El Mate Tuerto

"Se fingirá el saber que no se tiene."

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Nombre: El Mate Tuerto
Ubicación: Argentina

26 marzo, 2007

De una chica que algunos creian una puta y otros no

“Se mudo al departamento 21 de la torre 2, así que compartíamos pasillo pero no escalera (...) Sí, nos cruzábamos en el barrio y en la puerta de los monoblocks. Al principio no nos hablábamos porque yo soy darqui y él es rasta. Después empezamos a hablar, porque me gustaba, y como Pablo era tatuador, y me gustaba, me enganché con ese tema… Bah, le saqué tema, no como quien no quiere la cosa sino con cara de te chuparía la pija toda la noche (…) Nos empezamos a ver, no novios, vernos nada más, mi mamá piensa que soy una puta, pero ella sí que es una puta, lo cuerneó a mi viejo hasta que se hartó y la dejó pero antes se lo dio a entender, ahora tiene otra pareja y no para de salir con tipos (…) Salimos unos meses, yo iba a su casa, cogimos unas veces… me encantaba chuparlo. Vivía sólo, aunque a veces se quedaba un amigo que se llamaba Pablo… nada, no me gustaba el chabón, pero él sí. Pasados unos meses dejamos de salir (…) Igual nos encontrábamos en el barrio, y en la puerta de los monoblocks y en el pasillo (…) No, no, en la escalera, ya te dije que no (...) Igual alguna vez cogimos, nada serio, a él le encantaban mis tetas (…) La semana pasada yo estaba en la reja de la entrada de los departamentos, y entonces lo ví llegar con su amigo Pablo, traían unas cervezas. Me saludó cuando pasó, y me dijo que iba a ver una película, una que seguro me iba a gustar, algo medio fantasioso y oscuro, “bien darqui”, me dijo, “Constantine”, dijo, “con Keanu Reeves”. Matrix me voló la peluca así que me re enganché para verla. Antes pasé por mi departamento para ver como estaba mi hija, a ver como estaba mi vieja; dormían las dos, era de noche ya, creo que era la una o las dos de la mañana. Voy para lo de Pablo, llego al 21, me siento en el sillón y ponen la película… ¿la viste?” (…) “No, bueno sigo. Pablo, estaba en la cocina tomando cerveza, y el otro chabón estaba sentado en la computadora, me pareció que bajándose cosas de Internet”.
-¿No quieren ver la película?- preguntó.
“Pablo seguía en la cocina. El otro empezó a ver unos videos porno en la computadora. Ahí me levanté para irme, pero Pablo me dijo que me quedara, que no pasaba nada, que al chabón le gustaban esas cosas, que así era su viaje, nada más. Igual me levanté para irme, pero la puerta estaba cerrada con llave”.
-¿Dónde tenés la llave? Dame la llave- insistió Laura mientras forzaba el picaporte.
“-Dale quedáte Laura- me dijo Pablo –vos sabés a qué viniste-”.
Zatoichi

24 marzo, 2007

Variaciones sobre la felicidad

Tengo un millón de amigos; para el caso, unos pocos botones de muestra bastarán.
A es facherito y coge a rabiar. Sus chicas son invariablemente hermosas y su rutina sexual, variada. Confirmado: tuvo al menos dos chicas a la vez en su cama. No es improbable que haya estado en orgías. Tiene éxito profesional y no gana mal. A pesar de tener una causa puntual para el verano de su descontento, la raíz de su infelicidad no es esa. B es monógamo, así que no podemos decir que su vida sexual sea lo variopinta de A. En el laburo le va más o menos, y todavía no logró del todo que el periodismo le reporte la plata suficiente. Aunque no siempre muestra sus cartas y suele estar a la defensiva, es feliz. Acaso siempre lo fue. C acaba de separarse después de años de noviazgo. Es el feliz ganador de una beca y no hace mucho que se mudó solo. Está triste: es claro. Está tranquilo y contento, y esto no es tan fácilmente explicable. Su mesura a veces me enerva, pero lo envidio en toda regla; lo mismo puedo decir de D, quien no tiene novia y hace mucho que no la tiene. Tampoco coge tanto, pero vive solo, toca la guitarra mejor que nadie que conozca y canta más que bien. Se droga mucho y es formidablemente apático. Es cínico y egoísta, y es la más perfecta encarnación de la sabiduría. E vive con su novia y se pelean constantemente, casi tanto como se aman. Trabaja de lo que quiere y tiene el aspecto económico resuelto. Hace poco descubrió que no sabe qué hacer de su vida, pero ya lo conozco: en cualquier momento vuelve a subir. Acaso ya lo haya hecho. Me parezco más a él que a los otros cuatro. Creo tener las cosas más claras, aunque su capacidad de disfrute sea mayor.
Soy de los que buscan referentes. ‘Referente’, en este contexto, no tiene necesariamente una connotación positiva. Por caso, creo que, en algún sentido, comparto cierto masoquismo con A; pero lo que en mí es una inclinación, en él es un abismo. Por más que sea mi amigo (en algún sentido lo es; creo que ya, a esta altura, lo es), es la imagen de los errores que no quiero cometer. (Aún le envidio sus mujeres; soy muy envidioso.) En el otro extremo están C y D. Ellos pueden lo que yo, todavía, no. Otorgo mucha importancia al aspecto sentimental. También al sexual, pero menos. Acaso no debería hacer ni lo uno ni lo otro. Seguro no debería, y no porque no la tengan, sino porque comen el disfrute que podría extraer de otros ámbitos en los que he conseguido algunas cosas, de las que no atino a sacar todo el jugo que podría. D me dijo (cada vez que habla paro las antenas) que el porro te cambia, te vuelve más hedonista. Asentí. Procuro que el hedonismo haga carne en mí, y esa es parte de la solución. Entenderlo como una solución es un problema. Pensar a la propia vida como un problema a resolver es un problema. Hay que disfrutar de los logros, pero apoyarse más que en cualquier otra cosa en la labor cotidiana. Este fue el mensaje de C. Esto, continuó, es algo que todos sabemos pero que olvidamos a cada paso, y esto también es una obviedad. Las claves de la felicidad son todas perogrulladas que olvidamos. Los snobs corremos un peligro suplementario: despreciarlas. Solemos pagar por ello. Quizás, se me ocurre, pensar en la felicidad ya sea un problema. Quizás buscarla y ordenar la propia vida en función de ella ya sea un obstáculo para… ¿para qué, sino para la propia felicidad? Entonces hay que decirlo de otra manera, una que no se me ocurre. Ahora quiero ponerme en situaciones nuevas y diferentes entre sí, interactuar con otro tipo de gente. Esto lo dijo C, quien también quiere volver a Constitución porque ahí huele peligro. Me contó el otro día que a un amigo lo afanaron. Parece que el amigo, al narrarle el evento a C, remató la anécdota de la siguiente manera:

