Hoy vas a entrar en mi Pasado
Un método para abordar el objeto de estudio es ir del género común a la diferencia específica. Abordemos este enfoque (hasta que, sin decir agua va, lo arrojemos por la borda previamente abordada).
El Pasado es una novela de amor. Es, además, una novela sobre la monogamia. Pesa sobre nosotros una tradición que hace que no haya amor sin una cierta nota distintiva: la exclusividad sexual. Esto es sentido por muchos. Por Rímini, el protagonista. Rímini, el sentimental. Rímini, el hombre que vive dentro y desde el amor. Y sin embargo la turra de Sofía lo acusa, la muy guacha, y le dice: ‘tu pavor, tu prudencia, tu patética avaricia emocional’, y le dice que en lugar de corazón tiene una piedra en el pecho. Claro: desde la vara de Sofía, R es un insensible. Desde nuestra razonabilidad, comprendemos que S es una desquiciada, una ENFERMA del ORTO, y claro (cuanto lo lamentamos), Rímini es un idiota hecho y derecho, un pelotudo con todas las letras (con las siete). R, el hombre a quién llevan de las narices mujeres que él ya no quiere (porque, superado el primer séptimo de novela, ya no hay amor –no, al menos, de parte de nuestro muchacho, R). Ya es complicado que te maneje una mina a la que querés, pero bué, al menos te tiene agarrado de las pelotas porque la querés. Ahora: que tus pasos estén dictados por alguien que ya no es titular en tu plantilla… en fin. Sí, ya sé: es EL PASADO el que dicta sus pasos, Sofía es un símbolo de la historia que nos condiciona y a veces determina, no me lo repitan, ya entendí. Pero para los que nos identificamos con R es muy difícil no ver en Sofía a una mujer, y no a un símbolo. Sépanlo antes de condenarnos.
Otro punto a favor: la desmesura y leve desvarío, los sucesos ligeramente extraordinarios, sutilmente corridos, pero cabalmente salidos de madre (ambas cosas), de lo habitual, u ordinario, o corriente y esperable y razonable y mento: un progresivo y agresivo borrado de su conocimiento de los idiomas que solía conocer, de las aptitudes de traductor que ejercía, casi de un día para el otro. La rutina de sexo desaforado (mínimo: tres polvos diarios) con Vera, más cuatro pajas en menos de tres horas para desentumecerse de los rigores de la merca (les recuerdo que, no, R no tiene quince años; les recuerdo que esa era una rutina no mensual, sino diaria). La paja (casi) póstuma a su ex suegro; Sandor Salgo, iletrado, exigiendo y obteniendo cinco copias de ‘El agujero postizo’. Completen con lo que consideren conveniente.
Las minas. R es sentimental, pero por más sentimental que sea uno (se sostiene desde la lectura vernácula e ingenua de una pieza narrativa) para las mujeres siempre hay un más allá que deja a uno muy muy acá. En una sóla página, luego de que Rímini le comunique que va a ser padre, Sofía lo insulta, lo felicita, se emociona, llora y lo abraza, y le recrimina (‘Sin mí. Vas a tener un hijo sin mí’). ¿Cómo no verse arrastrado por esa catarata de sentimientos? ¿Es posible tener tantas emociones por minuto? Para las mujeres, leemos (si queremos hacerlo) en Pauls, sí. Para los hombres, lo lamento o me felicito (o sólo comento), es imposible.
La prosa. Maravillosa. Al principio las oraciones son breves y ligeramente atildadas. Luego se transforma en un torrente de enormes oraciones, de oraciones de magnitud proustiana que quitan el aliento y nos adormecen o mecen cual retoños literarios. Transcribo la descripción banal que efectué en el momento de la lectura: frases largas, muchísimas comas sin paréntesis aunque se permite algún guión, ganas de confundir o hacer trabajar de esforzado intérprete al lector. (Al hablar del guión alguno, Zedi Cioso acotó en mi ejemplar del Pasado, el mismo que tantos de nosotros frecuentamos: ‘sí, guiones malísimos, como el de Vidas Privadas’. Un irrespetuoso.) Posteriormente el caudal verborrágico amaina y deja paso a juegos y coqueteos más breves, pero más filosos, con más de una palabra inusual que celebramos con ganas. Transcribo algunos de los logros de la administración Pauls: ‘otros, para ser otros, se aventuran…’, ‘Entonces, zas: Salgo se ilumina’, ‘Checoslovaquia tiene una sola ventaja: no es Austria’, “ ‘Bien’, dijo. Pensó: ‘¿Bien?’ Repitió: ‘Bien’.”
Otro highlight: las confesiones-requisitorias desgarradas de algunas mujeres: Sofía pidiéndole sexo a Rímini. A ver… ¿dónde mierda estaba…? ¡Acá!: (‘Subimos, cogemos y listo. (…) Estay tan caliente. Hace mucho que no tengo una pija adentro. Estoy tan caliente que me duelen los ovarios. (…) Un polvo, nada más. Me la metés, me acabás y listo.’); la llamada de la insinuante y inquietantemente ingenua maestra rubia del niño Rímini hablando por teléfono con su amante y pidiéndolo ‘Conmigo hacés lo que quieras. Todo, lo que se te ocurra. Querés pegarme, me pegás. Querés… no esperá, no cuelgues, por favor. (…) No entendés: no me importa ser feliz. No quiero ser feliz. (…) Lo único que quiero es que me digas qué querés que haga.’). Conmovedor. (Y anoté al costado: ‘!Levantando las manos!’; y Cioso acotó: ‘no hay caso, a la final con las minas no queda otra que tratarlas mal para tenerlas al pie’. Un hijo de puta, Cioso; un cerdo fascista, digo, machista.)
Los detalles sentimentales, el minucioso registro de los datos de conciencia relevantes que realiza Pauls, los apuntes sobre planes, creencias, sensaciones, esa argamasa indiferenciada que es uno y la propia mente, en este caso, de un hombre enamorado, o sentimental al menos. Que no le es del todo propia. Que tiene como poseedor a un individuo que se ve arrastrado por la vida. No que se deja llevar. R no se deja llevar: no piensa ni siquiera en eso, no hay voluntad, no hay obstáculos al accionar de la voluntad. Es lo más parecido a una rama exánime en el medio de la corriente vertiginosa. Un solo ejemplo, y no de los mejores (pero no encuentro otro ahora que lo necesito): ‘volvió a saborear el orgullo que había sentido ante la cajera que le cobró –el orgullo de representar a Vera ante los representantes desconocidos del mundo de Vera-, se miró de reojo en el vidrio de la puerta y descubrió en su cara una sonrisa idiota, completamente embelesada, que jamás pensó que tendría.’
Por último: disfruto de El Pasado, también, porque es bastante parecido al Pauls orador, crítico como artista, al teórico. Es ingenioso, pero el ingenio es en él una virtud derivada de la inteligencia, un subproducto de la inteligencia. En sus comentarios hay una pasión intelectual que no tiene que ver con los gritos y aspavientos, y tiene todo que ver con la obsesión del matemático abocado y desbocado a la busca de la solución del problema, del dilema, de la paradoja, y prueba por acá, no, a ver con esto, tampoco, y pule su imaginación y su capacidad de cálculo hacia la invención de una solución. Se me dirá que ni en la crítica ni en la literatura se soluciona nada, ni tampoco hay problemas preestablecidos con los que lidiar. Bueno. Está bien. Pero yo sólo les digo que a mí me gusta que así lo parezca.
Matías Pailos