El Mate Tuerto

"Se fingirá el saber que no se tiene."

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Nombre: El Mate Tuerto
Ubicación: Argentina

30 diciembre, 2006

Acerca de Nick Hornby

ZC me dice: Pessoa no se iba de vacaciones. Yo, como este verano no tengo pensado escribir El libro del desasosiego, me voy a ir a Salta y Jujuy. Hay allí un señor que telefónicamente se esmera en mostrarse entusiasmado con mi próxima visita.
¡Qué bueno! Alguien me espera y me quiere convidar con vinos y paisajes. Dice por teléfono que después de visitar Iruya podré morir tranquilo. Esa idea me pone las pilas.
Alberto - así se llama este hombre - dice que sería bueno que hiciera dedo y que este tipo de viajes requiere de una fuerte dosis de...- no le sale la palabra-. Quzás preocupado por el caer de los pulsos de larga distancia, por amabilidad o por un interés real en completar la frase con mi propia interpretación tiro: "curiosidad". Exacto - dice. Hablo un par de cosas más y cuelgo.
ZC dice que Pessoa considera la necesidad de viajar como un indicio o rasgo o muestra de falta de imaginación. O algo así.
Tengo para mí que - al menos en enero y febrero - la curiosidad es un valor superior. Y eso que soy un imaginador nato. Es más: soy un soñador con mayúsculas. Pero insisto: al menos en enero y febrero se hace carne y verdad en mí, contrariamente a todo dogma religioso, que la curiosidad es EL rasgo vital. "Morder la empanada de la tentación" titularé este viaje, como hace Dárgelos con sus shows.
Le digo a ZC, que acaba de entrar al café Los caminantes: "me dice Fede ( para él Matías) que no se va de vacaciones, que Nunca se va de vacaciones". ZC lo defiende con una frase de Pessoa que ya no recuerdo. Hablamos un par de cosas más y nos despedimos. Es diciembre y estoy ansioso por saber cómo termina Los adioses. Lo hago en el bar de enfrente ( "Río", que tiene una palmera como emblema). Cuando era chico me regalaron un libro que se llama "Preguntas y respuestas para niños curiosos".¿Hay vida después de la muerte? Pude hasta ahora verificar que hay muerte después de la vida.

Angel Argenti

29 diciembre, 2006

Celular

Por ejemplo, a la quinta vez que le solicité que mandara un mensaje de texto que me urgía dar, Santiago trinó:

-¡Comprate un celular, Fede!

Solo para agregar seguidamente un estentóreo

-¡No me rompas más los huevos!

Tenía razón, de suyo. Es algo que debía hacer en breve. Sus ventajas (las del celular) son infinitas. La ausencia de contras evidentes, palmaria. Permite, por caso, y a muy bajo costo, la comunicación muda a distancia un sábado a trasnoche, en antros oscuros, dentro de tugurios infectos. Esto, muchas veces, es imprescindible para notificar buenas nuevas, malas nuevas, formular pedidos, plantear interrogantes, continuar hablando. Favorece el levante, el encuentro furtivo, la reunión amistosa en noches de soledad. Es la vía indispensable para concertar citas y salidas decididas a último momento (es decir, en el acto). Socorre, también, al celoso en el (momentáneo) alivio de sus penas; verdad es que, igualmente, ante el fracaso en la comunicación, ante una excusa o una performance poco convincentes, solo magnifican sus sufrimientos. Pero, no jodamos: el celoso solo quiere reproducir ý ahondar sus celos. De este modo, el celular se muestra siempre auxiliando la satisfacción de sus deseos.
El celular no delata; vean si no a la modalidad ‘vibrador’ en funcionamiento, avisando de mensajes sin importunar al entorno. El celular no demanda abrir el pico; he ahí los precitados ‘SMS’, prestos a dar cauce a los arrestos comunicacionales del callado o mudo. El celular no exige respuesta; siempre puede mantenerse apagado (resistiendo, si se los padece, los embates del celoso o del molesto). (Esto ocurre así, sospecho: el número de quien llama se muestra en su pantalla, revelando, acaso, la identidad del emisor. Si este cae bajo el casillero de ‘molesto’ o ‘inoportuno’, simplemente se opta por desactivar el ruido o movimiento que nos pone sobre aviso.)
¿Y los más recientes implementos: fotos, cámaras, conexión a internet? Hoy un celular es un mundo: el audiovisual. El tecnológico. Que es, a su vez, otra extensión, una de altísima importancia, de nuestro organismo.
Constituye, además, una ocasión para ejercer la caridad. Si los demás quieren hallarnos, si no estamos en nuestros hogares, ¿qué otra vía (que otra más efectiva) que el celular para que den con uno? Tener un celular, si se dispone de los medios para ello, es casi una obligación social.
Tienen razón. Mis motivos para sustraerme a su influjo (pues no: no tengo celular), son espurios. Que salen caros, que es otra erogación fija mensual, que mi ingreso no es alto. Después están los otros, los del orden de las excusas. Que no quiero estar perpetuamente disponible, que es molesto, que es cancerígeno. No me los creo ni yo.
Por todo esto debería comprarme uno. Por eso quiero, en estos momentos, recordar a todos aquellos que propusieron, sugirieron, insistieron, aconsejaron, opinaron que debería comprarme uno, que tenía que hacerlo. Sus nombres son legión. Ornella (quien era capaz incluso de suspender un coito para recordarme mis deberes), Zato, Cobiñas, Santiago, Facundo, Glenda y Justina (quienes llegaron incluso a mencionar, y no tan en broma, la posibilidad de comprarme uno), Martín, ML, Nacho, pero por sobre todo al inefable, al persistente Zedi Cioso, amigo del alma. A todos ellos quiero decirles que… ¿ven este celular? Métanselo en el culo.