-No sabés: ¡me sentí vivo!

Para nosotros, hijos de la clase media con red de contención debajo, Constitución huele a peligro, por más que no sea para tanto. No estoy seguro de querer peligro, pero sí de entender que lo que hay que hacer (y ya meter deberes en este terreno revela una forma impropia de plantear la situación) es lo que nos da curiosidad, ganas, ‘lo que dicta el corazón’ (que feo suena, ¿no?). Por ahora quiero drogas, quiero aprender a tocar la guitarra, quiero seguir escribiendo y tratar de empezar la tesis, quiero seguir cogiendo. ¿Quiero algo más? Quiero algunas aventuras. ¿Algo más? Quizás.

Matías Pailos

20 marzo, 2007

Arrepentimiento

La idea original era contarles que por fin me convertí en un pirata. Que por fin soy uno como ustedes. La idea original data de hace más de un mes, poco más allá del gran evento. Un amigo me felicitó por haberme unido a sus huestes y no puedo afirmar que no me sentí feliz. Tenía, por fin, después de tanto bregar, tardó tanto pero al fin, era hora. Hela allí: no es la banda más ancha que pudiere existir, pero alcanza. De ahí al Soulseek hay muy pocos pasos, y fueron dados. Después les iba a contar que lo primero que hice fue saldar deudas: TV on the Radio, Arcade Fire, los primeros discos del Jefe, que My Morning Jacket, que Can y Neu!, que los temas raros de Bowie y el último de Biolay y entre todos ellos él. Ahí iba un punto aparte y a contarles acerca de un enorme cantante y compositor de la costa oeste de la década del setenta llamado Tim Buckley y su pertinaz y siempre (casi siempre) eficaz e iluminador cóctel de folk psicodélico y free jazz, e iba a mencionar entre paréntesis que su voz es igual a la de Van Morrison pero mejor no, porque después iba a hacerla entrar en una comparación fuera del paréntesis que iba a aludir a esta comparación y entonces quizás mejor no decir nada y decirlo todo a su debido tiempo. Les iba, posteriormente, a contar que este tipo hizo, entre tanta cosa notable, las siguientes dos. Primero, morirse de sobredosis debido, precisamente (y entre paréntesis pretendía aclarar que los ‘precisamente’ son ‘paradójicamente’ secretos) por haber sido un sujeto austero en lo que a ingesta narcótica se refiriera, pero segundo: haber sido padre de un hijo. Acá venía otro punto y aparte para comenzar a contar algo que ya he contado hasta el cansancio: cómo en 1977 (y luego venía un paréntesis en que mencionaba que era un año después de mi nacimiento pero mejor no porque sería el colmo del egocentrismo y mostrarse egocéntrico no puede ser nada bueno) Leonard Cohen, otrora escritor de profesión pero en ese entonces ya cantante consumado saca un disco que contiene en ciernes a todo Pulp llamado Death of a Ladies’ Man, producido por Phil Spector, y luego de un guión hubiera especificado la condición demente del tal Spector, lo que (seguía, originalmente, con la aclaración como procedimiento narrativo) nada dice necesariamente acerca de su enorme talento ni tampoco o mucho menos informa que Cohen dijera, posteriormente y en un rapto de exageración (porque el estilo es todo; no hay que dudar en mentir -eso hubiera escrito y mi propia frase hubiera sido altisonante pero no por eso irrespetuosa de lo que a esta altura puedo revindicar como mi estilo) que el disco era de Spector. Pero no. Y no, en particular, porque no es en ese disco en dónde aparece por primera vez un tema de Cohen del que iba a hablar sino en otro que se llama Various Positions y que es considerablemente inferior a aquél, y por eso no dije nada de eso, porque mejor no mostrar los errores tanteados, aunque nada de esto importe demasiado para lo que originalmente quería contarles pero mejor no, que es que el tipo compone él solito un tema que puede ser el favorito de usted, señora o de usted, caballero, sin que eso lo deba hacer poner colorada o colorado sino todo lo contrario: la mar de orgullosa (la mar de orgulloso). El tema se llama Hallelujah, que es como decir Aleluya pero en inglés. Diez años más tarde podrá comprenderse que él lo había escrito para que fuera cantado por una garganta mucho más joven y de límpida voz y tan conmovedora como la de los momentos más conmovedores de Cohen y esa garganta y esa voz no eran de Cohen ni de Cale, quien también grabara una versión del tema, sino de Jeff Buckley. El hijo de Tim. Punto seguido y después ‘El hijo de Tim’. Eso iba a poner, al menos originalmente. Y después iba a acometer loas a Cohen y a Buckley Tim (‘Tim’ iba a ir entre paréntesis) por haber permitido, ellos más que nadie que Jeff cantara ese tema. Después iba a perderme en una montaña de adjetivos y demasiados adverbios de esas que suelo escalar cada vez que me toca hablar de lo que me gusta, que no es muy diferente de lo que me conmueve. E iba a hablar de dramatismo y de remansos de calmas que preceden tormentas pero mejor no, así como tampoco citaré la letra ni diré nada sobre esos versos que dicen “but love is not a victory march / it's a cold and it's a broken hallelujah” ni tampoco que anteceden a la estrofa esa de “well, maybe there's a god above / but all i've ever learned from love / was how to shoot somebody who outdrew you /it's not a cry that you hear at night / it's not somebody who's seen the light / it's a cold and it's a broken hallelujah”. Eso era lo que quería escribir. Pero ya escribí cosas como esas otras veces, tantas otras veces que siento que ya no solo abrumo y fastidio sino que ahora también me abrumo y me fastidio porque no hago sino reiterarme y buscar en vano algo así como una idea original. Eso era lo que quería escribir, pero ahora no estoy tan seguro.

