El Mate Tuerto

"Se fingirá el saber que no se tiene."

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Nombre: El Mate Tuerto
Ubicación: Argentina

30 marzo, 2006

El Paraíso

El comentario más elogioso que puedo imaginar lo hizo Alan Pauls. Versaba sobre ‘Los Detectives Salvajes’, la novela de Bolaño, y, palabras más, palabras menos, decía de ella que era una novela en la que le gustaría vivir.
No es que uno quiera vivir en toda obra de la que gusta. Durante algún tiempo mi novela de cabecera fue ‘Bajo el Volcán’. Yo no quisiera vivir en esa novela (tampoco lo quería entonces). Pero alguna parte, alguna parte sustancial de aquellas, digamos, obras de arte de las que gusto sí llenan ese requisito, y sí quisiera habitarlas. ‘Detectives Salvajes’, por ejemplo. (Pero no ‘2666’, por ejemplo.)
Cuando era más chico quería vivir en una novela rusa. En particular en una novela de Dostoievski. Quería pasarme páginas y páginas de mi vida inmerso en diálogos y soliloquios encarados con el cuchillo entre los dientes, poniendo en cada palabra, en cada inflexión todo mi ser, todo lo que era y lo que debía ser, y lo que quería ser, y lo que repudiaba ser (pero era). Quería ir a por lo trascendente, tras lo trascendente inmanente, quería ser lo esencial, quería ser todas las cosas. No sé qué quería. (No sé tampoco si quería algo. Probablemente sí. Probablemente algo que no estaba en una novela rusa.) No sé si quería ser o hacer. Lo quería con urgencia, eso sí. Quería también ser Pierre Bezujov de ‘Guerra y Paz’, el mastodonte aristocrático de puro intelecto dado a la abstracción, pura inocencia impermeable a las convenciones a las que desesperadamente quería aprehender, vagando por las calles de una Moscú deshabitada, arrasada por órdenes del zar, a la espera del inminente arribo de las tropas napoleónicas. Dispuesto a morir con una sonrisa de alienado. (Pero al final se salva –y esto es esencial para querer ser Pierre Bezujov, para que yo quiera ser él.) Quería ser el barón o duque (ya no recuerdo) de Pontmercy, fatigando las líneas de ‘Los Miserables’ tras Cosette (¿era Cosette?), traspasando una barricada y casi muriendo (pero quedándose finalmente con Cosette. Quería ser Julien Sorel. Quería vivir en el siglo XIX.
Pero eso pasó. Lo que quiero ahora, o hace… dos meses, o dos años atrás (no estoy seguro que lo quiera ahora), era vivir en una película. En algún cierto tipo de película. Quería, qué original, ser Antoine Doinel. Quería vivir enamorado. Quería ser cancherito hablador, elegante y atildado, gestual y contenido. Quería ser ese Antoine Doinel vis que de las películas de Truffaut pasa a ‘La mamá y la puta’, la película de Eustache, que le canta a la minita más fea de las tres, la única que ama, una tontísima canción de guerra y de amor, y se ríe y la mina lo mira, fascinada, queriendo poner distancia de la estupidez encarnada de Leaud (el Doinel vis de Eustache, el otro y el mismo Doinel de Truffaut), y no pudiendo.
Lo que en verdad quería era vivir enamorado. Perpetuamente enamorado. Quería que mi vida fuese un día, un solo día en el que conociera a la mujer de mi vida, de la que me enamoraría instantáneamente, con la que caminara por Viena sin poder perderme (imposible perderse en Viena, parece), a la que no besar treinta veces, a la que besar torpemente, a la que se enamorara de mí, a la que coger en una plaza. De la que despedirme en el andén, adiós, eso fue todo… ¡no! ¡Veámonos de nuevo, qué estúpidos fuimos, qué esnobs, veámonos de nuevo, en seis meses, seis meses!
Y que después que no importe que seis meses sean nueve años.
Y que no haya después. Que sea siempre ese día.

