El Mate Tuerto

"Se fingirá el saber que no se tiene."

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Nombre: El Mate Tuerto
Ubicación: Argentina

27 enero, 2010

Alasita 2010: La feria de los deseos


“Alce su torito”, dice el yatiri en cuclillas, y arroja unas gotas de alcohol fino sobre la figura de cerámica de un toro negro y bravo, repleto de dólares, pesos y euros sobre el lomo mientras murmura en letanía una oración aymara. El yatiri lleva una remera blanca, un pantalón color crema, sandalias franciscanas y un sombrero andino y sólo se diferencia de los demás mortales por el cuenco con carbones ardiendo a sus pies, sobre el que ahora arroja una cucharadita de incienso que al tocar la brasa desprende un humo blanco, aromático y espeso. Un humo que baña y recubre al toro de la abundancia mientras su esperanzado dueño lo hace girar en círculos, un humo que se difumina en volutas y se pierde en el aire, como los sueños que anima, para sumarse al polvo de la tierra seca del potrero e impregnarse en los cuerpos transpirados bajo el sol inclemente de este mediodía de enero; pero a nadie parece importarle ese pequeño sacrificio: ¿que es un golpe de calor al lado de la fortuna y la prosperidad de todo un año? Es que los sueños, sueños son, pero aquí, si no realidad, cuanto menos se hacen miniatura: estamos en la Alasita, la única y auténtica feria de los deseos.



“No, mi amigo, pos que en La Paz es más fresquito, por la altura”, me dice Efraín cuando le pregunto si allá, cuna de la celebración, se sufre tanto como acá, ahora, bajo este sol tremendo. Efraín es obrero textil y recorre los puestos consultando el precio de un taller en miniatura “con máquinas de coser juky, que son de las mejores”. Estamos en un extremo del Parque Avellaneda, en el límite con la autopista y a espaldas de los porteños que burlan el calor chapoteando en la pileta municipal o lo mitigan echados en el césped mientras chupan bucólicos un helado de agua. Una suerte de arco de fútbol hecho con dos cañas y una soga sobre la que cuelgan a los costados dos taris (pequeñas pañoletas tejidas en telares sobre las que se depositan las ofrendas) y la bandera multicolor de los pueblos originarios en el centro, marca la Huaka, centro energético del lugar y portal ceremonial que una vez transpuesto nos deposita en la Alasita: una feria que cuenta con un centenar de puestos dedicados a vender sueños en miniatura, una veintena de yatiris (hechiceros aymaras) listos para challarlos (bendecirlos) y, por supuesto, la figura encargada de volverlos realidad: el célebre ekeko.



El tatarabuelo del ekeko se llamaba Iqiqu y ya les cumplía a los aborígenes de la cultura Tiwanacu, allá por el 200 antes de Cristo y en la época de Qullasuyo, bajo el dominio incaico. Los conquistadores españoles intentaron mandarlo al arcón de los recuerdos paganos pero el sincretismo, que todo lo puede, le dio revancha en 1781: tras vencer el sitio aborigen de Tupac Katari, el gobernador de La Paz, Sebastián Segurola organizó festejos un 24 de enero para honrar a la virgen y los paceños, ni lentos ni perezosos, aprovecharon para restituir un antiguo ritual aborigen de intercambio de miniaturas y, de paso, tallaron al nuevo ekeko a imagen y semejanza del gobernador: petiso, gordito y bigotudo y lograron hacer de una derrota en las armas una victoria de la cultura. Ahora las miniaturas no se truecan y ya no representan, como en aquellas épocas, granos para una buena cosecha, animales gordos o mujeres y niños para formar o ampliar una familia sino que se compran con dinero contante y sonante y representan los deseos concretos, materiales, palpables de toda una comunidad tan ligada a su tradición como al materialismo de sus anhelos. Los puestos ofrecen de todo pero suelen especializarse en algún rubro, como el que abarrota su escaparate con pick ups Toyota, Renault Kangoos, combis para el trasporte de pasajeros y camiones repletos de mercancías. Otra ofrece casas de todo tipo y tamaño y precio: de 2, 3 y 4 ambientes, dúplex, estilo chalet con techo a dos aguas y de dibujo moderno que parecen diseñadas por Le Corbusier y para los que prefieren ir paso a paso hay terrenos con los primeros ladrillos de los cimientos y una bolsita de cemento, carretilla y herramientas, los que gustan viajar pueden llevarse unas valijitas con pasaje de avión, tarjetas de crédito y dinero en efectivo, los que teman a la incierta inflación que dicta el Indec pueden adquirir changuitos de supermercado llenos de productos y para los que quieran especular con ella hay tiendas de abarrotes y de artefactos eléctricos y con dinero también se compra dinero: a $5 los fajos de dólares, de pesos, de euros.
_¿De a bolivianos no tiene? pregunta una cándida señora frente a un puesto que parece casa de cambio.
_No, bolivianos no tengo mamita –repone la puestera– bolivianos no vas a usar aquí, llévate pues pesos o dólares.

