El Mate Tuerto

"Se fingirá el saber que no se tiene."

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Nombre: El Mate Tuerto
Ubicación: Argentina

24 marzo, 2010

Go East



_Electrónicos
Es lo primero que escuchás cuando entrás al Paraguay, si lo hacés por Ciudad de Este, A primera vista, East City es un Big Once, un vasto mercardo persa con calles atestadas de puestos por las que apenas puede pasar una persona a través de un estrecho corredor, la vereda egoísta de un solo carril en la que el paso del transeúnte activa el infinito pregón intermitente de la venta: cueros, cueros, zapatillas, zapatillas, relojes, relojes, radios, radios y a cada paso la boca de una galería que acoge en sus entrañas los nueve círculos del consumo. Nuestra visita es efímera, apenas el tiempo suficiente para comprar unas chucherías electrónicas y seguir viaje. Entro al país con una cédula vencida ¿A qué viene? A comprar. Electrónicos, Electrónicos. Pareciera que regalan pendraivs por la calle, como si los obsequiaran de souvenirs por la visita. Recuerdo del Paraguay. Ciudad del Este: sueño de una noche de verano de la política colonial Británica circa S. XIX, fiesta interminable de los servicios de inteligencia, orgía del compra vende. Damos unas vueltas para averiguar precios. Parecemos dos extraterrestres con nuestras mochilas entre la multitud ágil que se apresura a vender y comprar ¡Vamos el hippie! le grita a mi amigo Nicolás un tipo parado en la esquina, fasito del bueno le ofrece otro, uno de los pendraivs. Más puestos. El poco cielo visible tramado por una nervadura de cables tendidos a la marchanta. La ropa es made in La Salada más gastos de envío. Buenas Noticias Malas Noticias: Paraguay está caro, ya no corre el deme 2. Obstinado, Nico negocia dos calculadoras y una radio portátil por cincuenta mil guaraníes pero acaba pagando sesenta. Yo descubro que el primer local donde averigüé era el que ofrecía el precio más barato para el artículo que busco, pero imposible desandar el laberinto y reconocer el local entre los miles idénticos que abarrotan las calles. Termino comprando algo de menor calidad por menos plata y me ilusiono con que funcione cuando lo pruebe en casa. Nos sentamos a comer en un maxiquiosco fastfud con mesas adentro bajo la promesa del combo tres: cinco empanadas fritas y una coca de litro y medio. Mientras masticamos pasa un nene andrajoso en patas y harapos con el pelo revuelto y la mirada extraviada llevando a otro aún más chico de la mano, como si fueran víctimas colaterales de un bombardeo relámpago y un guardia de seguridad se asoma a la puerta del local que custodia y acaricia su bastón con voluptuosidad.
_Esta ciudad es viscosa
Dice Nico.
Caminamos por la avenida de los pioneros del este, buscando la terminal. En el puente que une la East con Foz do Iguazú la mototaxi viene y va y por dos dólar vos vas detrás. Las combis llevan cajas de electrodomésticos que llevan droga para los narcos brasileros y cajas de electrodomésticos que llevan M32 y M16 para los narcos brasileros y cajas de electrodomésticos que llevan electrodomésticos.
Atravesamos un mercado, es decir, seguimos caminando por la ciudad. Un nenito que no me llega a la cintura camina a mi lado y siento su manito hurgando mi bolsillo, pero sólo acariciará la desilusión del hurto fallido. We are not gringos.

Ciudad del Este: paisaje del mundo, extracto puro de capitalismo.

Ariel Idez

21 marzo, 2010

Extrañar a un extraño


Extrañar a un extraño

Plantar una sonrisa

Sonreírle a un árbol

Extrañar a un árbol

Plantar a un extraño

Sonreírle a una sonrisa

Extrañar una sonrisa

Plantar un árbol.

Sonreírle a un extraño.



Nacho

16 marzo, 2010

Ferro

Vi la cancha de Ferro llena pocas veces en mi vida. Porque su gente nunca la llenó. La vi desbordante cuando Independiente (de Avellaneda) le ganó a Armenio y salió campeón por duodécima vez en su historia local, en 1989. La vi vibrante en un recital de Silvio Rodríguez, no recuerdo en qué año. Y la vi colmada con la visita de Chávez en 2007. Esta vez la reventó el PJ. Néstor reasumía la titularidad para dar lógica a la lógica del pragmatismo.

