos. N.”. Sí, cuando tiene que entregar un paper no se le puede decir nada. Es tan susceptible. Tan rompebolas. Además, se toma todo demasiado en serio. Para mí que todavía la extraña a Patricia. Si no, para qué me dice lo del reliverán.

Nacho

20 julio, 2009

Atacama-Valparaíso

El barrabrava multiplicaba las posibilidades combinatorias de las tres palabras que el alemán sabía en castellano para naturalizar lo imposible: estaban hablando. El barrabrava oficiaba de intérprete de la sociedad chilena y entrevistador. El alemán asentía, repetía “sí, sí, sí” y remataba sus intervenciones con inefables “hum!”’s. A mi lado, ambos del otro lado de la realidad chilo-alemana del micro, Facu dormitaba. Cinco días en San Pedro de Atacama despertándonos demasiado temprano para abordar combis que nos internaban por caminos hechos de sólida negrura nocturna y plagado de ripios que impedían tanto dormir como disfrutar del paisaje, cinco días caminando como noctámbulos –el ritmo es el mismo- de acá para allá, entre rocas coloradas, sobre salares pulidos, bajo el agua de lagos aspirantes a mares muertos, cinco días en hostels sin agua caliente y almohadas bidimensionales: desmayarnos en los asientos era un esfuerzo excesivo. No pasa una hora y ya llegamos a Calama. Chau, dice el alemán. Entre nosotros y el barrabrava, la nada del pasillo y un asiento vacío.
El barrabrava vacía su séptima cerveza diez minutos más tarde. Está listo para iniciar el ataque.

-Ey, amigo.

Estoy reclinado en el asiento, los ojos apuntando a “La novela luminosa” de Levrero o a “Las sirenas de Titán” de Vonnegut o a “Los libros de la guerra” de Fogwill.

-Ey, amigo.

¿Qué te pasa, tarado? ¿No ves que estoy leyendo?

-Ey, amigo.

Ufff…

-¿Soi argentino?

Después de unas semanas de ese lado de la cordillera, la sensación de extrañeza generada por el particular modo de expresión se ve atenuada, pero… ¿cómo que si sos argentino? ¡Sos chileno! ¿No te escuchás hablar?

-¿Te gusta el fútbol?
-… sí.
-¿Soi de Boca?
-… Independiente.
-¡Uhhh…! ¡Aguante la Academia!
-…
-Somos amigos de Racing, vo.
-… hum.

Décima cerveza cerveza. Clavo los ojos en el libro.
Diez minutos más tarde:

-Ey, amigo.
-…
-Ey, amigo.
-…
-Ey, amigo.
-… ¿sí?
-Cuidado con el bolso.
-… hum.
-El chileno es harrrrrto oportunista, vo.
-… ajá.
-Sí, vo. Así que ojo. Si bajai, bajai con la mochila, vo.
-… bien.

Clavo los ojos en el libro, parte 2.

-Ey, amigo.
-…
-Ey, amigo.
-…
-Ey, amigo.

Y cinco minutos más tarde:

-Ey, amigo.
-…
-Ey, amigo.
-…
-Ey, amigo.

Y cinco minutos más tarde:

-Ey, amigo.
-…
-Ey, amigo.
-…
-Ey, amigo.

Llegamos. Esto es algún lado. Ya es noche cerrada y el barrabrava deja atrás su vigésima cerveza. Bajo.

-Ey, amigo.
-…
-Ey, amigo.
-… ¿sí?
-Cuidado con el bolso.

Agarro el bolso. Entonces, el horror: el barrabrava, su mochila y su hatajo de cervezas, me siguen. ¿Querés?

-¡Claaaaro, huevón!

Me alejo del parador. El barra oscila hacia mí. Se apoya en el árbol. Le doy una seca, dos secas y se lo paso. Le da una seca. Le da otra seca.

-Fumá tranquilo.

Tres secas. Cuatro secas. Me lo pasa.

-Dale, dale tranquilo.

Quinta seca. Sext…
Se tambalea. Cae. Le saco la mochila y el manojo de cervezas y vuelvo al micro.