Matías Pailos

26 marzo, 2006

El acto del 24 de Marzo

El 24 de Marzo pasado se cumplían 30 años del golpe militar que instauró el régimen más atroz que vivió nuestro país. El Congreso, bajo una acelerada gestión del gobierno, votó una ley para sancionar la fecha como feriado nacional inamovible, por lo que la Terminal de Retiro se llenó de turistas sonrientes dispuestos a dorarse en las mismas playas de la costa atlántica donde 30 años atrás comenzaron a aparecer los cuerpos que eran arrojados desde los aviones. En mi caso decidí acudir al acto que se celebraba en Plaza de Mayo para repudiar a la dictadura, junto a otros compañeros matetuertistas.
El día se presentaba como una puesta en escena del Apocalipsis: cielo gris plomizo, y un viento fuerte que se colaba por las estrechas calles del centro y levantaba la basura de las veredas. Camino a la Plaza pudimos ver innumerables cantidad de pancartas y banderas que identificaban las columnas de grupos piqueteros, entidades de derechos humanos, partidos políticos, gremios y centros de estudiantes de diversas facultades.
Nuestra primera impresión al llegar a Plaza de Mayo fue el persistente olor de los choripanes, la segunda fue la decepción de ver la plaza divida a la mitad por un cerco de vallas metálicas, por lo que el acto sólo contaba con la mitad de su capacidad para albergar a las miles de personas que venían marchando con sus columnas o se acercaban en forma espontánea, como nosotros. El escenario directamente ocultaba la visión de la lejana casa rosada donde 30 años atrás partiera el helicóptero que llevara a Isabel Perón al exilio y al país al peor de los abismos. Tirados en el pasto sucio nos dedicamos a esperar que el acto diera comienzo. Mientras, escuchábamos las consignas que se desgranaban desde el escenario. Los oradores, por llamarlos de alguna manera, gritaban a voz en cuello, como si sufrieran un repentino y generalizado ataque de histeria aguda. No quisiera decir como si fueran el coro estable del manicomio, porque tuve el agrado de escucharlos y entonaban mucho mejor que esta gente. Las consignas, a su vez, empezaban bien: pedían cárcel común a los genocidas, restitución de los 500 jóvenes apropiados durante la dictadura, pero cuando la voz estridente anunciaba no al pago de la deuda externa, uno ya empezaba a sospechar, y cuando a punto de desgañitarse exigían libertad a los presos “por luchar” y retiro de la gendarmería de Las Heras, uno ya estaba casi convencido pero si quedaban dudas llegaban los greatest hits para confirmar “Fuera Yankis (sic) de Irak y de América Latina”. Después de las consignas llegaba el momento de la liturgia, la voz encrespada gritaba “TREINTA MIL COMPAÑEROS DETENIDOS DESAPARECIDOS” y todos, obedientes, tenían que alzar el puño y gritar “PRESENTES” la cosa se repetía dos veces más, cada vez más fuerte y cerraba con un “AHORA” para que los niños o los fieles de esta misa pagana dijeran “Y SIEMPRE”, antes de irrumpir en aplausos y vítores. Todo esto se repetía mecánicamente una y otra vez, hasta que el efecto mantra acabó por borrar cualquier vestigio de sentido.
Como para empeorar las cosas, la primera columna en llegar fue la de la Juventud Peronista, que no parecía ser la más esperada por la gente de la tarima, y menos a escasos centímetros del escenario. De inmediato interrumpieron el disco rayado y empezaron a pedir sin alardes de cortesía “al público” que se hicieran a un lado para dejar el centro libre a la “columna de las madres y abuelas que viene avanzando”. Los de la JP se hacían los distraídos y los pedidos eran cada vez más desesperados “Compañeros –dijo una voz de mujer al borde del ataque de nervios– tienen que correrse a un costado porque sino las madres no pueden entrar a la plaza y esta es la plaza de las madres” Los peronistas entonces trataron de correrse a la izquierda, pero muy poquito, casi nada. Invocando a las madres los organizadores lograron por un momento ganar la adhesión del público “Compañeros –gritaban por el micrófono –nos informan que la columna de las madres está a tres cuadras y no puede avanzar, hay que correrse a un costado para que puedan ingresar las madres”,
“Que-se-co-rran- que-se-co-rran” el cántico surgió espontáneo entre el público, como si se tratara de una función de Titanes en el Ring.
Pero los JP seguían firmes bien al frente en el centro de la plaza. Los organizadores trataron de continuar con el acto tal como estaba planeado y pasaron a la lectura de la “Carta abierta de Rodolfo Walsh a la junta militar”, pero las certeras palabras de Walsh eran interrumpidas sistemáticamente por los organizadores para pedir a los “compañeros” que dejaran libre el centro de la plaza, en un momento, mientras Rodolfo Walsh explicaba con escalofriante claridad los vínculos entre el golpe de estado, su política del terror y las recetas económicas dictadas por el FMI, una voz exaltada lo interrumpió para ordenar ¡SE TIENEN QUE CORREEEER! Unos minutos más tarde la lectura de la carta de Walsh volvió a ser interrumpida para anunciar que “El acto queda suspendido hasta tanto los compañeros dejen libre el centro de la plaza para que ingrese la columna de las Madres”, a lo que siguió un abucheo general y la pregunta que varios nos hicimos acerca de qué significaba suspender el acto ¿Teníamos que dejar de respirar los que llenábamos la plaza? ¿O agacharnos para ocultar nuestra presencia? ¿Qué cosa era el acto que con la plaza llena por miles de personas podía ser puesto en suspenso por cinco sujetos con acceso a un micrófono desde unos tablones unos metros sobre el suelo? Finalmente los JP dejaron lugar libre en el centro de la Plaza, justo en ese momento, un columna de PC, que avanzaba como una hilera de hormigas desde la diagonal, trató de colarse por el costado y quedar adelante, pero no lo consiguió.
Minutos después terminó la accidentada lectura de la carta de Walsh a la Junta con un aplauso generalizado y llegaron las madres, que marchaban bajo una extensa bandera con las fotos de los desaparecidos. Otra vez desde la tribuna se indicó al público lo que tenía que cantar “EL PUEBLO LAS ABRAZA/MADRES DE LA PLAZA” se desgañitaba una voz ronca por el micrófono aunque confundiendo el tempo de la canción, ubicaba una estrofa donde iba la otra y estropeaba el grito afinado de las miles de gargantas que trataban de expresar su admiración a esas mujeres valientes. Con la llegada de las madres se anunció desde el escenario que se pasaría a la lectura de un “Documento que fue consensuado por mas de 500 organizaciones sociales”. El mentado documento era como una versión ampliada de las consignas con las que machacaban antes de empezar el acto. Arrancaba pidiendo cárcel común a todos los partícipes del genocidio, apertura de los archivos secretos de la represión y restitución a sus familias de los jóvenes apropiados, pero después derivaba hacia la libertad de “los miles de presos políticos que encarceló este gobierno” “El retiro de los Yankis de Irak y el cierre de la cárcel de Abu Graib” y terminaba con peticiones tan fuera de lugar como “la libertad de cinco cubanos detenidos en Estados Unidos” o “El retiro de las tropas argentinas de Haití” (en realidad cascos blancos que forman parte de una fuerza de paz a las órdenes de la ONU). Las reacciones que la lectura del documento generó en el público fueron de la aprobación al desconcierto, el cierre fue, como no podía ser de otra manera, a grito pelado, repitiendo el viejo mantra de consignas con tono que casi rozaba lo castrense. Después las madres subieron al escenario y pidieron el micrófono. Otra vez la voz ronca la emprendió con “EL PUEBLO LAS ABRAZA…” Lo primero que dijo la madre cuando tomó el micrófono y después de agradecer a todos los que habían concurrido fue “Quiero aclarar que nosotras no firmamos el documento que se acaba de leer” a lo que siguió un aplauso ensordecedor. Después agregó “La plaza no es de nosotras ni de ustedes, es de los treinta mil desaparecidos” y después no pudo decir más nada porque los organizadores del acto le desconectaron el micrófono para que no siguiera desautorizando el uso espurio, hipócrita y cruel que ellos hacían de treinta mil muertes para filtrar sus consignas ante una tribuna que nunca podrían ni soñar con obtener en un acto propio.