¿Y adivinen a quién me encontré? Les cuento rápido porque no van a adivinar: a Beatriz Sarlo. No resistí la tentación (soy muy cholulo) y me acerqué. Le pregunté para qué medio venía a cubrir el evento y me contestó para La Nación. Casi me caigo de culo. Pensé que venía por Diario Popular (es un chiste). Lo loco es que me dice, palabra más, palabra menos: “lo cual le garantiza que va a estar bien escrito”. No quiero traicionar el sentido de su frase, por lo que voy a tratar de interpretarla. Entiendo que quiso decir, por un lado, que su pluma es una garantía de calidad, y por otro, que siendo yo peronista, podía quedarme tranquilo por su llamémosle objetividad o rigurosidad o erudición o como carajos le querramos llamar al combo de virtudes que la vieja se debe autoadjudicar. Aparte, pobrecita, me habrá visto blanco, con gel, con todos los dientes de adelante, con las eses incorporadas, y, por añadidura, reconocedor de tamaña figura intelectual, que habrá pensado que podía llegar a ser hasta un alumno de Puán, o sea un admirador.

En realidad yo a esa vieja chota la desprecio. Y al diario La Nación no lo necesito ni para limpiarme el culo. Pero no pude resistir tampoco la tentación de leer su crónica, aparecida el domingo, ya que existe esta mierda de Internet. Así, buscando en la Web el artículo, me topé con que a La Señora también la habían mandado a cubrir aquel acto de Chávez, por lo que deduje – incorrectamente – que su radio vital va de Puán a Cucha Cucha, acaso por su parecido a un pekinés. Pero no: le habían pagado también para decir boludeces del acto del PJ en el Chaco. ¿La nota? No sé…como las de Viva…como todo eso que se hace para sostener los privilegios, para continuar exhibiendo los saberes que los demás no pueden alcanzar, los Rolex comprados en Miami, siempre frente a la tropa de elite.

Ferro tradicionalmente fue el club de la clase media. Por eso fue el campeón más amargo de la historia. Por eso se fue al Nacional B y luego a la B metropolitana y luego quebró. Por eso convendría hacer allí un Shopping. Por eso es verde. Por eso está cerca de la Facultad de Filosofía y Letras. Por eso le queda cómodo a Betty, que no es Rodolfo ni es Clarice. Cuánto mejor lo hubiera escrito María Moreno.

Otro día les cuento la fiesta de esas más de cuarenta mil almas. Incluso también puedo contarles el concierto que Bowie dio allí en el 97 (llevó menos gente que Argentinos Juniors). Con un poco de buena voluntad y con la nueva Ley de Medios, otras voces, más interesantes, pueden aparecer. Incluso la mía. Lo cual les garantiza que va a estar bien escrito.

HR.

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10 marzo, 2010

Paliza (recital debul) (segundo, y probablemente último aviso)

Que voy a tocar y que vengan a verme. Pero, si prefieren los rodeos, ahí va:

Como ya les fue informado en anteriores emisiones de este boletín, el domingo 14 de Marzo (i.e., ESTE DOMINGO), a las 22.30 horas (noten que adelantamos el horario del recital ante el abrumador pedido de nuestros fans en ese sentido, demagogias aparte), en "Warhol" (Av. Maipú 4185, a media cuadra de Paraná, en OLIVOS -este dato había sido omitido del primer anuncio) hará su debut oficial el ya legendario cuarteto de música contemporánea del género "rock", conocido como:


PALIZA


LA ENTRADA ES GRATIS.

El post anterior especificaba los integrantes del conjunto, de esta manera:

-Patricio Damián Fernandes (voz)
-Pablo Daniel Idez (bajo) (hermano de...)
-Federico Matías Pailos (guitarra) (a este puede que también lo conozcan...)
-Marcelo Silguero (batería)

Si aun fuera necesario, persistiremos en la insistencia.

MEDIOS DE TRANSPORTE: Los deja el 152 y el 71. (También el 60 ramal 'Alto' y 'Bajo', pero yo no confiaría.)

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04 marzo, 2010

La opinión ajena

¿Cuánto debe, exactamente, importarnos la opinión ajena? ¿Cuánto debemos hacer depender el juicio que sobre nosotros mismos y las cosas que hacemos y que son nuestra responsabilidad formamos, de la opinión del otro, los otros y el resto? ¿Cuánto –exactamente- es la pregunta?[1]

Supongamos que uno logra, con mucho esfuerzo, empeño y dinero dilapidado en bolsillos como alcantarillas, firmar, compaginar, editar, darle el corte final y estrenar y aún comercializar con cierto éxito una película propia. Supongamos –ahora que entramos en calor- que el día posterior al estreno recibimos una andanada/un vendaval/una avalancha de comentarios, juicios y críticas, que sabemos de la existencia de esa andanada/avalancha/vendaval o malón, pero no –no todavía- de su contenido.