El sol ya dobló la curva del mediodía y castiga más que nunca, me arde la espalda y maldigo el momento en que se me ocurrió ponerme una musculosa, pero a pesar del calor la feria está repleta, tal vez porque el mediodía es el mejor momento para hacer challar (bendecir ahumando) las miniaturas adquiridas. Sobre el modesto escenario montado por la comunidad Wayna Marka, organizadora del evento, suenan los acordes de folclore andino que desgranan los integrantes de la “Sonora del Che” (sic) mientras a un costado, en el stand más prolijo de la feria, desde un gazebo de lona blanca, inmaculada, las promotoras de Western Union regalan una viseras de plástico duro, amarillo, tan apretadas sobre la cabeza que más que proteger del sol parecen destinadas a sumar un nuevo sacrificio para beneplácito de los dioses. Entre los cientos de bolivianos se destacan algunos porteños progres, alguna que otra señora gorda que entra, pregunta y se va y unos chicos modelo filosofía y letras que se sacan fotos con los yatiris mientras se hacen humear los micro-deseos. Mi amigo Nicolás Recoaro no es ni una cosa ni la otra, pero me dice que con la pinta de gringo que tiene no va a poder vender ni un solo Bolita. Nicolás, que fue quien me recomendó venir a la Alasita es redactor del diario Renacer de la comunidad boliviana y ahora trata de vender unos ejemplares del Bolita, edición satírica en miniatura que el periódico editó para la ocasión, imitando las ediciones miniatura que los principales diarios bolivianos hacen para las Alasitas paceñas y que, entre otras “primicias”, informa que los gendarmes argentinos dejaron en calzones al ekeko cuando quiso pasar la frontera, que Ricardo Fort se candidatea para Mr. Bolivia y que el gobierno de Evo promete aumentar su provisión de gas a la argentina sumando los flatos de las cholitas.
_Pero con esta pinta de gringo no voy a vender nada, che.
Se queja Nicolás mientras vocea su Bolita y me recomienda los stands donde puedo adquirir mi ekeko porque yo también tengo mis deseos para este año.



“El fumar es perjudicial para la salud, pero auspicioso para los deseos”, debería decir en el lomo del ekeko. La figura se suele representar atiborrada de mercaderías, como si llevara la canasta familiar a cuestas, los brazos extendidos y la boca abierta con el diámetro justo para encajarle un pucho. Sucede que los dioses fumaban como locos pero se quedaron sin nada al darle el tabaco a los hombres, según la mitología andina. Por eso se les retribuye a través del ekeko, colocando un cigarrillo encendido en su boca después de formular un deseo. Si el ekeko se lo fuma entero hay un futuro promisorio para ese anhelo, si el pucho se apaga a la mitad, hmm, bueno, mejor desear otra cosa. A pesar de su fama cosmopolita la recorrida por los puestos arroja malas noticias para nuestro amigo: el ekeko está en baja, lo que más sale ahora son los toros: hay una proporción de 5 a 1 por cada enano fumón, y los hay de todos los tamaños con precios que oscilan entre los 10 y los 70 pesos. Pienso que tal vez ya casi todos tengan un ekeko y por eso se busca algún otro amuleto para llevar a casa. “El toro tu lo pones junto a la puerta y te protege de los que te envidian cuando a ti te va bien”, me explica una puestera. El toro te protege y el sapo te da abundancia y el gallo le consigue novio a las chicas y el chancho ahorros y el elefante… en fin, hay toda una zoología de la buena fortuna, pero lo que nunca antes se había visto es lo que ofrecen algunos puestos en carácter de absoluta novedad: figuras de Evo Morales con la banda presidencial a $35. Tal vez en 200 años al ekeko se le oscurezca la piel, pierda el bigote y se le redondee la cara, quién sabe, el sincretismo lo puede todo.
Al final me compro un ekeko talle medium por $25. Estoy muy contento con mi adquisición: tiene dos billetes de 100 dólares en cada mano, un atado de L&M en un hombro y auto amarillo en el otro y, todo alrededor, le cuelgan paquetes de leche, Postre Royal, Té, Dentífrico, Vino en cartón, Cebollas, telas, condimentos, harina, puré de tomates, cada saco relleno con su contenido correspondiente; siento que mi prosperidad está garantizada. Lo que no puedo encontrar es un libro en miniatura, para esas sutilezas, me dice Nicolás, tengo que ir a las alasitas de La Paz y, por el momento, de lo que aquí se ofrece no me interesa un título de propiedad de casa o auto, ni un local en Palermo o La Salada ni una mini-boutique que viene con su habilitación municipal incluida. Me contento con un fajo de billetes de 100 pesos. A mi lado una chica le pide al puestero un DNI color bordó, para extranjeros.
_No tengo DNI suelto, pero tengo la billetera que trae todo: billetes, DNI, licencia de conducir, tarjetas de crédito.
_No, dice la chica, yo sólo quiero mi DNI.
Algunos sí que saben lo que es perseverar en su deseo.


