El Mate Tuerto

"Se fingirá el saber que no se tiene."

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Nombre: El Mate Tuerto
Ubicación: Argentina

29 diciembre, 2005

Hoy vas a entrar en mi Pasado

Que esto sea un elogio de Pauls. ¡Qué difícil! Qué difícil si uno sólo quiere hacer eso, y no pretende embarcarse en sinopsis de ‘El Pasado’, y a la vez pretende indagar por qué le gusta tanto ese libro y ese autor. Así que cortemos por lo sano, olvidémonos de los propósitos químicamente puros y hagamos todo a la vez y a la que te criaste.
Un método para abordar el objeto de estudio es ir del género común a la diferencia específica. Abordemos este enfoque (hasta que, sin decir agua va, lo arrojemos por la borda previamente abordada).
El Pasado es una novela de amor. Es, además, una novela sobre la monogamia. Pesa sobre nosotros una tradición que hace que no haya amor sin una cierta nota distintiva: la exclusividad sexual. Esto es sentido por muchos. Por Rímini, el protagonista. Rímini, el sentimental. Rímini, el hombre que vive dentro y desde el amor. Y sin embargo la turra de Sofía lo acusa, la muy guacha, y le dice: ‘tu pavor, tu prudencia, tu patética avaricia emocional’, y le dice que en lugar de corazón tiene una piedra en el pecho. Claro: desde la vara de Sofía, R es un insensible. Desde nuestra razonabilidad, comprendemos que S es una desquiciada, una ENFERMA del ORTO, y claro (cuanto lo lamentamos), Rímini es un idiota hecho y derecho, un pelotudo con todas las letras (con las siete). R, el hombre a quién llevan de las narices mujeres que él ya no quiere (porque, superado el primer séptimo de novela, ya no hay amor –no, al menos, de parte de nuestro muchacho, R). Ya es complicado que te maneje una mina a la que querés, pero bué, al menos te tiene agarrado de las pelotas porque la querés. Ahora: que tus pasos estén dictados por alguien que ya no es titular en tu plantilla… en fin. Sí, ya sé: es EL PASADO el que dicta sus pasos, Sofía es un símbolo de la historia que nos condiciona y a veces determina, no me lo repitan, ya entendí. Pero para los que nos identificamos con R es muy difícil no ver en Sofía a una mujer, y no a un símbolo. Sépanlo antes de condenarnos.
Otro punto a favor: la desmesura y leve desvarío, los sucesos ligeramente extraordinarios, sutilmente corridos, pero cabalmente salidos de madre (ambas cosas), de lo habitual, u ordinario, o corriente y esperable y razonable y mento: un progresivo y agresivo borrado de su conocimiento de los idiomas que solía conocer, de las aptitudes de traductor que ejercía, casi de un día para el otro. La rutina de sexo desaforado (mínimo: tres polvos diarios) con Vera, más cuatro pajas en menos de tres horas para desentumecerse de los rigores de la merca (les recuerdo que, no, R no tiene quince años; les recuerdo que esa era una rutina no mensual, sino diaria). La paja (casi) póstuma a su ex suegro; Sandor Salgo, iletrado, exigiendo y obteniendo cinco copias de ‘El agujero postizo’. Completen con lo que consideren conveniente.
Las minas. R es sentimental, pero por más sentimental que sea uno (se sostiene desde la lectura vernácula e ingenua de una pieza narrativa) para las mujeres siempre hay un más allá que deja a uno muy muy acá. En una sóla página, luego de que Rímini le comunique que va a ser padre, Sofía lo insulta, lo felicita, se emociona, llora y lo abraza, y le recrimina (‘Sin mí. Vas a tener un hijo sin mí’). ¿Cómo no verse arrastrado por esa catarata de sentimientos? ¿Es posible tener tantas emociones por minuto? Para las mujeres, leemos (si queremos hacerlo) en Pauls, sí. Para los hombres, lo lamento o me felicito (o sólo comento), es imposible.
La prosa. Maravillosa. Al principio las oraciones son breves y ligeramente atildadas. Luego se transforma en un torrente de enormes oraciones, de oraciones de magnitud proustiana que quitan el aliento y nos adormecen o mecen cual retoños literarios. Transcribo la descripción banal que efectué en el momento de la lectura: frases largas, muchísimas comas sin paréntesis aunque se permite algún guión, ganas de confundir o hacer trabajar de esforzado intérprete al lector. (Al hablar del guión alguno, Zedi Cioso acotó en mi ejemplar del Pasado, el mismo que tantos de nosotros frecuentamos: ‘sí, guiones malísimos, como el de Vidas Privadas’. Un irrespetuoso.) Posteriormente el caudal verborrágico amaina y deja paso a juegos y coqueteos más breves, pero más filosos, con más de una palabra inusual que celebramos con ganas. Transcribo algunos de los logros de la administración Pauls: ‘otros, para ser otros, se aventuran…’, ‘Entonces, zas: Salgo se ilumina’, ‘Checoslovaquia tiene una sola ventaja: no es Austria’, “ ‘Bien’, dijo. Pensó: ‘¿Bien?’ Repitió: ‘Bien’.”
Otro highlight: las confesiones-requisitorias desgarradas de algunas mujeres: Sofía pidiéndole sexo a Rímini. A ver… ¿dónde mierda estaba…? ¡Acá!: (‘Subimos, cogemos y listo. (…) Estay tan caliente. Hace mucho que no tengo una pija adentro. Estoy tan caliente que me duelen los ovarios. (…) Un polvo, nada más. Me la metés, me acabás y listo.’); la llamada de la insinuante y inquietantemente ingenua maestra rubia del niño Rímini hablando por teléfono con su amante y pidiéndolo ‘Conmigo hacés lo que quieras. Todo, lo que se te ocurra. Querés pegarme, me pegás. Querés… no esperá, no cuelgues, por favor. (…) No entendés: no me importa ser feliz. No quiero ser feliz. (…) Lo único que quiero es que me digas qué querés que haga.’). Conmovedor. (Y anoté al costado: ‘!Levantando las manos!’; y Cioso acotó: ‘no hay caso, a la final con las minas no queda otra que tratarlas mal para tenerlas al pie’. Un hijo de puta, Cioso; un cerdo fascista, digo, machista.)
Los detalles sentimentales, el minucioso registro de los datos de conciencia relevantes que realiza Pauls, los apuntes sobre planes, creencias, sensaciones, esa argamasa indiferenciada que es uno y la propia mente, en este caso, de un hombre enamorado, o sentimental al menos. Que no le es del todo propia. Que tiene como poseedor a un individuo que se ve arrastrado por la vida. No que se deja llevar. R no se deja llevar: no piensa ni siquiera en eso, no hay voluntad, no hay obstáculos al accionar de la voluntad. Es lo más parecido a una rama exánime en el medio de la corriente vertiginosa. Un solo ejemplo, y no de los mejores (pero no encuentro otro ahora que lo necesito): ‘volvió a saborear el orgullo que había sentido ante la cajera que le cobró –el orgullo de representar a Vera ante los representantes desconocidos del mundo de Vera-, se miró de reojo en el vidrio de la puerta y descubrió en su cara una sonrisa idiota, completamente embelesada, que jamás pensó que tendría.’
Por último: disfruto de El Pasado, también, porque es bastante parecido al Pauls orador, crítico como artista, al teórico. Es ingenioso, pero el ingenio es en él una virtud derivada de la inteligencia, un subproducto de la inteligencia. En sus comentarios hay una pasión intelectual que no tiene que ver con los gritos y aspavientos, y tiene todo que ver con la obsesión del matemático abocado y desbocado a la busca de la solución del problema, del dilema, de la paradoja, y prueba por acá, no, a ver con esto, tampoco, y pule su imaginación y su capacidad de cálculo hacia la invención de una solución. Se me dirá que ni en la crítica ni en la literatura se soluciona nada, ni tampoco hay problemas preestablecidos con los que lidiar. Bueno. Está bien. Pero yo sólo les digo que a mí me gusta que así lo parezca.