Pero ahí están.

A tiro de diario, revista, radio, televisión y blogósfera. Entonces viene Lenin y pregunta: ¿Qué hacer?

Supongo, así como todos supusimos anteriormente, que la actitud ideal es leerlas en su justa medida, darles importancia en su justa medida y seguir adelante, haciendo ajustes en su justa medida que atiendan, en su justa medida, a los comentarios y comentaristas, ajustando la atención a la importancia, rigor y pertinencia del comentarista, así como a la evaluación propia acerca de importancia, rigor y pertinencia del comentarista. Algo así. La pregunta que cae de maduro es qué medida es justa, o qué medida es justa medida o alguna otra pavada del estilo. Pero no nos haremos los estúpidos: sabemos bien de lo que estamos hablando.

Lo sabemos tanto y tan bien que no haremos nada de esto.

Porque –sincerémonos- está bien tender a este ideal -i.e., hacer lo posible por ajustar el propio guión al guión original en cuestión-, pero está mal creer que lo podemos hacer. Porque está mal no pensar, en primera instancia, quién es uno, cuánto puede soportar, cuánto le hace bien a uno soportar. Cuánto te va a afectar el desplante, el ninguneo, la minusvalía, el desprecio –o cualquier juicio que no te ponga por las nubes, que no reconozca que hay un antes y un después de tu película, que el sentido de la historia de la humanidad e incluso el Sentido de la Historia de la Humanidad es o es revelado a través de tu película. O Película. ¡Vamos! Que el sentido o Sentido de la Historia de la Humanidad es tu Película.

Porque tu ego no solo se dobla, sino que también se rompe a la primera de cambio.

Así que acaso lo más sensato, razonable y racional sea encerrarte en tu casa, bajar las persianas, sacar la pistola de tu abuelo y apostarte detrás del sillón, esperando al primer hijo de puta dispuesto a dejar deslizar el diario debajo de tu puerta.

Es verdad: en una de esas esto sea exagerado. Una sobreactuación típica de tu conducta neurótica -no lo niegues. La verdad, como la justicia, está en el medio. Lo que hay que hacer –lo que en verdad, lo que en serio y de verdad hay que hacer- es hacer como si nada. Como si tal cosa.

Hay que ningunearlo. Hay que dejarlo pasar. Hay que evitar vivir el momento.

¿Qué? ¿Qué pasó? ¡Ah, sí…! Gracias, gracias… ¿Qué dijo? ¿En serio dijo eso? Mirá vos… No, no lo leí. ¿Dónde decís que está…? Sí, a la noche lo leo. Sí, sí…

…, y después no hacer nada. Nada. Nada de nada, y menos que menos, ¿escuchaste? No leés los diarios. No leés las revistas. No escuchás la radio ni mirás la televisión. No prendés la computadora, y de ninguna manera –si cedés a la tentación- chequeás mails, y jamás de los jamases –si caés en la trampa- los leés, y en modo alguno –si sos tan boludo como para- googleás tu película, tu nombre, tu dirección, tu ciudad u ocupación. Te dije que no.

Así que olvidate de preguntarle a tu mujer (que, a propósito, no está en casa) si leyó, escuchó o miró esto, aquello o lo de más allá. También (tengo que decírtelo) olvidate de preguntarle a tu mejor amigo si –él sí- leyó/escuchó/vio algo de todo lo que, eventualmente, podría llegar a afectarte. Pero claro: esta es otra relación que se deterioró fruto del enorme trabajo y el enorme esfuerzo y el enorme tiempo que insumió la realización, concreción y puesta a punto de tu película. Que –acaso-, en una de esas, llamarlo resulte un poco forzado. Acaso no de. Acaso no sea la mejor idea, no, es verdad, reconocelo.

Sé fuerte. Resistí. Recurrí, si la voluntad cede, si tu espíritu se ablanda, a una potencia ancestral, a la clave de la existencia: la negación. ¿Lo leí? No me acuerdo. ¿Así que en serio ella piensa eso de…? No lo sé. ¿Quién es?

1-No lo hice.

2-No lo sé.

3-No me acuerdo.

Tres breves fórmulas a las que echar mano en todo momento.

