El Mate Tuerto

"Se fingirá el saber que no se tiene."

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Nombre: El Mate Tuerto
Ubicación: Argentina

31 agosto, 2010

Taller de Crónica en la Facultad de Ciencias Sociales

La crónica periodística: Estilo, hibridez y literatura

De José Martí a Martín Caparrós, de Juan José de Soyza Reilly a Cristian Alarcón, de Elena Poniatowska a María Moreno, un recorrido teórico-práctico con los mejores cronistas latinoamericanos.

Duración: 10 clases de 2hs.

Docentes:

Lic. Vanina Escales (Investigadora, autora de Lou Andreas-Salomé. La seducción de la inteligencia, ed. Capital Intelectual y prologuista de Crónicas del Centenario de J.J. de Soyza Reilly)

Lic. Nicolás Recoaro (Docente y Periodista, colaborador habitual de Radar, Radar Libros, Miradas al Sur y revista Pie Izquierdo, entre otras publicaciones)

Lic. Ariel Idez (Escritor y Periodista, colaborador de Radar, Radar Libros y suplemento cultural de Perfil)

Día y Horario: Martes 11 a 13hs.

Comienzo: 07-Sep.

Inscripción: Marcelo T. de Alvear 2230 5to Piso. Oficina 515
Te: 4508-3800 int. 123 de 09 a 19.
Mail: graduados@sociales.uba.ar

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25 agosto, 2010

El Conductor

Uno intenta ser bueno y paciente, uno trata de ponerse en el lugar del otro, pero con estos negros de mierda no hay caso: hay que matarlos a todos… Noooo, si es como yo te digo: no aprenden más. Es que son negros, ¿entendés? Ojo: yo no discrimino. Me estoy refiriendo a que, ¿cómo te explico…? Son negros ‘de alma’. Sabés lo que te digo, no. Negros-de alma. Si sos negro -‘de alma’-, no cambiás más. No te podés descuidar, con ellos. El otro día se subió uno, así, zapatillas, jogging, así, morochito, capucha, gorrita. Y me dice: a tal y tal. Bué. Arranco. A las cinco cuadras me dice: ¿tenés cambio de 100…? ¿Tendés? Ahí nomás lo bajo. El negro me empieza a gritar, viste. “Eh, qué te pasa, la conchae tumadre, gil de mierda”. Bué. Se pone violento, viste. Pero a mí no me vas a correr. Menos si sos negro. Abrí la puerta, lo agarré de la capucha y lo revoleé a la calle. Ahí el negro se pone como loco. Saca un arma, me apunta, que dame todo, guacho, que sos boleta, gil. Pero yo ya estaba adentro y había puesto primera. Me le quedé mirando fijo, sin decir nada. A estos negros hay que demostrarles autoridad, que uno no les tiene miedo. A los dos segundos, los tenés comiendo de la mano.