“Mira el humo, te iras de viaje muy, muy lejos”, me dice Silvia, la yatiri que elijo para hacer challar mi ekeko. Con la punta de un pincel arroja gotas de cerveza, vino y alcohol sobre mi amuleto y después deja caer el incienso sobre las brasas: el humo anuncia un largo viaje. Después me pasa un tiento de cuero trenzado por el cuerpo para alejar la mala energía y me dice que sufro de dolor de cabeza, aunque acá confunde el presente con lo que el futuro y el calor, la cerveza caliente y la comida paceña me tienen deparado para unas horas más tarde y, last but not least, me mira a los ojos y me dice que “Tu vas a seguir estudiando y te va a gustar y te va a ir bien” y teniendo en cuenta que aguardo el resultado de una beca de doctorado el vaticinio me sienta al pelo y pago con gusto los diez pesitos por el challado. Cumplido nuestro compromiso con los dioses de la abundancia, nos corremos con Nicolás a un costado para refocilarnos en el patio de comidas que los puesteros montaron bajo una enramada surcada por tiras de media sombra. En ese espontáneo polo de la gastronomía étnica nos entregamos a un festín a puro fricasé de res, chicharrón de cerdo y pejerrey con arroz y esos granos blancos y gigantes del maíz andino y bajamos todo con una jarra de mocochinchi (el refresco cruceño de duraznos deshidratados). Aplastado por el calor, la comida paceña y alguna otra sustancia de la madre tierra me retiro, abombado pero feliz, con mi ekeko al hombro y mis sueños a cuestas, recordando aquella sentencia que leí una vez en un libro de Giorgio Agamben: “la miniaturización es una liberación profana, una auténtica ‘salvación por lo pequeño’”.

Ariel Idez

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21 enero, 2010

Diez años no es nada

Decir que fue rara es mentir. Decir esto también, porque solo quiere decir que es algo falso. No fue más rara que las que vinieron antes ni, seguramente, las que vendrán. Pero decir que fue como todas las otras también es incorrecto, no por falso, sino por poco informativo. Por supuesto que retoma lo hecho en el pasado –todas lo hacen- con la ayuda de la nueva tecnología disponible –todas lo hacen. Para entenderla completamente, por tanto, habría que estudiar sus influencias y sus dispositivos técnicos.
Nada de lo cuál vamos a hacer acá –somos casi tan ignorantes como vagos.
La década no terminó –las décadas terminan en el décimo año, no en el noveno, así como empiezan con un ‘1’, y no un ‘0’ detrás-, pero el mundo-rock ya decretó que sí, y no está en mi ánimo contravenir mayorías ni hacer la revolución.
Cuando uno hace listas con “los mejores” como parte de su rótulo, hace equilibrio entre varios extremos. Lo que más gustó y lo que te parece mejor. Lo que más te interesa a vos y lo que más le interesa a la mayoría. Lo que llegó a más gente y lo que conmovió a los mejores –los especialistas.
A la mierda con los quebraderos de cabeza.
Esta lista va a ser decididamente subjetiva de modo militante, y con esto quiero decir algo, y no obviedades. Digo: no quiero decir meramente que estoy comunicando mi parecer -¿cómo no hacerlo al plantearse este tipo de tareas?-, sino que estoy optando por algunas cuadrículas específicas del mapa, desdeñando el resto. Voy a señalar los discos que más me gustaron y que más escuché, sin importar cuán influyente, masivos o celebrados hayan sido.
Pero no nado en un mar de originalidad. Lo que sigue es, más o menos, la música que escuchan todos (los lectores de ciertas revistas y blogs, los consumidores de ciertos programas de radio, los que se mueven en cierto círculo más o menos elitista pero tampoco tanto, en lo más mainstream del margen y lo más marginal del mainstream).
El orden de presentación obedece a un refinado estilo pulido con paciencia de araña: a la que te criaste.