MADRES DE LA PLAZA/EL PUEBLO LAS ABRAZA/ Y LA IZQUIERDA LAS AMORDAZA

El acto se dio por terminado en medio del escándalo (parece que alguien subió al escenario y le pegaron una paliza, pero eso no lo vimos) y nosotros tratamos de retirarnos, pero alguien había colocado vallas sobre la diagonal Roque Sáenz Peña y un camión del Partido Obrero obstruía el paso por Avenida de Mayo, por lo que la gente que encontraba la valla trataba de volver sobre sus pasos y quedaba aprisionada con la que empujaba desde la Plaza. Hubo unos instantes de tensión, empujones y puteadas, hasta que retiraron las vallas y se pudo descongestionar la zona.
Con los matetuertistas caminamos por Corrientes mientras compartíamos nuestra indignación por lo sucedido. Se largó a llover y el agua lavó un poco la basura de la calle que revolvían cartoneros e indigentes. Nos fuimos hasta Guerrín donde pujamos con otros cientos de manifestantes hasta que pudimos hacernos de una mesa en el entrepiso del local. Desde ahí vimos subir a un tipo con pantalón corto y remera negra con cuatro teclados de computadora, dos en cada mano, una escena curiosa pensamos. Después llegó una chica con un teclado bajo el brazo, y a los dos minutos fue evidente que todos subían la escalera con al menos dos teclados bajo el brazo. Nuestros vecinos de mesa le preguntaron a un hombre con su respectivo teclado en mano, que estaba pasando.
–Ahí afuera hay una caja llena de teclados, la gente pasa y se los lleva.
–¿Y funcionan? Quiso saber el chico de la mesa
-¿Y qué me importa, si igual yo no tengo computadora? Dijo el otro, mientras subía la escalera teclado en mano.
Pedimos rápido la cuenta y salimos a la calle. Al costado del local unos tipos que habían acaparado una veintena de teclados los ofrecían por tres pesos, pero si se lo peleabas los dejaban por dos. Caminamos hasta la esquina y vimos la caja, que aún era objeto de la rapiña general, nos sumergimos nosotros también y extrajimos nuestros respectivos teclados. Era el premio de una noche triste y absurda, una noche bien argentina.
Con ese teclado enchufado a mi computadora escribo este post.