¿Vos te creés que hizo algo? ¡Psst…! Que hiii-jo de puta… ¡Cómo vas a doblar así…! Mina, tenía que ser. Mirá: yo no discrimino, pero ahora con esta boludez del feminismo, parecería que pueden hacer cualquier cosa. Y no es así. No es así, viste… es como yo digo: la mujer, en la cocina y en… no, pará… cómo era… ¿cómo era…? La mujer con la cocina y la cama, y si se puede fifar en la cocina… ¿cómo era…? Bué. Se entiende. Las minas solo sirven para fifar y para cocinar… sí, bué: y para lavar. Y para cuidar a los pendejos… claro, claro. Pero no para manejar, hermano. Bué. Que el otro día estoy ahí, lo más bien, fumándome un pucho, por Cramer… no sé si Cramer o Monroe, mirá, si te digo te miento… bué. Estoy ahí, lo más bien, relojeando a las pendejas (ahora que vino la primavera están todas en pelotas, meneándose todo el tiempo, dale que te dale, pidiendo pija a lo loco), y de repente: ¡paf! Golpe de atrás. Imaginate: yo, a las reputeadas. Freno, agarro el bate y bajo. Recaliente. Decime mu, hijo de puta, y te parto el vidrio en ocho. Llego hasta el auto –un BM blanco de esos nuevos, importados de Alemania, o Japón, o no sé dónde- y levanto la cabeza. De adentro sale un hembrón… no te puedo explicar, mirá. Rubia, hermosa, tetas así, ves, así, loco. Infernal. Una cosa nunca vista. La cazé de refilón, pero me hice el boludo. ‘Ay, disculpame, no sé qué estaba mirando, disculpame’, dice la mina. Mirá cómo me dejaste la máquina, le digo (haciéndome el recio, viste. Eso las pone como locas). ‘Ay, no sé, pará que te paso los datos, no te preocupes, yo me hago cargo de todo, de todo, de todo’, dice. ‘Esto va a salir una fortuna’, le digo. Una fortuna, pregunta. Sí. Y ahí nomás le tiro una cifra demente. Y la mina pica. Junta las patas, se muerde los labios, se aprieta las tetas. ‘¿No lo podemos arreglar de alguna otra forma?’. ‘Yyyy… no sé’, le digo. ‘A vos qué se te ocurre’. La mina no dice nada. ‘Vení, vamo al auto así estamos más tranquilos’… ¿Vos te creés que le tuve que decir algo más? La hice pasar al asiento de atrás. Apenas me siento, me pone una mano en la pierna y me clava la vista. ‘No tengo tanta plata, ¿sabés? ¿No hay otra cosa que pueda hacer para compensarte’. Ahí directamente pone la mano en el bulto y empieza a refregar. ‘Cualquier cosa’, dice. ‘Hago todo lo que me pidas’. Cuestión que al rato me estaba chupando la pija con esos labios de puta con botox que Dios y el cirujano le dieron. Tragatela toda, puta, le digo. Y sabés qué: tragó. Todo, ¿eh? Hasta la última gota. Al final pasaba la lengüita buscando más. ‘¿Está bien?’, pregunta. ‘¿Qué más puedo hacer por vos?’. Yo estaba al palo de nuevo. Como la tengo enorme e insaciable, las minas se vuelven locas. ‘No sé si vos sola vas a poder con esto. ¿No tenés una amiguita para que te ayude?’. La muy puta abre la boquita como para que entren veinte pijas juntas. Se agacha para chupármela de nuevo. Le da unos lengüetazos y al toque mira para arriba y dice ‘pará que hago un llamado’. Al toque pasamos a buscar a una negra –pero negra negra, ¿entendés? Una colombiana con un ojete del tamaño de la Bombonera- que le encaja un chupón a la rubia y otro a mí. Quince minutos más tarde me estoy enfiestando a la rubia y a la negra en el telo de la vuelta. No sabés. Noooo… no te imaginás. Cosas que te pasa por ser tachero, viste. Ah: en una de esas le estoy dando bomba en cuatro a la rubia mientras ella se la chupa a la otra, y podés creer que suena un celular. Atiende. “Hola, mi cielo… sí, mi vida… por supuesto, papito…” –todo mientras le mete el dedo a la negra y yo me la rrremmm-pómo por detrás. No sabés. Se me puso veinte veces más dura. Le entré con ganas. A lo loco. Tanto que se escuchaba el plaf-plaf de los güevos contra las cachas. Apenas colgó pegó un grito que se escuchó en todo el telo. No te miento si te digo que ninguna mina antes acabó así. Posta… al día siguiente me llamó de nuevo. Me la recogí a ella y todas sus amigas. En una terminamos quince personas en un loft de la costanera: catorce minas y yo. Un espectáculo… no, al final la corté. Me quemaba la cabeza. Todo el tiempo llamándome, pidiendome pija a lo loco. Yo lo entiendo: una vez que prueban de esta, no quieren otra. Pero yo no tengo tiempo, viste… yo no soy como esos yipis del microcentro que… sí, yupis. ¿Yo qué dije…? Eso. Mirá, te cuento una…

