El Mate Tuerto

"Se fingirá el saber que no se tiene."

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Nombre: El Mate Tuerto
Ubicación: Argentina

29 mayo, 2006

La Librería Argentina

¿Existe la crítica como arte poética? Héctor Libertella cree que sí y su afirmación tiene forma de libro: La Librería Argentina (Alción, 2003). Aquí el autor expone la tradición literaria nacional a los “obreros” del trabajo onírico: condensación y desplazamiento: la literatura argentina deviene así en una librería que a su vez es un barco, lo que no parece nada extravagante tratándose de una tradición forjada a las orillas de un río que se asemeja a un mar y todo en un país que, como reza el epígrafe “no es ninguna raza ni nacionalidad, sino puro estilo y lengua” (Osvaldo Lamborghini). De este modo Libertella se dispone, Virgilio, a guiarnos por los húmedos pasillos de este barco sin rumbo fijo (¿Una nave de los locos a la deriva, quizá?) al acecho de los escurridizos volúmenes, porque “algo habrá de flotante en los libros, algo de blando y difícil de atrapar, como si fueran peces pequeños: pequeños seres lunáticos que se adueñaron de todos los rincones”. Y en este galeón algunos piratas curten su piel en la cubierta mientras otros pálidos desdichados se pudren en las galeras.

En La Librería Argentina Libertella hace gala de una auténtica “imaginación crítica” y así Osvaldo Lamborghini es ese marinero que se detiene en algunos puertos “para comprar Todo en librerías (y leer todo como barato)”. Un marinero rumano que dormita en el trance insomne de un polvoriento sarcófago en la sentina del barco “ese vampiro; leía cualquier tipo de cosas, las digería después y las expulsaba por su Órgano Prestigioso”.

Claro que el galeón no sólo transporta inquietantes marinos y sospechosos polizontes sino también libros; cajas de libros que descienden entre embarques de contrabando para engalanar la vidriera de la Librería Argentina de Marcos Sastre. Sin que le tiemble el pulso, Libertella fotografía a todos esos jóvenes circa 1837 que esperan ansiosos acodados en la dársena y revuelven después la trastienda de la Librería, repleta de objetos exóticos. “¿Quién podría adivinar, con Echeverría, Gutiérrez, el mismo Sastre, Alberdi, cuantos de esos elementos fueron o no echando, desde aquel entonces, las Bases y Puntos de Partida Inconscientes para la Constitución Nacional de una Literatura?”

Se trata de un viaje sentimental, donde el grumete puede de pronto convertirse en capitán y avizorar junto al timón el incipiente rumbo de la crujiente nave: “¿Qué será moderno, todavía, en los noventa? Tal vez esa forma de barajar identidades de sujetos con personajes y vidas imaginarias”. Y en medio del viaje, en el rincón más oscuro de la bodega el alférez se tropieza con la sombra ciega del más taimado de los marinos, y a su lado, de pie, monumental, un Ahab que dedicó su vida a dar caza a la ballena blanca de la metafísica. “Borges por Macedonio” es uno de esos casos en los que el ensayo crítico convoca la felicidad de la ficción pura: una literatura de las ideas. Una entre ellas, extraída como muestra del lujoso tejido, se pregunta: “¿Sería posible una teoría de la lectura que postula que Uno es la necesidad de traducir a Otro?”. Gragea en precisa dosis para tratar la melancolía de los afligidos por la angustia de las influencias. Astrolabio maravilloso para trazar nuevas rutas de lectura.

Y la nave no detiene su curso, a través de mares helados y trópicos febriles, mientras Héctor Libertella apura su último ron en el bar de legendarios marineros y se dispone a una nueva travesía, sin ignorar su inevitable destino como el último de los argonautas.

Zeci Cioso

25 mayo, 2006

Mil formas de fallar mil veces

-Qué lástima que a vos no te tire la crónica, porque la verdad…
¿Qué más falta para cebar a un perro de Pavlov como yo? ¿Qué nervio por estimular, qué músculo por acicatear? El tipo estaba fabricando una crónica con mi persona como orfebre, se me estaba relatando, me se hacía que lo escribiera. Y acá está, claro, porque donde él y yo leíamos ‘te estoy pinchando, gilún’, mi espíritu todo, con todas sus adyacencias y recovecos, decodificaba: desafío, y respondía: ¡quiero retruco! En fin. Algunas noches soy fácil.
Todo ocurrió entonces aquella jornada hace no tanto tiempo en que Zato me convocó a una velada en honor de la mejor amiga de su novia, la cuál partía a las Uropas. Muy bien: minitas a raudales, algo de cerveza, lugares nuevos. Aventuras, diría Gombrowicz. Salvoconductos pequeñoburgueses, apostrofaría el maximalista. Sí sí, a todo que sí. Apunté, fui, llegué. Un bar seudo punkito. Maravilloso. ¿Dónde estaba este bar todo este tiempo?, me preguntó Zato. No lo sé, Zato. Supongo que, en efecto, la vida nos pasa por el costado. La música estaba genial (punk, pospunk, new wave y demás fluidos fini década del setenta), y las minitas acompañaban. Una en particular, con el pantalón metido hasta los esfínteres, acaparó mi atención. En vano, pues fuese con un facha. Viré hacia su amiga (otra integrante de la banda punk a la que esfínteres lideraba), pero charlando con otra amiga se me escurrió entre gente e indiferencia. Vamos, me dijeron. Resulta, les cuento, que la mejor amiga de la novia de Zato, el centro de atención y del Universo nuestro en esa noche, quería ir a una rave. Ella, a quién por discreción llamaremos Maite, arrastró a la novia de, que arrastró al novio de la novia de, que me arrastró a mí. Muy bien. Muy porque a pesar de que Maite no me gustaba en particular, sí me gustaba en general (está buena, no me deslumbró, es una loca de mierda, pero buena mina). Taxi desde Córdoba Palermo Hollywood hasta Centro Micro Centro. Bajamos y, ¡oh, sorpresa, oh, estrechez!, la entradita asciende a la onerosa cifra de veinte (20) mangos. Che, Zato… alcanzo a decir. Yo entro, atropella Maite. Yo entro, acompaña la novia de. Yo voy a…, inicia Zato. (Como ven, con mis amigos nos expresamos con puntos suspensivos.) Vamos, le dije. Gracias, te la debo. No me debés nada. Te la debo/No me debés nada/Te la/No me/Te/No/Te-No, Te-No, gracias gracias. Te. Bueno: Te. Bajo, y conmigo baja una tercera amiga de. Aclaración: lesbiana ella. ¡La reput! Okey. Okey. Actitud consular ante todo, sobre esto y aquello, con, contra, de y desde siempre. Cerveza, cerveza y algún champán con speed. Quien alcanza la susomentada bebida es ¡oh, sorpresa, oh, torvedad!, el seguramentefestejantedeMaite. Esto será comprobado inmediatamente, cuando al ritmo cortante de la música electrónica y un juego de luces, veré en fotogramas a Maite bailar, a Maite sonreir, a Maite reir, a Maite besar al segurofestejantede. ¡Andá…! La suerte del principiante, Indio, puede fallar. (Vos no sos principiante, me susurra, whisky en mano, su fantasma.) Ahí lo veo: un cincuentañero, casi sesentero, whisky en mano (como el fantasma del Indio), acodado a la barra. Un cara de pájaro. Lo leo como una compensación. Siempre hay alguien más desubicado que yo. ¿Qué hace? ¡Por Dios, está escribiendo! Indignado, gano la puerta. Para mi ¡oh, sorpresa, oh, cortedad!, me están esperando. Bien, muy bien. Tomo el taxi con la novia, el novio y la chica que no me porque no le gustan los. Muy bien, bien. Bajo con la chica y camino una cuadras hasta mi parada (ella sigue unas cuadras), y no entiendo cómo me veo enredado en discusiones filosóficas. Es que estoy hecho de literatura, comprenderé más tarde, y de argumentaciones, pero por el momento no entiendo nada. Nos despedimos en los mejores términos y tomo el 29. Estoy borracho. Termino, por tanto, de despertarme cuando comprendo que, desde mi asiento, he caído al suelo. Bien, muy bien. Estoy borracho, y no puedo notar en el ridículo que acabo de incursionar. Miro a todos los costados. Primero veo al pájaro escritor garrapateando notas en su cuaderno (seguro que está describiendo mi caída: bien, muy bien, excelente). Después miro a todos lados y no reconozco nada. Ajá. Me tomé el 29 equivocado, y estoy en el Parque Sarmiento. Toco timbre y miro al pájaro o escritor. Le hago el mismo gesto que Piero Sraffa hiciera a Wittgenstein luego de preguntarle: ¿y cuál es la forma lógica de esto?, y bajo. El escritor me mira, compuesto de literatura, junta sus dedos en un muchito y lo agita hacia mi persona, como diciendo: de-qué-me-hablás, y se pierde con la noche. Bien, excelente. Descompuesto de literatura, me subo a un 21 que, sé, depositarame en mi hogar dulce ho. De repente recuerdo a Kafka diciendo: ya no abandonaré mi diario, tengo que aferrarme a él, no tengo otro sitio dónde hacerlo, y me despierto perdido. ¿Dónde estoy? ¿Adónde me ha llevado la literatura? ¿Cuándo agarró la Panamericana? ¡Conchasumadre!, me mal digo, y bajo en cualquier parte. A lo lejos, el Unicenter y la conchadesumadre. Atravieso espacios verdes vacíos surcando el borde de la colectora. Tengo miedo. Estoy aterrado. Comienzo a correr hasta que, ¡Uuuufffff!, llego al Unicenter. Ahí, en la nueva parada, me espera una horda de trabajadores acogotados de frío, pero de un bueno humor ofensivo para las puntadas de alcohol que medran por mi sien. Entre el tropel distingo sin embargo, en plena seriedad beligerante, al escritor, al pájaro, al cincuentón, que me ve, no me sonríe, repito: que me ve y se me acerca y, llevándome a un aparte, recalca:
-No me gustan nada las personas campechanas. Si de ellas dependiera, la literatura ya habría desaparecido de la faz de la tierra.
Antes de desmayarme en el 71 que, por fin, dará con mis huesos y carne y grasa en mi domicilio, lo veo llenar de anotaciones su cuaderno, agotar su cuaderno de anotaciones, dejarlo caer y seguir escribiendo en el aire.