Matías Pailos

17 marzo, 2007

Una de Superhéroes

- ¿Viste el Arco?
- ¿Cuál es?
- Una china o japonesa. Un viejo que vive en un barco con una piba, creo que de quince años, que está con él desde que la rescató no sé de qué cuando ella era muy chica, y están ahí, los dos juntos, y nunca se van del barco, y el único contacto con el exterior –dijo mientras subía y bajaba repetida y simultáneamente los dedos índice y mayor de ambas manos, como si esa palabra tuviera que ser escuchada entre comillas- que tienen es con los pescadores que llegan al barco.
- Ah, sí, sí la ví.
- ¿Y qué tal? ¿La recomendás?
- No.
- Pero vos viste “Primavera…”.
- Si, me encantó “Primavera…”.
- Y “El guardacostas”.
- Si, si… ví las dos. Me gustaron las dos. “Primavera…” me voló la peluca.
- ¿Y esta no?
- Fue así: Cuando empezó la película yo estaba en módulo “comprender la milenaria cultura oriental / esconder mi prejuicio occidental”, así que me propuse entenderla: silencio, calma, ritmo lento, símbolos, la figura del viejo. Entender que su brutalidad esta enmarcado en un sistema de valores extraño al mío.
Entonces me estaba cayendo bien.
Después no. Después me pareció brutal y bruto, un hijo de puta, un pervertido, esclavista, machista, otro que somete al más débil.
- Pará. Está buena parece… Te dejó maquinando por lo menos.
- Bueno, no sé, puede ser. Pero tiene cuatro finales casi, eso no me gusta, parece “El último samurai”.
- La voy a ver me parece.
- Bueno, yo te diría que no, pero si vas acordate de lo que te voy a contar:
“Dice que estaban Batman y Robin tomando un café, y entonces Batman le cuenta al chico maravillo:
- No sabés lo que pasó.
Venía volando superman cuando, con su vista superpoderosa, advirtió a la Mujer Maravilla en un yate en el medio del océano. Estaba completamente desnuda, acostada boca arriba en una reposera mientras se meneaba y contoneaba como una serpiente caliente con las gambas abiertas.
Entonces Superman tiene una supererección, y baja en picada, tipo blietzkrieg, directo para ensartar a nuestra heroína.
- Qué sorpresa la Mujer Maravilla- intervino Robin.
- ¡Noooo!- replicó Batman –La sorpresa se la llevó el hombre invisible.

Zatoichi

16 marzo, 2007

ZC se toma vacaciones, el Mate Tuerto, no

Siempre me han llenado de tristeza los signos que anuncian la decadencia estival: los carteles de helados que se retiran de las fachadas de los kioscos, los primeros fríos intempestivos, los días que se acortan, las polleras que se alargan, el verde caduco y mustio de los árboles y las plantas. No se trata de que no me guste el otoño, todo lo contrario, es mi estación predilecta. Es sólo que me pone triste el final del verano porque el verano siempre se anuncia como una promesa de felicidad, de aventuras, una oportunidad propicia para cambiar de vida aunque a fin de cuentas todo se reduzca a días tórridos, ropa pegada al sudor de los cuerpos y el anhelo frustrado de comprar ese acondicionador de 15 mil frigorías. En fin, lamento que se termine el verano, pero para conjurar mi melancolía y prolongar sino su existencia, al menos su efectos, encaro una de sus actividades más características y saldo de vacaciones, porque a mí, al contrario que a esas dos grandes P: Pailos y Pessoa, me encanta viajar y más que viajar, irme de viaje. De modo que mañana me voy de viaje y a menos que hayan instalado locutorios en el Machu Pichu no contarán con mi grata y tediosa presencia por las próximas 3 semanas. No me extrañen. Aquí seguirán disfrutando del Hombre que Nunca se Toma Vacaciones: Matías Pailos, y toda la troupe matetuertina.
Nos vemos al regreso.