Matías Pailos

24 diciembre, 2005

La lucha de clases en la verdulería

La mandarina es la fruta proletaria por antonomasia, esmerada y luchadora, se monta todo los días al colectivo para acudir a la obra o la fábrica, donde se desempeña en extenuantes jornadas de ocho horas. Siempre lista para ser pelada y explotada, sin auxilio de utensilio alguno, y respetuosa al punto de no manchar y chorrear, sin embargo las otras frutas la discriminan por su aroma penetrante, producto del infrutado trabajo al que es sometida.

La naranja de jugo es clase media baja, muy explotada, quizá más que la mandarina, pero aparenta un estándar de vida superior. La naranja con ombligo, por el contrario, cuenta con casa propia y se toma vacaciones en la costa todos los veranos.
La clase media alta de los cítricos está ocupada por el pomelo, claro que incluso aquí hay conflictos por un desigual reparto de la renta que favorece a la oligarquía del pomelo rosado por sobre la burguesía nacional del pomelo amarillo, aunque ambos exigen múltiples operaciones para su degustación que incluyen bol, cuchillo, azúcar y cucharita, lo que nos permite arribar a la conclusión de que, entre los cítricos, el lugar en la escala social es inversamente proporcional a la dificultad inherente a su consumo.

En esta particular familia frutal hay un brutal reparto de la riqueza: La sandía es proletaria, pero al menos ostenta el grado de obrero calificado, y se da el lujo de trabajar tres meses al año mientras que el melón es oligarca, artero y embaucador, abundan las teorías para descular si está a punto o no. Todas fallan a su debido momento.

La frutilla es clase alta, pero en diversas coyunturas adversas desciende hacia la más ramplona clase media y se rebaja hasta dos pesos el kilo, instancia durante la cual la humillación que sufre llega al grado de ser adquirida por abnegadas amas de casa que eluden su consumo directo y las convierten en dulce de conserva.

El durazno, la ciruela y el damasco son clase media progresista, solidarios y preocupados por la situación social, siempre dispuestos a votar a la centroizquierda y dar una mano cuando sea necesario.

La banana llega envuelta en misterio. Ni siquiera es seguro que se trate de una fruta (¿No hay países donde se la fríe en aceite para acompañar la comida? ¿No responde también al nombre de plátano? ¿Viaja con pasaporte falso?). No se sabe donde trabaja ni como obtiene sus ingresos, alterna entre el lumpenproletariado y los negociados del narcotráfico y el lavado de dinero. Su posición es holgada pero sus métodos son más que sospechosos.

El kiwi vive muy bien, lo que no es de extrañar tratándose de un miembro del servicio diplomático. Representante de gobiernos foráneos, hace lobby por los intereses de sus empresas de bandera, pero su creciente parecido con un testículo de toro lo hace cada vez menos apetecible para una población que sufrió y gozó una década con sus tejes y manejes.