Matías Pailos

21 mayo, 2006

Las reglas del género

Como muchos, me hallo en ese momento de la vida en el que uno se pregunta si alguna vez podrá comprarse un departamento o covacha que se le parezca. Y en este trance, cíclicamente consulto los clasificados y revistas inmobiliarias sólo para corroborar que mis ahorros no son suficientes ni para hacerme con un par de ladrillos en Villa Insuperable. Pero no son mis penas burguesas las que quiero compartir con ustedes sino más bien un detalle gozoso que la revista Expo clasificados guarda entre sus páginas. Ya decía Bajtín que el de los géneros discursivos es un verdadero problema. Su relativa estabilidad tranquiliza al tiempo que abre una puerta a imprevistas innovaciones. La lectura de los clasificados nos empuja a un ejercicio criptológico digno del mentado Código Da Vinci y nos enseña con relativa rapidez a buscar el temible número en negrita detrás de la D. Hete aquí que los responsables de “Inmobiliaria Ricardi” –en contra de toda previsión- han hecho del género aviso clasificado un ejercicio de despojada honestidad. Les dejo a ustedes las conclusiones del caso:

“Lacarra 100: bañito ventilado pero con multifaz (sin bidet) hay que arreglar cielorraso se cayo parte revoque y se ve hormigón calefón cocina y estufa para nada confiables [...] gran luminosidad (a pesar que está pintado de “colores rabiosos”)

Lope de Vega 500: espacio aéreo propio (sacaron escalera ahora no hay como subir)

Guardia Nacional 300: gran ventaja tener entrada independiente [...] le da más intimidad más comodidad más seguridad más campo de acción (no hay que ponerse de acuerdo con ningún vecino “en cerrar con llave” en no usar el portero eléctrico para abrirle a “cualquiera”)

Remedios de Escalada 4300: toldo metálico antiguo le quita luz natural y al no estar colocado como debiera reduce el paso de salida a tza obliga para salir a la terraza atravesar incómodo paso de 1,20 mts. Ideal gente de la construcción ya que tiene revoques caídos goteras humedad y descuido

Bernaldes 1400: paga sólo $66 cada dos meses de ABL como para “desmitificar" esa antigua y errónea creencia que decían nuestros abuelos “las esquinas pagan el doble de impuestos

Corro 300: frente a Populosa Parrillita de DARIO “movida” gastronómica

Goya 200: Si bien está lindante con importante lote baldío de varios frentes (hoy día convertido en un basural) es una interesante parcela

Bacacay 4800: frente al “Colegio de las Monjitas” [...] Ideal para constructores que diseñen en privilegiada parcela de aprovechables medidas arquitectónico proyecto para lucirse y erradicar este baldío que hace añares afea la barriada

Araujo 300: todo es una MA-RA-VI-LLA [...] “para volverse loco”. Si lo visita se enamora porque más lindo no hay.

White al 300: Realmente es increíble poder comprar este espectacular chalet [...] a un precio irrisorio en relación al importante inmueble pero el muy feo entorno en el que está ubicado frente a la autopista misma con el agravante que a escasos metros por Cajaravilla debajo de la autopista funciona una empresa de transporte con inmensos camiones enmarca un contexto “espantoso” pero para una familia que quiera “vivir en su casa” y se abstraiga de lo que hay “puertas afuera” es una oportunidad irrepetible no solo por precio sino por conford [sic] calidad diseño y señorío de este importante chalet que de estar ubicado en un “lugar normal” se vendería mínimamente al doble de este precio [...] sus revestimientos de madera “boasery” (fonética) [...] sus vidrios biselados y “vitroes” [...] ideal para quien “sepa” lo que compra ya que “está baratísima y devaluada al máximo

Gracias, Don Ricardi, por evitar que tras la lectura de los clasificados nos cortemos las venas con un folleto del banco Hipotecario.