Zedi Cioso

15 marzo, 2007

Un cover de Carver

Katie Phillips

_¿Qué te parece aquí?
_Estupendo
_Es el primero de esta parte de la casa. Ya no queda más lugar en la repisa ni sobre la chimenea.
_Siempre envidié tu talento para la decoración, Dorothy
_”Señorita Enjuague Bucal 2003”
_Ella es fantástica.
_¿Sabes qué, cielo? Estoy pensando en agrupar sus diplomas por rubros. Aquí irán los del cuidado del cuerpo.
_Y tú también eres fantástica, por supuesto.
_Bueno -dijo Dorothy sonrojándose- soy su madre después de todo ¿no es cierto? Después se alejó unos pasos y extendió sus brazos y separó los pulgares a noventa grados de las palmas de las manos, como un director de cine que prepara un encuadre o un entendido al observar una gran pintura. Enumeró: Miss Shampoo Infantil 03’ Miss Maquillaje Hipoalergénico 02, Miss Polvo Pédico 02’ Pequeña Señorita Ortodoncia 01’. Ese fue el primero ¿Lo recuerdas?
_Imposible olvidarlo, cariño.
Michael se dirigió a la cocina. _Voy a prepararme un sándwich. ¿Quieres café?
_Sí, querido, gracias.
Michael abrió el refrigerador y comenzó a buscar los ingredientes. Sobre la mesada de la cocina se fueron acumulando las rebanadas de pan integral, la mantequilla de maní, el atún, los pepinillos, el pastrami y un tomate. Después Michael puso dos rebanadas de pan en la tostadora e hizo descender la palanca con una suave presión mientras observaba la puerta de la cocina abrirse lentamente, como si aquellos dos mecanismos estuviesen relacionados.
_¿Recuerdas entonces? dijo Dorothy.
_Ah, sí, tu café, dijo Michael y se dispuso a accionar el interruptor de la cafetera.
_Olvídalo, no funciona.
_¿Cómo, no la habías llevado a reparar la semana pasada?
_Se averió al otro día.
_Mierda, masculló Michael. Miró a Dorothy, ambos sostuvieron sus miradas un instante, después echaron a reír.
_No, cielo, no creo que en ningún estado se celebre “La Señorita Café”.
Dorothy se puso seria _Tal vez en Texas…
Volvieron a reír.
Michael abrió el aparador y extrajo la cafetera manual.
_Yo no me refería al café, dijo Dorothy.
Michael puso la base hueca de la cafetera bajo el grifo hasta cubrirla de agua.
_Aquel concurso; se veía tan bonita con esos frenos. Michael destapó el café molido y lo acercó a su nariz. Aspiró profundamente. _No podía pagarlos con el sueldo de la fábrica, cariño.
_Oh, claro, sí.
Michael dejó caer las dos cucharadas colmadas de café en el filtro metálico de la cafetera manual. Le gustaba observar cómo los minúsculos granos de café se precipitaban al vacío. Como arena.
_No lo sabíamos cielo. No teníamos idea.
Michael puso el cacharro al fuego. _Y todas esas niñas, con sus perros caniches, sus cintas de colores, sus asistentes personales, sus peluqueros…
_¿A que circo hemos venido? ¿Recuerdas? Eso dijiste cuando entramos en el salón.
_Por Dios, Dorothy, si más de la mitad de las niñas se habían puesto frenos sólo para poder participar.
_Marchémonos, dijiste.
_Dos o tres llevaban puestas unas batas con el nombre de centros odontológicos bordados en la espalda, como si fueran malditos boxeadores.
_Nosotros nos vamos, dijiste aquella vez.
_No dije eso.
_Nos empujaste hacia la salida.
_Y tu dijiste “pregúntale a Katty”
_Dejamos que ella decidiera.
_Santo Dios, era una niña de ocho años, Dorothy.
_Ella se quiso quedar, fue su decisión.
_¿Donde está ahora?
_En su cuarto. Descansando.
_Pobrecilla, debe estar agotada.
_Ella es feliz, Michael ¿Lo entiendes? Es importante que lo entiendas. Ella es respetada. Ella es alguien.
_Vamos a verla, propuso Michael.
_Si tu quieres.
Subían la escalera procurando no hacer rechinar las maderas a cada paso.
_Michael, cielo.
_Qué, nena.
_¿No crees que deberías retomar tu empleo en la fábrica?
_No.
_Mike, ¿Y qué dices un medio turno?
_No.