La uva es un pariente del interior que posee campos y nos visita con toda su familia una vez al año para alegrarnos en las noches tórridas de verano. Si bien es cierto que tiene mucha plata eso no cambia su estilo campechano y su don de gente. Además le debemos el vino, por lo que le estamos eternamente agradecidos.

La manzana se esforzó y logró un título universitario, lo que le permite vivir con el aceptable pasar de un profesional en nuestro país. A veces aspira a más, pero no puede salvar sus limitaciones de clase.

Y sí, claro, la aristocracia está representada por la cereza, fruta de alcurnia que rara vez tenemos el placer de entrever, y a lo lejos. Pero si se trata de auténtica realeza, de sangre azul, debemos rendirnos ante la más excelsa representante de la monarquía: su majestad el arándano: jet set internacional que posee tierras privilegiadas en nuestro país pero jamás sabremos de su estadía en estos pagos. Si alguien tuvo el honor de tratar a esta fruta de alta alcurnia y nombre en esdrújula, por favor, informe a qué tiene gusto.

Su servidor el sociólogo frutihortícola
(Z.C.)

Disquisiciones sobre el durazno

Así como la banana es la fruta fálica por antonomasia (por forma, textura, etc) yo me pregunto por qué no existe la fruta vaginosa, o vagínica (ya ven, ni siquiera hay un adjetivo acordado para el concepto y nos vemos obligados a chapotear en neologismos). Seguramente porque aún vivimos presos del falocentrismo, pero yo tengo una inmediata respuesta para esa pregunta y esa respuesta es el durazno. Y pronuncio mi Hamlet monólogo con un durazno en la diestra, que observo y examino (pero, promesa, no me excito). Empecemos por el exterior: el durazno es tan coqueto que siempre va perfumado con una fragancia suave, que impregna a su alrededor como un halo exquisito, elegante por demás, su etiqueta le impone vestir de terciopelo, su textura invita a la caricia, una caricia no exenta de cierta lascivia. En segundo lugar, este fruto reúne los atributos característicos del sexo femenino: en uno de sus extremos podemos apreciar la redondez de un seno con su turgente pezón y, si recorremos la fruta hasta el otro extremo observaremos una cesura que centímetro a centímetro profundiza su istmo hasta acabar en un orificio franqueado por dos pliegues carnosos. No quiero adelantar lo que sucede si ustedes acarician esos bordes aterciopelados y ejercen después sobre ellos una ligera presión, pero no nos hagamos los distraídos, varones del mundo, comer un durazno carnoso y jugoso es una de las grandes experiencias eróticas disimuladas en la rutina cotidiana.. Y además de estas virtudes vaginomórficas, el durazno es una fruta sensible, con un carozo en apariencia duro, hecho a los golpes, pero que al abrirse exhibe un corazón viscoso y blanduzco, parecido en forma a una almendra, pero frágil y vulnerable. Todo esto ya lo sabía un verdadero Poeta como L.A. Spinetta que no casualmente le dedicó una canción a esta fruta digna de encabezar una nueva era de vaginocracia en el mundo.

Zedi Cioso

Perdura durazno

Días atrás me hallaba en mi verdulería amiga con la intención de comprar duraznos. Había varios tipos, pero ninguno bajaba de los $3 el kilo. Entonces advertí, algo alejado, un cajón de duraznos que se vendían a $1,70. ¿Cuál es el problema con esos? Le pregunté a mi verdulero con quien me une la más absoluta confianza. Son mas chicos, dijo. ¿Nada más? ¿No están duros, no estás pasados, no están peludos, no están depilados? No, repuso el verdulero, están muy buenos, pero son más chicos. Debo admitir que por una vez dudé de la palabra de mi verdulero amigo y sólo adquirí medio kilo de aquellos duraznos para probar cómo estaban. Cuál no fue mi sorpresa cuando me di el lujo de saborear aquella exquisita delicia. La piel sedosa se desprendía con los dedos, el durazno se hacia agua en la boca de la que extraía un carozo seco sin una fibra de fruta. Al día siguiente volví corriendo a la verdulería temeroso de encontrar el cajón vacío, pero el cajón se hallaba casi intacto, con sus despreciados duraznos enanos.
La gente no come duraznos. Come símbolos.

Zedi Cioso

Duelo Urbano

El otro día me encontraba de visita en la casa de mis padres cuando mi hermano me pidió que lo alcanzara hasta la parada del colectivo porque se le había hecho tarde. Salimos y subimos a mi auto, fresco en el mediodía tórrido porque se hallaba estacionado bajo una frondosa arboleda. Cuando nos disponíamos a partir noté que el auto estacionado detrás del mío hacía maniobras para salir y cortésmente lo dejé retirarse primero. Inmediatamente, como si hubiera estado esperando su oportunidad, un auto blanco ocupó su lugar. Entonces le anuncié a mi hermano que íbamos a esperar que el conductor se bajara y abandonara su vehículo, para conservar el lugar bajo la sombra a mi regreso. Efectivamente, el conductor se bajó, pero caminó hacia mi auto.
_¿Ustedes ya se van? Inquirió con indisimulable ansiedad.
_Eh, eh, ahora no… tengo que ir a… buscar algo, balbuceé. El conductor del auto blanco volvió sobre sus pasos y se puso al volante, aunque recostado sobre la butaca, muy orondo con las manos detrás de la nuca. Mi hermano me recordó que ya llevábamos cinco minutos ahí parados. Pero yo no soy de los que dan el brazo a torcer así nomás. Bajé del auto y entré en la casa de mis padres. Busqué una bolsa de supermercado y ante la mirada azorada de mi madre le introduje un trapo de piso, para que hiciera bulto. Esperé un minuto adicional y salí. El conductor estaba casi a diez metros más allá de mi auto, pero en cuanto me vio retrocedió y volvió a su unidad móvil, esta vez se plantó junto al baúl trasero y lo abrió, revolviendo en su interior como si se le hubiese perdido algo. Pensé en volver a entrar a la casa, pero mi hermano se asomó fuera de la ventanilla y me lanzó una amenaza irreproducible. Subí al auto y le exigí al vetusto motor que se quejara por mí. Cuando volví, cinco minutos después, ya saben donde estaba el auto blanco.