Abrazos, Cobiñas

17 mayo, 2006

No soy como nadie más

No sé si fue Hillaire Belloc o Bernard Shaw o Wells quien lo dijo. Tampoco estoy cierto de cuáles hayan sido sus exactas palabras, así que lo que en breve se les va a ofrecer será un torpe remedo del original. Sí, por otro lado, recuerdo de quién estaba hablando quien lo dijo. Estaba hablando de Chesterton. De Chesterton y su condición de católico. Ser católico, en la Inglaterra protestante, en la Inglaterra anglicana de sus días era ser parte de una minoría. Chesterton, por tanto, era minoría. Pero no siempre lo había sido. Hijo de un pastor protestante, nació y fue mayoría. Sólo más tarde (mucho más tarde) resolvió convertirse. Hijo de un pastor anglicano, se apartó de la fe de su patria y de la fe de su hogar. Sin embargo no abandonó la religión, lo cuál lo hace un mayor traidor, un sujeto más incomprensible. No da un paso adelante, no da un paso atrás. Da un paso al costado. Y encima tiene el tupé de reivindicarse como racionalista. El famoso revolucionario conservador. (Recuerdo a un tal Malcolm Lowry, quien se declaraba anarco-cristiano conservador.) Bueno: lo que decía quien lo haya dicho era lo siguiente: Chesterton se hizo católico para ser protestante en Inglaterra.
A mis doce años finalizaba mi primaria, y emprendía viaje de egresados a Córdoba. Creo que fue en el micro de regreso que se armó una suerte de batalla campal arriba del ómnibus. La batalla, sin embargo, era pura lengua y estilo. Había dos bandos: Boca y River. Quienes no eran de uno ni de otro se corrían a la parte delantera del micro, habitada por acólitos de River Plate, o daban con sus huesos en el sector posterior, habitado por fanáticos boquenses. Y dale que te dale con las arengas de rigor: River puto, bosteros del orto, que negro putos de Bolivia y Paraguay y demás delicias del repertorio de retruécanos futbolísticos de claro sesgo tolerante y liberal. ¿Qué hacer? ¿Qué hago yo, hincha (fanático) de Independiente, cuando veo a mi amigo Sebastián, también, como yo, roja su alma rojo su corazón, pasándose al bando gallináceo? ¿Qué hago, pobre de mí, al ver a Lechuga, otro colega diablo, pasarse a las filas de los bosteros putos? ¿Debo optar? Dudé un instante. El toque elegante riverplatense o el elemento popular bosteril. Después no dudé más. Me parapeté entre ambos ejércitos y me sumé a todos los cantos. Alternativamente, de mi boca salieron los fonemas que todos juntos y ordenadamente conforman los emisiones negro puto sos de Bolivia y de Paraguay Boca que asco te tengo lavate el culo con aguarrás; Centurión Centurión Centurión, Centurión necesita la falopa, y Alonso, una pija, o un consolador, River Plate la puta que te parió, y demases. Y así fui, pertinaz e incólume en mi tercera posición, tornando mi cuerpo 90 grados derecha, 180 izquierda, 180 derecha, 180 izquierda, instigando a la abominación de uno y otro bando. Me congratulé por mi decisión y posteriormente fui congratulado por los generales de las fuerzas en pugna. De más está decir que nadie me prestó demasiada atención durante el combate.
Por esos tiempos o poco después comencé a leer a los humoristas ingleses finiseculares, entre los que se contaban Shaw, Belloc, Oscar Wilde (es decir, no pocos irlandeses), Bentley y William Morris. Y Chesterton. Probablemente los individuos de verba más ingeniosa que haya parido esta tierra. Cada línea albergaba una respuesta perspicaz y graciosa, fina o groseramente irónica, cada párrafo era un compendio de esas líneas, cada obra era el convencimiento de que uno era un redomado imbécil. No estoy muy seguro de haber entendido todo lo que decían, menos lo que querían decir. Más aún: estoy seguro de no haber entendido muchas y muchísimas cosas. Por ejemplo: recién alrededor de mis dieciocho años comprendí que los personajes de ‘Dorian Grey’ eran, como dirían mis condiscípulos en pleno viaje de egresados, (¡ejem!), ‘todos putos’. Muy bien: por ese entonces caí (quizás en alguna reseña biográfica, en alguna introducción a, no sé, ‘El Napoleón de Notting Hill’) en la frase de Belloc, o Shaw, o Wells sobre Chesterton. La impresión que tuve, ¿cómo describirla? Digamos mejor así: La primera impresión que tuve fue: yo soy así. La segunda impresión que tuve fue: yo quiero ser así. La voluntad de minoría. El impulso de ser solo. Remite (aunque es completamente diferente) a la idea de ese filósofo alemán pasado de Fichte, al que podemos llamar Stiner, y su idea de ‘El Único’. Pero, como les dije, es completamente diferente.
Es, en parte, estas ganas de ser uno mismo, claro, pero uno mismo en oposición a este, aquél, a todos. A poco de andar uno entiende que la satisfacción de ese deseo debe adoptar modalidades contextuales: en ‘la esfera pública’ apañaré la idea que p, en mi círculo íntimo deberé defender que no p, en mis cursos universitarios me mostraré partidario de ni p ni no p. De todas formas: a no creer que nos gobierna (a Chesterton, a mí) el capricho. De ninguna manera: es solo énfasis. Es solo estilo. Creemos realmente, en cierto sentido, que p, así como (dados los innúmeros reparos existentes) que no p, y por sobre todo (porque tenemos una mirada cabalmente abarcativa) estamos convencidos que ni p ni no p. ¿Qué creemos, entonces? Ya les dije: que p, que no p, que ni p ni no p. De acuerdo a las circunstancias, si se está dispuesto a hacer los ajustes teóricos necesarios, que p y no p. Y que, por supuesto, no estoy de acuerdo con usted. Y que, por supuesto, lo que dice el idiota aquél del que nos burlamos usted, yo, todos, es correcto.

Matías Pailos

14 mayo, 2006

Ajedrez

No hay un Gran Maestro de Ajedrez que sea normal; solo se
diferencían ellos por la magnitud de su locura”
(Viktor Korchnoi)

“El sobresalir en el Ajedrez es un signo de una mente intrigante”
(Sir Arthur Conan Doyle)

Los ajedrecistas estan definitivamente locos. Pensar que, antes de tomar la decisión de dedicarme a la filosofía, quería ser uno de ellos. Lamentablemente, siempre primó la cordura en mis decisiones.
Una vez iba en un tren por los alpes suizos con destino final Suecia. Un personaje se me acerca y comienza a conversar conmigo. Al rato, luego de enterarse de que yo estaba interesado en el juego-ciencia, me suplica que me baje en el próximo pueblito: Biel. Me niego. Le informo que tengo que ir a Suecia. Insiste. Me explica que allí se está llevando a cabo el mejor torneo de ajedrez del mundo: el interzonal de Biel. Me convence y me bajo. Suecia podía esperar.