… se sube un punto, un gil. Un yipi de esos. Traje, maletín, todo. El ñato me pregunta si me gustan las minas… Sí, claro, le digo. ¿Y cómo te gustan?, me dice… ¿Te gustan tetonas, por ejemplo…? Yo ahí, agarro y digo: este es puto. Este se la come doblada. Digo: este me quiere bajar la caña. Sí, digo. Me gustan tetonas. Pero minas, ¿eh…? El tipo se me queda mirando. No travas, le digo. Los travas están bien para que te chupen la pija, pero nada más. Escuchame: lo que yo digo es que si todos los días te bajás uno, entonces te sentás en el muñeco… pero esto al margen. El tipo dice que sí al toque. Dice: tengo la mina para vos. Para vos, para mí y para ese gil que pasa por la calle. Tengo todas las minas. Tengo el whisky. Tengo el telo de la vuelta. Hasta tengo la frula, si te va. Solo me falta la habilitación, me dice. Y el vuelto para el comisario. En resumen: me ofrecía el 20% del negocio. Solo tenía que darle cinco lucas ahí nomás, como para arrancar, como para que pudiera ir marchando la cosa, y la iba a levantar en pala… yo no me cuezo al primer hervor. ¿Entendés lo que te digo? A mí no me vas a hacer el cuento del tío así como así. A piola, piola y medio… yyyyyy, no sé, le digo. Justo estaba guardando para… para… ¿para qué?, me pregunta… nada, nada, le digo… doblo por acá, ¿te parece? Así es más rápido. Si no hay que seguir derecho hasta la autopista, pagar peaje… no, vos tranqui. 15 años. 15 años de tachero, llevo. Sé lo que te digo, ¿tendés? Bué. La cosa es que tengo un cuñado que labura en el Museo, en la parte administrativa, y… bué: te resumo. Le digo que este cuñado labura con mi hermana, que es pintora, viste. La mina –mi hermana- hace reproducciones de cuadros… cuadros que están en el Museo… ¿me seguís…? la cosa es sacar los originales, poner los cuadros de mi hermana… no, es todo un proceso. Mi hermana labura con dos amigas, una química y una experta en no sé qué pindonga, que le hacen no sé qué al cuadro de mi hermana y entonces parece como si fuera el otro, el posta, ¿tendés? No: que un experto medio pelo no puede distinguir entre uno y otro. A menos que se metan a hacer estudios que duran años, viste… no, boludo: puro verso. Yo hermana no tengo. Por eso con la tuya me… ah, vos tampoco. Claro, je: sos un piola. Ta bien. Bué: que ya está casi todo listo. Está hecho el contacto –un gallego que está parando en el Hyatt- y ya hay fecha para la transa. El problema es el siguiente: el gaita viene con tres de los mejores especialistas del mundo. Pero ese tampoco es un gran mambo: ya están apalabrados dos. El quilombo es el tercero. Ese pidió, le digo al ñato, equis cantidad de guita… más o menos tres veces más de lo que tengo. Yo pongo una parte, le digo, pero necesito a alguien que ponga el resto… ¿cómo “de una película”? Ninguna película. ¡Ninguna película, loco! ¡Te lo digo yo! ¿Qué? ¿Me estás diciendo mentiroso…? Yo te cuento la posta, hermano. Te digo las cosas tal cuál son. ¿Podés creer que el gil entra? Yo tampoco lo podía creer. Pero viste como son las cosas, no? Uno creería que esto solo pasa en las películas. Y en las malas, ojo. Pero no. Un pendejo como ese está expuesto. Es un nene, no sabe nada. Solo ve tetas de las que chupar guita. Pero la cosa no es así… sí, claro. ¿Te creés que nací ayer? Yo tenía una estructura montada –tenía un amigo que laburaba en el Hyatt, que hacía toda la parte operativa de la transa, y se ponía en contacto con las minas –unas pendejas de Bellas Artes con las que nos enfiestábamos cada tanto- para armar el circo… diez pavos le sacamos al boludo. Porque es así. Es así como te digo: son todos boludos. Y los más boludos son los que les gusta mal la guita. A los que le gusta mal, pero mal, eh. Mirá, escuchá esta…