Zedi Cioso

25 marzo, 2006

Felices Fiestas

Aprovechando la presencia de Xilofón en Buenos Aires, emprendimos Zedi Cioso, Zatoichi, el inframentado Xilofón y quien les habla, Matías Pailos, viaje al fin de la noche navideña del año 2005. Lo que en nuestro caso insalvablemente significa comenzar la velada con una cena en, dónde si no, ‘Todos Contentos’, afamado piringuindín de la zona de Belgrano, más específicamente del Barrio Chino de Belgrano. ‘Pero miren que yo mucho hambre no tengo, eh, miren que yo no voy a comer nada’. Sin ceder un ápice en nuestra incredulidad, Zato-Cioso-Pailos arrastró a X persona hacia el restó chinó. Pedidos una surtida gama de manjares, entre la que destacaba a la vista propia y ajena ‘Las hormigas suben al árbol’, suerte de ambrosía del Lejano Oriente condimentada por un machote mexicane amante del picante. Rociamos todo esto con una medida de te frío y un vinasi de esos medio pelo que nosotros, auténticos medio pelo argentinos solemos pedir, digamos, un ‘López’. Primer amago. ‘Les agarro una, muchachos’, dijo X persona dirigiéndose a la entidad una y trina Z-C-P (el zetacepé), hablando de una de esas empanaditas chinas cuyo nombre no puedo acordarme en estos momentos. (¿Cómo? ¿‘Arrolladito primavera’? ¡Andá, mirá si se va a llamar así!) ‘No’, sentencié, con rubicunda expresión, taladrando al filósofo torontés (X) con la mirada. Nadie se atrevió a decir nada. Al rato: ‘Che, Matías, dale… ¿puedo una?’. “NO, LA RECONCH, POR QUÉ MIERD N PDS NTS”, fue todo lo que, me cuentan, salió de mi boca (había entrado en trance iracundo o irascible –porque tampoco recuerdo cuál de las dos modalidades había adoptado). Me calmaron la segunda y la tercera persona (zetacé) y, mientras volvía a mis cabales noté, notamos, noté yo, zetacepé, como a la velocidad del rayo X persona iba devorando cada mota de alimento de mi plato, del de la segunda persona, del de la tercera persona y, verbigracia, los restos que para una ulterior tanda habían sido reservados en una mesa concomitante. El ni nacional ni popular filósofo X fuese hinchando e hinchando tanto que adoptó la forma de un globo, y ya emprendía vuelo cuando el ingenioso Zato removió uno de los cordones de su zapato y lo tendió hacia el globo filosófico, atándolo a él. Pero había algo que no correspondía a ese cuadro. De otras mesas ya nos miraban con recelo. Entonces, ágil, siempre con un bocadillo ocurrente a mano, la tercera persona: (Zedi)C(ioso) procedió a restablecer el equilibrio armónico alterado por tamaño ingente acto de X y de Zato, y cortó las piernas de Zato a la altura de sus rodillas, arremangó sus bocamangas, calzó un sombrero de marinerito y zampó los zapatos en los muñones inferiores y ya. He ahí un niño con su globo. Los comensales de las mesas cercanas, al ver restaurado el orden suspendido, la armonía preestablecida, se calmaron (algunos –escépticos ante el carácter preestablecido de la armonía- suspiraron aliviados; del fondo incluso se escucharon aplausos). Sin apetito, largué la siguiente propuesta: ‘¿Y si vamos a un cabarulo?’. Zato sonrió, pero X y C vieron sus mejillas arreboladas. Xilofón, superando su vergüenza, nos mostró por debajo de su pantalón, que cubría la mitad de su global condición, el cinturón de castidad. Al ser exhibido todos comprendimos, pero también comprendimos que necesariamente, por las leyes físicas que gobiernan a puño firme nuestro universo, que X debería venirse a pique, cosa que en efecto hizo, estallando por los aires y desparramando tripas, músculos, huesos y sanguinolento elemento a troche y moche. Pero, y esto es lo bueno, nos fueron restaurados de lo profundo de su ser, de las susomentadas tripas, los platos que su glotonería nos había arrebatado. Contentos, la entidad una y trina zetacepé comió con efusión. Al finalizar, orondos y levemente compungidos, con el atisbo de arrepentimiento que suele desatar el dar rienda suelta a los bajos apetitos, me atreví a preguntarle a Cioso: ‘che, ¿vos te prendés en el puterío?’. Cioso nuevamente viró a rojo y, tímidamente también, se arremangó la camisa y nos mostró la marca de su dueña impresa a fuego en su piel. Comprendimos todos que Cioso era ganado vacuno, y él también lo comprendió, así que nos exigió verde elemento para pastar. Aprovechamos para salir del restó, porque con Cioso hecho toro o vaca ya no entrábamos y el público volvía a dirigir torva mirada hacia nuestra persona trina y una. Al salir vislumbré el Centro de Taiwaneses Justicialistas de la República Argentina y, recordando mi peronismo no practicante, hice la ve hacia el Centro, del que aprovecharon a emerger una horda de taiwaneses dispuestos a arremojar sus patas en esta o aquella fuente, y un poco esqueléticos también, es verdad. Así que se cernieron sobre la vaca o toro Cioso, al que filetearon (no lo asaron entero; se ve que no son de esas costumbres) y se lo zamparon así, crudo y todo, en lonjas. La segunda persona, al ver esto, se mató de risa, lo que podría ser literal porque, fruto del desangrado sufrido en sus muñones sin cauterizar, se desvaneció. Sin saber qué hacer, procedí a tirarlo en una olla popular que los taiwas habían fraguado a la sazón, a ver si así paraba de sufrir, y ese fue el caso: se disolvió en el guisacho taiwa. Y yo, afligido, sin amigos, volví a mi domicilio.
Quizás les parezca autocomplaciente, pero, ¡qué me importa! Estoy buscando tres amigos, más o menos con las siguientes características: 1-Filósofo residente en Toronto, Canadá, competente ajedrecista de extrañas destrezas bucales. 2-Casi abogado hincha de Racing Clú, que haya pasado antes por las carreras de Comunicación, Arquitectura y Letras, y sea además hábil fotógrafo. 3-Casi comunicólogo y cabal escritor, capaz de forjar una novela en diez meses y no forjar una tesina en diez años. Cualquier sugerencia, dejarla por favor en forma de comentario, más abajo. Desde ya, muchas gracias.