Lo que ví allí era inenarrable, propio de un cuento de ciencia ficción. En un pueblito medieval en el que no había absolutamente nada, excepto un pequeño edificio con diseño tirolés, estaban todos los pseudo-humanos con los cuales yo siempre había soñado jugar: Kramnik, Viswanathan Anand, Shirov, Polgar, Gelfand y muchísimos mas. Todos juntos. Kramnik es un jugador de otro planeta. Mientras él pensaba yo trataba de adivinar cuál iba a ser su próxima jugada, pero fue imposible. El sujeto se quedó absolutamente paralizado, como una estatua, durante exactamente una hora y cuarto. No pestañó en ese lapso. Al rato veo que levanta su dedo índice y que mueve un peón lateral, pero solamente un casillero! Hubiese jurado que ese peón era absolutamente irrelevante, un granito de arena en una playa, pero salió después en una revista que esa fue una de las jugadas más brillantes de su carrera ajedrecística. Nunca entendi por qué. Paso a observar la partida de Anand, el mejor jugador de la India. Este individuo tiene la particularidad de que no necesita pensar. Apenas movía su rival, él ya sabía la respuesta. Increíble. Esto no es para mi, dije, y pasé a ver la partida de Peter Leko. Es un húngaro que en ese momento tenía 14 años y que se convirtió en el gran maestro más joven de la historia. Se lo notaba visiblemente nervioso. En un momento se levanta y va al baño. Lo intercepto, con la vil excusa de que tengo que mear. Ahí mismo le pregunto: cómo va eso? Mal, me dice. Me explica que tendría que haber movido este caballo acá, para que el alfil vaya para allá, para que el peón se coma a este peón, para que...basta! dije. Seguía sin entender nada, asi que me fui a ver a Shirov, el jugador romántico que no puede pensar viendo el tablero, porque prefiere caminar obsesivamente de un punto al otro, y a quien le volqué un vaso. Como ya saben, me retó por haber interrumpido su concentracion.

Pero también tuve la oportunidad de conocer a Garry Kasparov, cuando vino a la Argentina. Ahí me di cuenta de por qué es una leyenda del ajedrez. A pesar de que se puso literalmente a llorar porque De las Heras, un jugador argentino de poca monta, logró vencerlo aquélla vez, pudo él solo vencer a la selección de los seis mejores jugadores del pais. Lo mas prodigioso es que jugo con todos ellos simultaneamente. El tipo tiene una particularidad que pocos jugadores tienen: sacrifica peones y nadie entiende por qué. Solo despues de unas cuantas jugadas uno logra develar el misterio. Si no me creen, vean esta posición, a la que llegó en una famosa partida con Karpov (Kasparov era negras):

XABCDEFGHY
8-+lwq-trk+(
7+-+n+p+p'
6-+-+-+p+&
5+-+-zP-+-%
4-zp-+nzP-zP$
3+Pzp-+-+-#
2r+-+-+P+"
1+NsNRmKLwQR!
xabcdefghy


Esta fue, según creo, la mejor partida de su carrera. Unas quince jugadas después de que Karpov haya tomado los peones que Kasparov sutilmente le ofreció, se llegó a esta posicion. Para aquéllos que no saben nada de ajedrez, es como si Tevez, Messi, Crespo, y diez mas estuvieran solos frente al arquero. Una posición que ni el mismo Karpov pudo predecir.

De Bobby Fischer se dice que mientras una vez una niña muy bonita estaba mirándolo, dijo que las mujeres eran una pérdida de tiempo porque le quitaban energia para el juego.Y Miguel Najdorf, el mejor jugador que tuvo Argentina, tiene el récord mundial de partidas simultáneas a ciegas. Él solo venció a sus 55 rivales, sin mirar sus tableros. Dijo después en un reportaje que quería que su familia, presa en una campo de concentración en Alemania, tuviera noticias de él. No me sorprende, después de todo, que un ignoto y acomplejado escritor argentino lo haya parado por la calle para decirle: aquí Gombrowicz!...


Xilofov

11 mayo, 2006

Día de Feria

Entre todas las excusas que me inventé a lo largo de los años para obligarme a visitar la Feria del Libro, desde tomar Fernet gratis a comprar un Atlas satelital en el stand del Instituto Geográfico Militar, asistir a una charla de Enrique Vila-Matas, Alan Pauls y Marcelo Cohen es la mejor de todas.
Cuando llegué a La Rural Matías Pailos, recordando gestas pasadas (ver “Un set por Rodrigo Rey Rosa) ya me había sacado dos horas de ventaja durante las que se dedicó a hurgar en las ofertas y adquirió dos ejemplares más de la colección Minotauro (vicios de coleccionista) y El mal de Montano, que pretendía hacer firmar in situ a Vila Matas.

Pronto nos internamos por el pabellón José Alfredo Martínez de Hoz: un antepasado homónimo de aquel ministro de economía que tanto bien le hiciera a la cultura argentina. ¿Y qué decir de la Feria que no haya sido dicho? Un galpón lleno de libros y pasillos demasiados estrechos por los que circula una ingente cantidad de personas firmes en la suposición de que visitar este lugar es una buena manera de expiar la culpa por no haber leído un libro completo en el último año, en la última década. Stands pensados menos para vender un libro que para posicionar una marca, imponer un producto (sea este un “escritor” o un monopolio editorial con lista sábana de antiguas editoriales familiares). Aunque algunos se pasan de imaginativos, como el de Página 12, que montó una moquete negra, rompió el parquet y roció todo con una bolsa de tierra para macetas comprada en el Easy de la vuelta, sazonando el conjunto con una revista Crisis y un par de libros de teoría marxista. Al costado, una chica esperaba que alguien se pare a mirar para acercarse y explicar “Es por los libros enterrados durante la dictadura”. Estuve a punto de contarle que alguna vez escribí un cuento sobre el tema, por lo que estaba al tanto, pero preferí callar y asentir con la cabeza. Matías en cambió le preguntó si el libro A jugar con los Cubos también formaba parte de los libros prohibidos. “Sí –repuso la chica- porque estimulaba la imaginación y era un poco confuso, los militares pensaron que podría ser un libro que alentara a la subversión infantil”. Claro, lógico, si buscamos bien hasta seguro que encontramos cubos con barba y boina.

La recorrida, de todos modos, nos deparó algunos momentos gratos, como el stand de la provincia de Córdoba, donde se conseguían los libros de la excelente editorial Alción, como Nosotros dos, de Néstor Sánchez o La librería Argentina de Héctor Libertella. De ahí nos trasladamos directo al stand de la buena librería de saldos El Aleph para adquirir 3 libros 3 del escritor de culto norteamericano Steven Millhauser: Martin Dressler, Pequeños Reinos y Edwin Mullhouse, pero como la oferta prometía 4 por $20 agregamos Delirio de Douglas Cooper, todos los títulos de la editorial chilena Andres Bello, lo que es promesa de una traducción donde el feliz huevón se impondrá por sobre el insoportable gilipollas.

Aquí nos dividimos porque Matías tenía que ir a la sala de conferencias a encontrarse con su chica y yo no había terminado mi recorrida, que incluirá el hurto ritual de dos ejemplares que no pueden faltar en una biblioteca de clásicos nacionales: Sin Rumbo de Cambaceres y Las divertidas aventuras del nieto de Juan Moreira, de R.J. Payró, una vuelta por el sitio mas visitado: el puesto de Fernet Branca y la visita al stand chileno para anoticiarme que mi amiga Cobiñas rapiñó todos los libros de Pedro Lemebel que allí se hallaban. Peor para ella: ya me los tendrá que prestar.