Matías Pailos

PD: No me voy a comprar nada.
PD2: ¡No-me rompan-más-los huevos!

28 diciembre, 2006

Rostros

Hoy me miraba al espejo y veía lo viejo que estoy. ¡Qué arrugado! Dentro de un marco de heterosexualidad, reconozco que siempre me gustó el rostro de Beckett y, ya sin parecerme bello, me atrae el de Cassavettes. Hay vida allí.
Sin embargo, no es con esa elegancia con que a mí se me han presentado las arrugas. Presiento que se asemeja más al modo en que las lumbalgias se apoderaron de las espaldas de Onetti. Quiero decir, hay algo más del orden del arrumbarse y que la vida se decida a aplastarlo a uno de una vez. Y eso que trato de inventariar mi derrumbe físico dentro de un imaginario que involucra a cineastas y escritores, que si lo hiciera en relación, por ejemplo, con el Chapa Suñé, Horacio Accavallo u otras glorias del deporte o, incluso, del sindicalismo, todo se tornaría aún más decadente.
Ni hablar de los quistes cebáceos y de las pequeñas verrugas que se acumulan en la zona de los párpados. ¡Y las muelas!, que se fueron cariando y rompiendo y cayendo, cercenando drásticamente la alimentación, restringiendo la ingesta de garrapiñada, pan francés, asado, pochoclo, etc.
Y por dentro ¿cómo andamos? Las altas cantidades de azúcar y sal con las que consumo todas las comidas ¿cuándo y de qué manera comenzarán a pasarme factura? La cabeza se me quemó hace mucho: las refriegas laborales, los fracasos intelectuales, la malasangre permanente, el resentimiento-marca registrada y, sobre todo, el dolor por la muerte de los seres queridos han acabado con todo atisbo de sinapsis. El faso me pega mal también hace mucho: me enrosca la neurosis obsesiva y me la cuelga del pescuezo como una piedra. El alcohol me destruye, me desgasta, me entristece tan profundamente que termino en llanto sin excepción. Me da fiaca ir a comprar merca. Nunca tuve diller y ya estoy grande para correr por Constitución en busca de cualquier porquería. De las pastillas siempre estuve en contra por principios y para el ácido hay que estar en armonía con el contexto.
Así se presenta la sobrevida: prendiéndole una vela a la chota para que siga funcionando por lo menos al nivel acostumbrado (podría definirme como el Dany Garnero del sexo), y esperando cualquier proyecto destinado al fracaso al que deseen convocarme.
Espejito, espejito: ¿por qué tantas canas? ¿por qué tan poca gracia, belleza y talento? Siempre admiré, con asombro, el fulgor punk: esa energía, ese pataleo contracultural ¡No future!
Dios los oiga.