Zedi Cioso

21 diciembre, 2005

Nuestros libros, nuestras canciones

¿Quiere ser parte de esta magnífica familia? Si la respuesta es afirmativa, léase:

2666, Bolaño
La Pesquisa, Saer
El pasado, Pauls
Kerés kojer, López
(Algo de Borges no estaría mal)

y escuche con asiduidad y fruición

Henestidad Brutal, Calamaro
Hunky Dory, Bowie
Tom Waits (Closing Time o The black rider)
Ló Redó, los himnos (La hija del fletero, Juguetes perdidos, Jijiji)
Un muerto encierras, Ismael Serrano
Pearl Jam, los tres primeros discos

Pertenecer tiene sus privilegios (¿cuáles...?)

Matías Pailos

15 diciembre, 2005

Editorial Mate Tuerto se congrace en presentar...

Los próximos títulos de su flamante sello editor:

Hímen y Castigo

Anna Vaselina

Si una noche de invierno un cerrajero

Los Detectives Salames

Doctor Soyvago

Los Siete Mocos

Micciones

Sobre Héroes y Sungas

El Llamado de la Melva

12 diciembre, 2005

Génesis de una frase célebre III

Dijo Giorgio:
Agamben sin mirar a quen

08 diciembre, 2005

Por qué nos gusta tanto Zedi Cioso

Julio Cortazar sobre Bioy Casares: ‘Me gustaría ser Adolfo Bioy Casares’. Cortazar, por supuesto, incluía en su deseo el encomio a las habilidades literarias de Bioy (Cortazar no desearía no ser un grande escritor, no en verdad). También es cierto que su declaración, no exenta de envidia, iba más allá de los textos.
¿A qué viene este rodeo por nuestros muertos queridos? Bueno: me gustaría ser Zedi Cioso.
El parangón no es gratuito. Nadie se parece más a Bioy que Cioso. Al menos eso, si no más, visto desde cierto ángulo. Hay en Cioso (y espero que mucho de lo que diga sobre él también valga para Bioy, porque no me ocuparé más del ABC de la narrativa) mucho de... digamos que la literatura de Cioso no es muy distinta de su persona. Vayamos a su literatura, entonces.
Se puede decir muchas cosas a favor de ella, entre otras las siguientes: ejerce una inventiva feroz, de rango tan amplio que asusta encontrarla en una sola persona (enanos más sexys del mundo, escritores como genios malignos, mujeres que poco a poco van inmovilizándose hasta alcanzar un nirvana de inaudita potencia vital, exnovios de novias de tenistas números uno que son a la vez cumbres del resentimiento, imposibles escritores empleados de hoteles alojamientos, trapecistas suicidas amantes de jeques, el mejor director técnico posible), complejidad de tramas dadas a vueltas y recovecos y saltos al vacío que redoblan la apuesta narrativa y siempre caen paradas; pero caen paradas veinte pisos más arriba, pasmosa fluidez narrativa para la complejidad de la trama y la riqueza de los personajes y el nivel de lenguaje empleado, que hace imposible abandonar la lectura una vez empezada, múltiples golpes de efecto y sorpresas al por mayor (a veces la sorpresa está en el mismo narrador, como en el caso del cuento magistral ‘Break Point’, que nos remite a ‘El asesinato de Roger Ackroyd’, de A. Christie, uno de los puntos más altos del policial inglés). Y hay más.
Ojo: no todo son rosas. No pocas veces los personajes adolecen de carnadura o sutileza o espesura sentimental. Más de una vez parecen meras funciones narrativas (no digo que haya personaje logrado que no lo sea; digo que a veces es mejor si no se nota). Pero bueno: puede ser tomado como un estilo. Y después de todo lo mismo puede decirse de ABC (con lo que el parentesco se hace tan pavorosamente patente que estalla en los ojos), qué tanto.
Pero en verdad nada de esto importa, ni lo mucho bueno ni lo tan poco malo. La papa es esta: la literatura de Cioso es felicidad. No es meramente feliz: es felicidad. No sólo vemos felicidad: produce y experimentamos felicidad y somos felices leyéndola, sabiendo que existe. ¿Cómo explicarles? Dijo Gamerro sobre Saer: ‘El pesimismo de Saer es de ésos que nos llenan de un inexplicable y probablemente injustificado orgullo de pertenecer a la raza humana, de alegría de haber vivido y de ganas de seguir’. Lo mismo digo de Cioso, sólo que Cioso no es pesimista (aunque él crea que sí, aunque todos ustedes crean que sí, aunque nada cambiaría si lo fuera).
La literatura de Cioso es felicidad, como lo es ‘La isla a mediodía’ de Cortazar. Con una diferencia.
La liviandad. La literatura de Cioso, así como la de ABC, a diferencia de la de Cortazar, es ligera. Digo: es etérea, es volátil, es trasparente, y nos hace ligeros incluso a nosotros los densos, los de alta gravedad, los pesados: nos permite volar, volamos. ¿Recuerdan cómo es volar en sueños?