Regresé al salón de conferencias tras atravesar el salón de actos decorado por Helmut Hirscht, el artista plástico hiperrealista e hipersobrevalorado que pinta escenas glaciales como si fueran restos masticados de caramelos Namur, pero eso sí: quedan divinos en el living, junto al plasma de 45 pulgadas y me encuentré con Pailos hecho una furia. Desde lejos agitaba los brazos haciendo señas indescifrables y cuando me tuvo a tiro me lanzó una retahíla de insultos. Acontecimientos cercanos al Apocalipsis se habían suscitado en los 45 minutos de mi ausencia: su chica no se había presentado y probablemente llegara a mitad de la conferencia. La organización había decidido que la presentación de tres de los más importantes escritores en lengua castellana merecía un auditorio con capacidad para no más de 100 personas y ante la desbordante convocatoria había repartido numeritos de talonario como hace la Policía Federal cuando uno quiere tramitar un documento de identidad. Tras míseras súplicas Matías había obtenido un número extra y ahora exhibía los dos papelitos rosados como los blasones mismos de la miseria literaria.

Subimos las escaleras mecánicas y llegamos a la puerta de la sala saltando la cola, apretujándonos entre la multitud agolpada. Matías exhibía su número como si fuera el salvoconducto a las puertas de la embajada norteamericana en Saigón. Hasta que un joven empleado de saco azul lo vio y lo tomó de la mano. Asidos a esa mano salvadora ingresamos en la sala. Para llegar a los únicos lugares libres, en el extremo opuesto tuvimos que recorrer el perímetro y casi empujar a los conferenciantes, que se apretujaban en un rincón a la vista de todos mientras sostenían una nerviosa charla de circunstancia (cuando pasamos frente a ellos Vila Matas le contaba a Pauls algo sobre las vicisitudes del vuelo que lo había traído al país y Pauls asentía con la cabeza).

Una vez instalados tratamos de entrar en contacto con nuestras respectivas parejas en camino para explicarles que no habíamos podido guardarles lugar. Matías canceló y acordó encontrarse afuera. Yo, sin saber cómo resolver la situación simplemente la aplacé y acordé con Momé que cuando ella estuviera en la puerta me llamara al teléfono que acababa de poner en función vibrador. Después nos dedicamos a observar a los conferenciantes que continuaban su nerviosa espera a la vista de todos, lejos de las leyes del glamour o atentos al glamour de la literatura, que consiste en hablar sin mostrarse o mostrarse sin hablar. “Alan Pauls tiene cada vez más cara de expresionismo alemán” le dije a Pailos tras observar el hipertrofiado arco superciliar que proyecta una perenne superficie de sobra sobre los ojos del autor de El Pasado a lo que Pailos repuso “Vila Matas tiene cara de pájaro” y de ahí hasta el comienzo de la conferencia nos dedicamos a conjeturar a qué ave correspondía la cara de Vila Matas (un pelícano chino, para mí) y Marcelo Cohen (una urraca en mi opinión). Alan Pauls no. Alan Pauls es una simple cara de expresionismo alemán, como si hubiera sido parido a los 40 años por el mismísimo Murneau.

Matías Pailos hizo una inmejorable síntesis de los discursos de Cohen y Pauls. De Cohen yo no recuerdo casi nada, atento como estaba a la vibración del teléfono en el bolsillo. Cuando finalmente sonó traté de susurrarle a Momé una sutil estrategia: “abrite camino hasta la puerta y entrá que yo te dejo mi lugar” y minutos después, precedida por un sismo humano producto sin duda de enérgicos codazos y empujones vi surgir su inconfundible silueta “esa es mi mujer”, pensé mientras ella, se arreglaba el pelo y la ropa y se acercaba a nuestro lugar (finalmente fue Matías el caballero que cedió el asiento para que Momé se sentara junto a mí). Claro que el esfuerzo valió la pena, pudo escuchar casi completo el discurso de Pauls y después torturarme con elogios del tipo “Que bien lee” “nunca se equivoca” “que lindo tiene el pelo” “que bueno está El Pasado, lo volvería a leer” etc.

Y después de todo esto llegó el turno al hombre de la noche, que como un buen sicario se había mantenido impertérrito ante las lecturas que de su obra habían hecho Cohen y Pauls. Y cuando le tocó el turno se convirtió en un fulminante samurai de la palabra y continuó serio, inconmovible ante un auditorio fascinado que aplaudía, vivaba y se desternillaba de risa. Habló de la génesis del cuento “Los Tabuchis”, pero el cuento también consistía en la génesis del cuento por lo que nunca pude saber cuando terminó la anécdota y empezó la lectura o si no hubo anécdota o no hubo lectura o no hubo nada y fuimos todos los personajes de otra auténtica ficción de Vila Matas.

