El 24 de Marzo pasado se cumplían 30 años del golpe militar que instauró el régimen más atroz que vivió nuestro país. El Congreso, bajo una acelerada gestión del gobierno, votó una ley para sancionar la fecha como feriado nacional inamovible, por lo que la Terminal de Retiro se llenó de turistas sonrientes dispuestos a dorarse en las mismas playas de la costa atlántica donde 30 años atrás comenzaron a aparecer los cuerpos que eran arrojados desde los aviones. En mi caso decidí acudir al acto que se celebraba en Plaza de Mayo para repudiar a la dictadura, junto a otros compañeros matetuertistas.
El día se presentaba como una puesta en escena del Apocalipsis: cielo gris plomizo, y un viento fuerte que se colaba por las estrechas calles del centro y levantaba la basura de las veredas. Camino a la Plaza pudimos ver innumerables cantidad de pancartas y banderas que identificaban las columnas de grupos piqueteros, entidades de derechos humanos, partidos políticos, gremios y centros de estudiantes de diversas facultades.
Nuestra primera impresión al llegar a Plaza de Mayo fue el persistente olor de los choripanes, la segunda fue la decepción de ver la plaza divida a la mitad por un cerco de vallas metálicas, por lo que el acto sólo contaba con la mitad de su capacidad para albergar a las miles de personas que venían marchando con sus columnas o se acercaban en forma espontánea, como nosotros. El escenario directamente ocultaba la visión de la lejana casa rosada donde 30 años atrás partiera el helicóptero que llevara a Isabel Perón al exilio y al país al peor de los abismos. Tirados en el pasto sucio nos dedicamos a esperar que el acto diera comienzo. Mientras, escuchábamos las consignas que se desgranaban desde el escenario. Los oradores, por llamarlos de alguna manera, gritaban a voz en cuello, como si sufrieran un repentino y generalizado ataque de histeria aguda. No quisiera decir como si fueran el coro estable del manicomio, porque tuve el agrado de escucharlos y entonaban mucho mejor que esta gente. Las consignas, a su vez, empezaban bien: pedían cárcel común a los genocidas, restitución de los 500 jóvenes apropiados durante la dictadura, pero cuando la voz estridente anunciaba no al pago de la deuda externa, uno ya empezaba a sospechar, y cuando a punto de desgañitarse exigían libertad a los presos “por luchar” y retiro de la gendarmería de Las Heras, uno ya estaba casi convencido pero si quedaban dudas llegaban los greatest hits para confirmar “Fuera Yankis (sic) de Irak y de América Latina”. Después de las consignas llegaba el momento de la liturgia, la voz encrespada gritaba “TREINTA MIL COMPAÑEROS DETENIDOS DESAPARECIDOS” y todos, obedientes, tenían que alzar el puño y gritar “PRESENTES” la cosa se repetía dos veces más, cada vez más fuerte y cerraba con un “AHORA” para que los niños o los fieles de esta misa pagana dijeran “Y SIEMPRE”, antes de irrumpir en aplausos y vítores. Todo esto se repetía mecánicamente una y otra vez, hasta que el efecto mantra acabó por borrar cualquier vestigio de sentido.
Como para empeorar las cosas, la primera columna en llegar fue la de la Juventud Peronista, que no parecía ser la más esperada por la gente de la tarima, y menos a escasos centímetros del escenario. De inmediato interrumpieron el disco rayado y empezaron a pedir sin alardes de cortesía “al público” que se hicieran a un lado para dejar el centro libre a la “columna de las madres y abuelas que viene avanzando”. Los de la JP se hacían los distraídos y los pedidos eran cada vez más desesperados “Compañeros –dijo una voz de mujer al borde del ataque de nervios– tienen que correrse a un costado porque sino las madres no pueden entrar a la plaza y esta es la plaza de las madres” Los peronistas entonces trataron de correrse a la izquierda, pero muy poquito, casi nada. Invocando a las madres los organizadores lograron por un momento ganar la adhesión del público “Compañeros –gritaban por el micrófono –nos informan que la columna de las madres está a tres cuadras y no puede avanzar, hay que correrse a un costado para que puedan ingresar las madres”,
“Que-se-co-rran- que-se-co-rran” el cántico surgió espontáneo entre el público, como si se tratara de una función de Titanes en el Ring.
Pero los JP seguían firmes bien al frente en el centro de la plaza. Los organizadores trataron de continuar con el acto tal como estaba planeado y pasaron a la lectura de la “Carta abierta de Rodolfo Walsh a la junta militar”, pero las certeras palabras de Walsh eran interrumpidas sistemáticamente por los organizadores para pedir a los “compañeros” que dejaran libre el centro de la plaza, en un momento, mientras Rodolfo Walsh explicaba con escalofriante claridad los vínculos entre el golpe de estado, su política del terror y las recetas económicas dictadas por el FMI, una voz exaltada lo interrumpió para ordenar ¡SE TIENEN QUE CORREEEER! Unos minutos más tarde la lectura de la carta de Walsh volvió a ser interrumpida para anunciar que “El acto queda suspendido hasta tanto los compañeros dejen libre el centro de la plaza para que ingrese la columna de las Madres”, a lo que siguió un abucheo general y la pregunta que varios nos hicimos acerca de qué significaba suspender el acto ¿Teníamos que dejar de respirar los que llenábamos la plaza? ¿O agacharnos para ocultar nuestra presencia? ¿Qué cosa era el acto que con la plaza llena por miles de personas podía ser puesto en suspenso por cinco sujetos con acceso a un micrófono desde unos tablones unos metros sobre el suelo? Finalmente los JP dejaron lugar libre en el centro de la Plaza, justo en ese momento, un columna de PC, que avanzaba como una hilera de hormigas desde la diagonal, trató de colarse por el costado y quedar adelante, pero no lo consiguió.