Cierto: esto puede sonar demente. ¿Vale la pena salirse de la realidad para evitar sufrir? ¿Vale la pena intentar tapar el sol con las manos, si al final el sol siempre va a brillar cual hinchapelotas pesado monotemático sobre nuestras cabezas?

Creo que sí. Pero acá no estamos para dar con la verdad, sino para negarla. Porque –además- acaso tampoco sea –siempre- -para todos- la mejor opción.

Después de todo ella –la crítica en cuestión, algo así como La Crítica, es nada más que una vieja –de acuerdo a estándares más que razonables, toda mujer que supere los cincuenta lo es- pasada de roscas, resentida con los que hacen, con los que pueden, con lo que se animan y se juegan. Una malcogida. Una mina que solo quiere una cosa.

Podríamos tener demasiados pruritos. Podríamos estar tan mal diseñados que sufriríamos si se nos obligara a evitar el contacto con ciertos hechos. Podríamos –por caso- dejar de vivir, sentir y pensar para pasar a pensar, sentir y -por tanto- vivir con la cabeza en el hecho negado. Entonces, ¿para qué negarlo?

La autoflagelación masoquista es la salida.

Consumir toda opinión, en particular las contrarias, las críticas fulminantes, los comentarios impiadosos y devastadores. El resto se los descarta, a la primera o segunda palabra, apenas se olfatee que algo bueno hay en el aire, y se vuelve corriendo a los que no dicen nada bueno. Se los lee, se los escucha, se los ve. Una y otra vez. Y otra más. De nuevo. Hasta que nos salten las lágrimas de leer cosas como que “el guión es insostenible”, “el guión parece escrito por un nene de dos años con delirios de grandeza”, “el guión… ¿qué guión?”, para escuchar cosas como “las actuaciones fracasan, salvo las de algunos personajes secundarios, que son en verdad muy buenas. Tanto que parecen de otra película. ¿En qué pensaba el director cuando filmaba esto? La respuesta está en el aire: no pensaba”, para ver cómo el principal programa televisivo dedicado al cine –conducido por ella- dedica todo un bloque –a cargo de ella- a triturar tu película, con juicios –de ella- como “un lamentable film debut de este lamentable director. Con un poco de suerte, también sea su lamentable despedida”.[2] ¿Para qué? ¿Con qué fin? ¿Cuál es la utilidad de consumir toda esta masacre?

¡Para enfrentarse a la verdad! ¡Para estar a la altura del deber intelectual de cualquier individuo adulto, serio, responsable e inteligente! Para eso…

Pero vos podrías no ser un fanático kantiano del deber a ultranza. Si todavía te tira hacer esta gansada, entonces mejor que te vayas buscando otra razón. Por caso, dar con la mejor preparación para que la obra siguiente –el film superador- sea no solo mejor, no meramente bueno: genial.

Se me dirá: no es verdad que lo que no te mata te fortalece. A veces (¿en general?) te puede dejar doblado en un hospital enchufado a una sonda por lo que te quede de vida, si eso puede llamarse vida.

A veces, sin embargo, se limita a dejarte estéril.

Se me dirá que es lo que uno se merece después de todo lo que hizo por sacar adelante una película más bien de mierda, pero, ¿cómo saberlo? ¿Cómo saber que uno no es un genio cuando en verdad nadie puede saberlo en serio? Eso justifica encamarse con más de una crítica, por más vieja y malcogida que sea. Eso justifica, incluso, correr el riesgo que se encapriche con vos y que te plantee seriamente, sin ningún lugar a dudas, que dejes a tu mujer. Que más te vale si querés seguir filmando.

Pero vos querés seguir filmando.

Vale la pena, entonces, gastárselas en otra táctica: la anticipación.

Salí a hablar mal de vos mismo. Salí a hablar pestes de tu guión, tus actores, tus montanistas, tus sonidistas e iluminadores, salí a hablar pestes de tu productor, tu director, tus editores y tu puta película. Salí a enterrarte a vos mismo. “Película de mierda”, “Película inmirable. Película invisible”, “La peor película de la filmografía nacional”, “La peor película de la historia”, o si no también sirve, si sos lo suficientemente snob como para aspirar a un grado ulterior de sofisticación, “ni siquiera la peor película de la historia”, “Ni buena ni mala: aburrida”, “Mediocre”, “Una más”, “Que pase el que sigue”.