Zedi Cioso

10 mayo, 2006

Cómo vivir

No hay una forma correcta de vivir, y esto es una perogrullada. “¿Cómo debo vivir mi vida?” es una pregunta sin respuesta. Sin respuesta correcta y general, y esto es otra verdad asequible hasta para el más estúpido –y ese soy yo. Aquellos de nosotros que hayamos atravesado la experiencia psicoanalítica habremos hecho carne aquello de que no hay deberes. ¿Para qué hacer este tipo de afirmaciones? Cada negativa, cada predicado de inexistencia atiza a las fieras precámbricas dispuestas a defender con dientes de sable los tesoros forjadas por el platonismo. ¿Qué?, preguntarán. Sí, yo tampoco entendí muy bien qué quise decir. (La relectura es el horror… el horror…) Mejor plantearse cómo vivir la propia vida, es decir: mejor atomizar la pregunta, disgregarla en miríadas de particularismos. Además, claro, esa pregunta solo esconde varias otras agazapadas. Preguntas que se presentan disfrazadas de la pregunta acerca de cómo vivir, preguntas hijas de la pregunta existencial primigenia. De todas ellas (por ejemplo: ¿cuál debe ser mi objetivo? ¿Un objetivo o múltiples? ¿Cómo ordenarlos? ¿Qué estrategia adoptar para lograr su consecución? ¿Una estrategia o múltiples? ¿Debo dejar algo librado al azar o no? ¿Qué táctica, qué tácticas adoptar? ¿Hay diferencia entre estrategia y táctica o es puro cuento?) voy a centrarme en una: ¿qué actitud me conviene adoptar (ante la vida) (en general)? Ustedes me dirán: bueno: ¿en qué circunstancia? ¡En general! (Abstraigan un poquito, mis viejos. ¡Oh, sombra temida de La Generalidad, vengo a invocarte!) O retrucarán: no hay regla. No hay banda, no hay orquesta. Claro, claro. Esa es otra perogrullada. Voy a lo siguiente:
Hay modelos de conducta. Yo tengo varios. En momentos de zozobra, de duda, de indecisión, pero también: en momentos de exaltación, de desmesura, de conquista, es decir: en todo momento, lo tengo a mano. ‘El TEG es como la vida’, sostiene Zatoichi. ‘El ajedrez es como la vida’, sostiene Xilofón. (‘El ajedrez es la vida’, sostiene Bobby Fisher, con la cadena suelta, con la chaveta perdida.) Yo digo: el futbol es como la vida. Y también: el básquet es como la vida. Y yo quiero jugar como Manu Ginobili. Definitivamente mi modelo de conducta, si lo tengo (sí: les mentí oraciones arriba. No sé si lo tengo. Pero si lo tengo, es el Manu).
¿Qué es Ginobili? Mmhh, difícil. Empecemos por otro lado: ¿qué-No-es Ginobili? No es el mejor jugador del mundo. No es el mejor jugador en su puesto. No es el mejor atacante. No es el mejor defensor. No es el mejor triplero. No es quien mejor la vuelca. No es quien mejor penetra. No es quien mejor pasa, no es quien mejor tapona, no es quien mejor roba, no es el jugador más intenso, no es el más cerebral, no tiene el mejor porcentaje de libres. No es el mejor en nada. En nada. Repito: en nada. Sin embargo…
Sin embargo y Quizás, Ginobili sea quien mejor contribuya al éxito de su equipo. De cualquier equipo en el que participe. Nunca Andino de La Rioja anduvo mejor que con él. Nunca Kinder Bologna anduvo mejor que con él. Nunca San Antonio Spurs anduvo mejor (sí, fueron campeones antes, una vez. Con Manu en el equipo, 2). Nunca la Selección Argentina anduvo mejor. ¿Se necesita energía joven, penetraciones, volcadas? Ahí está Ginobili. ¿Se necesitan triples? ¿Se necesita juego áspero, defensa? Ginobili. ¿Contraataques? Ginobili. Se necesitas que seas suplente, Manu. Muy bien: entonces es el mejor suplente de la temporada.
Uno no siempre elige qué dar de uno. Uno no siempre rinde como quiere y espera en los lugares que quiere y espera. ¿Qué hacer ahí, qué hacer entonces? Explotar sus virtudes del momento. Si está errático en los triples, se aplica a la defensa. Si pierde muchas pelotas, la pasa más. Y cuando empieza a rendir, aprieta las tuercas y exprime la buena racha al mango, la hace de chicle. Le sacamos todo el jugo, la hacemos durar todo lo que se pueda.
Inevitable desfallecer. Uno es humano, no un mecanismo infalible de relojería irrompible. ¿Qué hace? Vive su desconcierto. Vive sus yerros constantes, y agota yerros y desconcierto en ese momento, corto o largo. Después, borrón y cuenta nueva. Sabe que así es como va a dar lo mejor de sí durante la mayor cantidad de tiempo. Sabe que esa es la forma en que el grupo al que pertenece eleve sus probabilidades de obtener lo que desea. De triunfar, bah. De ganar.
Lamento la jerga de autoayuda que infecta mis dichos. Es el vocabulario del deporte, es la vergüenza del intelectual. ¡Horro, la felicidad! ¡Horror, la realización! ¡Horror, la estupidez! Bien, confieso. Quiero ser feliz, quiero realizarme. A veces (confieso: solo a veces) estoy dispuesto a pagar la estupidez como precio. (Como no soy modesto, como tengo compulsión exhibicionista, menciono a Odín dando un ojo de la cara por la sabiduría que le fuera ofrecida.) ‘¿Qué es ‘realizarse’?’, chilla el intelectual. Ufff… de todo eso (digo, pateando a la tribuna la disputa) ya escribiré en posts por venir. En básquet también hay que saber esconderse de los grandotes que te vienen a fajar.

Matías Pailos

05 mayo, 2006

Robert Walser

Vila-Matas tiene cara de ave. Cohen también. Mejor: Cohen tiene cara de pájaro. Pauls, en cambio, es el escritor más joven de su edad. Esto último me susurró Zedi Cioso a la espera de que se dignaran a hablar –y en parte para atemperar mi furia (tarde o temprano, ya les contará). Parados en desfile inmóvil, atorados a la pared, centro de miradas y satoris estaban, tres en el fondo de un cuarto demasiado exiguo para la curiosidad porteña: Marcelo Cohen, Enrique Vila-Matas, Alan Pauls. Son aves diferentes, sin embargo. Cohen tiene cara de avestruz. Vila-Matas tiene cara de no se qué. Gaviota, quizás. (‘Los adultos son idiotas’, contaría VM a su público que decía el VM de 5 años al Tabucchi de 11.) Ahí estaban, despuntando su histrionismo pasivo, su timidez patológica en combate dialéctico con aquella. Es que estos tipos están incómodos siendo y no siendo el centro de atención. También padecen recibir y no recibir preguntas. Esta vez no hubo, y por esta vez estuvo bien. (Aunque me quedé con alguna que otra pregunta atollada en el gaznate –que les será devuelta con creces, no se preocupen.) Empezó Cohen, y su exposición fue la más teórica de las tres. La de Pauls también coqueteó con la teoría, pero lo hizo en medio de un relato, poseído por el estilo. El estilo Pauls, que es mi estilo favorito. ¡Dios, cómo quisiera ser Pauls! Cohen dijo, como les dije, muchas cosas. Dijo por ejemplo que no es conveniente hablar acerca de nada como de algo que ‘estructura’ el relato, y no ahondó. Podemos imaginar que Cohen no cree que la metáfora de la estructura sea adecuada para destacar cierta imprevisión, y sorpresa, y falta, con que la literatura nos suele regalar. Él prefería la imagen de la pauta. La literatura, es decir, las narraciones (a esa literatura hacía referencia) dan una pauta. ¿A qué? ¿Al mundo? ¿Al lector, del autor, del yo y su circunstancia? Después habló de la literatura de VM como generadora de vórtices. A partir de algunos puntos de fuga: la literatura como mundo, el yo como escritor, la vocación de desaparecer, y sus combinaciones: la literatura como yo escritor que desaparece, la vocación de desaparecer en la escritura como literatura, se genera el susomentado ‘vórtice’. El autor, nos dijo Cohen, es un punto de la trama que es la narración, un ‘grumo, pero un grumo vacío’, dijo. Si se busca al autor en el grumo, se haya nada. Okey. Más o menos te sigo, Cohen. Después dijo que lo que sostiene la narración, lo que particulariza (y da algo así como calidad) a ese vórtice es la trama. Y la pregunta que tenía para hacerle es si no es mejor pensar a la pauta que da un libro mejor como una serie de pautas, una serie cambiante de pautas. Pensar así al asunto, además de constituir una cierta explicación del relato, refleja la experiencia del lector (en los mejores casos, en algunos de los mejores casos). Y quizás convenga (iba a decir, mirando primero a Cohen, luego a Vila-Matas, luego alternativamente a Cohen y a Vila-Matas) pensar al último libro de VM (‘Dr Pasavento’) de esta manera, por contraposición a los primeros, en particular a algunos cuentos. Lo que mantiene a Pasavento parece ser más bien cierta lógica del sujeto de enunciación (Pasavento) al saltar de una a otra obsesión (de VM: la literatura como mundo, el yo como escritor, la vocación de desaparecer, y sus combinaciones); lo que sostiene a sus mejores cuentos (‘El paseo repentino’, verbigracia) es la trama (parece). Pero no le pude preguntar nada, porque no hubo preguntas. Tibios aplausos. Pasamos a Pauls. Excelente. Brillante. El mejor, aunque no la estrella de la noche. Instituyó una dicotomía –escritor del yo/escritor del mundo- solo para desbaratarla. Para mostrar como Vila-Matas, al partir de un yo que ni siquiera desdeña al mundo porque no se digna… corrijo: porque no lo toma en cuenta, genera algo que podríamos nombrar como el vórtice postulado por Cohen, imagen que Pauls no suscribió, y de esta forma termina hablando o siendo el mundo todo, o todo lo que del mundo puede ser el yo. Habló de la envidia. Habló de la admiración (parientes cercanos, almas gemelas). Habló de cuánto le gusta ‘El viajero más lento’ y su título (no parece para tanto. Mejor ‘Hijos sin hijos’, para el caso).
Después habló Vila-Matas y la sala se vino abajo.

