El Mate Tuerto

"Se fingirá el saber que no se tiene."

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Nombre: El Mate Tuerto
Ubicación: Argentina

31 enero, 2008

Un día de estos…

Cuando llegué a la casa encontré a Zedi Cioso escribiendo un post. “Ah, sos vos” –dijo– “tanto tiempo”. Hablaba conmigo sin dejar de tipear el teclado: siempre admiré su capacidad de trabajo. “Un post”, le dije, señalando con la cabeza hacia la pantalla del monitor. “Y sí, hay trabajo que hacer”. “De eso quería hablar”, le digo. “¿De qué? preguntó. Me quedé callado. “Nooo, no me digas que vos…” Permanecí en silencio. Lo miré serio. Cioso se empezó a reir. Era una risa histérica, nerviosa. “¿Vos? ¿Justo vos? ¿Estás seguro?” Se agarraba al respaldo de la silla para no caerse, se desternillaba de la risa. “Si no estuviese seguro no habría venido”, le contesté. Cioso se puso serio de golpe. “Te va a ir mal –vaticinó– siempre tan preocupado por el qué dirán” “No –le contesté– es precisamente al revés. Ahora hay un montón de tipos que se llenan la boca pegándonos porque vos das la cara por todos”. “Ahá –Cioso asintió con la cabeza– ¿Y ese viejo anhelo de convertirte en escritor secreto, donde quedó?”. “En el mismo lugar en donde estaba. En estos años aprendí que no hace falta esconderse. La literatura se oculta sola”. “Me tenés celos, ¿Es eso, no?” Le temblaba la voz. Tenía los puños cerrados y crispados. “Por ahí sí, no sé. Pero me parece que te tenés que mandar a mudar”. “Ah, si –dijo Cioso en tono socarrón–¿Y si no quiero”. Saqué el arma del bolsillo del pantalón. Cioso volvió a reirse como un loco “¿Qué vas a hacer, matarme? ¿Quién te creés que sos, David Bowie?

Sonaron dos tiros. Uno a la cabeza. Otro al corazón. Cioso no sangró. Expulsaba aire por los orificios. La sonrisa socarrona del rostro se le fue desdibujando en una mueca amarga. Se desinfló sobre la silla y quedó pura piel tendido sobre el respaldo como un viejo perramus agujereado. Así como estaba lo hice un bollo y lo metí en una bolsa de Coto. Bajé a la baulera y lo arrojé al fondo, entre una sombrilla oxidada y cuatro cerámicos que me sobraron de la remodelación del piso de la cocina.

Ariel Idez

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29 enero, 2008

Leche y miel

Hoy a la mañana me masturbé pensando en vos. Me desnudé toda y me quedé debajo de las frazadas. Me puse de costado y me acaricié la cola, pensando que eras vos el que me acariciaba. Pensaba que hacíamos cucharita. Te imaginaba a vos detrás de mí, apoyando tu pija muy dura en mi cola, frotando tu sexo erecto contra mi piel. Imaginaba que me acariciabas las tetas mientras presionabas suavemente tu cuerpo contra el mío. Y después metías tu pija muy despacio, de a poco, bien profundo. Me imaginaba que yo te preguntaba si te iba a gustar verme con una chica. Y vos me respondías que sí, claro, que te volvería loco. Te decía que me encantaría saber cómo se siente chupar a una mujer, cómo se siente chuparle las tetas y besarla toda. Te decía que tenía que ser una chica muy linda, de pelo negro, largo y lacio, con la piel un poco morena… Lo que yo te decía te ponía más caliente y empezabas a cogerme con más fuerza. Y los gemidos que me provocabas ya no me dejaban hablar. Hasta que vos te calmabas y me seguías cogiendo, pero más despacio, y entonces retomaba mis palabras… Te decía que si me dejara llevar por mi deseo, mi deseo me llevaría muy lejos, pero te decía que sólo iría con vos, sólo con vos, porque vos sos mi esclavo, sos mi medio, para cruzar el océano de mi deseo con vos, para que me acompañes siempre a donde sea que mi deseo nos lleve... Te decía que podríamos vivir en un mundo que fuera sólo placer, sólo deseo, donde sólo hubiera besos y leche y miel, donde las horas se pasaran cogiendo, donde los cuerpos nunca dejaran de frotarse, tocarse y penetrarse, donde tu leche se derramara siempre sobre mi piel, donde mi miel se quedara en tu boca y en tus dedos, donde tu cuerpo oliera al mío y el mío al tuyo... Te decía todo eso, mientras vos me seguías cogiendo, imaginando lo que yo te decía, gimiendo en mi oído, con tus manos en mi cintura, agarrándome fuerte por la cadera, para penetrarme muy profundo... Mecías mi cuerpo con la fuerza del tuyo y yo cedía encantada a tu fuerza y a tu deseo... Y después empezábamos a coger más fuerte, no más rápido, pero sí con más intensidad… Y gemíamos mucho… Y después, al final, me dabas tu leche y acabábamos juntos...
Todo esto me imaginé hoy a la mañana, mientras me masturbaba, pensando en vos.