Matías Pailos

24 marzo, 2006

Gombrowicz no es mejor que Asís

La nota firmada por Maximiliano Tomás en Perfil del domingo pasado (‘Libros con vencimiento II’) es muy estimulante, pero sobre todo es valiente. Tirabomba, dirán ustedes, compadrito, subrayarán. Sí, bueno, es una forma válida de llamar la atención. Es útil, por ejemplo, si se pretende profundizar procesos de legitimación. ¿Qué dice Tomás ahí? Por caso, dice que Ferdydurke, de Gombrowicz, lo había aburrido y que, ‘al mismo tiempo, la pasaba muy bien con una de las novelas de Jorge Asís’. (¿Por qué ‘al mismo tiempo’? ¿Por qué relacionar ambos procesos? Bueno, porque son simétricos desde cierto ángulo. Por un lado hay una novela no sólo prestigiosa y ensalzada por los aires, sino que exhibe un manto de intocabilidad –que a la sazón le aburre mucho a MT. Por el otro, tenemos un autor degradado y ninguneado –que hace que MT la pase ‘muy bien’, dice MT. Por eso la comparación.) Cuanta que un destacado escritor reconstruye sus dichos endilgándole la afirmación de que Ferdydurke ‘había envejecido’, y luego explica MT, y aquí está su gran acierto: ‘Pero yo no escribí exactamente que Ferdydurke había envejecido. Sino que había envejecido para mí’. Nada que objetarle. Los gustos, las evaluaciones, lo beneficioso para el desarrollo intelectual y emocional y catador, lo que amplía o acentúa nuestros horizontes, todo eso es personal. Puede ser compartido: podemos hablar de lo que es más adecuado para cierto grupo, para cierta comunidad o paradigma literario. Pero, claro, también e ineludiblemente, en cierto sentido ‘inescapablemente’ (con todo lo feo que esto suena), ‘todo eso’ es personal. Entonces es no solo comprensible sino también loable que a MT le guste más Asís, que le resulte más estimulante, más interesante y divertido. Estoy de acuerdo en este punto, y debemos comprender las consecuencias que de aquí se derivan: a otro puede resultarle más estimulante y beneficioso Isabel Allende que Puig. Eso también va a estar bien. A un tercero le va a parecer que Borges va a haber envejecido, mientras Bucay se mantiene tan lozano él, y eso también va a estar bien. Porque el único modo de rechazar esas afirmaciones sería dentro del propio paradigma, dentro del propio marco o punto de vista, y de lo que se trata es de ver qué pasa cuando intentamos hablar sin esos puntos de vista y realizar evaluaciones. Y lo que pasa es que no podemos hablar. No podemos decir nada a favor de Borges y Puig y en contra de Allende y Bucay –pero tampoco nada contra Borges y Puig y a favor de Allende y Bucay. Mala suerte pobre tigre siempre tuvo. Ahora bien: basta con adoptar uno de esos puntos de vista para poder decir mucho de lo que se quiere decir. Prueben en casa y después díganme.

Por eso está tan mal lo que intenta hacer Tomás después: una teoría general del mérito literario, que determine por sobre todo gusto aciertos y falencias. Distingue así entre (i)libros con fecha de vencimiento (ejemplos de MT: Ferdydurke y Rayuela), (ii)libros que superan la lectura epocal (MT: Operación Masacre y Madame Bovary) y (iii)clásicos. (Tomás no da ejemplos ni especifica qué hace de un libro un clásico). ¿No podría existir, no existe gente para la que Ferdydurke es un clásico, Rayuela un caso (ii) y Operación Masacre un libro con fecha de vencimiento? Basta con que ese tipo adose al final de su discurso un ‘para mí’ para devenir inimputable. Claro: tampoco hay posibilidad de diálogo (más o menos interesante) con este sujeto que considera que ese Walsh está podrido, a menos que establezcamos premisas compartidas sobre las que discutir (aunque más no sea el esbozo, ni en que fuera la esperanza de esas premisas). Por todo esto no entiendo bien por qué MT dice que un libro que no vence es el que capta el núcleo de su época. ¿No son estos los libros epocales? ¿No debería el libro que trasciende su época a nuestra época, captar el ‘núcleo’ (digamos) de esta época (o de una época ulterior a esta –eso si tiene que captar algo)? Tampoco me parece que debería aceptar la declaración del destacado escritor cuando le dice que ‘de ciertos textos (Ulysses, por ejemplo; la obra de Kafka) se puede decir ‘No me gustan’, si uno es Borges (con Ulysses) o Lucacz (con Kafka), pero cómo van a envejecer’. Cualquiera puede sentir que algo, un libro, una obra, envejeció para él –y va a ser una afirmación válida, porque es válida para él, desde su punto de vista. Cualquiera puede decir que algo no le gusta –con tanto, ni más ni menos, derecho como el que tienen Borges o Lucacz.
Es bueno de tanto en tanto desempolvar algunas creencias de sentido común. Una vez removido el polvo, podemos ver si nos siguen gustando o las tiramos a la basura. La nota de Tomás es, en este sentido, un buen plumero.

Matías Pailos

17 marzo, 2006

Memorias del Saqueo

Esta bien, Pailos. Hablemos de otra cosa. Para aquellos que no vieron Memorias del Saqueo, de Pino Solanas, es un documental que explica la crisis argentina de diciembre del 2001 y hace un rastreo histórico del problema desde Videla hasta la actualidad (no toca a Kirchner). Muestra los grandes negociados relacionados a la deuda externa, las privatizaciones, etc etc.
Cuando terminé de verla anteayer le mandé un mail a "Pino" con algunas críticas y me dió una respuesta que me dejo pensando...