Matías Pailos

02 mayo, 2006

El Siglo de Oro del Peronismo

El tipo era un imbécil. Un imbécil irredento, un imbécil redomado, un imbécil con todas las letras. Era iletrado, también. Gozaba de una pobreza rayana en la miseria y ejercía una vocación de trabajo inaudita. Dedicaba 18 horas por día a juntar cartón. Tenía, pobre de él, una mente febril. Hijo de peronistas, nieto de peronistas; padre y abuelo de peronistas. Con 44 años ya no esperaba nada. Tampoco desesperaba: solo trabajaba y pensaba. Y para él, como para los filósofos, las dos actividades eran una. Si no esperaba tampoco esperaba topar con una valija rebosante de billetes. Como trabajaba y pensaba, como sus deseos no molestaban más que lo que un mosquito su trabajo y pensamiento, no dilapidó la pequeña fortuna en putas y merca. Como todo él era trabajo y pensamiento invirtió la valija o los billetes o la pequeña fortuna en trabajar el pensamiento. Era peronista, les dije. En su círculo íntimo y en su barriada ser peronista equivalía a ser argentino: un dato más inescindible de uno en el que nadie repara más de medio minuto al año. No pasaba lo mismo en su entorno laboral. No nos referimos a sus compañeros: peronistas ellos mismos o ignorantes de algo así como la existencia de una esfera política. Para nada. Sus compradores, los propietarios o locatarios de las viviendas de cuyas fauces emergían cual vómito kafkiano la roña, ellos eran los que no, y más. Y más, porque no solo no eran, sino que eran anti. Antiperonista es otro de los nombres del gorila, o viceversa. Quizás el contraste, quizás la pertinencia en el ultraje (‘negro de mierda, peronacho del orto’, decíanle, en sorna, palmeándole la espalda). ¿Quién puede saberlo? La cosa es que el peronismo se transformó en una cosa. En una cosa en su mente, en toda su mente. El peronismo es bueno. Más peronismo, mejor. Todo peronismo es el paraíso. Eso concluyó. Y como tenía dinero, y como (sabía que) por plata baila el mono (y como era un hombre de bien que quería el bienestar general), decidió llevar a la práctica el peronismo total. La situación le parecía buena: K es peronista, K goza de popularidad. Todo el país le parecía peronista. Todo el país, menos la Facultad de Filosofía&Letras, parte del ámbito en el que otrora cartoneara. Conquistada la Facultad, realizado el sueño. Sabía, y vaya uno a saber cómo sabía (ni que hablar de preguntarse si sabía que sabía), que yo, Matías Pailos, ayudante de Lógica en Filosofía&Letras, era peronista. Yo le parecía un intelectual. Yo le parecía un intelectual entre intelectuales. Yo le parecía un peronista entre intelectuales. Yo, le parecía, le parecía el fusible necesario para propulsar la conquista del último foco de resistencia. ‘Perdón, profesor, necesito hablar con usted’. ¿Y este, quién es, qué quiere?, medio como que me pregunté. (Pero no tanto: ya estoy acostumbrado a los raros especimenes interruptores de clases.) No puedo. Véngase al final de la clase. ‘Un minuto. Sólo un minuto’. Insistí. Insistió. Insistí insistió insistí insistió. Bueno. ‘Un segundo’, dije. ‘Usted es peronista, ¿no?’. ¿Qué? ‘No sé’, dije. ‘Usted es peronista’, infligió, infirió, asentó en actas. ‘Usted tiene que tomar control de la Facultad’. ¿Ehhh…? ‘Usted tiene que tomar la Facultad. Es el único lugar gorila que falta ocupar’. Uyuyuy. Tengo que dar la clase, señalé, paso al final, concedió. Y pasó al final. Me explicó: ¿cómo es que no hay peronistas en la facultad? Yo, que creí ver atisbos de publicidad de anacrónicas agrupaciones filo-montoneras, traté de desviar su atención hacia ellas. ‘No no: usted es de Kirchner. Ellos hablan de Perón, de Evita, incluso del Che. Hoy Perón es Kirchner. Y como usted es Kirchner…’. Ahí se hizo un matete, del que no tenía intenciones de sacarlo. Insistí con los proto neo montoneros, mientras daba uno y dos pasos para atrás, pispeando una salida. ‘No no: usted es Kirchner, y Kirchner es el presidente, no puede ser que no gobierne la Facultad. Usted tiene que gobernar la Facultad’. ¿¿¿¿¿¿?????? Salí corriendo. De repente noté que me elevé por los aires y algo me tiraba para atrás. El imbécil me soltó y de un coscorrón me tiró sobre una silla. Vamos a hacer lo que le digo, me dijo. Soporté una hora de adoctrinamiento medio atontado, que se prolongó en toda la noche de adoctrinamiento (el imbécil estaba entongado con el sereno, que pasó, vio a un tipo robusto pero petiso tirado en un banco y a un imbécil llenando frenéticamente el pizarrón de anotaciones, levantó oligofrénicamente la mano para saludar al imbécil y siguió como si nada). Rayando la medianoche ocurrió el milagro. Empecé a ser persuadido. Empecé a entender que a la facultad le faltaba kirchnerismo. Empecé a entender que yo era el mesías kirchnerista que iba a redimir al gorilaje anti pop de mi facultad. Al instante se me pasó. Decidí seguirle la corriente sin embargo. Al menos para salir del paso. Pero fui inscripto a las elecciones. Para el Departamento mejor: hay que ser modesto, sugerí. No no, dijo el imbécil: hay que apuntar a grande. Me vi entonces enfrentado a lo peor. Me vi haciendo folletos, repartiéndolos en la cola de votación, me vi soportando caras de aburrimiento, de desconcierto, de apuro, de desprecio y de incomprensión, de desconfianza y condena. Me vi viéndome a mí mismo. Nada de eso fue necesario. El imbécil juntó las firmas para inscribirme como candidato, imprimió millones de volantes (que no sé ni quiero preguntarme cómo aparecieron decorando todas las paredes de la facultad –tapando toda otra pancarta de todo otro partido político), distribuyó electrónicamente publicidad y plataforma (más o menos bien redactada, así que pagó un redactor). Huí espantado. Consideré la posibilidad de mudarme de ciudad. Fui localizado y el imbécil, en compañía de 10 individuos más que sospechosos, tuvo una reunión conmigo. Le expuse mis reparos. Aceptó todo. Yo, claro, tuve que aceptar todo: volantes, publicidad, plataforma, y, ¡qué remedio!, candidatura. Mi rutina quedó reducida a ir, dar clases y escapar. El día de las elecciones llegó e, insólitamente, resulté electo. Claro: al lograr su objetivo comprendió que