Angel Argenti

27 diciembre, 2006

Adiós al Dacia

Ante el inapelable veredicto del mecánico (“hay que cambiarle el tren delantero y los cuatro amortiguadores, hacerle los frenos, reemplazar el larguero derecho podrido y cuando lo acelerás, el motor fuma) decidí vender mi auto, hasta entonces vehículo oficial de este blog: el querido y célebre Dacia. Tras buscar a un chapista que disimulara la herrumbre que exhibían ciertas zonas de la carrocería y pintara superficialmente el macillado, lo que en la jerga del oscuro mercado de venta de autos usados se conoce como “el disfraz”, acudí a una agencia y mi auto llegó a las páginas del Gran Diario Argentino:

Dacia 1410 93 p/dia s/deuda muy bueno tit (mi teléfono celular)

El aviso salió el sábado, signado como el día clave para la venta de automotores. Recibí dos llamados y una visita: una mujer cuya cara de decepción mutó a gesto de fastidio cuando traté en vano de poner en marcha el motor. Al parecer un desperfecto que venía arrastrando desde un tiempo atrás se había agravado y sólo un milagro podía hacer que regulara en frío.

A la semana siguiente bajé mis pretensiones monetarias y volví a publicarlo. A nadie le importaba que este auto hubiera protagonizado dos post y tuviera un cameo en una novela inédita. No encontraba interesados en pagar el valor agregado de la celebridad literaria. Yo tampoco podía dejar de sentirme un poco ruin: durante 4 años el Dacia había brindado un servicio impecable: casi nunca me había dejado de a pie y yo, ahora que él necesitaba mantenimiento lo abandonaba a la buena de Dios. Traté de subsanar al mismo tiempo mi falta con el Dacia y con la literatura garrapateando una novela protagonizada por mi vehículo, pero el plan naufragó tras unas pocas páginas desganadas.

Al segundo aviso, más exitoso, respondieron 3 llamados y una visita: un hombre que quería comprarle el auto a su esposa. El tipo parecía decidido, pero cuando llegó su mujer y vio el Dacia por poco pide el divorcio. Mis conocidos trataban de alentarme “tené paciencia, siempre hay un roto para un descosido”, pero con esas frases no levantaban el ánimo del auto ni de su dueño. Esa semana traté de solucionar o al menos disimular el problema del motor, solo para volver a chocar con la retórica derrotista de mi mecánico: “Escupe aceite y empasta las bujías: está andando en dos cilindros, en vez de cuatro” ¿Solución? Desarmar el motor y evaluar si hay que cambiar la tapa de cilindros o hacer cambio de aros o ambas cosas. ¿Costo? Arriba de los mil pesos. ¿Conclusión? “Que Dios te ayude”.

Harto del desprecio de los supuestos interesados y abrumado por otras tantas obligaciones decidí tomarme libre el fin de semana siguiente para pensar alguna solución. El domingo almorzaba en casa de mis suegros cuando me sonó el celular: un antiguo interesado quería ver el auto. Acordamos un encuentro ahí mismo. El hombre llegó al rato, acompañado por su esposa. Fuimos hasta el auto y me pidieron que lo pusiera en marcha. Me senté en la butaca del conductor, bombeé una vez el acelerador, introduje la llave, le di contacto y tiré del cebador como si fuera la cuerda de un paracaídas. El motor carraspeó, tosió, escupió y después rugió como nunca. El Dacia vibraba como un fórmula uno. Decidí dejarlo así, cebadísimo, mientras el interesado hacía la acostumbrada inspección visual. Tras unos minutos me preguntó si podíamos dar una vuelta. “Sí, claro” repuse. El hombre ocupó el lugar del acompañante y su mujer se acomodó como pudo en las butacas traseras. Aceleré el Dacia a fondo para que no se apagara y salimos. Puedo decir que fue la vuelta manzana más tensa de mi vida, pero concluyó exitosamente. Dejamos el vehículo en el mismo punto donde habíamos arrancado y descendimos. Contra todos mis cálculos el tipo dijo que estaba interesado e iniciamos una puja por el precio en la que yo traté de defender mi posición menos por afán lucrativo que para desalentar sospechas. Finalmente llegamos a un acuerdo. Volví exultante a la casa de mis suegros y comuniqué la inesperada noticia que suscitó un inmediato brindis. El Dacia me había brindado su última muestra de lealtad y nobleza.