Estimado Pino,
Acabo de ver memorias del saqueo. Me pareció muy buena, aunque me quedaron ciertas dudas que quería compartir con Ud.
Una, es que parecería que el "pueblo" es mostrado como víctima en la película, pero no como parte del problema. Me pregunto si esto no esa una simplificación excesiva, tendiendo en cuenta que el pueblo también contribuyó a que la crisis se produjera.
La otra es que la película hace constante alusión a la responsabilidad de la clase política argentina, pero termina llegando a la conclusión de que diciembre del 2001 fue una victoria sobre la globalización. Esta última afirmación parece contradecirse con el argumento de que la responsabilidad fue primordialmente interna.
Por último, la película parecería ubicar en el mismo nivel de responsabilidad a personajes tan disímiles como Videla, Alfonsin, Menem, y de la Rua, cuando en realidad no son lo mismo. La película no muestra diferencias, en otras palabras, entre unos y otros.
Sacando esas tres cosas me encantó el guión, las imágenes y muchas otras cosas. Quería simplemente compartir eso con Ud.
Saludos,
Xilofón (obviamente no le puse Xilofón)

La respuesta, muy sindicalista, de Pino Solanas, fue la siguiente:

Xilofon,
Muchas gracias por tomarte el tiempo de escribirme, toda opinión es válida para nosotros los trabajadores del cine.
Un abrazo,
Pino

y bueh al menos contesto...

La literatura me hincha las pelotas

Esto que otrora fuera un espacio bloguero de variopinta temática está desbarrancando de un modo alarmantemente veloz hacia el despeñadero de la literatura como único tópico de conversación. ¿Esto me preocupa? ¿Esto trastoca mis neuronas, inquieta mi ánimo, me hace pensar en el suicidio? Creo que no (soy muy prudente en mis juicios). Tampoco creo que sea inevitable. Solo constituye una tendencia que salta a la vista: hablamos de literatura, todo literatura y solo y nada más que. ¿Y el mundo más allá del texto? En cuentagotas. ¿Esto me preocupa? ¿Esto debería preocuparme?
Esto me recuerda una declaración de Zatoichi en las vísperas o en las postrimerías en los restos humeantes de una de esas periódicas reuniones del grupo de firmantes de estos párrafos: V, Cobiñas, Zedi, la rubia Momeya, el mismo Zato, mi propia persona. Dijo Zato, y sus palabras (o el núcleo de ideas allí expresado) todavía resuena en mi memoria (si la memoria no solo suena, sino que ademas suena en re): yo intento, te lo juro. Hago esfuerzos, hablo del clima, el juicio a Ibarra, la campaña de Racing pero… no sé, es más fuerte que nosotros. Al final siempre terminamos hablando de Bolaño.

Matías Pailos

PD: Por no hablar de Aira (al que voy a malcitar, pero allí estará Cioso para corregirme), quien, luego de años (o meses o semanas) de voluntaria abstinencia narrativa, para cambiar de temas, de fraseo, de estilo, de voz, retomó la pluma y escribió. Y luego de escribir lo que escribió, resignado, comprendiendo finalmente, dijo: y… al final siempre termina saliendo uno.

15 marzo, 2006

De salón

Iba yo cierta tarde en el colectivo abstraída en la lectura o perdida en la contemplación de las callecitas porteñas cuando me sacó de la modorra la voz del ocupante del asiento trasero al mío: “Tengo que ir al baño porque me está violando un sorete” le decía como si nada a su mudo acompañante. Pasada la sorpresa, me puse a pensar en cuántas frases naturalizadas y dudosas, entre el piropo y la gracia, nos rondan. Copio algunas que me acompañan. Confío en que ustedes completarán la lista:

  • Qué lindas piernas. ¿A qué hora abren?
  • Las infaltables para anunciar una visita al baño: “Voy a cambiarle el agua a las aceitunas”, “Tengo que desechar unas hipótesis”, “Me voy a despedir a unos amigos del interior”.
  • ¿Vos trabajás en UPS...? Como me mirás tanto el paquete...
  • Hacéme caquita en un ojo y decíme ‘pirata de mierda’.
Abrazos, Cobiñas

12 marzo, 2006

Pesquisa

La siguiente discusión es sola y únicamente para quienes hayan leído ‘La Pesquisa’, de Saer. (Y para masoquistas que quieran arruinarse el placer de la sorpresa.) Entonces: ¿quién es el asesino?