11 marzo, 2007

Pendejo

Cuando sea grande quiero escribir una novela. Quiero escribir dos novelas, quiero escribir tres novelas. Quiero escribir… cuatro novelas. Quiero ganar el Herralde, y quiero que Herralde mismo me reciba en su estudio, como a Pauls, y me diga ‘sírvase’, y yo saquee los estantes de libros y libros de Anagrama hasta colmar un carrito de supermercado, dos carritos de supermercado, tres carritos de supermercado. Cuando sea grande quiero tocar la guitarra como Jack White y cantar como Jack White. Quiero ser estrella de rock y llenar estadios. Quiero que Bowie toque un tema mío y quiero cantarlo a dúo con él. Quiero tocar en un evento tipo Live Aid en Nueva York frente a todo el mundo e interpretar, frente a todo el mundo, en un evento tipo Live Aid en Nueva York, Jijiji de los Redondos. Cuando sea grande voy a dar entrevistas. Al principio muchas, después muy pocas, después con anteojos de sol. Durante un período no voy a salir de mi estudio ni de mi sala de grabación, y voy a escribir un libro por mes para superar a Balzac en lo prolífico y voy a grabar un disco cada dos meses para ser peor que El Salmón. En las entrevistas voy a hablar de mis gustos e inclinaciones, voy a esbozar teorías y puntos de vista originales y originalísimos, ligeramente corridos de lo políticamente correcto pero hasta ahí, y todos van a pensar que soy inteligente, talentoso y buen tipo, pero hasta ahí, porque no quiero que piensen que soy un boludo, como todos los buenos tipos. Cuando sea grande voy a participar de algunas orgías y voy a coger con dos y tres minas yo solito. Cuando sea grande voy a conocer a la mujer de mi vida y vamos a tener muchos hijos. Uno se va a llamar Fidel, pero no por Fidel Castro ni por Fidel Pintos, sino porque a mi papá le gustaba mucho el nombre Fidel, pero no por Fidel Castro ni por Fidel Pintos. Y voy a tener una hija que se va a llamar María porque a mí me gusta el nombre María, así, suelto (pero le voy a adosar un segundo y tercer nombre, como a todos mis hijos, para que elijan de grandes con qué nombre rodar por el mundo, un nombre que les venga de fábrica y no que tengan que adquirir con sangre sudor y lágrimas). Va a ser mi favorita, va a ser tipo Lisa Simpson, pero morocha, porque la mujer de mi vida va a ser morocha y no rubia. De hecho… va a ser negra. Sí: negra, mulata, catinga; lo que quieran. Va a ser alta y flaca, de un país tipo Malawi. Y vamos a tener otro hijo alto como ella, pero más alto, al que le vamos a poner Manuel, como el segundo Pailos que vino a Argentina (el primero se llamaba Matías), en homenaje al Manu Ginobili, que se llama Emanuel y no Manuel, pero Emanuel es nombre de una morocha –pero no negra sino blanca, una con los dientes salidos- de las películas de softporn de Film Zone, y no es el nombre para un jugador de basket, porque Manuel va a ser jugador de basket, y va a jugar en los Spurs y va a seguir la senda del Manu y va a ganar un anillo de NBA y cuando lo enfoquen luego de obtener el título él va a mirar a cámara y va a decir, entre lágrimas, ‘es para vos, papá’, y yo voy a sacar la foto carnet de mi viejo, esa de cuando era conscripto y no tenía bigote, en la que tiene la misma cara de estúpido que yo tenía a esa edad en la que yo no tenía ni barba ni bigote, y, entre lágrimas, voy a decirle a la foto, porque mi viejo ya va a haber muerto, ‘viste, viejo: los Pailos somos grosos’.

Matías Pailos

09 marzo, 2007

Duda existencial

¿Alguien sabe por qué Buenos Aires se llenó de mariposas?