Julieta Eme

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24 enero, 2008

No más bohemios

Mensaje en el contestador. Federico me avisa que hay cine bajo el cielo estrellado del Konex. “Laputa” de Miyazaki. Llego cuando la película está por empezar. Mucha gente. Lo busco sin suerte. Nos encontramos a la salida. “¿San Telmo?”. Por supuesto, San Telmo. “El martes es el nuevo viernes”.

Llegamos a San Telmo. “El martes es el nuevo lunes”. Las calles están desiertas. Propongo trazar un triángulo de las Bermudas. Chile y Balcarce (Moliere). Perú y Estados Unidos (Gibraltar). No llegamos al tercer vértice. Nos perdemos en el camino. La culpa es mía. Me quedo parado en la ventana de un bar. Saludo con la mano. Sonrío. Cuatro chicas solas, serias, como cansadas. Las cuatro están en los treinta. Pero ninguna parece más de veinticinco. Gracias Dios por la soja transgénica y el protector solar. Una sonríe y me devuelve el saludo. Antes de sentarnos ya estoy planeando el reencuentro.

Como un rayo, me cayó una gran verdad de la vida. Las chicas de treinta no quieren más bohemios. Vienen saliendo con bohemios desde que tienen dieciséis años y ya están cansadas. No importa si son filósofos, poetas o escritores. "Mi primo vivió un tiempo en Madrid y acaba de llegar a Buenos Aires". "¿A qué se dedica?". "Es poeta...". "¡No más bohemios!". Casi siento vergüenza. Tendría que haber comenzado diciendo que era periodista y ahora administra un call center. Me traicionó el prejuicio positivo hacia la bohemia. No más bohemios. La máxima golpea con una efectividad demoledora. Me libera.

Delante de mis ojos se produce una mutación generacional. Una mujer nueva sale de su capullo. Adiós pintor que sólo pinta cuando está fumado. La creatividad no es un estado mental. Adiós músico merquero. Sos tan, tan sensible que no te soporto. Bye, bye, poeta. Si me acuesto con vos es a pesar de tus rimas y tu verso libre. Sos aburrido, mi querido filósofo. Necesito un hombre completo, no un cerebrito.

No más bohemios. Creo que entiendo. A pesar de los intentos que hice para ser bohemio, mis logros en ese campo no fueron alentadores. Mi espíritu práctico, al que negué llamándolo utilitarista, burgués y conformista, resistió los embates de los adjetivos que le puse. El marxismo vulgar que supe cultivar en mi adolescencia tampoco tuvo éxito. Un año de abstinencia sexual a causa de leer Nietzsche y Pessoa durante el CBC hicieron que abjurara de todos los romanticismos. Baudelaire también ayudó con esto. Los grandes creadores y artistas fueron grandes creadores y artistas a pesar del desorden y el caos, nos aconseja el bardo. A esto hay que sumarle mi desagrado personal por el espíritu militante de los bohemios hacia todos los idealismos.