Cuatro días más tarde y tras innumerables y tediosos trámites acordé un encuentro con el comprador para cerrar el trámite. El hombre dijo que como venía de La Plata le resultaba muy incómodo llegar hasta mi casa y proponía hacer la operación en un bar. Al rato recibí el llamado de mi madre, que de pronto había echado a andar su máquina de ficciones paranoicas y había convertido de buenas a primeras a un honesto viajante de comercio en el líder de una siniestra organización criminal. “Te van a robar” “Están arreglados con el taxista” “Te van a asaltar en el baño del bar” “Decile que se cancela la operación” “Decile que no tenés garantías” “Llamalo y decile o sino lo llamo yo”. Finalmente logré zafarme de su asedio, pero logró su cometido de turbarme en grado sumo. Llegué al bar acordado 40 minutos más tarde, tras buscar infructuosamente algún conocido con facha intimidante que pudiera acompañarme y evitar la ya segura celada.
El comprador me recibió con un efusivo apretón de manos, sacó los fajos de dinero de su bolsillo, los metió en una servilleta y me los dio a la vista de todos los parroquianos. Me los engullí en el bolsillo y partí rumbo al baño, pero me topé con un niño que trataba de prender la luz “Pedile al señor que te ayude” apuntó cariñosamente su madre, pero el nene estaba sonrojado “bueno –agregó comprensiva– esperá que vaya el señor y después entrás vos”. Me zambullí como una tromba en el excusado. Conté los billetes dos veces y después me cercioré uno por uno que no fueran falsos. Cuando salí traté de no mirar al niño que ya debía haberse hecho encima. Volví a la mesa y firmamos todos los papeles. Acompañé al comprador hasta el auto. En el camino trató de iniciar una charla “¿El Dacia es búlgaro, no?, pregontó ” “Rumano –respondí- es rumano, -y agregué- La Dacia es una región de Rumania” “Ah, claro, como La Transilvania” “Si, exacto”. Llegamos al auto. El comprador subió y le entregué las llaves. Tras un par de infructuosos intentos, logró ponerlo en marcha. Le di la mano a través de la ventanilla y divisé un taxi conducido por un anciano de aspecto inocente. Lo detuve y lo abordé mientras el comprador aun seguía enfrascado en arduas maniobras para lograr el control del vehículo. Le di la dirección de mi casa al taxista y no miré ni una vez hacia atrás.

Zedi Cioso

26 diciembre, 2006

dos pelis más

bien, ahora se trata de dos europeas.

de la primera no recuerdo el nombre, algo así como el secreto silencio de las palabras.

la segunda, de nombre "hermanos", danesa.

de la primera, mal cine con trasfondo de la guerra de los balcanes, donde, claro, conmueve por obligación moral, no estética.

en la segunda, además, occidente sufre muerte en sus muchachos invasores, por lo menos hasta que me levanté y me fui.

ni se les ocurra.