Matías Pailos

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16 julio, 2009

Los nombres de la cosa

Una vez les imploramos que nos acercaran un baterista. No nos defraudaron. Y aunque el muchacho en cuestión prefirió arder antes que apagarse, fue el combustible que nuestra usina productora de feromonas atrae-bateristas necesitaba: ya hay otro aporreando sus parches. Lo que requerimos de ustedes, ahora, es más sencillo: dennos un nombre. Tuvimos “Sonora”, y apareció un “Mambrú” mexicano que con el sencillo expediente de intercalar una “h” [i.e., “SonHora”] nos cagó de aquí a la eternidad. Tuvimos “Asesinos de Sonora”, pero la primera vez que nos preguntaron cómo nos llamábamos, se nos cayó la cara de vergüenza. Ahora no tenemos nada más que su ingenio. Sáquenle jugo a sus cabezas.
Yo les alcanzo el exprimidor.

Matías Pailos

PD: nuestros temas tienen lo peor de Bowie, Joy Division y Pixies.

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12 julio, 2009

Ruraleando

El oportuno llamado de Ariel logró arrancarme del descuidado enclaustramiento autoimpuesto de fin de semana. Dos horas más tarde estábamos a las puertas del falso “Kentucky” frente a la Rural para abordar, a dúo, un nuevo avatar de la maxi-muestra de arte que congrega las multitudes habituales de clase media acomodada –en sus variedades cool, snob y concheta –más todos sus híbridos. Como el fútbol, los eventos culturales es mejor vivirlos con amigos. Para Ariel, el arte es una fuente de ideas. Si no fuera por él, par mí solo sería una simpática batería de estímulos. Por ejemplo, el cuadro ese de una mina verde. ¿Autorretrato de Diana V-Invasión extraterrestre? Me doy vuelta y ya perdí un amigo. Doy un par de vueltas y choco con una modelo negra de dos metros rematada con un afro, porque ser una modelo negra del brazo de un cincuentón colorado echapanza de anteojos negros de carey le pareció poco exótico. ¿Mina o trava? Los aguijones en los ojos de dos promotoras de Cinzano me dan la respuesta: mina. La negra troca en amuleto de la buena suerte: víctima del maligno hechizo macumbero que emana del afro, Ariel le pisa los talones. Lo freno. La negra se aleja. Con la distancia, el hombre recupera la cordura. Diecisiete giros irregulares en zig-zag y media hora más tarde, Ariel llega a la primera conclusión inevitable:

-Me está empezando a hinchar las pelotas las dos dimensiones.

Que era más o menos lo que le venía repitiendo como un loro desde diecisiete giros irregulares en zig-zag y media hora antes. Damos con un collage de fotos de cuadros clásicos superpuestas con cachos de cuadros contemporáneos intervenidos a pincel, lápiz y aerosol graffitero. Cuando estemos a un tris de retirarnos, veremos cara a cara su contraparte: otro collage de fotos para nada clásicas ni artísticas sino publicitarias, intervenidas más o menos con las mismas técnicas. Ariel traza una cruz: he aquí una constante del ACA [i.e., “Arte Contemporáneo Argentino”]. Ahí recuerdo que el tipo que habla de arte en la Metro los sábados a la mañana (Julio Suaya o Sualla o Zuaya o Zualla o… (acá Internet me acota que es “Suaya”)) postuló a la falta de recursos (i.e., guita) como la razón principal de esta vida a fuerza de enchastres pintarrajeados encima –que tanto nos gusta –porque además de pobres somos fáciles. Se lo voy a decir cuando atravesamos el quincuagésimo octavo desnudo –femenino o masculino, pictórico o escultórico. El oráculo Ariel sentencia:

-Los artistas son todos unos pajeros.

Asiento, e inmediatamente –“todos los filósofos son obsesivos”- dudo: ¿por qué particularizar en este gremio? Esa pintura me suena conocida. Polosello, genio y figura. ¿Será porque nunca nos fuimos del centro de la muestra, sino que siempre estamos volviendo? Detrás de un simpático enano de yeso –un viejo degenerado en pelotas a punto de prenderse un churro casi tan grande como su cabeza-, unas fotitos de pendejitas en bolas. El oráculo Ariel reloaded:

-Los artistas son todos unos pajeros.