En ese mismo instante también comprendí otra gran verdad. Entendí por qué las mujeres de veinte no me daban bola. Estaban saliendo con bohemios. Enganchadas con bohemios. Noviando con bohemios. Enamoradas de bohemios o despechadas por bohemios. No importa cuál sea la edad del bohemio, sólo pueden salir con mujeres de veinte. El bohemio necesita de la ingenuidad, para poder deslumbrar. Con su “resistencia” al alcohol y a los estupefacientes. Con su espíritu de aventura cortoplacista. Con su pragmatismo sin ética. Los bohemios se aprovechan del estado de pura posibilidad de la mujer en sus veinte.

Las mujeres que conocí en el bar de San Telmo son sensibles e inteligentes. También eran sensibles e inteligentes a los veinte, pero les faltaba experiencia. Hoy dicen: "¡No más bohemios!". Callo y tomo nota.

Nacho

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21 enero, 2008

Los hermanos

Para Pablo Idez

Amaneció lloviendo. La lluvia cesó a mediodía y empezó a aclarar pasadas las 2 de la tarde. Los hermanos están en la playa, de cara al mar. El sol declina y en su abdicación baña todas las cosas con un barniz de eternidad efímera, entre ellas las espaldas de los hermanos, que siguen mirando el mar como quien se queda prendado a un interrogante. El agua les llega a los tobillos y cada lengua que el mar despliega los hunde un milímetro más, un milímetro más. Un milímetro más. En la arena.
“Vamos a nadar”, propone un hermano. “Vamos” asiente el otro. Rompen su inmovilidad de estatuas de sal con una carrera breve y frenética, que los revela como torpes, inútiles bípedos en un medio que nos les corresponde. Alzan las piernas y clavan los talones cada vez, hundiéndolos en el agua verdosa y coronando cada paso con sonoros ¡splashs! y ¡plops! Con disimulada impaciencia ofrecen el pecho o las costillas a las olas. Vadean toscos la no man’s land entre el agua y la tierra hasta que hallan profundidad suficiente y entonces se internan como agujas en la panza de la ola a punto de romper sobre ellos. Emergen al otro lado de la pared de agua convertidos en otra cosa. Lanzan unas brazadas de prueba, atentos a la siguiente ola, listos para volver a sumergirse. Hay mucha espuma mezclada con yodo sobre la superficie de un mar de café con leche expresso peinado en ondas que se resuelven con violencia de ruptura en el idioma que el mar ruge a los hombres y con el que les advierte.
Superan dos, tres olas y ya están del otro lado, detrás de la rompiente, mecidos por un sinfín de ondas mansas en su marcha disciplinada hacia la orilla. Los hermanos flotan. Contemplan el sol que desciende lento manchando unas nubes, bañando en oro la remota ciudad balnearia. “Vamos a nadar mar adentro, como los guardavidas” anuncia un hermano. El otro asiente con la cabeza. Emprenden la marcha al unísono con brazadas filosas que tajean el agua verdosa del mar revuelto, inescrutable. Nadan uno junto al otro, mirándose cada vez que extraen la cabeza del agua para hiperventilarse, confirmándose en el falso reflejo que el otro les devuelve de sí mismos. El mar los acuna con método: suben y bajan al vaivén de las ondas. Rompen el agua con el brazo derecho y se empujan con el izquierdo. El mar se les insinúa en la boca. Cada tanto, lavan con buches de saliva el regusto del agua salada y escupen. Atraviesan un cardumen de cornalitos y de pronto es como si cavaran con manos desnudas un campo repleto de lombrices. Los peces golpean ciegos contra sus cuerpos obstinados y los hermanos se sienten intimidados por las presencias invisibles que el mar abisma en su seno y cada tanto se manifiestan como señales de algo que aguarda ahí donde no pueden verlo. Continúan. Se detienen. “¿Qué pasa? Pregunta un hermano “Estoy un poco mareado, tanto subir y bajar”, explica el otro. Aguardan flotando a que se le pase, casi suspendidos en el agua como boyas de carne, sangre, huesos. El sol los mira a los ojos y se despide con sus últimos movimientos. La ciudad en miniatura se abandona a la modorra lánguida de las primeras luces artificiales. “¿Listo?” “Sí” “Sigamos”. Reanudan la marcha. Perciben de tanto en tanto corrientes de agua fría que les recorren el cuerpo con un estremecimiento eléctrico. Un hermano saca la cabeza para respirar y ve cómo una gaviota se lanza en picada y se alza en vilo con un cornalito aferrado a su pico: el pez se debate arqueándose en vano. Las brazadas se suceden, imponiendo su propio ritmo a la música inmemorial de las olas, el agua se torna más oscura, casi negra. Un hermano se detiene. “¿Qué pasa?” pregunta el otro. “Ya está, es tarde. Volvamos”, dice. “Yo voy a seguir un poco más” dice el otro. Apenas se ven las caras con los ojos irritados llenos de sal. “Está oscureciendo, podemos perder de vista la orilla” alega uno. “No, es mejor, porque nos guiamos por las luces” repone el otro. “¿Y si no se ven las luces” “No importa, nos orienta la corriente”. “Yo vuelvo, para mi ya está” “Bueno, yo sigo un poco más”. Sopla una ráfaga de viento que les llena de gotitas la cara, como si estuvieran perlados de sudor o lágrimas. “Yo vuelvo”, repite uno. “Está bien. Después nos vemos” asiente el otro y reanuda sus brazadas y se interna mar adentro. El otro hermano permanece flotando y lo ve alzarse y descender en las intermitentes cimas y depresiones de la marea mientras se aleja hasta que ya no lo ve y solamente le llegan los ecos de las brazadas y el chapoteo de la patada hasta que el sonido que produce el cuerpo en acción del hermano también se difumina y se mezcla con el ruido sordo del océano y se hace uno con su promesa de noche y silencio y soledad.
Zedi Cioso

