La envidia corroe el alma
Llegué tarde porque no quería cruzarme con nadie. Me quedé en el fondo, pispeando la situación. Al rato había avanzado diez o doce escalones. Inmediatamente tomé posesión del primer asiento de una de las filas de adelante. Los presentadores seguían hablando. El protagonista parecía intimidado. El que lleva la batuta es un canoso con pinta de Alan Pauls. Habla a favor de imponerles restricciones a los autores, de la conveniencia de hacerlos trabajar. Qué tanta libertad. Ríe: reímos. Después le toca el turno al que se parece a Cozarinsky y después, al émulo de Piglia –que lo imita a la perfección, con citas de Arlt incluidas. Se van pasando la pelota de uno a otro labrando un colchón que permita a la audiencia no sentirse defraudada: ha asistido a una auténtica presentación de libros. Clavo la vista en el único que no juno. Sí: parece de mi edad. ¿Qué tiene él que no tenga yo?
-Podemos dejar que el autor diga algunas palabras.
Algo que no es claro que el autor quiera. Probablemente sí –la vanidad es una pasión de multitudes. Probablemente quiera que creamos que no es claro que quiera, etcétera, etcétera. Así que agarra el micrófono y masculla un par de lugares comunes salpicados de dos o tres nombres adecuados –cita a Onetti como gran influencia y vuelvo a pensar cuánto mejor lo haría yo, cuán poco sufriría la situación, cómo aprovecharía este notable auditorio del MALBA para realizar mi primer strip-tease cuando el autor –A.K.A. “Diego Meret”- decide bajarme de un hondazo a la realidad en medio de un discurso interrumpido.
-… no sé… ¿quieren hacerme alguna pregunta…?
¿Eso es todo lo que tenés para decir? ¿ESO es TODO?
Hijo de puta.
Hijo de puta.
Me empieza a agarrar un ataque de ternura. Me felicito por el ataque de ternura, porque no quiero ser (solo) el hijo de puta rencoroso que en el fondo soy. Lucho porque la ternura no se limite a ganar una batalla, pero qué se yo.
Pregunta de acá, pregunta de allá. El Símil-Pauls acota algo acerca del tipo de pasado que se narra –que parece mucho más antiguo de lo que el límite de 35 años del premio Indio Rico que recibió permitía. Meret lo piensa. Dice: “sí, sí… muy interesante, sí…” Proto-Cozarinsky me cuenta el argumento. Habla de una parte en la que el protagonista –el de la novela/autobiografía, y por tanto probablemente Meret mismo- se encierra en una pieza de hotel por unas horas a escribir. Seudo-Piglia (¿o Símil-Pauls?) menciona la escritura de algo en el baño de la fábrica el último día de trabajo.
Yo, yo y yo: ¡podría haberlo hecho tanto, pero tanto mejor…! ¿Y si vos te dedicás a escribir y me dejás a mí las presentaciones públicas?
Más preguntas –alguna del público. No me privo de hacer una bien pelotuda.
Más intervenciones –ninguna del público. Este es un dato positivo. ¿Y si dejamos que el autor nos lea una parte?
Meret toma el libro –su libro- entre manos. Lo abre. Lo empieza a ojear. Va de atrás para adelante y al revés. La indecisión es un manjar podrido.
-¡Que lea el principio!
Primera queja del coro de viejas. La chica a mi lado interrumpe el frenético tomar notas para revolverse inquieta. Meret sigue en la duda.
Símil-Pauls lo corta de cuajo. Agarra el libro y le apunta al blanco. Meret se para y lee un apartado intitulado “El escritor”, que empieza diciendo “Hay cosas que me hacen pensar que tal vez no sea un escritor”. (Más tarde, Símil-Pauls señalará al otro como el causante del paso de la nada (= no ser escritor) al ser (escritor).)
-¡Más alto!
Las viejas siguen impertérritas en el ejercicio de su función. Meret lee en voz muy baja, siempre en el mismo tono. Minimalismo, que le dicen.
Aplauso, medalla y beso. Sigo transido de envidia y rencor. Pero el hijo de puta se hace querer.
(Además está el siguiente comentario de Fogwill en “El País”: “La también unipersonal Mansalva, conocida por su biografía de Lamborghini y por ostentar el diseño de cubierta más distintivo de las editoriales de esta lengua, introdujo en julio En la pausa, de un tal Diego Meret, de quien sólo se sabe que ronda los treinta años, que fue obrero textil y que, si logra otro libro de este nivel de calidad, figurará muy pronto en ese seleccionado argentino donde, a falta de mejores, se nos suele poner a Pauls, a Kohan, a Piglia y a mí”.
Pero mejor esta otra, del blog de Budassi: “En El país mencioné a Busqued, Havilio, Meret, esos tres que escriben libros verdaderos y no son talleristas para nada… porque no encuentro ninguna operación tramposa, ninguna aventura libresca, ningun amanecer titilante. ¿Captas? No aparecen rubias que fuman a la hora de la excitación sexual ni tipos de impermeables para crear una imagen de suspenso. Como en La ciudad ausente, que hay un tipo de impermeable que se llama Junior. No aparece nada de eso."