Matías Pailos

11 marzo, 2006

No importa el texto, sino el autor

El texto solo es menos que letra muerta. No dice nada. El texto solo es un rejunte de garabatos sobre fondo blanco. Si el viento desparramara ramas sobre la playa que juntas conformaran el siguiente diagrama: “Llueve”, ese esquema no diría nada; ni siquiera conformaría una palabra, nada. Un libro cualquiera, pongamos por caso ‘Guerra y Paz’ no dice nada, no significan nada sus garabatos, nada, hasta que los interpretamos. Hasta que les asignamos significado. Pero, y he aquí un problema: podemos asignarle múltiples, de hecho un número infinito de significados. ¿Cómo determinar qué es lo que dice el texto? Paren: ¿el texto dice algo? Normalmente decimos que las personas dicen algo. Ajustándonos a este significado estándar, el texto no dice nada. El que dice algo es su autor (ese sujeto tan despreciable), y dice lo que es expresado con las palabras que conforman el texto. ‘Guerra y Paz’ nada dice. El que dice es Tolstoi a través de lo que ‘Guerra y Paz’ signifique. Claro: si bien no es el modo habitual de expresarnos y de pensar, podemos decir, si queremos, que el texto dice algo, con independencia de lo que su autor haya querido significar con esas palabras. Eso está bien, aunque mejor sería, para evitar confusiones, no decir que ‘el texto dice…’ sino que ‘el texto significa…’. Pero, ¿el texto significa lo mismo en todo contexto –en toda sociedad, en todo tiempo, para todo lector? Claramente no. Tenemos entonces la siguiente consecuencia desagradable: no podemos descartar interpretaciones. Si alguien sostuviera que el ‘Guerra y Paz’ se dice cómo los marcianos conquistaron la Tierra en el siglo XII, está bien: es una interpretación admisible. Podemos discutir, podemos decir: no no, en este contexto que compartimos ‘Guerra y Paz’ no significa eso. Muy bien. Pero entonces tendremos dificultades para sostener que lo que el texto dice varía de lector a lector. Podemos pensar que sí hay esa variación, pero que es muy gradual. Eso contraría lo que continuamente vemos: nuevos intérpretes dando interpretaciones extrañísimas que, con el paso del tiempo, llegan a convertirse en estándares. No hay forma de eliminar interpretaciones (al menos yo no lo veo). Solo podemos considerar a algunas poco interesantes. Y con respecto a lo que el texto pueda decir, veo eso como una relación triádica: el autor dice a través del texto algo en un contexto dado. Ni el texto dice, ni el texto dice en un contexto, ni el autor dice de una vez y para siempre. He dicho.

Matías Pailos

09 marzo, 2006

Samuel Eto'o

Es el nueve del Barcelona, camerunés, de luenga trayectoria en el fútbol español; por una de esas bromas macabras de los hados, no jugará el próximo mundial (al que, por caso, clasificó el previsiblemente débil Túnez, por ejemplo, y no Camerún, no). Es quizás el mejor nueve del mundo. Y es negro.
Eto’o, cuyo trabajo no es acuñar frases, nos legó gratis algo que quizás no sea una gema, pero que yo no paro de repetir para mí una y otra vez (en los espacios que me deja el tarareo de ‘Moondance’, de Van Morrison, mi otra obsesión de dos pesos por estos días), a saber:
Corro como un negro para vivir como un blanco.

Matías Pailos

08 marzo, 2006

Aullido de cisne

-¿Qué libro acaricia más entre los que tiene en su biblioteca?
- Aullido de cisne de Mario Santiago Papasquiaro.


La respuesta de Roberto Bolaño desencadenó una búsqueda de más de dos años. Al desgarrador lirismo de su título se sumaba el rango casi mítico de la publicación y su autor. Todavía hoy las menciones en Internet sobre el libro son escasísimas y las referencias a Papasquiaro rozan a veces lo inverosímil. Invento literario de Bolaño para algunos, José Alfredo Zendejas –ese es su verdadero nombre- es considerado por otros como el mejor poeta mexicano de su generación. Escritor fantasma y tentador personaje, Bolaño recrea en Los detectives salvajes parte de los sueños juveniles del poeta, Villoro –unos años después- retrata su exasperante fracaso. Atropellado por un auto que se da a la fuga, Papasquiaro muere en 1998 y por un tiempo su cuerpo indocumentado se queda en la morgue sin que puedan encontrarlo. Si -como en los textos de Bolaño- pobreza, errancia, marginalidad e invisibilidad son las virtudes de todo buen poeta, Mario Santiago vive y muere como un poeta, vive y muere como un infrarrealista. Dejo para otro momento la narración de cómo me hice con un ejemplar de Aullido de cisne, segundo y último libro de Papasquiaro. Vaya como muestra un poema de Santiago.

“En el zaguán de las nubes”

/Universo de botones floreando las palmas de mis manos /

Salta & danza mi destino

Como 1 perro celebrando la bendición puntual
de su alimento
La lengua de Dios me besa con firmeza
& torna & sigue & gira
Devorando el panal de mis pupilas
Está lloviendo
& la huella del diluvio
No es otra que la tierra que hoy piso
A la distancia
Sólo veo el pálpito fruto vivo de mi alma
Mis abuelos -peregrinos- me indican
el camino / pellizcándome
El sudor de mis moléculas
prende el sueño necesario
para que la intrínseca ceguera de mis pies
no decaiga ni en brújula ni en ánimo
La realidad de la belleza
((luciérnaga fugaz))
se posa 1 segundo en mis cabellos
¿Qué viento negro podría romperme el paso
o intentar siquiera cancelar mi canto?
El vientre de mis dientes no deja de masticar
su propia pulpa
Vuelo : trino : zureo : aúllo : salpico : preño :
me exprimo : me desato
Llevo en mí el eco de 1 impulso insospechable
Simiento lunar / manantial de migraciones
Arcilla lodazal de óvulos / visiones & peñascos
Raíz que surge & se evapora
En el zaguán de las nubes
A la luz del relámpago
A 1 salto de besar el alba-pezuña de venado
que acaricia el dulce corazón de Wirikuta.