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12 enero, 2008

Lo que nos queda de mística

Como soy muy envidioso, apenas Zed reveló su fascinación con las ideas y sus modos de manifestarse contenidas en los “Ensayos Bonsái” de Fabián Casas, juré aplicarme al hallazgo de un espécimen análogo, ignoto y personal. No costó demasiado. Después de caerme de culo con la lectura de “Las Islas”, robé de la biblioteca de Caro “El nacimiento de la literatura argentina y otros ensayos”, también de Gamerro y, de rodillas, pedí por una revelación. Como los peces y los panes, las epifanías intelectuales concedidas se multiplicaron en el acto. Bastaba ir dejando atrás líneas, párrafos, artículos. Es verdad: el margen de los tópicos acerca de los que Gamerro se explaya es más exiguo que el vasto universo de referentes culturales contenidos en el libro de Casas. Pero Gamerro se las arregla para hablar acerca de uno y el universo. Su única premisa es partir de (y llegar a) la literatura.
Gamerro es muy inteligente. Pero esto todos lo sabíamos. Está en el prejuicio de cada lector de literatura vernácula. Lo que el acervo de prejuicios no nos informa es que Gamerro es muy observador, tremendamente perceptivo y adverbialmente intuitivo. Que es claro y preciso en un ámbito (la crítica literaria) que suele fomentar y premiar la oscuridad y el barroquismo, que ve en ellos una preparación para dar con el tesoro oculto. Gamerro sabe lo que quiere decir y procura (eficazmente) que al cerrar el libro hayamos comprendido el mensaje, hayamos cambiado definitivamente.
Uno de los ensayos del libro es “Borges y la tradición mística”. Ahí se habla de una relación entre literatura y mística, entre revelación y hecho estético. Este último, cuando de literatura se trata, es todo lo cerca que con las palabras podemos estar del primero. Gamerro cita a Borges, y su cita se reproduce aquí: “La música, los estados de felicidad, la mitología, las caras trabajadas por el tiempo, ciertos crepúsculos y ciertos lugares, quieren decirnos algo, o algo dijeron que no hubiéramos debido perder, o están por decir algo; esta inminencia de una revelación, que no se produce, es, quizás, el hecho estético”. Después Gamerro se pone los pantalones largos y habla solito: “Esa tensión de la experiencia estética en el límite de la revelación, es la misma que encontramos en cada una de las frases de Borges, en las que el lenguaje está llevado al límite de sus posibilidades sin ir más allá de ellas, está llevado a ese umbral que lo potencia al máximo sin volverlo –como si lo vuelve la experiencia mística, impotente. La frustración del Borges místico es, aquí, la realización del Borges poeta. Su pérdida (si la hubo) es nuestra ganancia”.
Para quienes frecuentamos (más o menos, tampoco crean que tanto) lo que los escritores dicen acerca de la creación y del mérito literario, se nos hace muy difícil no pensar en Hemingway y esa teoría de que la obra debe ser la punta del iceberg, que lo que no se muestra debe ser lo enorme (en comparación y simpliciter). Que lo que no se muestra, claro, debe ser lo importante. Hay un aire de familia entre las dos posiciones, la de Borges y la de Hemingway. Hay diferencias. En Borges lo que no se dice es una experiencia, un sentir, algo que las palabras difícilmente logran reproducir o que no pueden ni describir si