Así que) aplaudo a rabiar y salgo antes que nadie. Voy al estante, compro el libro y vuelvo corriendo. Aprovecho la distracción momentánea de fotógrafos y periodistas –ocupados con los presentadores- para exigirle a Meret, a mano armada, que me firme el libro.
Matías Pailos
-Podemos dejar que el autor diga algunas palabras.
Algo que no es claro que el autor quiera. Probablemente sí –la vanidad es una pasión de multitudes. Probablemente quiera que creamos que no es claro que quiera, etcétera, etcétera. Así que agarra el micrófono y masculla un par de lugares comunes salpicados de dos o tres nombres adecuados –cita a Onetti como gran influencia y vuelvo a pensar cuánto mejor lo haría yo, cuán poco sufriría la situación, cómo aprovecharía este notable auditorio del MALBA para realizar mi primer strip-tease cuando el autor –A.K.A. “Diego Meret”- decide bajarme de un hondazo a la realidad en medio de un discurso interrumpido.
-… no sé… ¿quieren hacerme alguna pregunta…?
¿Eso es todo lo que tenés para decir? ¿ESO es TODO?
Hijo de puta.
Hijo de puta.
Me empieza a agarrar un ataque de ternura. Me felicito por el ataque de ternura, porque no quiero ser (solo) el hijo de puta rencoroso que en el fondo soy. Lucho porque la ternura no se limite a ganar una batalla, pero qué se yo.
Pregunta de acá, pregunta de allá. El Símil-Pauls acota algo acerca del tipo de pasado que se narra –que parece mucho más antiguo de lo que el límite de 35 años del premio Indio Rico que recibió permitía. Meret lo piensa. Dice: “sí, sí… muy interesante, sí…” Proto-Cozarinsky me cuenta el argumento. Habla de una parte en la que el protagonista –el de la novela/autobiografía, y por tanto probablemente Meret mismo- se encierra en una pieza de hotel por unas horas a escribir. Seudo-Piglia (¿o Símil-Pauls?) menciona la escritura de algo en el baño de la fábrica el último día de trabajo.
Yo, yo y yo: ¡podría haberlo hecho tanto, pero tanto mejor…! ¿Y si vos te dedicás a escribir y me dejás a mí las presentaciones públicas?
Más preguntas –alguna del público. No me privo de hacer una bien pelotuda.
Más intervenciones –ninguna del público. Este es un dato positivo. ¿Y si dejamos que el autor nos lea una parte?
Meret toma el libro –su libro- entre manos. Lo abre. Lo empieza a ojear. Va de atrás para adelante y al revés. La indecisión es un manjar podrido.
-¡Que lea el principio!
Primera queja del coro de viejas. La chica a mi lado interrumpe el frenético tomar notas para revolverse inquieta. Meret sigue en la duda.
Símil-Pauls lo corta de cuajo. Agarra el libro y le apunta al blanco. Meret se para y lee un apartado intitulado “El escritor”, que empieza diciendo “Hay cosas que me hacen pensar que tal vez no sea un escritor”. (Más tarde, Símil-Pauls señalará al otro como el causante del paso de la nada (= no ser escritor) al ser (escritor).)
-¡Más alto!
Las viejas siguen impertérritas en el ejercicio de su función. Meret lee en voz muy baja, siempre en el mismo tono. Minimalismo, que le dicen.
Aplauso, medalla y beso. Sigo transido de envidia y rencor. Pero el hijo de puta se hace querer.
(Además está el siguiente comentario de Fogwill en “El País”: “La también unipersonal Mansalva, conocida por su biografía de Lamborghini y por ostentar el diseño de cubierta más distintivo de las editoriales de esta lengua, introdujo en julio En la pausa, de un tal Diego Meret, de quien sólo se sabe que ronda los treinta años, que fue obrero textil y que, si logra otro libro de este nivel de calidad, figurará muy pronto en ese seleccionado argentino donde, a falta de mejores, se nos suele poner a Pauls, a Kohan, a Piglia y a mí”.
Pero mejor esta otra, del blog de Budassi: “En El país mencioné a Busqued, Havilio, Meret, esos tres que escriben libros verdaderos y no son talleristas para nada… porque no encuentro ninguna operación tramposa, ninguna aventura libresca, ningun amanecer titilante. ¿Captas? No aparecen rubias que fuman a la hora de la excitación sexual ni tipos de impermeables para crear una imagen de suspenso. Como en La ciudad ausente, que hay un tipo de impermeable que se llama Junior. No aparece nada de eso."
Así que) aplaudo a rabiar y salgo antes que nadie. Voy al estante, compro el libro y vuelvo corriendo. Aprovecho la distracción momentánea de fotógrafos y periodistas –ocupados con los presentadores- para exigirle a Meret, a mano armada, que me firme el libro.
Matías Pailos
Etiquetas: Crónicas