Cobiñas


Lo que queda una vez que sacamos la literatura

Acabo de sostener una discusión… bah, acaba de serme inferido un sermón, un soliloquio más bien, salmodiado por ese amigo mío del que otrora les hablé, ¿recuerdan?, ese que porta mi nombre y acaba de separarse… bueno: el mismo. Transcribo literalmente sus dichos. Tal cuál él dijo lo que dijo ustedes leeeán lo que leerán –para asegurarme lo cual lo tengo a él, al mismo, aquí a un metro de mí dictándome, repitiendo palabra por palabra. Ahí va:
“Hay más factores que influyen en nuestro deguste literario que el propio texto, agentes más ligados con la materialidad (con lo que ahora se conoce como el ‘soporte material’) del texto: peso, longitud, olor, tipo de letra empleada, tamaño del carácter, magnitud del espacio interlineal, arte de tapa, calidad de la impresión, resistencia del objeto-libro a golpes, magulladuras, aberturas, a eventuales charquitos de café, te y otras infusiones, color del fondo. Tomados en consideración todos estos factores, elaboré el siguiente inapelable ranking (aunque estrictamente personal, aunque variable de individuo a individuo): Anagrama grande, Seix Barral, Anagrama chico, Cátedra, Planeta, Emecé (y ya derrapamos con Emecé). Es claro que Anagrama grande es insuperable. Es un tipo de objeto que garantiza el disfrute, o un mínimo disfrute, o el impulso inicial de lectura (que ineluctablemente nos lleva al menos hasta la mitad del texto). Dificulto que yo hubiera terminado ‘El Testigo’, de Juan Villoro, de no haber sido editado por Anagrama grande. De todos modos hay claras variaciones en las ubicaciones internas a cada ítem: Cátedra es el mejor en espacio interlinear (allí donde Seix Barral es pésimo), por ejemplo –pero Seix Barral atesora un tamaño de letra de mayor atractivo. ¿En qué medida, sin embargo, la literatura disfrutada en estas colecciones no insta a una mayor apreciación afectiva del soporte material? En gran medida, como siempre, aburridamente, hay un equilibrio reflexivo entre ambas notas: lo espiritual (el texto, que no es ese rosario de marcas tipográficas) afecta lo material en similar medida en que este influye en aquél. Quizás no en igual medida. Quizás todos hubiésemos gustado de todas maneras de los libros que más nos gustan por más horrible hubiese sido la edición con la que nos hubiésemos topado, probablemente hubiéramos odiado de todos modos ese libro o autor que insobornablemente detestamos. Quizás. Pero, ¿y lo que está en medio de lo sublime y lo nefasto? Cuanto más bonito sea el envoltorio, cuántas más reminiscencias placenteras nos arrime, más gustaremos de lo otro, lo inasible, lo inmaterial: la literatura.”
Así habló el engendro.

Matías Pailos

03 marzo, 2006

Una duda

Años de lectura, y todavía no logro comprender mínimamente los dichos de escritores, críticos y editores. Por ejemplo, reiteradamente me topo con esta expresión usada por uno, por otro, por todos en entrevistas, comentarios y reseñas, y sigo sin poder interpretarla. ¿Qué significa 'escribir bien'? Agradezco clarificaciones.

Matías Pailos

Las reglas del rugby

Hace no mucho, perdido en el oleaje de los comentarios a un post, analogaba (yo) la crítica literaria con el football americano, por ningún otro asunto que por observar (la crítica) con esto que suele fraguarse en varios blogs (en este, por caso) (el comentario de libros y literaturas, a eso me refiero con lo que se hace en los blogs) una relación similar a la que aquél deporte gringo tiene con este rugby, también gringo (también criollo). ¿Qué se hace en esos lugares webísticos, entonces? Bueno, no sean impacientes: para responder a eso está esta nota.
Empecemos con una desilusión: no hay reglas. Este hablar de literatura no tiene reglas. Esto, al poco de razonarlo, se revela falso. Surge entonces otra idea: es más lábil, las normas que lo determinan son mucho menores que las de la crítica. No está mal. Pero no estoy seguro que la crítica sea ni monolítica ni uniforme, ni que no fomente incluso la violación de algunas de las pautas de su ejercicio. Con ello concluimos que no es esto, en este aspecto, tan disímil de aquello. Abandonamos, fatigados, la prosecución de eventuales leyes de la escritura virtual sobre literatura, y nos contentamos con algunas regularidades en las que reparamos en sus tomas por asalto de eso que pulula por los libros:
1-suele ser guiada por la pregunta de por qué el autor de la nota gusta tanto del texto, escritor, o corpus narrativo o poético evaluado.
2-suele indagar en las reacciones del propio autor en el curso de la lectura.
3-suele recaerse en la comparación: con otros autores, otros textos del mismo autor, otras obras artísticas no literarias (porque comprender es asociar, porque comprender es relacionar, porque no hay captación directa del o los sentidos del texto).
4-suelen acumularse citas del objeto de estudio, que iluminan los tres anteriores puntos, y alguno posterior.
5-suele registrarse emociones, reacciones y teorías tal como fueron forjadas originalmente, en estado puro, o con una pureza de mayor fuste al que podemos encontrar en la crítica formal; la morigeración de la virulencia potencial de estas acotaciones es casi nula; quizás se rehuya concientemente la justificación de afirmaciones, incluso, a veces, la racionalidad de las mismas.

Matías Pailos

02 marzo, 2006

Laclota La-clau


Fijense. He aqui un testimonio grafico de mi relacion con Laclota La-clau (por motivos estrategicos, no pongo su verdadero nombre).
La firma que se observa abajo a la derecha no es la de Ernesto "Che" Guevara. Tampoco la de Ernesto el que me vendia carne en mi barrio. Es nada mas ni nada menos que la firma en punio y letra de Ernesto La-clau, luego de haber escrito comentarios al ensayo que le entregue.
Xilofon de Torontos.