Esta política tiene ventajas indudables. Te blinda. Te acoraza tras un escudo protector que hace que todo tiro que te dirijan tenga un si es no es a pólvora en chimangos. Nadie quiere esto –nadie lo “prefiere”, más bien. Porque si bien “preferirían” que vos creyeras a pie juntillas (¿a quién importa lo que creés? ¡Queremos que lo digas!) en lo imperecedero e insoslayable de tu película, nos basta con que tengas una módica fe en ella. La confianza necesaria para emprender la promoción. El stock básico de certeza en la propia valía. La decisión imprescindible para pedirle unos mangos a tu mejor amigo, después convencerlo de que esa apuesta inmobiliaria es segura, que ese fondo de inversión es el modo más directo y firme para duplicar, triplicar e incluso sextuplicar el capital inicial arriesgado, incluso a sabiendas de que es meramente una pantalla, un agujero negro de guita, la excusa para un desfalco –legítimo. El arte justifica todo exceso. El arte solventa cualquier carencia-, incluso con la certeza de que la entente conformada por el estudio de arquitectura Salvio&Salvio&Salvio y el buffet de abogados Wilkins, Mendez Etcheverry y Noriega Villafañe (en las sombras, y con el que estás conectado y –acaso este no sea el vocabulario técnico, ni tampoco uno que, en ningún sentido aceptable, se corresponda y permita dar una cabal idea de lo que realmente es el caso- arreglado) tiene la menor intención de construir nada más que una extensión de sus cuentas en Saint Kitts & Nevis. Que –vamos- no tengas nada que pueda calificar más o menos como una intención seria de restituirle, en lo inmediato, el menor centavo de todo lo que, generosamente, aunque le sobre, porque por algo tiene doble apellido, te prestó.

Tampoco te creás que te necesitamos tanto. No importa tanto lo que digas o dejes de decir. Siempre hay adalides del arte auténtico dispuestos a mostrar las cartas y echar luz y sacar los trapitos al sol a como-de-lugar. También se puede confiar en los idiotas que no reparan en las sutilezas de este juego, y a los que actúan como si ni les fuera ni les viniera lo que vos puedas decir sobre vos y tu peliculita del orto.

Lo que quiero decir es que hay que contar con la mierda en contra. La maniobra suicida no te va a salvar: pero va a hacer que la mierda huela a fresas salvajes y rosa mosqueta.

Esto tampoco sirve, lo sabemos. Porque una jugada del estilo te garantiza la salida a la palestra de finos intelectuales sensibles a las maniobras minimalistas, decodificantes, posmodernas y metadiscursivas que una película tan de mierda desde una óptica clásica, convencional e ingenua como la tuya exhibe con acabada maestría. Con pulcra precisión. Con tajante hidalguía. Con un coraje y una desmesura tan heroica como un Quijote frente a molinos de viento.

Ellos te van a elevar, a entronizar, a endiosar. A cosificar. A usar, lavar y reciclar. Finalmente, a defenestrar, a dejar caer, a quitar sutilmente la tablita sobre la que te creías firmemente asentado, pero en la que en verdad, sin saberlo, estabas haciendo equilibrio.

Como lo que hizo la turra de la vieja.

O meramente te van a dejar de lado.

Como lo que hizo (¿hace cuánto, ya?) tu mujer. La hija de puta de tu mujer, que no te perdona una. ¿Qué es una infidelidad, contra seis años de sólido noviazgo?

Esto tampoco sirve.

¿Qué hacer, Lenin? ¿¿¿Qué???

Lo que hay que hacer, como resulta evidente una vez que uno ha transitado mentalmente y por adelantado todos estos caminos, es tomarse las cosas en serio, dar dos pasos atrás, y hacer una película de mierda. Filmar, adrede y con toda intención e incluso intencionalmente, un mamarracho injustificable, imposible de rescatar teóricamente, imposible de vivir ajustado a una butaca, a una cama, a una silla de computadora. No difícil, insisto: imposible. E imposible de reseñar. Que sea la mezcla exacta de pésima calidad, malos objetivos, nefastos actores, guión entre rudimentario e inexistente, realización ausente y –esto es lo más importante- que defraude en todo sentido. Que sea un bodrio aburridisidísísimo -pero también barato. Que sea la combinación perfecta del más contemplativo cine iraní y la más melodramática y berreta telecomedia sentimental. Que incluya golpes bajos. Que no sean siquiera golpes. Que burle toda expectativa. Que, entre lo uno y lo otro, no se quede con ninguno.