no se estuvo, antes, ahí. Hemingway solo refiere a la opción por lo que se elige no contar. Lo que se elige no contar es una historia, es un hecho, es una circunstancia externa. Algo para lo que tenemos palabras de sobra, algo para lo que a veces basta con un nombre que nos ahorra oraciones y discursos: traición, incesto, asesinato. Vaya uno a saber. Ni siquiera leí a Hemingway, así que no sé bien qué decir al respecto. A Carver sí lo leí. Carver puede ser leído como la conjunción de ambos mundos. Carver nos lleva a la proximidad de un hecho, en general, terrible. A la vez, nos lleva a la proximidad de la vivencia de ese hecho, irremediablemente también terrible. En Carver nada parece ser venturoso. Carver está en este punto alejado de Borges, porque la experiencia mística entraña, según él mismo señala, una sensación de felicidad intensa.
Esta es una estética. No es la única, claro. Originalmente pensé que, por caso, no es la estética del propio Gamerro, quien elige decirlo todo, de todas las maneras posibles (todo sobre algunos ámbitos, al menos), como Joyce antes. Pero estaba equivocado. Borges quería narrar la intensísima experiencia mística. No es, no obstante, el único tipo de episodio intensísimo feliz. Cortazar es quien narra mejor que ninguno el amor y el sexo y los juegos. No la aventura compartida, porque Cortazar no sabía mucho de amistad. Cortazar nos permite recordar lo que se siente, nos hace imaginar qué se siente, nos instruye sobre cómo sentir. Funciona: después de Cortazar cogemos mejor, amamos mejor, jugamos como nadie. Gamerro copia y amplía: ahora también nos drogamos. “Las Islas” es, entre otras cosas, un pequeño catálogo de experiencias con las drogas de rigor para nosotros, bichos de clase media: porro, merca, ácido y, last but not least, éxtasis. Porque las fuentes de Gamerro son múltiples, acá el modelo es Burroughs: “El Almuerzo Desnudo ofrece el retrato definitivo no ya de la experiencia de la droga, sino de la vivencia de la droga”. Pero Gamerro es más ambicioso y también nos cuenta lo terrible: las desventuras de una pendeja torturada y de un pichi que lo mandan a Malvinas.
Para saber lo que es la aventura compartida hay que leer a Bolaño.

Matías Pailos

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09 enero, 2008

Así es el calor

El Calor derrite las eras
veo a Matías desde mi refugio
en el andarivel nro 1
Caminaremos por Arribeños
y practicaremos nuestra misericordia
con un borracho tirado en la vereda
que dice que le pegaron
dos pibes de 12 años
con la culata de un revólver
por impedirles el robo de un auto
“Ah, es Manolo, ese vive en pedo”
le dirá el policía no motorizado
a Matías que habla y señala
desde allende la esquina
igual se arrima –el policía-
y cuando el borracho se incorpora
dice:
“conste que no estoy abrevao”
Contratamos una cerveza
con ingredientes al 20% anual
39º 7 dice Crónica que hace de calor
Matías propone abolir la literatura tal como la conocemos
Talco
“Austria: Hombre arrestado por fingirse enfermo durante 2 años para pernoctar en hospitales” dice Crónica
Lo logró, pienso, ahora pernocta perenne en una cárcel
Que a la literatura la escriban los titulares de Crónica, dice Matías
Se agota todo atisbo de continuidad en el vaso inlleno de cerveza
Nada vale nada
dice Matías:
Si a este día lo encabalgara en columnas
sería un poema