Nos acercamos. Ninguna fotito: son dibujos. Técnica empleada: un par de bics azules sobre cartulina cualunque. Lo estudiamos en detalle. Padecemos, una vez más, el asombro infantil ante el milagro técnico, cuya realización nos está vedada. A la derecha de las pendejitas a bic, un mamarracho rematado a las apuradas, que intenta remedar las primeras hechuras estéticas de los infantes. Una mierda.

-Son estas cosas las que te hacen pensar que el posmodernismo está profundamente equivocado.

El nuevo objetivo: encontrar las obras de Gabriela Messuti, young artist & hermana de amigo. Pasamos ante otro enano de yeso en pelotas. Con la mano derecha, sigue atentamente los derroteros en tinta del Federico Moreau de Flaubert (el libro no es de yeso). Con la izquierda, se hace una paja. Tomamos un atajo y terminamos en un atasco. Gente en fila. Nos paramos detrás. La cola es sin por qué. ¿Somos pelotudos? Media hora más tarde nos obsequian con un encendedor y una caja de cigarrillos antes de dejarnos acceder a una cueva de cartón de dos por dos: la chotísima instalación de Harmony’s. Salimos y otro enano de yeso nos señala mientras se caga de risa.

Simpático.

La tierra prometida. El futuro tan deseado. La “sección joven”. La agotamos tres veces (con sendos parates en la carpa-rave para frotarnos contra tetitas en flor –favorecidos por el amuchamiento). Vencidos, nos tiramos en un sillón. A mi derecha, otro enano de yeso en pelotas, indistinguible de los anteriores, me levanta el pulgar mientras me exhibe un cartel que es toda una declaración: “son dos pelotudos”. Pienso en romperlo. Pispeo: no mira nadie. Algo me retiene. Es el sombrero del enano, en el que se lee su precio en cuatro cifras y moneda extranjera. Vamos, digo. A punto de llegar al stand del colectivo platense en el que milita uno de los rockers integrante de “El Mató”, un nuevo ejemplar de enano enyesado, tan indistinguible de los anteriores como el resto, nos invita, con toda la amabilidad que su desnudez permite, a abrir una puerta negra. Miro a izquierda, miro a derecha. ¿Por qué no? Abro.
Ahora estoy con la cabeza en un balde, empapado de pintura.
Llevo las manos al balde, intento sacármelo. Resbalo, caigo. Ya en el piso, me lo quito. Me siento. Me doy vuelta. Me pongo de pie.
Tirito.
Soy el punto focal de un anfiteatro humano. Soy el receptor universal de las risas, el imán para el polo opuesto que yace en cada índice. El enano yésico está tirado en el piso, cagado de risa, abierto de piernas.
Mi oportunidad.
Apunto y pateo. Hago carambola testicular de yeso. Las pelotas salen disparadas por los aires hasta dar con su lugar natural: las cabezas de dos guardias de seguridad. Una alarma empieza a sonar. La multitud se desbanda. Tres uniformados vienen hacia mí. Es el momento. A correr.

Matías Pailos

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08 julio, 2009

Carta a un hombre sin miedo

Querido Ángel:

Espero sepas disculparme el atrevimiento de llamarte por tu nombre y tutearte aunque no tengamos el gusto de conocernos. Bueno, a decir verdad yo sí te conozco; te conozco desde que eras el fiel ladero del único escritor que metió un gol en la final de un mundial, en su aventura como DT de los merengues. Después te vi alternar en algunos equipos argentinos con suerte diversa, tal vez por eso no le di mucha bolilla a tu designación como entrenador de un equipo otrora grande, que parece inmerso en una sempiterna crisis institucional y cuyo único objetivo a principios de año consistía en obtener una veintena de puntos para escaparle al fantasma del descenso. Y tenía que ser así: el mejor equipo sólo se podía gestar desde el lugar más frágil, desde el más incierto, en el máximo peligro, como decía Hölderlin, también anida la chance de nuestra salvación. Al principio parecía casualidad “Huracán ganó un par de partidos”, después un rumor sostenido “El que está haciendo una buena campaña es Huracán, eh”, y al final una feliz certeza “Che, pero qué bien que juega Huracán”. Y que me perdonen los dioses de las buenas letras, por el lugar común, pero vos tomaste un rejunte de jugadores y los convertiste en un Equipo. Cuando conocemos a una persona que nos deslumbra decimos que tiene ángel. A este Huracán vos le prestaste tu nombre, no era el equipo de Angel, fue un equipo con ángel. Y esos muchachos en los que vos depositaste toda tu confianza, ilustres desconocidos, Pastore, De Federico, Bolatti, se convirtieron por obra y gracia de tu fútbol en las figuras del campeonato. Pero ¿Cómo puede ser que fueran tan, pero tan buenos y antes nadie se hubiera dado cuenta? Voy a citar a tu amigo, Angel, él nos va a dar una mano: “El miedo condiciona el comportamiento de los entrenadores, que no solamente son poco creativos sino que le temen a los jugadores creativos. El entrenador tiene la obligación de imaginarse el partido que se va a disputar. Empieza a ver cómo contrarrestar los peligros posibles, y el jugador creativo, que suele ser un poco displicente, termina dándole angustia al técnico, que prefiere al jugador que le garantiza seguridad y rendimiento regular. El jugador que tiene una concepción más poética del juego es por lógica más intermitente”[1] . Vos no les tuviste miedo a tus jugadores y les trasmitiste esa misma valentía, les explicaste la falsa dicotomía entre jugar bien y ganar, les dijiste que se defendieran con la pelota, hiciste del pase preciso un dogma, la belleza fue tu emblema, la poesía del fútbol tu estandarte. Y, en la era del pánico, nos enseñaste a todos a no tener miedo. Yo creo que por eso te odiaba la Corporación Mediática, esa sistemática empaquetadora, distribuidora y comercializadora de terrores: los hombres sin miedo son muy mal ejemplo para una sociedad cuánto más cagada en las patas, mejor.

Angel querido, me sigo tomando cofianza, pero es que vos también me conocés: soy uno más de todos los hinchas anónimos que en esta sociedad de antagonismos se pusieron la casaca del Globo. Yo los veía, en los bares, en las oficinas, en las paradas de colectivos, completamente olvidados de sus mediocres equipos que se la pasan jugando a no perder, alabando el fútbol que desplegaba Huracán y sus intérpretes: la gambeta endiablada de De Feredico, los pasos de bailarín de Pastore, la frente en alto, el tranco seguro, sacando pecho, de Bolatti. Después de mucho, mucho tiempo, nos dieron ganas de ver a un equipo por la mera razón de que su juego representaba un hecho estético: con tu Huracán el fútbol recuperó por un rato su belleza en tanto juego, al margen de resultados, de especulaciones, de negocios turbios, de derechos televisivos y comisiones millonarias y evasiones impositivas. Nos devolviste, más que la pasión (ese significante turbio con el que se arropa la violencia corporativa de los barras y la fraudulenta complicidad de los programas de la tele), la alegría, nos diste un motivo para ser felices.
Y los resultados te acompañaban, por supuesto. Encima Huracán ganaba todos los partidos. Yo creo que esto puso muy nervioso a las autoridades. Hubo preocupación en las “altas esferas”. Un tipo sin miedo propone recuperar la belleza del juego y le está yendo bien: Atención. Peligro. Por eso esa saña con la que te pegaban los primeros planos en las transmisiones, la alcahuetada de leerte los labios, pero otra vez la pifiaban, porque nos mostraban una y otra vez la mirada de un hombre con el fuego de la ilusión prendido en los ojos, un hombre de pie con la frente en alto, un Hombre sin miedo.