Alem y Viamonte. Sube uno de estos giles. Pendejo. Veintialgo, ponele. Traje, maletín, todo… peinado con gomina, también. Al toque me pregunta que si no me quería ganar unos mangos. Lo miro. A estos los tengo junados, yo. Me dice: media luca por llevar esto a tal lado. Ahí te dan el resto. Le dije que sí. Se baja en la esquina. No habíamos hecho ni dos cuadras. Pero yo ya lo tenía. Esta me la intentaron hacer mil veces. Se creen que yo nací ayer. Apenas lo dejo al yipi, abro el paquete. Un ladrillo. Tendés, ¿no? Merca, pibe. Así que arranco y me voy al carajo. Le vendo la mitad a unos pibes del barrio, y con la otra llamo a la rubia y a la hermana... te acordás, ¿no? Te conté. La rubia que me chocó de atrás y la hermana con la que me enfiesté esa-misma-noche, je… ¿cómo que negra…? Bueno, sí… digo… sí, era negra, la hermana… sí, bueno: media hermana. No sé qué quilombo del padre por Brasil, viste… sí, Brasil, Colombia, qué se yo… uno de esos países llenos de negros… sí, era la hermana pero también era la mejor amiga, viste. Cosas de minas. Imaginate, no voy a andar cuestionándome, a esa altura. Bué. La cosa es que llamo a la rubia y a la negra –la hermana. Joya. De yapa, traen a una amiguita colorada. La grande vida, pibe. Una rubia, una línea. Una negra, una línea. Una colorada (me vuelven loco, las coloradas. Son mi perdición), una línea. Bué. Que estuve así, no sé… cuatro días, habrán sido. O una semana, qué se yo. La cosa es que cuando salgo del telo me están esperando. Lo que ellos no saben es que yo estaba esperándolos… no, que estaba esperando que me estuvieran… ¿tendés? Así que apenas los veo arranco. Tenía a las tres minas atrás. Al toque empezaron a romper las pelotas. Que parara, que se querían bajar, que no sé qué carajo. Así que tuve que pelar el fierro, viste. Se quedaron piolas. Calladitas y hacen lo que les digo. Para que entendieran le di con el canto en la jeta de la colorada. (¡Cómo me calentaba la colorada! Se me puso tiesa de solo pegarle, y eso que tenía a esos giles siguiéndome…) Doblé en una esquina y me bajé. Las minas salieron corriendo. Seguían siendo un espectáculo, corriendo medio en pelotas, con tacos, por una calle empedrada. Apenas los escucho llegar me planto rodilla en tierra y apunto. No los dejo frenar que los estoy recagando a tiros. El auto viborea y va a parar contra un semáforo. Me acerco para ver qué onda. El único que no estaba frito era el yipi. Lo saco –recagado en la patas, el pendejo- le meto dos piñas y lo acuesto en el tacho. Cuando vuelve en sí, está atado a una silla, en medio de un ambiente enorme, en una casa desierta, en medio del campo. Hola, mi cielo, le digo. Ahí pelo la navaja. Cantá, pibe, le digo. De fondo suena ABBA. ¿Conocés? Alta música, pibe. Me vuelve loco, ABBA. Me pongo a bailar, a agitarle la navaja por la cara. Lo empiezo a cortar. Le rebano una oreja. Ahí suelta todo. La merca, la guita, todo. Le rebano la otra oreja y salgo… ¿cómo que otra película? Son cosas que me pasaron, pibe. ¿Te creés que tengo tiempo para estar viendo películas? Eso no es nada, además…