08 marzo, 2007

La misma conversación

Comenzó hablando de mujeres y conquistas, pero rápidamente saltó al tema que verdaderamente le interesaba. Borges es un mal poeta, dijo del otro lado del teléfono. Concedí que su poesía no está a la altura del resto de su literatura, pero Martin Ludwig insistió, tachando y corrigiendo: no es lo que yo espero de la poesía. Insinuó: sus méritos son extrapoéticos. Apeló al siguiente modelo: es como apreciar a un músico por sus letras. Mi única idea destacable era plenamente irrelevante: no siempre es válido separar letra de música. Ninguna por separado emociona; en combinación, su efecto puede ser el inverso. (Más tarde, cerveza de por medio, con la ‘Antología Poética’ como consulta permanente, en medio de extensos y fatigosos recitados en los que tarde o temprano primaba la imitación –no exenta de burla; su compás asmático es irresistible-, Zedi Cioso retomaría esta idea y la decoraría con una explicación científica.)
Ludwig desempolvó de los meandros de su memora un impresionante acerbo de ejemplares de la poesía del bibliotecario, buenas, buenísimas y malas. Algunas, francamente pésimas. Hay una cadencia, hay un ritmo propio, alegué. Sí, pero no es revolucionario, replicó. Son formas canónicas. Nos mueven sus ideas; no otra cosa. Yo, dijo él, busco otra cosa en la poesía. Lo que recordé podría perfectamente haber adoptado una forma ensayística o narrativa.
Abrumado por las múltiples ideas (las que me dedicaría minuciosamente a olvidar para, en un futuro no lejano, engañar y engañarme atribuyéndome su autoría, haciendo pasar recuerdo por invención), abandoné el hogar y realicé las mil combinaciones que me depositaron en el domicilio de Cioso. En el trayecto cifré el impacto de su poesía en el uso de ciertos términos y conceptos (‘la rosa’, ‘espejo’, el infinito, el tiempo), en la peculiar anteposición de adjetivos vagamente impropios (‘grave rincón’, ‘trenzado laberinto’), en una cadencia y un vaivén peculiar, que se demora en las alturas y las abstracciones para caer, brevemente, en lo concreto y prosaico, en la información irrelevante. Con ese gesto, clausura el poema. ¿Ejemplos? Tengo fiaca. Demando fe.
La segunda idea propia –no por eso original- de la noche también fue marginal –donde ‘marginal’ es un eufemismo por, una vez más, ‘irrelevante’. Versaba sobre el buen escribir y su relación con el estilo Borges. Para un escritor argentino (con lo que quiero decir: para cualquier escritor argentino) escribir bien no es una entelequia. Por el contrario, es algo que ha encarnado de una vez y para siempre. O mejor: no ha encarnado de ninguna manera, sino que es uno e inescindible con el estilo del Borges maduro (pongamos, el de ‘El Aleph’). Incardona mencionó en una mesa antológica a la que entró por la ventana que hubo un tiempo en que buscaba escribir como Borges. Lo que retuve de esa parte de su discurso es lo que Incardona consideró distintivo de la prosa borgeana: el uso abusivo (el abuso) de punto y coma. Por supuesto, esa no es ni de casualidad la cualidad más destacada del estilo del que hablamos: del bien escribir. Sin embargo, Incardona pone el ojo en una marca no menor. Confieso que desde que reparé, Incardona mediante, en este hecho, aprovecho (si la hubiera; de lo contrario, la genero a patadas) la menor oportunidad para usar, usar abusivamente, y abusar del punto y coma.
Cioso tuvo otras y mejores ideas. Conviene, por tanto, cederle la palabra. Hola, aquí Cioso trasmitiendo desde el planeta de los monstruos. Como dije una vez, Borges mismo es una lengua dentro de la lengua. Una lengua extraña, que podemos comprender, pero no podemos hablar, (de allí los vanos intentos de los escritores autóctonos de “escribir bien”, de “hablar en Borges”). También está más o menos acordado que lo mejor de Borges no radica en su poesía, la cual en ocasiones parece fría (frente al sentimiento de un Neruda) como si hubiera sido compuesta bajo las emociones de un androide, o falta de riesgo (frente a la experimentación vanguardista de un Vallejo). Y sin embargo hay algo que nos atrae irresistiblemente hacia esos versos al punto que con escucharlos una vez ya se nos quedan adheridos a la memoria “Como dijo el griego en el cratilo/ si el nombre es arquetipo de la cosa” o “Bruscamente la tarde se ha aclarado/ pues ya cae la lluvia minuciosa./ Cae y cayó. La lluvia es una cosa/ Que sin duda sucede en el pasado” “Dios mueve al jugador y este, la pieza/ ¿Qué dios detrás del Dios la trama empieza?” etc. Indagando en este misterio de la irresistible atracción de la poesía borgeana me atrevería a arriesgar que una de sus causas principales radica en su música. La música, como todos sabemos, estimula el hemisferio derecho y ayuda a retener las palabras o letras que la acompañan (cuyo significado es interpelado por el hemisferio izquierdo) esta interacción conjunta de los dos hemisferios cerebrales facilita la memorización, y allí radica la primitiva e instrumental causa de la rima: la trasmisión oral de los primeros relatos, cfr La Ilíada y La Odisea de Homero. Todos hemos experimentado esto al recordar íntegra la letra de una canción sin proponérnoslo y con solo escucharla un par de veces mientras que memorizar un texto se torna mucho más arduo y es el mismo mecanismo que han aprovechado las agencias para promocionar productos a través de jingles publicitarios. Por otra parte Borges no apela al sinsentido o la polisemia sino que hace de la poesía un vehículo comunicativo de primer orden para transmitir ideas, historias, argumentos (con lo que se enfrenta a cierta concepción de la poesía como libre juego con el lenguaje fuera de todo uso instrumental del mismo) al tiempo que muchas de sus poesías (Las Causas, Le regret d’Heraclite) culminan de forma inesperada o ingeniosa, con lo que se acercan más a la estructura de un cuento. En definitiva, que la poesía de Borges parece ser el anticipo de su obra mayor, donde estas protoformas practicadas en la poesía son tratadas según el género que les corresponde: ensayo y cuento. De este modo, la poesía de Borges vale como antecedente de su prosa, o, para decirlo en términos borgianos, la prosa de Borges crea a la poesía de Borges como su precursora y desde ahí la ilumina. Y, last but not least, y extrañamente para un hombre que elogió el Corán porque allí no aparecía ni un camello, en su poesía Borges se las ingenia para que siempre figure al menos uno o más objetos característicos de su mundo. De ese modo, es casi imposible recorrer un poema borgeano sin toparnos con un laberinto, un espejo, una rosa, un tigre, una sombra, una biblioteca. Esta repetición ad infinitum de motivos “marca registrada” Borges, nos aportan el placer añadido del reconocimiento, ya los estamos esperando y nos sentimos reconfortados en cuanto los vemos surgir entre las líneas del poema.
O sea: música, ideas, relatos, diálogo con su obra mayor y constante provisión de motivos recurrentes, he ahí los atractivos que vuelven irresistible cualquier poema de Borges por malo que sea.

Matías Pailos y Zedi Cioso

05 marzo, 2007

otros dos

No traje nada preparado, dice rojo el que hasta hace unos segundos, no cesaba de repetirse el discurso mentalmente, pero a pesar de lo patético, hipócrita y rumiante, asumo ese papel, y digo que nada escribí, y que no sé qué corno escribir al respecto. Pero el mate todavía no ha cambiado la clave de acceso, así que adentro, a zappar.
Tantos pocos años de facultad al pedo, porque recién ahora leo los libros de a dos, como en contrapunto, como hacen allá en puán en general con los textos teóricos.
Promover la discusión, en aquel caso, y el silencio o el balbuceo en éste.
Pero me ha tocado, luego de la dupla tackeray-vanasco (gracias por solidarizarse conmigo al respecto del primero, la puta que los parió a todos, dicho sea de paso), una otra bien distinta.
Mi único objetivo es que sepan que hay un par de libros más que valen, o no, la pena ser leídos, según un humilde servidor.

