Como diría Borges, la historia de la literatura (tal como la Universal –y también, por qué no, de la infamia-) es pudorosa y sus hitos suelen pasar desapercibidos ante nuestras narices. Por ejemplo ¿Cuándo se convirtió César Aira en el principal escritor argentino vivo? “El día en que se murió Saer”, sopla por acá un malicioso. Sinceramente creo que fue mucho antes aunque el deceso del santafecino le permite a César reinar a sus anchas en esa extraña categoría (¿Quién la habrá acuñado? ¿Cuándo? ¿Por qué esta obsesión bios en una disciplina que justamente tiene como uno de sus máximos logros la gloria post morten?) del escritor must entre los que todavía comen, duermen y cagan. ¿Pero será tan cómodo ese reinado? ¿O acaso el poder absolutista que ostenta lo convierte en blanco fácil de las nuevas generaciones?
En el recomendable
Ensayos Bonsai Fabián Casas rescata un artículo del joven César publicado en el semanario
El Porteño en el que Aira se despacha contra Jotajota Saer, por entonces muy fogoneado por la publicación
Punto de vista, que también pudo haberse llamado
Punto de lobbista si atendemos a sus operaciones con el mencionado Saer o Piglia en los 80. En ese artículo Aira ejercita el “elogio borgiano”, (otro de los restos diurnos que el bardo ciego dejó en el campo literario nacional) en el que la mano amiga del ditirambo esconde a sus espaldas el taimado puñal del anatema. Decía Aira allí: “Saer tiene la particularidad de que cada novela que saca es mejor que la anterior” —pero poco después añadía— “El modelo de Saer es el ejercicio de taller literario, basado en una consigna lo bastante inteligente como para que dé una buena novela, y ejecutado con la mejor destreza posible”. ¿Qué le pasaba a Aira? Los mejores escritores suelen ser también los mejores lectores y César ya había comprendido con quien habría de disputarse la pelea de fondo por el cinturón de los pesos pesados en los años venideros e iba preparando el terreno para alzarse con la victoria.
Y hete aquí que el domingo último sale publicado en el suplemento cultural del diario
Perfil un texto del mismo Casas bajo el título “Una visita al pediatra” en el que el poeta y narrador traza una lectura de la última novela de César Aira:
Las aventuras de barbaverde y resulta que Casas replica, 25 años después, la misma operación. El artículo es un típico exponente de la prosa del autor de Los Lemmings: apropiación de coloquialismos (“¿Se zarpó Cesar Aira?” Se pregunta ni bien comienza), referencias futboleras (“un gol que escuchamos gritar en una cancha alejada”), un pacto de lectura cómplice con el lector (dificilísimo de ver en textos de esta índole, tan propensos al discurso pedagógico), la construcción de una cierta ingenuidad (“Pedro Mairal me dijo”, “Zelarayán me recomendó”) matizadas por alguna cita a un autor prestigioso (en este caso Schopenhauer) para conservar cierta autoridad. Con estas armas —las suyas— Casas se mide con Aira. De entrada, el autor de la nota arremete con una dicotomía que es tan afín a CA como la de civilización o barbarie a la Republica Argentina: ¿Genio o estúpido? Como siempre en las dicotomías lo importante no es tanto tomar posición por uno de los extremos sino ver lo que se juega en el llevar y traer de un lado al otro. A partir de allí, se suceden los cross de izquierda que trataré de resumir: 1)Por los temas que trata (Aira) a veces parece un juventón gombrowizciano con problemas mentales, 2) en Aira sólo importa la literatura, la vida está hecha a un margen, 3) las primeras novelas de Aira (
Ema la cautiva,
Los Fantasmas,
La luz argentina,
La prueba y
El bautismo) son extraordinarias y muy superiores a todo lo que vendría después, 4) Aira preparó el terreno crítico en el que le gustaría ser leído, 5) de las novelas de Aira a veces sólo queda una frase o una imagen y lo más valioso de Aira son algunos momentos en los que reluce su prosa poética.