ZC

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02 enero, 2008

Literatura chabón

I

¿Y donde carajo queda la calle Argañaraz? Son las diez menos cuarto y llevo casi veinte minutos deambulando en busca de la mentada callejuela. En vano consulto a los vecinos (si es que el barrio de Palermo aún puede entablar este tipo de relación con el colectivo humano que lo habita) que me responden con caras de indiferencia o azoro, con indicaciones vagas e hipotéticas o con sinceros “no escuché nombrar esa calle en mi vida”. Para peor dejé olvidada la Filcar en casa, justamente aquella que con los recaudos propios de un distraído había consultado antes de salir al trabajo y que señalaba al pasaje a escasas cuadras de Scalabrini y Córdoba. Y así, mientras yo camino perdido víctima de un mapa leído al revés, a escasos metros, en la gran ciudad, el Evento tiene lugar: el Escritor parte y departe, los presentadores se lucen con sus reseñas críticas, el vino se escancia, el público se deleita.

II

Llego al Centro Cultural Pacha Mama rayando las 10. Un providencial policía resolvió el arcano gracias a una minúscula Guía T que todavía no me explico cómo fue capaz de leer al halo mortecino de un farol. Yo tengo mis motivos. Conocí a Juan Diego Incardona en una charla de Puán, a la que éste fue invitado como suplente de un Carlos Gamerro ausente y sin aviso en una mesa compartida con Daniel Link y Miguel Vitagliano. Incardona llevaba un corte de pelo tan desastroso (después me enteré leyendo su libro que se lo corta él mismo) que me recordó a ese hombre al que se le mente una cucaracha gigante adentro en Hombres de Negro I. Tras los vituperios de turno de Link y el soporífero discurso de Vitagliano le tocó el turno a Juan Diego que se excusó por no tener algo tan inteligente para decir como sus compañeros de mesa y se limitó a leer un texto que puso a todo el auditorio en estado de cagarse de risa. Me acuerdo también que después le comenté a Matías que me había gustado ese recurso de recrearse como vendedor ambulante de bijouterie a lo que Matías repuso “¡Qué recurso ni que ocho cuartos, este vende en serio!”.

