Saber irse/Dejarlo ir
D vive con una chica. Él quiere que ella se vaya. La dejó entrar con la condición de que se fuera en dos semanas. Todavía no se fue. Y ya pasó más de un año. Nunca va a irse. Ella le hace la vida imposible. Él no hace nada. Ignoro la relación que tienen y el tipo de vínculo que los mantiene conviviendo. D es muy bueno o muy tonto. O está loco. Me inclino por las tres. Yo lo escucho hablar. Mientras lo escucho, me pregunto si me estoy acostando con un hombre “casado”. Me encantaría. Siempre quise saber qué se siente ser algo así como una amante ocasional. Nada del otro mundo, por cierto. Pero no está mal.
D y su chica se pelearon. Él huyó al cine. A la salida del cine, me manda un mensaje. “Te invito a cenar”. “OK”. Cenamos. No tiene un mango, pero paga la pizza. Yo ya pagué varias veces, así que lo dejo. Salimos de la pizzería y nos sentamos en una mesa en la vereda a tomar un café. D quiere fumar. A eso de las 12 de la noche me pregunta con qué me vuelvo a mi casa. Me pregunta si lo invito a mi casa. Le digo que sí. Sé que viene por las razones incorrectas. Él me lo confirma. Aunque no estoy muy segura de que haya razones correctas e incorrectas. No quiere volver a su casa. La opción es la mía. Yo quiero pasar la noche con él y tomo la oportunidad sin pensar en las razones.
Llegamos a mi casa. Charlamos un rato. Le digo que vayamos a dormir. Nos acostamos. Le apoyo la cola. Terminamos cogiendo.
Suena el despertador a las 8, pero dormí muy mal y no puedo reaccionar ni levantarme. Él, menos. Me despierto caliente. Le acaricio la pija debajo de la sábana. D no quiere nada. Está cansado, dice. Yo no quiero forzarlo.
Me voy a duchar. Él se ducha después. Desayunamos. Ya son como las 11.30 y D no ha hecho ni hace el más mínimo movimiento para irse. Empiezo a preocuparme. Lo sospechaba. Sospechaba que no iba a irse con facilidad. Sospechaba que iba a tener que echarlo o inventar una excusa para salir. La gente tendría que saber que las casas ajenas son como los hoteles. Antes de las 10 de la mañana tenés que irte. No importa que no tengas nada que hacer. No importa que yo no tenga nada que hacer. Quiero estar sola en mi casa. Ordenar un poco. Chequear el correo. Prepararme un mate cocido tranquila.
Me impaciento. Invento una excusa. Le digo que tengo que hacer unas compras. “Bueno, te acompaño”. Nooo. No, no y no. Quiero ir sola. En la calle, invento otra excusa. “Tengo que ir a almorzar con mis viejos”. “Ah, OK, nos vemos, entonces”. Sí, ¡al fin! Cruzo Rivadavia. Camino. Doblo la esquina y sigo caminando. Entro a Disco a comprar un par de cosas. Cuando estoy volviendo para mi casa, pienso qué voy a hacer si D se quedó por ahí y me lo encuentro. Pienso que le voy a decir que mis viejos no estaban. Vuelvo y no me lo encuentro. Perfecto. Pienso que la próxima vez que lo invite a mi casa voy a tener que tener una excusa preparada para hacer que se vaya. “Tengo turno con el dentista a las 10”. O algo así.
Pensaba que D me gustaba. Ahora creo que no.
Julieta Eme
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