Pero lo que me provoca improvisar ahora, es justamente que estos dos libros, son tremendamente raros, cada uno a su manera. Que son objetos poéticos contundentes, poco comunes, y que no invitan a una lectura esquemática, a pesar de ser ambos de lectura fácil, en cuanto a la operación misma de la lectura se refiere.

Y hablo de Hijo de la ira, de Jim Thompson, que le debo al parque rivadavia, y a Diario de la rabia, de Héctor Libertella.

En verdad, salvo sus títulos, nada los hermana. Sí, están escritos en primera persona, pero eso nada dice.

Hay dos mundos, negros-blancos, hijo-madre, en el de thompson. Hay dos mundos, oriente y occidente, original y copia, uno dentro de otro, uno hacia otro, en Libertella.

En Thompson, la violencia está contenida y a la vista. En el argentino, contenida y oculta bajo una máscara amable.

Gracias a Zedi, es el primer libro de HL que me toca leer, y caramba, creo que borges se ha descompuesto hasta sangrar, pero esto tampoco nada dice.

No sé, tal vez continúe.

Dos grandes libros.

Ahora estoy con otra dupla: Thompson (Un cuchillo en la mirada) y Artaud (Los Cenci).

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Perdido

No hay una isla sino dos; en algún momento de la segunda temporada el negro matará a varios de sus compañeros a traición; la hermosísima rubia alta que ennovia con el árabe morirá a manos de la chica latina, la líder de la otra partida de sobrevivientes; vemos a un hombre haciendo abdominales, entrenando a conciencia, rodeado de multitud de avatares de la tecnología de punta desperdigados en un departamento con aires de modernidad. Una luz se enciende y el atleta despierta sus sentidos. Estamos en medio de la isla y bajo ella: es el comienzo de la segunda temporada. La serie es ‘Lost’, y no vi nunca un capítulo entero.
Sábado a la noche. Fernet, porro y música fuerte. Mis acompañantes son tan nerds como yo, tan snobs como yo, tan anegados de libros, discos y películas como yo. Ahí afuera hay mujeres dispuestas a captar nuestra atención, sedientas de histeriquearnos, anhelantes de ser conquistadas, por nosotros o por otros como nosotros. Adentro hablamos, gastamos saliva, gastamos energía, gastamos tiempo, atención y risas. ¿De qué hablamos? De ‘Lost’.
Prendo la radio. Escucho a De Caro, escucho a Martin, escucho a Schultz. ¿Qué escucho? Escucho comentarios, hipótesis, teorías. En su enunciación se perfilan sesgos religiosos, morales, metafísicos, epistémicos, estéticos. Hablan de ciencia ficción y Philip Dick, hablan de cine y de David Lynch. ¿De qué hablan? De ‘Lost’.
Zedi Cioso especula, y remeda y ahonda en lo ya dicho meses atrás por Mariana Enriquez en nota a doble página en ‘Radar’: la estrategia básica de la serie es abrir caminos que sean multitud de posibilidades; insinuar esto, aquello, y lo de más allá sin jamás pronunciarse. Es patear la pelota y correr, es la fuga hacia delante. Sí, concede DDM, en cuya residencia departimos, pero los guionistas tienen todo en la cabeza, saben adonde ir. Quizás tengan varias líneas argumentativas. Quizás no sepan, interviene PH, solo salten de una a otra para desconcertarnos. Leí que hay una página oficial de la serie dedicada a evaluar y descartar versiones, aporto. Ahí se descarta que estén muertos, que todo sea un sueño, que sean solo cerebros en cubetas. Se ha descartado la obviedad. Por ahora.
La serie es evidentemente notable. Toda persona cuya opinión valga más o menos la pena, sometida a su influjo, habla maravillas de ella. O no: critica, denuesta, maltrata. Pero en el juicio de estos se entrevé la recurrencia de la obsesión, la minuciosidad en la información del fanático. En la sonrisa que apostrofa su cara se delata a viva voz el gusto, el agradecimiento, el encanto. ¿Por qué no la veo?
Acá tendría que venir la razón desquiciada pero original. La que revela inteligencia y condena a su autor a la infelicidad. O el gesto de rebelión, quizás adolescente, pero indudablemente vital. No. Nada de nada y nada interesante. Quiero. Quiero mucho. Deseo fuertemente verla, desde el piloto al último capítulo de la tercera temporada. Pasa lo que habitualmente, y la explicación es rudimentario y aburrida, terriblemente prosaica. No tengo DVD, por lo que de nada vale que alquile las temporadas; no estoy en casa cuando AXN o Telefé proyectan sus capítulos y, con un VHS muerto estoy, a su vez, imposibilitado de grabarlo. Me encantaría verlo porque me encanta escuchar la música que escuchan todos. Mi vocación por fundirme con la masa es infinita. Soy la materia prima que todo fascismo desea. Nada de esto logra que active y, de una buena vez, devenga lo que todos: un fanático de ‘Lost’.
Aunque quizás ya lo sea. Quizás este post muestre eso. Lo que indudablemente revela es un grado de abulia y oronda autocomplacencia ligeramente indignante. Probablemente haya, seguramente hay algo más: me hallo en una posición de una originalidad ridícula que nadie desea, que nadie alaba ni admira. Trampas de la supervivencia, en el curso de todos estos años supe hacer del envanecimiento por distintivos fáciles e inútiles un arma que acrecentaba mi orgullo y autoestima. Hoy volví a caer en el pozo. Ahora no puedo salir.