Primera intervención

Llegamos tarde. Llegamos tarde a todo. Pensamos, hablamos, debatimos, conjeturamos, decidimos y, finalmente, vamos. Cuando llegamos el destino ya partió. Pero no nos deja impenitentes cual oasis imaginario en el desierto. Más bien nos permite subir al vagón de cola, al furgón, y desde allí, lentamente, remontar el ascenso social hasta algún coche con asientos (a primera todavía no llegamos nunca). “Estaba tan entusiasmado con el nuevo soporte que pensé en hacer mi propia revista, aunque no sabía nada de diseño ni programación. Entonces habré escuchado un consejo de Fabián Casas ‘hay que hacer el medio que uno necesite para lo que quiera decir’, así que me interné un verano y estudié diferentes tutoriales que me fui bajando de la web”. Juan Diego Incardona, “Objetos Maravillosos”, Ed. Tamarisco, Bs. As, Argentina, Diciembre de 2007. Llegamos como cinco años después de Incardona (¿o más?), que a su vez llega como cinco (¿o más?) años después de Casas –a la sazón, una suerte de patriarca y de (socio) fundador; de porte mitológico y realidad palpable en varios eventos del ramo.
Pero no llego tarde. El que llega tarde es Cioso, rayano al término del formidable dueto cómico constituido por Mairal y Llach. Los intérpretes (Mairal y Llach) son malísimos, pero es de sospechar que esta sea una maniobra sesudamente planeada para destacar las palabras tras el soporte oral, el significado y el ritmo y los chistes y las ideas tras la performance (un diálogo de dos escritores sentados que leen sus textos en la penumbra de un centro cultural de Almagro, entre risas, sonrisas y muecas de inteligencia y comprensión (había muchos “¡ah…,claro!” pululando por el ambiente; ninguno se manifestó ante la grey) entre los vapores del alcohol, el calor y la estulticia ocasional de nosotros el auditorio. Si Cioso llegó tarde, Facundo PH ni siquiera vino. Puso una excusa que sonaba como que vino un amigo de la infancia de Misiones y ahí lo dejó de escuchar de tan inverosímil que sonaba. Me dejaron solo. Como siempre, los muy putos. Caí temprano (yo sí caí temprano, porque soy el más boludo) y me llevé puesto a Incardona. Yo dije hola. Él respondió: hola. Me escabullí en busca del paraíso soñado: un baño dónde descargar las aguas menores acumuladas en una hora de viaje en tren hasta Retiro y subte (con combineta a la línea B incluida). Salgo y voy en busca de más combustible. Compro cerveza y compro dos ejemplares del libro y voy a que el autor me lo firme. Ya vuelvo. Me deja plantado. Decido acabarme la cerveza. Llega Incardona y necesito volver al baño. Fin de la primera parte.

III

La sala está atestada así que me quedo en la puerta sin poder atisbar la escena, de la que me llegan apenas las voces que conjeturo deben corresponder a Mairal y Llach. Enfrente de mí lo tengo a Hernáinz, suerte de cruza entre Cortázar y Kenny Rogers. Estirando un poco el cogote logro asomar la cabeza y quedo cara a cara con la efigie de Buda de Fabián Casas. Me repliego. En la barra echan cerveza sobre frascos vacíos de mermelada; toda una declaración de principios. Los presentadores se alternan leyendo un párrafo cada uno como en una payada crítica. Cuando terminan el Autor toma la palabra para hacer un racconto de su propia bildungsroman proletaria y bonaerense: Colegio industrial, peón de taller para el bobinado de motores, matricero, artesano, estudiante de letras, hippie en viaje beat por el país, agitador cultural con el Interpretador, forjador de objetos maravillosos que ofrece a sus clientas con estrategias que le deben más a Góngora que a Kotler.

IV

Incardona encandila al auditorio, lo tiene en un puño. Es tierno y rústico a la vez, un “hijo sensible del capitalismo”. Pienso para mí que Incardona encarna el milagro de la literatura que, como los líquenes, es capaz de regenerarse y surgir en los ambientes más hostiles y menos propicios. Pienso también en Incardona como en la cabeza de playa de una conspiración de escritores secretos agazapados y camuflados en los oficios más disímiles, capaces de traernos noticias de aquellos mundos, procesados y transformados en literatura. No se trata aquí del “entrismo” que consistiría en abordar los oficios terrestres como una aventura de la cual abrevar y extraer material en bruto para el trabajo literario. Se prefigura, en cambio el revés de la pauperización laboral de los 90’: agotados los clásicos lugares que solían ocupar los intelectuales para parar la olla, el afán de supervivencia disemina potenciales autores como esporas en el mundo para que subsistan como puedan y de ahí al arte que sabe hacer de la necesidad virtud hay apenas un paso.