En el 2007 vio la luz un tema que sonaba como a nada que hubiera escuchado antes. Una cuenta regresiva coreada por unos pendejos digitales con teclados psicodélicos y remolones, bastante putos y seductores. Unos bajos gorditos y un hi-hat que caía justo a tiempo. (En realidad no tengo idea qué sea un hi-hat. Es algo de la batería, eso sí.) El tema se llamaba Kids, y era parte del disco “Oracular Spectacular”. El nombre del grupo era una sigla: MGMT, primero en la lista. Un año antes apareció el tercer disco de un grupo usualmente catolagado como “arty” (otra vez mentira: no recuerdo que se hayan referido a ellos de esta manera. Pero en mi cabeza como que va bien. Nueva York, el dato que voy a tirar a continuación… Nueva York… Nueva York…), pero de un dinamismo, antes que nada, visceral. Los temas de “Return to Cookie Mountain” –el nombre del disco- suenan con estática a alto volumen, que no termina de ser desagradable (no suena como el ruido hermoso de la Velvet), y parecen correr. El cantante está a mitad de camino entre el soul de Motown y enojo de los Clash. El grupo se llama T.V. on the radio, y en su momento fueron apadrinados por Bowie, como Arcade Fire, los dueños de “Funeral”, disco del 2004, una maravilla melodramática, orquestal, de resonancias bíblicas en continuo crescendo. Para no perder la hilazón, podemos decir que son canadienses, como Broken Social Scene. Según un colega, “una versión edulcorada de Radiohead”. Lo peor de este dardo envenenado es que a veces da en el blanco. No en los mejores momentos de “Broken Social Scene” (del 2005)... o sí, ahora que lo escucho de nuevo. De todas formas, el disco tiene el gran mérito de incluir uno de los temas de la década: Superconnected, donde deciden poner quinta a la instrumentación confusa y quebrada que los caracteriza y acelerarse hasta el paro cardíaco. Of Montreal no es un grupo canadiense, como creía. Eso no les impidió dar forma a “Hising fauna, are you the destroyer” (2007), en una de esas el mejor disco del neo-glam o rock para maricas de la década. Pelean cabeza a cabeza –chiste acá- con los Scissor Sisters, que también son buenísimos –no se dejen engañar. Of Montreal está más cerca de mi corazón, porque ellos sí pueden grabar un tema psicótico –con una fraseo de teclado muy simple, repetido hasta el hartazgo- de once minutos como “The past is a grotesque animal”, el último del disco.
Esto me está quedando un poco largo. Dejo el resto para una segunda parte (que llega al país la semana que viene), pero antes de decir, diré PJ Harvey, nuestra cantante justicialista de cabecera. En el 2000 grabó el disco más conservador de su carrera, que a la sazón es el que más me gusta de los suyos: “Stories from the city, Stories from the Sea”. Historias de amor urgentes, lo que dice poco. Rock gritado sigue siendo poco. Baladas gritadas, lo mismo. Para botón de muestra, baste el “beiiiii-bi, beiiii-beeeee”, del primer (o segundo) tema . O el dúo con Thom Yorke en “This mess we’re in”, otro de los temas que entran derechito al top-ten.