La cosa es que estoy en casa con la merca y la guita que saqué del departamento del pendejo. Una vez al mes, armo la misma movida que antes: vendo parte de la merluza, y con otra me encierro en el telo con la rubia y sus hermanas… sí, la colorada también era hermana. Eran mellizas. Sí, mellizas. Trillizas. Trillizas, digo. Pero de distinto padre. La vieja era flor de puta, viste. Se dejaba empomar por su marido –un empresario que vendía inodoros –importados, ojo-, su chofer negro y el mejor amigo del marido, que era el hijo del embajador de Suecia… o uno de esos países con colorados… sí, tremenda perra… sí, no sabés… apenas dio a luz, el dorima, con la vena que le estallaba, le armó una causa y la metió adentro… tenía contactos con el ejército, el tipo. Al negro se lo chuparon. El colorado la zafó, pero… bué. Otro día te cuento. La cosa es que me encierro con las tres hermanitas en el telo. No sabés. Había ido antes y tirado la merca por toda la cama. Apenas entraron, se volvieron locas, las minas. Locas, eh. No sabía qué hacer. Un saque, una mamada, una tijereta. Otro saque, una empomada por el culo, otra tijereta. Y otro saque. Y así, dale que te dale. Habremos estado… no sé, boludo… treinta horas, ponele… no sé… encima, la negra había llevado esa cosa de perfume… ¡Lanza! Sí, eso. Y en un momento dado agarró y roció todo con eso. Imaginate. Todos reduros, y encima con eso encima. Bueno: que las minas se quedan congeladas. ¡Duras, loco! ¡Pero no de merca, tendés! Yo me pongo loco. Voy hasta la colorada, la zopapeo con la pija, y nada. Voy con la rubia: nada. Voy con la negra: lo mismo. Chau. Chau, dije. Esta cosa de negros y la reputa que la parió, viste. Entonces me dicen: “no es la droga; somos nosotros”. No-sabés-el cagazo-que me agarró. Me doy vuelta y tengo treinta enanitos verdes con caras de viejo mirándome. Sentí que se me iban a escapar los ojos, loco. Uno de los enanos chasquea la lengua… ¡y las minas desaparecen! ¡Desaparecen, tendés! Y entonces siento que me hablan, pero como que nadie mueve un músculo… como si me hablaran directamente a la cabeza, tendés. “Vamos”, dicen. Y entonces me despierto. Uff. Un flash, dije. Un mal viaje. “Está bien”, me dicen. ¡Estoy atado! ¡Estoy en una nave de mierda, volando por el espacio…! ¡Te juro, loco! ¡Ninguna película, te lo cuento tal cuál…! ¿En la próxima…? No, pará… pará que ya termino de… sí, dos minutos más y ya te… ¿cómo? ¿cambio de 100…?

Matías Pailos

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16 agosto, 2010

Nobleza Gaucha

Llené con yerba
las tres cuartas
partes
del mate.

Tapé la boca
del mate
con la mano
volquelo y agitelo
sua-ve-men-te
volvílo, cuidando
que la yerba quedara
inclinada hacia un costado.

Vertí el agua
tibia en el costado
más vacío del mate
y allí coloqué
la bombilla.

Vertí el agua
siempre por el mismo
lugar y mantuve
la bombilla
en esa posición
hasta que
la yerba se lavó.

Cuando esto ocurrió,
coloqué la mbombilla
en el lado
opuesto
donde la yerba
estaba nueva.

El agua nunca debe hervir.

Ariel Idez

13 agosto, 2010

Shrimp Flavor

Hierva dos tazas
de agua en
una olla
añada
los fideos y
cocine
por tres minutos,
mezclando
ocasionalmente.

Apague
el fuego,
añada
el contenido del
sazonador,
mezcle
bien.

Sirva
inmediatamente
para mejores
resultados. Se
obtienen dos
Porciones de
doscientos veinticinco
gramos.

Ariel Idez

04 agosto, 2010

Cuando calienta el sol

Vayamos rápido: Bajo este sol tremendo es la mejor novela argentina que he leído en años, la mejor novela argentina que he leído pongamos, desde Rabia (bah, igual tampoco es que yo lea tantas novelas argentinas). Pero digamos que, desde la primera hasta la última línea sucede con Carlos Busqued esa rara felicidad que depara la literatura: la de descubrir una voz absolutamente nueva, un autor formidable que era un completo desconocido y que, ciento ochenta páginas después se nos hará imprescindible.