Minutos después terminó la accidentada lectura de la carta de Walsh a la Junta con un aplauso generalizado y llegaron las madres, que marchaban bajo una extensa bandera con las fotos de los desaparecidos. Otra vez desde la tribuna se indicó al público lo que tenía que cantar “EL PUEBLO LAS ABRAZA/MADRES DE LA PLAZA” se desgañitaba una voz ronca por el micrófono aunque confundiendo el tempo de la canción, ubicaba una estrofa donde iba la otra y estropeaba el grito afinado de las miles de gargantas que trataban de expresar su admiración a esas mujeres valientes. Con la llegada de las madres se anunció desde el escenario que se pasaría a la lectura de un “Documento que fue consensuado por mas de 500 organizaciones sociales”. El mentado documento era como una versión ampliada de las consignas con las que machacaban antes de empezar el acto. Arrancaba pidiendo cárcel común a todos los partícipes del genocidio, apertura de los archivos secretos de la represión y restitución a sus familias de los jóvenes apropiados, pero después derivaba hacia la libertad de “los miles de presos políticos que encarceló este gobierno” “El retiro de los Yankis de Irak y el cierre de la cárcel de Abu Graib” y terminaba con peticiones tan fuera de lugar como “la libertad de cinco cubanos detenidos en Estados Unidos” o “El retiro de las tropas argentinas de Haití” (en realidad cascos blancos que forman parte de una fuerza de paz a las órdenes de la ONU). Las reacciones que la lectura del documento generó en el público fueron de la aprobación al desconcierto, el cierre fue, como no podía ser de otra manera, a grito pelado, repitiendo el viejo mantra de consignas con tono que casi rozaba lo castrense. Después las madres subieron al escenario y pidieron el micrófono. Otra vez la voz ronca la emprendió con “EL PUEBLO LAS ABRAZA…” Lo primero que dijo la madre cuando tomó el micrófono y después de agradecer a todos los que habían concurrido fue “Quiero aclarar que nosotras no firmamos el documento que se acaba de leer” a lo que siguió un aplauso ensordecedor. Después agregó “La plaza no es de nosotras ni de ustedes, es de los treinta mil desaparecidos” y después no pudo decir más nada porque los organizadores del acto le desconectaron el micrófono para que no siguiera desautorizando el uso espurio, hipócrita y cruel que ellos hacían de treinta mil muertes para filtrar sus consignas ante una tribuna que nunca podrían ni soñar con obtener en un acto propio.
MADRES DE LA PLAZA/EL PUEBLO LAS ABRAZA/ Y LA IZQUIERDA LAS AMORDAZA
El acto se dio por terminado en medio del escándalo (parece que alguien subió al escenario y le pegaron una paliza, pero eso no lo vimos) y nosotros tratamos de retirarnos, pero alguien había colocado vallas sobre la diagonal Roque Sáenz Peña y un camión del Partido Obrero obstruía el paso por Avenida de Mayo, por lo que la gente que encontraba la valla trataba de volver sobre sus pasos y quedaba aprisionada con la que empujaba desde la Plaza. Hubo unos instantes de tensión, empujones y puteadas, hasta que retiraron las vallas y se pudo descongestionar la zona.
Con los matetuertistas caminamos por Corrientes mientras compartíamos nuestra indignación por lo sucedido. Se largó a llover y el agua lavó un poco la basura de la calle que revolvían cartoneros e indigentes. Nos fuimos hasta Guerrín donde pujamos con otros cientos de manifestantes hasta que pudimos hacernos de una mesa en el entrepiso del local. Desde ahí vimos subir a un tipo con pantalón corto y remera negra con cuatro teclados de computadora, dos en cada mano, una escena curiosa pensamos. Después llegó una chica con un teclado bajo el brazo, y a los dos minutos fue evidente que todos subían la escalera con al menos dos teclados bajo el brazo. Nuestros vecinos de mesa le preguntaron a un hombre con su respectivo teclado en mano, que estaba pasando.
–Ahí afuera hay una caja llena de teclados, la gente pasa y se los lleva.
–¿Y funcionan? Quiso saber el chico de la mesa
-¿Y qué me importa, si igual yo no tengo computadora? Dijo el otro, mientras subía la escalera teclado en mano.
Pedimos rápido la cuenta y salimos a la calle. Al costado del local unos tipos que habían acaparado una veintena de teclados los ofrecían por tres pesos, pero si se lo peleabas los dejaban por dos. Caminamos hasta la esquina y vimos la caja, que aún era objeto de la rapiña general, nos sumergimos nosotros también y extrajimos nuestros respectivos teclados. Era el premio de una noche triste y absurda, una noche bien argentina.
Con ese teclado enchufado a mi computadora escribo este post.
Zedi Cioso