La literatura de Zedi Cioso incluye una novela, ‘La última de Cesar Aira’ (con el enano escritor como héroe y el escritor consagrado como genio maligno), y dos libros de cuentos, ‘¿De qué viven los escritores?’ (otra vez la literatura de escritores) y ‘Esto sí es América’ (cuentos de tema y estilo (norte)americanos), el primero casi concluido, el segundo momentáneamente abandonado, además de un volúmen de ‘Otros Cuentos’, heterogéneo y de nivel desparejo, pero que incluye sus dos cuentos de fútbol con el (compartido) personaje del DT filósofo Marcel Bauhaus (o qué pasaría si cruzamos a Marcelo Bielsa con Ludwig Wittgenstein). También existe un tomo de poesía, intitulado ‘Poesías Pedorras’.

Hay una escena en la novela de Cioso en la que Dante, El Enano Más Sexy Del Mundo, va a visitar a El Gurú Chitarroni, y mientras espera a ser atendido rasga casualmente una almohada y la descubre llena de papelitos con frases: versos (potenciales o actuales). La almohada es una máquina de Turing productora de poesías; basta con sacar un número n de papelitos y transcribir de modo vertical su contenido y vualá, una poesía. ¿Qué hace Dante (alterego de Cioso)? Pícaro, juguetón y subrepticio, escribe unos versos de su autoría en sendos papelitos, que posteriormente introduce en la almohada. Terminada la operación, orondo y satisfecho, se acomoda en su sillón con una mueca de contento e inquietud hija del ilícito (menor) que acaba de fraguar. Unos instantes después sale Chitarroni y Dante se olvida del asunto. En ese olvido, en ese aire juguetón, en ese lapsus de la trama principal, en esa hendija está Dios que acecha. O lo mismo: está la felicidad.

Matías Pailos

Colonia: la ciudad de los perros tristes (segunda parte)

¡Qué emoción! Recorrer las instalaciones del imponente Eladia Isabel: un buque de tres pisos (sin contar la bodega para guardar los automóviles y la cubierta), con sus alfombras de estilo persa, sus escaleras de reluciente metal dorado y unas lucecitas más bien navideñas que recorren todo el salón, repleto de mesas circulares rodeadas de mullidos sillones, todo, en fin, como una suerte de Bingo de Ciudadela flotante (y temo dar ideas, tranquilamente en mi próximo viaje podría recibir mi cartón de manos de la camarera). Adentro del ferry el movimiento es febril, todos se afanan en buscar la mejor ubicación posible, o lo mejor de lo que la rapiña de los primeros pasajeros ha dejado. Las mesas circulares son tomadas por asalto a cargo de familias enteras con almas de conquistadores: las grandes potencias se reparten el botín y anexan a los débiles países nativos. Así, mientras algunos distraídos que cometieron el fatal error de subir a cubierta o se demoraron en el free shop vagan en busca de una mísera banqueta, hay grupos que acaparan una mesa para ellos, otra para sus hijos, otra para tomar mate y otra más para los juegos de mesa con los que esperan matizar la travesía.

Como buenos argentinos que somos descendemos del barco: a los empujones, buscando alguna salida alternativa que nos permita evadir la fila mastodóntica. Los ricoteros se pierden en los micros que los trasladarán a Montevideo. Al fin llegamos a Colonia del Sacramento. Ya en el puerto uno se siente inclinado a henchir los pulmones con el aire puro aunque un tanto mezclado aún con el humo del gasoil quemado por los motores del aparatoso Eladia Isabel. De inmediato nos enteramos que no llegamos dos horas más tarde, sino tres, porque en Uruguay corren la hora para ahorrar energía eléctrica. Es la diferencia entre un país donde la luz es provista por una empresa estatal que aplica criterios racionales y otro donde manda un consorcio privado que busca incrementar el consumo de electricidad hasta saturar las líneas y provocar gigantescos apagones de los cuales nunca se hace responsable. Pero en lo que a nosotros respecta el hecho es que nos han retaceado una hora del primer día de vacaciones, lo que añade una presión extra para poder disfrutar esa jornada antes que llegue a su fin.

Caminamos al hotel de frente al viento frío mientras miramos de reojo el cielo plomizo. Bienvenidos al Gran Hotel Royal. “Hola, el desayuno es de siete treinta a diez treinta” nos recibe la dueña-recepcionista, y le pide a una de las mucamas que nos muestre nuestra habitación: la 507. Subimos cinco pisos por ascensor y desembocamos en un pequeño hall. La camarera se dirige a una puerta que lleva el número 501, estoy a punto de señalarle su error cuando la puerta se abre y muestra un largo pasillo, a su vez, lleno de puertas numeradas a ambos lados. ¿Qué sucede con los hoteles uruguayos? No es casual, pienso, que la misma habitación de un hotel en Montevideo les haya sugerido, en distintas épocas, el mismo cuento a Cortázar y a Bioy Casares. Lo cierto es que nunca, en la decena de veces que lo crucé, dejé de sentir un ligero estremecimiento cada vez que me interné en ese pasillo que se ocultaba detrás de una puerta de habitación, como si me introdujera en una suerte de dimensión paralela, vaya uno a saber, tal vez los uruguayos descubrieron el secreto de la cuarta dimensión y lo aprovechan para ampliar sus locaciones. Recorrimos con la camarera ese pasillo con la alfombra crujiente bajo los pies y al fondo giramos a la derecha y al fin nuestro número: 507