Digamos quién: un tipo que mira con ojos achinados como si tuviera sol de frente o altas dosis de thc en sangre y viste una remera de Motörhead, con lo que, creo, se convierte en el primer autor argentino que enfrenta una solapa de libro con una remera de heavy metal (Matías, que seguramente lo habría hecho con una de Dylan o Hendrix, ya llegó tarde). Una escueta solapa que nos informa que nació en un pueblito de morondanga en Chaco hace cuarenta años y que vive en Buenos Aires, lo cual es mentira, porque habita los suburbios de Córdoba Capital, un par de desconocidos (¿inexistentes?) programas de radio en los que obró de productor y nada más que eso o la fama de genio para unos pocos avisados que lo conocían del circuito de literatura under cordobés (si tal cosa es posible) y que debían correr la voz a cualquiera que se cruzaran “che, hay un tipo allá en Córdoba que no sabés cómo escribe”. Y aunque la foto no lo diga del todo en la cara de Busqued hay un dejo de sonrisa de aquel que no ha tenido que agacharse para pasar por la puerta, porque Busqued ganó en su ley, le pegó de afuera del área y la clavó en el ángulo. Y sucede que casos como este hay tan pocos como los extraños especimenes que aparecen en los documentales que miran embobados los protagonistas de su novela. De hecho, desde Puig yo no recuerdo ningún otro autor argentino que con el mero impulso de su obra haya logrado romper todas las barreras para que su primera novela sea publicada por una editorial extranjera de primer nivel (en verdad a Puig lo publicó Jorge Álvarez, pero casi lo edita Seix Barral).

Es cierto que Busqued se tomó su tiempo y armó su texto con la misma paciencia que aplica para ensamblar los aviones a escala que colecciona en su biblioteca y una vez que tuvo lista su novela la envió al premio Herralde. Herralde (el hombre, no el premio) leyó Bajo este sol y con el olfato infalible del editor estrella, hizo las veces de hada madrina y decidió publicarlo de una en su sello que a la postre se llama Anagrama y que no por casualidad es el más prestigioso de la lengua castellana. “Me contacté con la jefa de prensa de Anagrama en la Argentina y ella hizo varios llamados: nadie conocía al autor. Eso fue lo que me terminó de convencer de que tenía que publicar esta novela”, contó Jorge H. al rememorar el asunto, como si el editor catalán quisiera compensar esos insoportables españolismos y por una vez nos entregara una traducción bien hecha al idioma de los argentinos de los grandes narradores americanos de su sello: Carver, Shepard, Bukowski y compañía.

¿Será Herralde un tipo empeñado en demostrar que los milagros acontecen más de una vez y que, no conforme con haber sacado de la galera del anonimato a Roberto Bolaño ahora se sienta capaz de repetir la hazaña? Y claro, algo de Bolaño hay en Busqued: en el relato de los sueños de los personajes que permite echar un vistazo a través del fogonazo del flash al fondo del iceberg. O el interés por la pornografía como signo de los tiempos o exploración de los límites de la humanidad y la pasión por el desierto y el camino (aunque Bajo este sol sea una novela bastante estática que apenas culmina con esa promesa: ¿Continuará…?).

Digamos qué: una novela, artefacto literario propio del modo de producción capitalista y la ideología burguesa que alcanza su cima en el siglo XIX y como el celacanto, pez precámbrico, es un espécimen extinto que por milagro aún pervive. Una novela que se llama Bajo este sol tremendo y que consta de 41 brevísimos capítulos que se leen a la velocidad crucero de la mejor literatura y a la que no le sobra ni una palabra. Está todo lo que tiene que estar y no hay nada (de) más. Al leer uno se expone al sueño hecho realidad del escritor: ¿cómo se hace para escribir una novela tan poco literaria? Como en El extranjero, en Bajo este sol, la acción comienza con la muerte de la madre y un personaje que toma la noticia con apenas un poco más de interés que el que está poniendo en el documental sobre la pesca de calamares Humboldt en Discovery Channel antes de recibir el llamado. De ahí en más se sucede un infierno inmóvil en el que pasa de todo porque casi no pasa nada. Busqued logra mostrar, con una novela, lo que todo el –puaj– nuevo cine argentino se empeñó en vano en hacernos ver: el tedio de lo cotidiano es el reverso de la tragedia de la existencia porque sí, porque no queda otra más que un suicidio que hasta da pereza acometer.