yo no podía ser rector porque no soy ni titular ni adjunto de una garompa, que estoy a mil kilómetros de distancia de eso y demás. Yo seguía yendo a dar clases y escapando a la primera oportunidad. Pero iba a las reuniones de Consejo, cooptado por mi real grupo de pertenencia, que estaba encantado de tener uno de los suyos ahí dentro. Yo también hubiera estado encantado si ese de los nuestros no hubiera sido yo. Un mes después vino el nombramiento: titular de la recientemente ungida cátedra de ‘Filosofía general’ de la carrera de Geografía. No sabía que me había postulado para el cargo, qué milagro. Consideré la posibilidad de mudarme de país. Me enteré que los requisitos para ser titular habían sido deflacionados por abrumadora mayoría. Tuvo otra reunión, en la que me enteré que el imbécil había comprado los votos renuentes. Me pregunté a cuánto ascendería su pequeña fortuna, pero no se lo pregunté a él. Me sorprendí al ver que las elecciones a decano habían sido adelantadas. No me sorprendí al saberme candidato ni al ganarlas. Comencé a ejercer mi cargo y no sabía en qué consistía ejercer. Yo solo estaba ahí, piola. Seguía mi rutina de recién egresado, ligeramente alterada. Luego ya más alterada. Luego mi rutina era otra. Ahora me codeaba con mis pares, los jefes de departamento, los profesores titulares, individuos de no menos de 50 años. Sabían más que yo, y lo notaba. Después dejé de notarlo. Después volvió el imbécil. ‘Comprendí’, me dijo. ‘Hay que ir por la UBA: el gorilaje se extiende a toda ella, no se agota en F&L’. Albricias, comprendió. ‘Vas a tener que postularte a decano’. Guát? ‘La votación sigue irresuelta. Voy a hacer que llamen a elecciones y vas a ser electo’. Me pareció un despropósito. Al resultar decano (el más joven de la historia) ya no me pareció lo mismo. El imbécil volvió, meses más tarde. Estaba acompañado, pero ya no por 10 patovicas. Ahora solo lo escoltaba una persona –aunque bien mirado era el imbécil quien parecía escoltar a la persona otra. Un ministro del gobierno nacional. Los recibí en pantuflas en mi apartamento de Puerto Madero. Les ofrecí un habano, que rechazaron, whisky, que rechazaron, porro, que rechazaron. Al rato aceptaron el habano. Al rato aceptaron el whisky. ‘Queremos que vayas como candidato’. Me imaginaba. Diputado, supongo. ‘Jefe de Gobierno’. ¿Lo qué? ‘No hay otro’. Consideré la posibilidad de cambiar de nombre e iniciar una nueva vida en otro país. Chile, quizás. Recordaba mis contactos con una secta chilena de escritores. Quizás podrían alojarme. Quizás podría retomar la vocación olvidada hacía ¿cuánto? ¿Diez años? Diez meses. Una eternidad. Okey, les dije: vamos por la ciudad. Así que vi mi cara embadurnando la ciudad. Me vi en los diarios, me vi en televisión, sorprendentemente me vi hablando en radio y comprendí cuán poderoso me había vuelto, ya que no todos ven voces, y yo podía. Ahora entendía qué tenía la política. Me acerqué al balcón y salté: caí en picada del piso 12 y ahí me estrellé. Sin un rasguño, volví a subir, corriendo, de 10 peldaños en 10, hasta mi cuarto. Volví a tirarme. Volaba. Planeé sobre mi edificio. Planeé sobre el río, sobre la ciudad. Ahora comprendía por qué todos se desesperaban por entrar a la política: los prepolíticos devienen superhéroes al tornarse pospolíticos. Era evidente, pero no lo vi. Pero no importaba porque ahora veía. Planeé sobre la quinta presidencial y comprendí cuál era mi destino. Yo era Kirchner, tenía razón el imbécil. Yo era el delfín. Cristina había optado por la provincia y K no iba tras un segundo mandato. Tenía que hacer adelantar las elecciones, ganar la Capital y postularme a la Nación, diez meses más tarde. Volví a mi departamento y gané las elecciones. Era Jefe de Gobierno. K pasaba los días recluido. El imbécil volvió: volvió solo. ‘Hay que ir por la Nación’, dijo, ‘K no es Perón. Yo me equivocaba. Vos sos Perón’. Claro: yo era Perón. Me miré al espejo y vi al mismo petiso morrudo de siempre. A mi costado vi al General que abría las manos ofreciéndome su abrazo, en el que me fundí. El General se postró de rodillas y me besó los pies. Comprendí que yo no era Perón sino que era El Peronismo, y que El General estaba pidiendo perdón por sus excesos. Yo, un intelectual, un socialdemócrata, todo un progresista, comprendí. Desde mis alturas, comprendí. Comprendí al General, comprendí a Argentina, y también la perdoné. El General, con lágrimas en los ojos, se evaporó. Dejó las lágrimas. Recogí algunas de ellas y las prendí fuego. Gané las elecciones –K, temeroso pero sabio, no se presentó. El imbécil volvió. Lo eché a patadas. Ya no lo necesitaba. Ni a él ni a ningún brujo porque ahora yo era El Brujo. Me pregunté cuán Brujo sería el reelecto Lula, el ya cansado Bush. Pensé en la Patria Grande de Bolívar y San Martín. Pensé en ser El Emperador que Latinoamérica estaba esperando. Volé a Brasilia y ahorqué a Lula. Volví a Argentina e invadí Brasil, fundí a Brasil y Argentina y nos derramamos a Uruguay, Paraguay, a Bolivia y Perú, luego a todo Latinoamérica. Pensé en el imbécil y supe que era un imbécil. Estados Unidos temía. Estados Unidos intentó seducirme. Pero ya era demasiado tarde.

Matías Pailos

Sr. Sánchez

Sr. Sánchez:

Querer escribir y no saber que. Con impostada inocencia dejarse arrastrar por el tobogán lúbrico de las palabras gastadas pulidas hasta hacerlas billar de carambolas ocasionales como el azar producto de la confianza que libera al sospechoso de su cárcel prisión de agujas invisibles: sí, las hebras de un telar que teje la trama de una novela abandonada antes de iniciarse. Pura dialéctica trunca puro tronco pelado de bosque extinto que no deja ver ni el blanco ojo del vacío que produjo. Baño de mierda para salir perfumado y perjurado de no delatar al más pintado, al que alardea en la esquina última del renglón superior. El hembro, el hombre, el pústulo postulante al oscuro panteón de la fama efímera de la gloria póstuma: el pis con pus que salpica la taza la balanza infiel el bárbaro comedido que se chupa el dedo, el atrás del desierto donde toman sol los evadidos: los adáneos, los felizmente expulsados del paraíso.