Comer chivito es un ritual en que todo argentino reincide cada vez que visita la Repúlica Oriental. Al placer gastronómico se suma el estupor semántico de constatar que lo que antes era un cabrito tras cruzar el Río de la Plata se ha convertido en un suculento sándwich de carne a la plancha. Apenas terminamos el almuerzo, el cielo descarga un aguacero de proporciones bíblicas. Empapados, corremos a refugiarnos en nuestro Royal Hotel. Una pequeña ventana de la habitación cumple con la promesa de “vista panorámica”: terrazas de los otros edificios, copas frondosas de los árboles, el faro, algo de costa, bastante río marrón y un resto de cielo. Junto a la ventana hay una mesa circular y dos sillas. Trato de leer sentado ahí pero a los cinco minutos estoy echado durmiendo la siesta. Tirado en la cama, entre sueños, atisbo la luz lechosa que se filtra por la ventana y pienso, o siento, mejor, que es esa claridad densa y crepuscular, que se filtra por un ventanuco y se adivina en la modorra de una cama de hotel, el máximo placer que justifica cruzar un río de proporciones oceánicas. Pero superado el instante epifánico me pongo de pie de un salto y asomo el brazo por la ventana: ya casi no llueve. Son las seis (¿o las siete?), todavía hay tiempo, sacudo a Momé para despertarla y salimos a caminar, a recorrer, a conocer la ciudad antes que se ponga el sol.

Transitando las calles de Colonia es muy fácil distinguir a los argentinos de los uruguayos: los argentinos son los que no llevan un termo bajo el brazo. Costumbres extrañas: ¿Qué es eso de llevar el mate a todos lados? Creo que a esta altura los uruguayos deben haber sufrido una mutación genética, un ligero sobrehueso asoma de sus costillas y los ayuda a sostener el termo bajo las axilas, sino no se explica semejante afición. Caminamos por la ciudad vieja iluminada cinematográficamente por la caída del sol. Calle de San Pedro, Calle del Comercio, Calle de las Flores, trazadas por los portugueses que fundaron la ciudad en 1680 con las piedras del macizo que todavía asoman en la playa. Esas piedras, afiladas por los pasos de innumerables transeúntes a lo largo de los siglos, nos obligan a prestarle más atención que las pintorescas casas coloniales, a riesgo de perder la pisada y caer estrepitosamente. De modo que caminamos mirando más el suelo que el paisaje.

De noche, no nos ponemos de acuerdo. Momé quiere tallarines, yo pretendo una Pamplona a la parrilla, una de esas parrillas alimentadas por la madera que al entrar en combustión desprende un perfume suculento y tentador. Recorremos restoranes tratando de descifrar precios ¿Cuántos pesos son ochenta uruguayos? Y llegamos a la conclusión de que todos cobran más o meno lo mismo: muy caro. Terminamos tomando asiento en un local casi vacío, pero que promete en el pizarrón de la entrada la respuesta a nuestro conflicto:
HOY: PAMPLONA Y PASTAS CASERAS
Llega la moza, y nos prende una velita.
_¿Pamplona de qué hay?, consulto.
_De pollo.
_¿Y de qué más?
_De pollo. Nada más.
Por lo menos la ausencia de comensales nos da la posibilidad de disfrutar de la cena íntima, de construir la escena del romance, hasta que un candelabro decorativo de hierro forjado se viene abajo y cae sobre la cabeza de una nena, probablemente la hija del dueño, que irrumpe en un desgarrador llanto. No pedimos postre, el plan es tomar un helado en la costanera. Recuerdo haber pasado por una heladería en la avenida Las Flores y allá nos dirigimos. La heladería es un local rasposo, pero ofrece menos de diez gustos, por lo menos el vasito sale cinco pesos, aunque hay que reconocer que el helado aguachento se derrite en cuestión de segundos, así que casi no hay helado que tomar después de caminar la cuadra que nos separa del río.

Volvemos exhaustos al hotel, el recepcionista de la noche nos saluda “Hola, el desayuno es de siete treinta a diez treinta”, a su lado, pegado a la columna hay un inmenso cartel:
DESAYUNO: 7:30 a 10:30_Bueno, gracias.
_¿Quieren que los llamemos mañana a alguna hora para bajar a desayunar?
_No, no, está bien.
Huimos al ascensor.

Cedi Zioso

Xilofon

Se agrega a la lista de bloggers de mate tuerto "Xilofon". Aquellos que creen que este es mi verdadero nombre estan equivocados, y aquellos que tienen la esperanza de algun dia averiguarlo van a quedar inevitablemente desilusionados.
La historia del origen del seudonimo "Xilofon" no puede dejar de contarse. Cuando un filosofo va a estudiar a un pais extranjero se encuentra con gente de todas las nacionalidades, entre ellas, por supuesto, Grecia. En este caso, el personaje con el cual me encontre no fue Socrates ni, mucho menos, Aristoteles. Se trataba mas bien de un flaco desgarbado, con una nariz en forma de gancho de proporciones descomunales, y con un acento que ni el mas avezado de los viajantes podia distinguir. Cuando le pregunto su nombre, emite un sonido que se asemejaba a algo asi como "grgrgrmnm...Xilophon..vgftbfr". Acto seguido, en un impulso sociabilizador, le pregunto: "ah, te llamas Xilophon, como el instrumento!". "No, no", me responde indignado (como si lo hubiese herido no solo a el sino a toda una milenaria tradicion de sabiduria occidental). "gfrrh...Xenophonte...frhufhr"!, me aclara.
En fin, al dia de hoy sigo sin saber como se llama. Lo que es seguro es que no se llama como el instrumento. Pero creo que seria divertido llamarse asi, asi que ese es el nombre que elegi para presentarme en publico. Proximamente, mas anecdotas Torontesas...