Bajo este sol es una de las novelas más violentas de la literatura argentina sin cobrarse una sola víctima. Las víctimas están antes, están después, están debajo, con el grito congelado entre el hielo del iceberg, sólo se lastimaron animales para la escritura de esta novela (cuando el libro descansaba sobre mi escritorio esperando paciente audiencia entre mis múltiples ocupaciones, lo abrí y leí la escena del cebú que se escapa del matadero [capítulo 26] y supe que estaba ante algo IMPORTANTE y ahí nomás suspendí todos mis compromisos y me puse a leer) pero la violencia se respira, es una violencia sorda que se comprime a mil atmósferas como en los abismos donde habita el Architeutis Dux, el Kraken, el calamar gigante, animal poético por antonomasia en palabras de Busqued:

— El calamar, bueno, yo también lo pensé como una serie de metáforas. Para no hablar de la cosa en sí, pensé en enfrentar metáforas. La idea de lo que está vivo mientras está oculto. Porque el Kraken es eso: se va a levantar una sola vez para ser visto y cuando llegue a la superficie se va a morir. Y hay una gran poesía en ese animal: una cosa conmovedora –hay ataques modernos a barcos– hay una teoría que dice que como tiene carne con amoníaco por esta cuestión de resistir las presiones a profundidades tan altas, cuando por alguna térmica el bicho sube, no puede volver. Entonces la idea de agarrarse es para volver al abismo, lastrarse para volver a bajar. Me parece muy poética la idea del animal desesperado para volver al abismo, que es lo que conoce. El agua helada, la oscuridad, el silencio. Es un animal que crece de un centímetro hasta los 20 metros en seis años. No tiene grasa: lo que implica que ni considera el futuro. Me parece impresionante.

Digamos cómo: cuatro años se tomó Busqued para escribir ésta, su primera novela. Y se nota que gran parte de ese tiempo se lo pasó pensando inmóvil como el ajolote en la pecera. Bajo este sol… es una novela muy depurada, con lo mejor del minimalismo: hacer fácil lo difícil, el tiki-tiki del lenguaje, oraciones cortas y remate fuerte para definir ante el arquero. Un minimalismo, aclaremos, del que no está exento el humor (negro, denso) y un oído virtuoso para la oralidad. Hasta ahora, sólo la poesía de los noventa había podido hacerle tanta justicia al habla actual de los argentinos:

—¿Y este quien es, gordo puto, uno que te rompe el ocote, gordo homosexual?
Duarte se acercó a la vieja y le soltó un tremendo puñetazo que le dobló la cara. La señora asimiló el golpe y, más que nada, el cambio de situación. Miró primero a Danielito y después, con una expresión más temerosa, a Duarte. Duarte le pegó otra vez.
—Soy el que te va a romper el culo a vos, si no te ponés un poco las pilas.

La novela tiene tres personajes: Duarte, uno de los personajes más encantandoramente siniestros de la literatura argentina, una especie de versión criolla del Juez Holden de Cormac McArthy y Certarti y Danielito, que son casi como un solo personaje desdoblado, héroes de nuestro tiempo que aspiran, como el hombre de Oblomov o Bartleby a no hacer nada en absoluto y se ayudan en la empresa con la ingesta desmedida de porro y documentales de cable, dos drogas de lo más efectivas para el masaje del cerebelo. Los documentales aportan erudición en saberes completamente inútiles y desconectados entre sí, pero a través de los cuales los personajes pueden emprender el simulacro de una comunicación, como fragmentos de una comunidad rota que ya no puede volverse a encastrar. Esa circulación de piezas de discurso me recuerda mucho a Vivir Afuera, clásico Fogwilleano de los noventa.

Para terminar digamos que Busqued arrancó con todo: cross a la mandíbula y KO en el primer round, el título y la bolsa. En esta novela puso toda su experiencia y sus saberes en juego y los dosificó a la perfección. Ahora su único problema es tratar de seguir escribiendo después de haberse puesto un piso tan alto, pero aunque no pueda entregarnos más que las viñetas de su blog, igual estaremos agradecidos. Tal vez así debiera ser la auténtica literatura: una novela, un cuento, una frase magistral, soberbia, única, por escritor, y nada más, el compendio de una vida y todo lo que un hombre tiene para decir sobre ella en ciento y pico de páginas y todo el resto es vanidad y apacentarse de viento.

Ariel Idez

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