Querido Angel, tu Huracán encarnó la estirpe de los equipos de veras Grandes: Hungría del ‘54 la Holanda del ‘74, el Brasil del ’82, y como ellos, va a lograr un mérito mucho mayor que la inscripción de un campeonato: perdurar en la memoria popular de todos los hinchas de fútbol. Gracias, Angel, porque si algún día tengo descendencia podré decirle a mis hijos y a mis nietos que pude ver jugar a tu Huracán, que fui gozoso testigo de la poesía que desplegaba sobre el césped de los estadios. No nos diste un burdo campeonato, Angel, pero nos regalaste un Equipo para Siempre.
Y sí, Angel, perdimos la final, consumamos el destino de las Buenas Causas y a pesar de ello, o por eso mismo, la seguiremos peleando. El antifútbol sabe jugar finales, qué duda cabe y suele recibir una mano de los poderes de turno. Vi la final en un bar de Saavedra con mi viejo. El bar estaba lleno y quedó gente afuera, y me la juego que ninguno era hincha de Huracán, pero todos alentábamos como el que más, puteábamos al árbitro, gritábamos los goles anulados y sentimos el frío acero en el pecho cuando se consumó la injusticia. Te cuento esto, para que sepas que no tuviste un cuadro, una parcialidad, tuviste todo un país de tu lado. Y por supuesto las cámaras se ensañaron con vos cuando supieron que podrían hacer leña del árbol caído. Y yo te vi de pie, firme. Aún cuando te mostraron sentado en el fondo de la banca, con los ojos cerrados, rumiando la derrota, pensando que todas las causas buenas se van a la mierda y que por eso mismo tiene el doble de valor encararlas, ponerles el cuerpo, pelear por ellas.

Querido Angel, me despido y aunque tal vez nunca te lleguen estas palabras, se que algo te llevará el viento, el susurro de un aliento, el eco apagado del grito sordo de gol. Me gustaría encontrarme con vos alguna vez, en la calle, por pura casualidad. Y entonces Angel yo te daría un abrazo. Nada más. Sin palabras. Sólo un abrazo, unas palmadas en la espalda y con eso quedaría más que claro mi mensaje.

Gracias Angel

Ariel Idez, Buenos Aires, 8 de julio de 2009.


[1] “Los responsables del azar. Conversaciones con Jorge Valdano” en Villoro, Juan, Dios es redondo, Bs As, 2006, pag. 211.

06 julio, 2009

Algunas consideraciones semánticas de importancia marginal

Perdimos, dijo Ariel. A continuación, el cimbronazo. Parte del saldo del ajetreado tire y afloje de ideas, acusaciones y vilipendios (que puede verse con detalle en la sección “Comentarios” del post anterior), fue el zarandeo del par “izquierda/derecha”, aplicado atinadamente a diestra y siniestra, con más o menos ton pero sin tanto son, en la puesta pública de las evaluaciones políticas –mayormente a cargo del sector intelectual del espectro interesado en el tema. (El resto del universo no le da tanta pelota.) Ya no recuerdo si fue Austin o Ryle (creo que fue Austin) quien distinguió entre dos disciplinas: la semántica prescriptiva y la semántica descriptiva. La primera se ocupa de decirnos cómo debemos usar las palabras. La última, cómo de hecho las usamos. Lo que sigue son algunos despropósitos afincados en el último ámbito.

1-Estamos más dispuestos a emplear el sustantivo “la izquierda” y el predicado “es de izquierda” fuera del propio terruño que dentro de él. Al informarnos acerca de la situación política de otros países –fuera de nuestra región, pero también dentro de ella-, una de las primeras cosas que hacemos es tratar de identificar los sectores idiosincrásicamente conservadores, y distinguirlos de lo que, de momento, llamaré “el resto”. Un segundo movimiento –que suele solaparse temporalmente con el anterior- es tratar de localizar los representantes locales con alguna posibilidad de ejercer el poder, que tengan como objetivo más o menos reconocible: la mejora de la educación y de la salud pública, el aumento del nivel de empleo, la disminución de la pobreza y la indigencia, el acortamiento de la brecha de ingresos y recursos, la mejora de las situación laboral (reducción de la jornada laboral, vacaciones, y demás), la instauración de algo así como un ingreso mínimo universal, la mejora de las condiciones generales de vida. A ese grupo lo etiquetamos con el mote de “izquierda” –o, al menos, de “más de izquierda”. Una vez que acercamos la lupa, comprobamos lo heterogéneo del colectivo. Los hay marxistas y los hay que no. Los hay fervientemente democráticos y los hay que creen que “eso no es una democracia real”. Los hay dispuestos a pactar con sectores fuera de este espectro y los hay que consideran que todo eso es una aberración, una traición y una agachada. A poco de andar, descartamos la etiqueta de “izquierda” por algunas otras más elaboradas, que tomen en consideración factores culturales que a primera vista pasaban desapercibidos. Eventualmente, si persistimos en el estudio del tema, nos negaremos a toda aplicación de nombres no acompañada por sus correspondientes comillas. Tres conclusiones apresuradas, entonces: (i) la aplicación del vocablo “izquierda” es favorecida por la distancia, (ii) la aplicación del vocablo “izquierda” es favorecida por la ignorancia, (iii) la aplicación del vocablo “izquierda” fuera del propio terruño es aplicada sin sonrojarse –y primariamente- a grupos con posibilidad seria de ejercer el poder. Una conclusión adicional: “izquierda”, tal como parece indicar el giro “más de izquierda”, también puede usarse, y se usa, de modo comparativo. Acaso se requiera que el término de la comparación al que señalamos como “más de izquierda” que el otro tenga alguna de las notas básicas que distinguí anteriormente –pero no parece que habitualmente se exija que las tenga mayoritariamente, mucho menos que las abrace in toto.