Esto es importante destacarlo. Con ninguno. No con ambos. Ninguna mierda tipo “Irma Vep”. Ninguna garcha de reconciliación de opuestos ni de cruce de tradiciones ni puta mierda. Con ninguno. Con nada.

Que quede todo relegado al olvido.

Uno puede preguntar, en este punto, qué se gana con esto.

La respuesta podría estar en el ejercicio adolescente de la rebeldía, en la puesta en práctica de una libertad irredenta, en la reivindicación del capricho personal más allá de cualquier ambición y pretensión creativa. En un extremar voluntades. En una autoafirmación del yo autosuficiente.

La respuesta podría ser una pareja no rifada. La respuesta podría ser ahorrarse una amante despechada. La respuesta podría ser un amigo no mortalmente ofendido. Ni enojado.

Pero no.

¿Qué carajo quieren decir las últimas veinte frases? ¿Qué carajo quieren decir las últimas doscientas? Nada que pueda entender. Uno quiere gustar. Quiere que lo que uno hace con tanto esfuerzo, sacrificio y vueltas de la mollera en el exprimidor, deje extáticos de placer, de emoción, de enrosques intelectuales, al público espectador. Uno no va más allá de tibias y moderadas ambiciones burguesas, por muy grandilocuentes que sea su expresión. ¿Cómo contribuye el propio fracaso a este fin? De ninguna forma.

Pero además esto es soslayar la cuestión y cambiar de tema. La película ya la filmaste, la opinión ajena ya está presentada y ya toca a tu puerta y abras o no se te va a meter adentro. La pregunta sigue siendo qué hacer con ella.

Como la carta documento que recibiste una semana atrás. La que te instaba a presentarte, en el plazo de siete (7) días en los Tribunales Federales para responder ante las acusaciones de estafa (después decía más cosas, algo así como “múltiple”, “agravado”, “dolo” y algunas otras cosas parecidas) por parte de alguien que en otro momento se decía tu mejor amigo, el muy miserable.

Ya descartamos el enfrentamiento cara a cara (perdés), el ataque a traición (perdés), hacerte el boludo (perdés de lo lindo), el espíritu negociador y conciliador en búsqueda del acuerdo consensuado (perdés por goleada en un enfrentamiento cara a cara coronado por un ataque a traición, boludo).

No me digas que el ataque terrorista es la salida. No sugieras ir a poner bombas a diarios, revistas, radios y canales de televisión. No pretendas infectar de virtuales virus la virtual blogósfera, cuando no tenés ni puta idea qué es un byte. Cuando nunca tuviste un arma en la mano. Cuando aún cuando el mundo arda, la opinión va a estar todavía en el aire.

Estamos lidiando con potencias abstractas. Con entidades platónicas. La opinión ajena es algo que no existe que infecta tus sinapsis hasta dejarte babeante, con ojos vidriosos, en pleno balbuceo, cagado encima.

No me hables de fugar hacia delante. La opinión ajena es una esfera cuyo centro está en todas partes y su circunferencia en ninguna.

La opinión ajena es como el aire que respirás. Y por más que quieras ser aire, mi amigo, y fluir anarcotizado, eso no va a ocurrir. No sos un gemelo fantástico.

Si tocan a tu puerta, como ahora, no hay salida. Así que podrías pensar que una salida posible es no soltar la pistola del abuelo. Abrir la boca. Eso. Así. Otra idea de mierda. No se puede confiar en vos. Ahora metela adentro. Eso. Así. ¿Te gusta? ¿Te deja contento? Es obvio que así no vas a arreglar nada. Es obvio que así solo vas a multiplicar las dificultades. Tampoco vas a modificar la opinión sobre tu película, sobre tu vida, sobre vos. Eso. Así. Te gusta, ¿no? Era obvio que te gusta. Otra vez la salida fácil. El primer paso para salir adelante es reconocer que se está en el fondo del pozo. Que no podés caer más abajo.

A menos que sigas adelante.

Eso. Así. Ni se te ocurra apretar.

Matías Pailos


[1] ¿Mucho, poquito o nada?

[2] Por supuesto que todo esto es una exageración deformada por el lente de los ojos inseguros del eventual cineasta. La Crítica no muestra –no puede mostrar- tamaña uniformidad o ni consenso. No hay nadie tan despiadado. No hay nadie tan ridículamente artero ni tan torpemente cruel. De modo similar, es impensable un público consumidor de comentarios tan desmedidos e infantilmente sádicos, así que nada de esto ocurrió, ocurre, ni puede llegar a ocurrir. Las cosas no son así.

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