En el primer punto me parece que el artista marcial Casas aprovecha un lance del rival para utilizarlo en su contra, porque en una célebre entrevista Aira declaró que “Un escritor que me fascina como modelo es Gombrowicz. Pero entre las ilusiones que caen hay algunas que merecen caer y una de ellas es la de querer escribir como éste o aquel. Siempre sale uno”. Pues bien, acá Casas le señala esta influencia para decirle “te sale un Gombrowicz, pero medio mogólico”. En cuanto al segundo punto yo no estaría tan seguro de que Aira reniegue de la vida puesto que a lo largo de su obra ha echado mano de su biografía y de la más actual agenda política y social (de ahí que Casas no debería sorprenderse si la realidad, con humo, cenizas y series ilimitadas de Fernández en el poder, como el mismo comenta, se “airifica”). Me parece que Aira no le da la espalda a la vida sino que la somete al extrañamiento propio del arte, la vida pasada por Aira se convierte en literatura, pero no estoy tan seguro de que a partir de eso se pueda plantear una dicotomía vida-literatura en la obra de César. Sobre el tercer punto poco cabría agregar, lleva a la conclusión de que Aira echó el resto en sus primeros años y que poco ha agregado a esas “cimas” la obra que le sobrevino. Tal vez cabe acotar que esta forma de leer a Aira desobedece explícitamente el propósito explicitado en el punto 4: Aira ha abonado el terreno de la crítica para cosechar las lecturas que más lo favorecen y justamente dentro de este programa Aireano se desaconseja leerlo según las categorías canónicas de “lo mejor y lo peor” y, a partir de allí, imponerle una jerarquía a su obra equivale a violentarla según sus propios parámetros. En ese tramo del artículo Casas también aprovecha para pasarle factura a Osvaldo Lamborghini, contra el que suele tirarse cada vez que puede, en pos de subir las cotizaciones de su hermano, Leónidas (aunque suene increíble, podríamos estar a las puertas de una escisión en la literatura argentina en la que las tradiciones en disputa asuman como padres fundadores la obra de dos hermanos, sería la primera vez que una familia funda dos corrientes literarias opuestas). En el último punto, las novelas de Aira se tornan “olvidables” lo que se aproxima peligrosamente a “pasatistas” y poco queda de la apuesta aireana por la imaginación y la pulsión narrativa por contar una historia (en una literatura como la argentina que muchas veces se aproxima peligrosamente al autismo y la autocontemplación). Acá también, y de paso cambiasso, Casas le pasa factura a la congregación de escritores aireanos; y se sabe: una de las señales inequívocas del peso que adquiere un escritor en una literatura es el surgimiento de autores que escriben como él.
En suma, de la visión de Casas se desprende que Aira en sus buenos momentos es un Gombrowicz con tara mental, que se trata de un escritor abocado al “arte por el arte” que reniega de la vida, que de su obra lo mejor son sus primeras novelas y que el resto es en su mayor parte olvidable salvo por algunos momentos en los que fulgura su prosa poética.
Esto no sorprende a los que ya leímos
Ensayos Bonsái, que en su primer artículo “Tarde en la noche, viendo a Cortázar” proclama: “Che, Aira nos cagó, la literatura argentina cayó en la trampa de Aira, ¡es un agente de la CIA! Los escritores serios son mirados de soslayo: ¡reina el viva la pepa! Aira le hizo mucho mal a la literatura. La partió en dos, antes y después de él. De Operación Masacre a Operación Ja já.”
Dice Casas: “Como todos los grandes escritores, Aira preparó el terreno crítico en el que le gustaría ser leído”. Esto no tiene nada de malo y Casas lo sabe porque él mismo lo practica en este artículo, de sus conclusiones se desprende que cuando nos cansemos de Aira clamaremos por una obra menos jugada a la imaginación y más apegada a la vida (“Yo carezco de imaginación, por eso escribo sobre mi vida y lo que me pasa”, dijo Casas en un reportaje), con una prosa afín a las epifanías poéticas (Casas es poeta) y, dado que sus mejores obras datan de casi 30 años atrás, ese día no está muy lejano y cuando ese día llegué ahí estará Fabián primero en la fila.
Me parece buenísimo que en la siesta provinciana de los suplementos culturales alguien salga con los tapones de punta a agitar las mansas aguas del campo literario. Para saber si se cumplirá el vaticinio y esté habrá sido un mohín de la pudorosa historia de la literatura habrá que dejar pasar el tiempo y ver si Casas sostiene, con el cuero de la obra, todo lo que promete con el pico de la pluma.
Ariel Idez
Etiquetas: César Aira, Fabián Casas, Literatura, Micronsayos