2-Al momento de pensar como transpolar el uso de la expresión en cuestión (i.e., “izquierda”) al ámbito local, la cosa es más peliaguda. El por qué de este fenómeno es algo que se me escapa. Pero he aquí algunas presunciones al respecto:
La información acerca de “lo que pasa acá” es más amplia. El espectro de sectores considerados, también. Cuando hablamos de otros lugares, identificar como de izquierda al grupo 1, es en parte distinguirlo en el sentido obvio del grupo 2. No vemos más que esos dos grupos, y ambos son nutridos. Al referirnos al ámbito local, la clase de referencia de grupos a considerar tiene mucho más que dos elementos. Tildar a este o aquél sector como “de izquierda” puede parecernos incorrecto, cuando están aquellos otros que parecen ser “mucho más de izquierda”. Además, nadie quiere ser reductivo. ¿Por qué decir que “x es de izquierda”, cuando se puede dar un informe mucho más detallado al respecto? Lo que sirve para una primera mirada aproximativa puede ser inútil una vez que ya estamos entre las cosas.
Por último: nosotros somos especiales. Argentina es un lugar único e irrepetible. “Izquierda” y “Derecha” sirven para todo el mundo, menos-para-acá. Somos diferentes: aceptémoslo. No somos como nadie más.
… o al menos eso nos gusta creer…

3-¿Qué es ser “progresista”? Es ser de “centroizquierda”. Algunos podrán atajarse, pero creo que eso es todo lo que hay –primariamente- detrás de estas palabras. Todavía “centroizquierda” parece cargar con algún contenido descriptivo. “Progresista” ya no. Pero la reticencia de los progresistas –los que se mueren de vergüenza al definirse como así y los que no- a asumirse como tales podría, precisamente, residir en la incomodidad con esa descripción (indefinida) asociada que alguna vez tuvo –la de ‘favorecer el progreso’ o algo así, donde ‘progreso’ resuena a futuro mítico, a paraíso encontrado tras ardua y rigurosa búsqueda. Resuena a viejo. Resuena a ingenuo. Y nadie quiere ser ingenuo. Acaso convenga dar con otra expresión. Pero la instalación de sentidos en el ámbito público no tiene lugar de la noche a la mañana. Mientras tanto, ¿qué? Les propongo, progresistas amigos, dejar de lado la vergüenza. Les propongo tratar de no sentirse ofendidos y humillados por los revolucionarios que nos tachan de reformistas tibios y cobardes: es lo que somos. Y tenemos buenas razones para serlo. Las revoluciones terminan, usualmente, en dictaduras. En gran medida, de derecha –y con nuevas cotas en la concentración del ingreso y empobrecimiento de la población.
Lo único seguro, en estos casos, son los litros de sangre derramada.

4-Con “derecha” no tenemos tantos remilgos. Todos son de derecha: desde Hitler hasta John Locke. Ahí no nos ponemos tan finos –ni nos acusamos mutuamente de usar mal las palabras. ¿Por qué será? Hipótesis apresurada 27: porque “derecha” tiene, entre nosotros, como utilidad primaria, identificar “al otro” (políticamente hablando). Pero, ¿en serio queremos meter a Hitler y a Locke en la misma bolsa? ¿Hacemos bien?

Matías Pailos

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