Matías Pailos

03 marzo, 2007

Miedos, revelaciones, respuestas

El miedo es el mejor amigo del hombre. El miedo es el principal instigador a la acción, el miedo es el mejor motor de la supervivencia y la seguridad y la realización personal y colectiva. El miedo es la causa principal de actos heroicos y cobardías necesarias. El miedo calla al parlanchín y hace locuaz al mudo. Porque el miedo es la más inexpugnable coraza, el más inaccesible refugio, es el escondite inhallable. El miedo obra milagros y el miedo nos previene de esperarlos. El miedo nos hace prácticos. El miedo nos permite seguir vivos. Por eso hay que tener miedo. Por eso hay que fomentar el miedo. Por eso hay que hacerle caso a Cale y buscarse miedos nuevos; miedos que nos impidan comer, miedos que nos impidan pensar en otra cosa, miedos que nos vuelvan insomnes.
Miedo al desamparo, miedo a la soledad –por eso buscamos pareja, por eso buscamos partenaires sexuales. Miedo a la pobreza, a la indigencia, a la miseria –por eso buscamos dinero, por eso trabajamos, por eso nos pasamos la mayor parte del día en tareas que detestamos. Miedo a la violencia padecida, miedo a la cárcel y a años de humillación, violencia, humillación y violencia y vuelta humillación y violencia –y por eso no robamos, no matamos, no violamos. Por eso no necesitamos los mandamientos. Miedo al dolor. Miedo al Alzheimer en particular y a la disminución y arrebato de las facultades mentales en general; miedo a la sordera, a la ceguera, a cualquier tipo de minusvalía física. Miedo a la muerte. Y no nos basta pagar puntualmente las cuotas de la obra social –pero lo hacemos- ni rehuir, ocasionalmente, algunos excesos –aunque lo hagamos, con mucho esfuerzo. Inventamos dioses y teorías; inventamos sentimientos y creencias. Nada nos alcanza.
Y millones de miedos menores. Miedo al aburrimiento, a no saber qué hacer; a ser presa de cualquiera de las mil y un obsesiones que me acechan. Por eso no descanso, por eso soy insaciable en la actividad, por eso busco frenéticamente la justificación de cada uno de mis actos y omisiones. Por eso, reconozco, vencido, el síntoma obsesivo trabajando a escala industrial. Mientras él rija no seré feliz. Me di cuenta, se dieron cuenta, hice e hicieron que hiciera algo, y lo hice. Me relajé y (contradictio viviente) trabajo para relajarme. Trabajo para pensar menos, para no pensar, para pensar en nada. Para disfrutar las vacaciones y los ratos de ocio –y no, por favor, no convertirlo en ocio creativo. Busco dilapidar el tiempo y soy cada vez más eficaz en el intento. Todas estas líneas, palabras y letras dan cuenta de mi fracaso. Todo esto es una inmensa perogrullada, un saber común, que crece junto al pasto de cualquier retazo de vida vegetal urbana. Por eso no lo logré, y dejo asentado que no lo hice.
Una relevación es una perogrullada. Es una verdad perfectamente asequible, disponible hasta para el menos espabilado. Una perogrullada solo deviene revelación cuando cae de sorpresa, cuando cae disfrazada, cuando no se percibe su carácter familiar. Una revelación nos remueve de nuestro sitio, nos eleva o nos hunde; nos hace empezar de cero. He tenido revelaciones; la mayoría, en forma de palabras.
Un lugar común de la intelectualidad vernácula sentencia que la valía de un texto, una pieza artística, una película, no está en las respuestas que proveen sino en las preguntas que plantean. ¡Qué estupidez! Por supuesto que, si estamos confundidos respecto a de qué se trata, si tenemos demasiadas creencias falsas arraigadas, mejor sembrar dudas y cosechar incertidumbres. Pero no siempre pasa eso. Muchas veces sabemos perfectamente de qué se trata y qué vemos cuando lo vemos. Lo que queremos son respuestas. Lo que necesitamos son soluciones. Muchas veces, las revelaciones que el arte brinda vienen enmascarada de soluciones a problemas acuciantes, de respuestas a preguntas que no nos permiten conciliar el sueño. Una de las cosas que intento hacer en este espacio, la que más me importa –la que nunca alcanzo-, es revelar verdades ya manifiestas, verdades que todos conocen (porque siempre tuve ímpetu mesiánico, siempre les dije a los demás qué tenían que hacer; siempre fui un maleducado). Iluminar: lo que hizo Rimbaud. Y, si se puede, que ellas sean respuestas y soluciones. Suelo resentirme contra los que me hacen ver que los cimientos no resisten mi peso –por más que agradezca, por más que me hagan bien y busque su consejo por eso. Con los que me ofrecen respuestas y salvoconductos tienen no solo mi eterna gratitud, sino el pagaré de una deuda que, juzgo, me será impagable. Y por más que fracase, así quiero tener a los lectores: agarrados de las pelotas.

Matías Pailos