Matías Pailos

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12 enero, 2010

Otro tema

Nunca pude ver a otro. Siempre me intrigó. ¿Cómo son los demás? ¿Comen? ¿Cagan? ¿Cogen? Imposible saberlo. El conocimiento genuino, de primera mano, el que no es mero subproducto de una conjunción de abstracciones, sino el resultado de la acción directa del contacto franco, cara a cara, sensorial, físico. ¿Cómo remediar esa carencia? ¿Cómo salir de mi aislamiento? La imposibilidad de realizar la alternativa ideal no es más que una excusa para no hacer lo mejor que podemos. Conseguí un maniquí y lo disfracé de otro. Helo ahí. Él, distinto de mí, frente a frente, separados solo por un mínimo espacio infinitamente divisible. ¿Y ahora? Le pedía, le imploraba mentalmente, con cada fibra de mi alma descocada, que hiciera algo, cualquier cosa. Que me diera una señal. Pasó tanto tiempo que me quedé dormido de los nervios. De la tensión. De la fatiga de la tensión nerviosa acumulada ante la inminencia de evento tan trascendente: el momento más importante de mi vida. El contacto con ese no-yo. Tan no-yo que es mucho más que no-yo: es otro. Tan otro que yo no soy yo: soy no-otro. Las negaciones invertían la polaridad a la velocidad del sonido. Bostecé. De la fatiga de la tensión nerviosa acumulada por el tropel de sucesos, eventos y acontecimientos que se habían suscitados todos a la vez, amontonados en el mismo fragmento espacio-temporal, me puse a hacer zapping mental. El maniquí seguía imperturbable. Solo entonces, cuando la segunda oleada de imperturbabilidad anegó mi ser-no-otro con la impostergable necesidad de reconocer los fuegos fatuos de mi vanidad que el otro es más que otro precisamente por ser otro: es radicalmente-desconocido. ¿Y si ya había hecho algo? Algo, cualquier cosa. ¿Y si ya había dado una señal? Me desesperé. ¿Y si el otro ya había, con solo ser él-mismo, había tendido un puente entre las gigantescas sombras que el otro tiende sobre el no-otro? ¿Y si el otro es tan otro que en su otredad alterativa puede lo que yo, en mi yoidez, no puedo –saltar la cerca del no-otro para llegar a mi mismidad –a mi ser yo en-tanto-yo? Esto no podía seguir. Así. ¿Y si lo besaba? ¿Y si lo palpaba impúdicamente? ¿Y si me permitía un acceso alterno, alternativo, alteritivo al ser del otro por medio de lo más mío de mí –en forma de primitiva incrustación acoplativa? Pero sería violar los derechos inalienables que le asienten por ser meramente lo otro de lo otro de lo otro, en su soberana autonomía superhómbrica. ¿Y si solo la puntita? ¿Y si meramente lo puenteaba? ¿La primera falange? Desfallezco. Me acosan los fantasmas de lo imposible, de la finitud puesta de revés frente a mí, sobre mi, cabe, contra y bajo mí. Entonces tengo una idea genial. Fabulosa. Suprema y soberbia.



Superior.


Saco al gorrión de la pajarera y lo aferro con los dientes mientras se debate entre la vida y la muerte, ante un espectáculo más importante que la suma de sus días: el maniquí es insertado a las patadas en la jaula. Lo comprimo. Lo estrecho. Lo ajusto y lo aprieto, aprieto, aprieto: lo aprieto mucho. El otro –Mi otro, Lo otro-, para mi enorme sorpresa, congoja y fastidio: no se queja.

Nada enerva más que la falta de reacción.

Nada sulfura más que la manifiesta inacción.

Nada encrespa más que la ausencia de emoción.

Fuera de mí o des-aforado, tomo el costurero y aplico, encallo y ensarto los mil alfileres y agujas en su cuerpo, cara y superficie adyacente al ombligo, para que por fin, de una buena vez, ¡reaccione!

Nada.

Mi desilusión es devastadora. Mi falta de contacto real y genuino despierta al gigante dormido en mi interior que olfatea el riesgo. ¿Y si reacciona? ¿Y si se lo toma a pecho? ¿Y si oficia de Ángel Exterminador? ¿Y si no le gusta el color de mi remera?

Pánico

Algo en mí actúa por mí porque yo no puedo hacerme cargo. Esto me excede. Algo en mí decide que yo no puedo estar a cargo así que me saca a las patadas del cargo que ocupo en la dirección general de mi asuntos [la sangre de gorrión en boca dejó de chorrear y ahora es una amplia lonja irregular que pinta mis labios y me hace sonreír, me besa en la boca y pasa un año junto a mí] y pisa el costurero, busca y sale a recorrer hasta que vuelve con un balde de negro y espeso material que vuelca sobre el otro, que tiñe cada palmo de su anatomía de una negra esencia espesa ideal para prederle fuego. Arde y se evapora. Vuelvo sobre mí y retomo la posesión de mi cargo, sin que algo en mí se queje, despotrique, ni muestre signos de seguir ahí. ¿Alguna vez hubo algo que no sea una u otra forma de ser yo o algo en mí de lo que otro a cargo pueda envanecerse? Concluyo que no, que es imposible, y me duerme en llanto, con la conciencia del deber intelectual cumplido.


Matías Pailos

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