07 diciembre, 2005

Paracitas I

Adoro la lluvia y en particular este tipo de lluvia: (vuelvo la cabeza y miro a través de la ventana) monótona, insistente, igual a si misma, eternizándose en su sempiterno caer. Lluvia telón, lluvia cortina, lluvia espacio, lluvia para mirar el lugar que la lluvia crea, lluvia que cae sobre un Bernardo Soares que no es Pessoa y que cae no sobre él, no precisamente sobre él, (yo, dice, él) sino sobre algo que él es en el espacio, algo cuyos contornos la lluvia define en sus innumerables golpes y repiqueteos: una silueta que cobra forma en su calidad de obstáculo entre el cielo origen y el suelo destino: una cosa hecha de y a partir de: lluvia. Un hombre invisible, incluso para sí mismo, que sólo puede intuirse en los ojos azorados de los otros cuando descubren el impacto anticipado de la lluvia en el lugar en el espacio en que él es.
C.Z.

Llueve, llueve, llueve…
Llueve constantemente, gemidoramente
Mi cuerpo me tiembla al alma de frío… no un frío que hay en el espacio, sino un frío que hay en que yo soy el espacio.

Bernardo Soares

Quienes Somos (al día de la fecha)

Cobiñas

Sagaz, crítica, lúcida, Cobiñas recorre los textos como un depredador en busca de su presa, su olfato es infalible (de muestra basta decir que fue ella quien nos “presentó” a Bolaño) y en sus manos, la ironía es un arma de varios filos que ya marcó a más de un taita. Alma Mater del Mate Tuerto, su humor es infalible, pero si la provocan, mejor échense a correr: su furia desatada nada tiene que envidiarle a las siete plagas bíblicas.

HKlimt

Eximio jurisconsulto que sabe leer entre las sólidas líneas de la ley. Agudo y tenaz, puede proponerse un desafío y realizarlo. Pero no sólo es un hombre de acción; su sensibilidad es tal, que de solo mentarla nos hace llorar. Ya se ha presentado en sociedad, ahora esperamos que de su medida con nuevos artículos.

Matías Pailos

Maestro de la argumentación, la contraargumentación y la archirecontraargumentación. Campeón olímpico, ostenta orgulloso su título de autor del “paréntesis más largo del mundo” al que acompaña en su henchido pecho el galardón de “Mayor número de subordinadas en una frase”. Autor de tres novelas inéditas y destacado pensador apegado a la vertiente analítica anglosajona. Es un hombre de pelo en pecho, temerario: no mide consecuencias cuando aborda los objetos de su pasión.


Zedi Cioso

Extraño espécimen intelectual que se deleita menos con el sentido preciso que con el exquisito giro de la frase. Alguna vez afirmó que se reunían en él “la bestia bruta y la refinada inteligencia” podemos afirmar sin temor a equivocarnos que su persona evoca lo peor de ambas. Sus afeites literarios le dictaron una novela que quiso escrita por otro autor, y unos cuentos que cubre el polvo. Ahora la emprende con el Blog, pero es objeto de nuestro cariño y nuestro perdón; esperamos la misma actitud de nuestros lectores.

06 diciembre, 2005

Colonia: la ciudad de los perros tristes (primera parte)

Ahh, con un fin de semana libre por delante (no se ustedes, pero yo trabajo los sábados todo el día) decidimos junto a Momé visitar la ciudad de Colonia del Sacramento, en la vecina República Oriental del Uruguay. ¿Qué mejor, pensé, para olvidar las preocupaciones mundanas que pasar dos días en una ciudadela histórica a la vera del Río de la Plata? Pero casi de inmediato a las preocupaciones mundanas se sumaron las preocupaciones extraordinarias que los preparativos de todo viaje, por mínimo que sea, entrañan: ¿Alíscafo lento o rápido? ¿Hotel u hostería? ¿Viajar el Viernes a la noche o el sábado a la mañana? ¿Pesos uruguayos o dólares? ¿A cuanto cerró el cambio? ¿Cómo que renunció Lavagna? ¡Nooo! En fin, de todas las coquetas hosterías con terrazas que miran al río no pudimos encontrar ni una con alojamiento disponible por lo que acabamos reservando una habitación en el Hotel Royal, un lugar que prometía una estancia inversamente proporcional a la alcurnia que su nombre ostentaba: 6 pisos de puro hormigón armado sobre una de las pocas avenidas del lugar.