Segunda intervención

La literatura chabón no existe. Dudo entre zamparme la bondiola que es una manteca o teñir mi garguero de Norton Malbec. Opto por hacer las dos cosas a la vez. Dos chicas me miran. El insondable atractivo del salvaje. Dejo que Cioso especule con que Incardona podría ser literatura chabón, que acaso Casas… basta de bolucedes. Si es literatura es porque hay algún mérito. Si hay algún mérito literario es porque hay sensibilidad y saber práctico y teórico que solo se adquiere con la lectura, que solo se consigue con la reflexión sobre lo leído y su relación con el universo, que solo se compra con el diálogo sobre todo lo anterior con tipos más o menos parecidos en intereses, en formación, en aspiraciones. Abro el libro de Incardona y me tira todo Puán por la cabeza. Abro “Ensayos bonsái” y no hace falta leer: gané el debate. Cioso está en otro cosa. Monologa hace media hora sobre las peculiaridades y virtudes de la bondiola, el carpaccio, la entraña, el coso ese de mayonesa enmantecada al roquefort o lo que sea. Como una práctica de un equipo de Menotti, jugué contra nadie y la victoria tuvo sabor a una chupada al quinto forro de mis pelotas.

Tercera intervención

Salimos tambaleantes y nuestros senderos se bifurcan. Vuelvo para Córdoba y a la altura de Argañaraz me topo con una jauría de jóvenes escritores comandado por El Autor. Incardona me reconoce y me invita a morfar. “Ya comí”. “Venite igual”. Lo sigue por el carisma innegable que el líder populista (Incardona) ejerce sobre las masas, también populistas (Pailos). Tengo un lugar de privilegio en la mesa: entre Molina y Mairal. Para uno que la vive bastante de afuera como yo esto equivale a una anécdota, y como tal la anoto en el haber. Sigo chupando. Incardona destila anécdotas. Salimos y entablo un breve diálogo con La Campeona de Nado que me instala definitivamente en el lugar de pajero simpático. Incardona propone volver al centro cultural y hacia allá nos dirigimos. Llegamos, subimos e Incardona entabla un duelo de guitarras con Mairal, en busca del hit. (Frena un tema por la mitad porque “no lo conoce nadie”. Un genio. Entendió todo.) Después pela armónica y las masas (populistas y no populistas) deliran. Detrás del líder, Mairal y Llach terminan de colgar la pancarta definitiva: “Incardona conducción”.

V

”Todavía es temprano”, cierra Incardona con el mantra de los vendedores ambulantes. Me encuentro a Pailos con una botella de cerveza en la mano. Me pasa el libro de Incardona que incluye de yapa una bonita dedicatoria del autor y se va a mear. Esto también es la literatura argentina y está sucediendo ahora. Me siento un poco intimidado por tantas remeras astutas de Burroughs, de Ron Damón y de “Laura Palmer no ha muerto”. ¿Dónde está Pailos? Lo busco y finalmente lo encuentro chamuyándose dos minitas. Logro arrastrarlo casi a la fuerza hasta una parrilla donde le explico que el carpaccio (que él pidió por mera afinidad fonética) es carne cruda y que si algún vivillo lo enrollara en una hoja de acelga inventaría el sushi argentino. “Viste a la morochita de anteojos, me come la cabeza”, Pailos dixit. Después el pingüino de la casa surte efecto y discutimos acerca de si existe o no la literatura chabón pero Pailos interrumpe con impertinentes “me está mirando, la morocha de anteojos me está mirando”. Trato de encauzar la charla pero Pailos insiste “Viste cómo me miró, cambiame el lugar que me come el coco”. Intento ponerle paños fríos a la escalada de ridículo y le digo a Pailos que la movida blog coloca a Casas en un lugar de privilegio, que le eleva el piso “Basta, no aguanto más” Pailos golpea la mesa con las palmas de las manos y se pone de pie y sale disparado a la mesa de la morocha. Bajo la cabeza porque no quiero ver pero no puedo cerrar los oídos.
_Disculpame, te puedo invitar un postre, un flancito con dulce de leche, un panqueque, tal vez dos bochas de helado.
_No, no, gracias, ya nos íbamos…
Pailos vuelve a materializarse frente a mí.
_Ya está, ya puedo dormir tranquilo.
Nos saludamos en la puerta y salimos despedidos en sentidos contrarios por Estado de Israel. Yo rumbo a mi casa y Pailos a la Avenida Córdoba o adonde lo lleve su próxima aventura.
Esto también es la literatura argentina y está sucediendo ahora de aquí en más y para siempre.

Zedi Cioso y Matías Pailos

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