¿Cómo disfruta aquel que todos los sábados de su vida sufre para levantarse a las ocho de la mañana su único sábado libre en el año? Despertándose a las siete de la mañana. Entre las telarañas del sueño me cargo la mochila (entre paréntesis, otro motivo de amargas disputas internas: ¿Qué llevar? ¿Malla o bermudas? ¿Uno o dos pantalones? ¿Cuántos calzones? ¿Y si refresca?) y me encamino como un zombi a la boca del subte. Arribo puntual a las 8 AM a la dársena de Buquebus en puerto Madero, donde me encuentro con Momé que hace fila entre un hervidero de gente apiñada en el inmenso hall.
Ya de entrada un empleado de la compañía nos aclara cuando hacemos el check in que “hay 45 minutos de demora” que en su voz resuenan como los “15 minutos” de espera para comer en un restorán un sábado a la noche. Tras un sucinto pasaje por migraciones somos transportados por una escalera mecánica y arrojados a la sala pre-embarque: moquette azul, sillas y sillones y avisos de perfumes varios, todo es muy airport, Buquebús sabe como colmar las necesidades de clase media insatisfecha que ya no puede premiarse con su vuelo anual a destinos exóticos.

Los 45 minutos pasan como el ferry ultrarrápido, que cruza el charco en cuestión de una hora, pero nuestros 45 corresponden al Eladia Isabel, y como tales van a tomarse su tiempo en transcurrir. Mientras tanto los pasajeros nos entregamos a una pasión nacional: hacer fila: una inmensa anfisbena humana que se muerde la cola recorre todo el salón. Otros compatriotas se entregan a la segunda pasión nacional: saltar la fila, así es que Momé se apura en advertirme la presencia de una “pareja joven” que, apostada a nuestra diestra, espera el momento propicio para dar el zarpazo. Aburrido por demás, trato de tomar un café para desentumecer mis sentidos pero el precio (obvio) es prohibitivo y vuelvo a mi lugar (legítimo) en la cola. Entonces reparo por primera vez en el heterogéneo mosaico que conforma el pasaje del Ferry demorado: imperan las parejas: jóvenes, maduras, maduras con jóvenes y otras tantas combinaciones, después están los extranjeros que parlotean en inglés con la prepotencia del idioma foráneo y por último un extraño colectivo de coyuntura: disgregados, en un principio, no los había percibido, una remera por allá, otra más allá, pero ahora, agrupados en la antesala no hay lugar a dudas: viajamos junto a un grueso contingente de fanáticos de los Redonditos de Ricota que peregrinan a Montevideo para asistir al show que esa noche brindará Carlos “El Indio” Solari: los consabidos ricoteros.

Al fin una voz de falsa locutora anuncia: “Se informa que el buque (pausa dramática) Eeeeeladia Issssabellll arribará al puerto en (nueva pausa dramática) quince minutos” Hay vivas y hurras, aplausos y chiflidos, los ricoteros no encuentran mejor forma de expresar su algarabía que cantar:“Oooooh, vamo’ lo redó’/lo redó/lo redó/vamo’ lo redó” canto que, de variar tan solo una sílaba podría ser la expresión misma de las notas que lo componen (“do-re-do/do-re-do/Vamos do-re-do) pero que provoca en el resto de los pasajeros asociaciones menos pentagramáticas y los inclina a aferrarse a sus bolsos e implorar por las fuerzas vivas del orden. A todo esto, la pareja al margen de nuestra fila ha realizado enormes progresos merced a un avance ínfimo pero constante precedido por unas notables caras de póker: ya casi nos arrojan a sus espaldas, yo trato de interpelarlos con la mirada, de las tres opciones que tiene a mano la víctima de la colada: invocar el escándalo, iniciar una lucha soterrada o dejar las cosas como están consolándose al pensar las veces que él mismo lo ha hecho, yo opto por la segunda. Loa miro: la chica viste un jogging celeste y lleva una cartera imitación Luois Vuitton ¿Cómo sé que es imitación? Porque todas las carteras Louis Vouitton son imitación, a esta altura hasta las auténticas carteras Louis Vouiton son imitación de sí mismas. El chico tiene un equipo de gimnasia de la selección argentina de fútbol, ambos como si nada. Pero yo me adelanto por un delgado resquicio y me aprieto junto a las espaldas de mis precedentes originarios: no me vencerán tan fácil, malandras. De pronto, como reanimada tras un sueño milenario, la anfisbena cobra vida, todos se ponen de pie y precedidas por un breve estrépito las puertas del preembarque se abren. Es la hora de la verdad, pero mis contendientes nos ignoran olímpicamente y pasan junto a nosotros para ubicarse más allá, en el fondo de la fila que, en su último tramo está paralela a nuestra sección. No hay metáforas inocentes, si hubiera revisado mis libros de mitología habría recordado que la anfisbena no tiene cola, sino dos cabezas, por lo que los últimos de la fila, con pleno derecho giraron sobre sí mismos y entraron al barco junto a los primeros. A Momé y a mí no nos quedó más remedio que recorrer todo el tracto intestinal hasta llegar en buena ley a la puerta, cuando el ochenta por ciento de los pasajeros ya se habían embarcado.

Zedi Cioso

05 diciembre, 2005

Por qué nos gusta tanto Bolaño III

Porque en diez páginas puede hacernos sentir -¿o creer?, no, es sentir- que en la verga encontramos la condición irremediable de lo latinoamericano (excedido después de leer Prefiguración de Lalo Cura)
Porque la tristeza no da lástima... hace llorar...
nos hace llorar.

hklimt

02 diciembre, 2005

Metacomentario I

Originalmente iba a decir algo que ahora me parece un exceso, una desmedida. Y lo que iba a decir es que cuando Cobiñas escribe lo aquí publicado, escribe como crítica literaria, cuando yo escribo lo aquí publicado, escribo como filósofo, y cuando Zioso escribe en este sitio, lo hace como escritor. Con ese 'espíritu'.
Pero ahora me parece que esto se cumple de tanto en tanto, o cuánto mucho, en general.

Matías Pailos