ER

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La Conchudita

Son todos pajeros. Gozan del más formidable espíritu derrotista que pueda exhibirse. Tienen una suerte inaudita, pero es injusto hablar de suerte. A sus pares deportistas, los cronistas suelen llamarlos ‘elegidos’. Lo son. Cada oportunidad que se les ofrece parece llovida del cielo. Se debe, en verdad, a sus méritos aparentemente ocultos, quizás inhallables. Esto los convierte en sujetos irremediablemente odiosos. No hacen nada, y todos hablan de ellos. No los lean.
La revista llegó a mis manos gracias a un salvoconducto de uno de sus colaboradores: HR. Hernán la ofrecía a diestra y siniestra pero, siempre discreto, nunca presionaba para que la adquiriésemos. Varios de nosotros, compañeros de esfuerzos en la librería Yenny, lo hicimos.
Leí su segundo y último número con marcada renuencia. Era mucho más ignorante de lo que ahora soy, y desconocía todo acerca del humor. Creo que a eso que padecí se le llama ‘desternillarse de risa’. Bueno: me agarró a la puerta de Unicenter. Solo me liberó el tiempo suficiente para permitirme ponerme de pie y pulsar el timbre que me depositó en las veredas desoladas de Vicente López.
Repito: yo era muy, pero muy ingenuo. La ingesta de cocaína por parte de un intelectual se me aparecía como la muestra más acabada de elegancia. Ellos la consumían en cantidad. Imagínense, entonces, la impresión que causaron en el provinciano fanático que yo era, a la sazón bastante menor que ellos, los redactores.
Pasé ese número a Cioso, y ambos coincidimos en la fascinación con el ‘Círculo de Tiradores de Piedras de Sarandí’, atribuido por ellos a Rubén Forestello (gloria del Porve, en las épocas en que aun no fatigábamos el Nacional B). Las malas lenguas sindican la responsabilidad del texto a Pablo Kohan, psicólogo y de Lanús. Compré otro ejemplar de ese número. Recorté la página en la que se exhibía, desinhibido, el artículo, y la colgué en mi pieza. En la puerta de entrada a la misma podía verse la tapa de ese número: el hermosísimo rostro de Isabelle Adjani sacándome la lengua. Arriba, se leía: “La Conchudita”, y en la bajada, ‘un gorjeo variopinto’.
Compré el primer número, esperando que tarde o temprano deviniera incunable. También ansiaba que hubiera muchos otros números, y la satisfacción de ese deseo me fue escamoteada. Desinteligencia debida al azar, a la pereza, al histérico desbaratar lo que se haya bien encaminado que caracteriza, desde siempre, a su mentor y primer escritor: Nicolás Schuff. Durante algún tiempo, el prosista a quien más admiré.
Creo que leí, a lo sumo, cinco o seis párrafos de su autoría. Recuerdo en particular un texto breve, correspondiente al primer número. Así como las golosinas fue el eje temático del segundo número, el primero estuvo gobernado por las bebidas. Schuff se inclinó por honrar al mate.
No reproduciré el artículo, y no por falta de ganas. Menos aun porque no sea oportuno. La oportunidad se genera, y es lo que estoy haciendo acá. Mudanzas, limpiezas y el desorden inveterado que me persigue se encargaron de hurtármelo, quizás definitivamente. En él se leía la morosidad del uruguayo tomamate. En él se explicitaba su derrotero mental. Finalizaba con un ‘no saco consecuencias’, que arrancó las más estertóreas carcajadas que hube producido jamás. Creí que me moría. No lo hice. Releí. Finalicé, una vez más, revolcado por el piso. Durante algún tiempo me sometí voluntariamente a un tipo de prueba similar a la que protagonizaba cada semana frente al televisor, viendo en ‘Cha cha cha’ las intervenciones del Ministro de Ahorro Postal, Gilberto Manhattan Ruiz: intentaba verlo sin reírme. Nunca tuve éxito. Con ‘Mate’ ocurría otro tanto. Después de no poder respirar por varios segundos, decidí apartarme de él. Escondí la revista. Hoy no sé dónde está.
Recuerdo varias cosas más. La reseña de ‘El Adiposo Predicamento del Mofeta’, textos firmados por Milena Tutuca (la característica puta que todo varón heterosexual imagina la primera vez que forja un personaje femenino), la reproducción de ‘Las Causas’ de Borges, sobre un fondo con E.T. tocando con su dedo el del nene protagonista de la película. Tampoco me olvido de un texto propiedad de Hernán, en el que el narrador, en medio de un equipo de Sugus, metía un gol, y con sus negros compañeros trepaban al alambrado para festejarlo. Los amonestaban a todos, pero no les importaba.
Durante un tiempo, La Conchudita fue, para Cioso y para mí, el espejo en el que mirarnos y el norte hacia el que caminar. Queríamos ser como ellos, queríamos escribir así. Después llegó Lamborghini, Osvaldo, y nunca nadie escribió ni escribirá así. Después llegó Bolaño y todo aquello quedó definitivamente atrás.
Hoy La Conchudita regresa en formato blog. Pueden leerla en laconchudita.blogspot.com, o clikeando en el respectivo link en el margen izquierdo de sus pantallas.
Pero repito: no lo hagan.

Matías Pailos

24 diciembre, 2006

ANUAL

Estimados matetuertenses, siguiendo el camino de Zatoichi, entonces, vamos a desandar.

1. Un nuevo año de estrechez economica para mi empresa, que sigue sin levantar cabeza. Asi y todo, premio en Brasil al mejor proveedor del rubro durante 2006, y otras buenas señales. Con muchas cosas claras, por aprendizaje de este, 2007 sera el año del cambio.
2. Un pesimo año para la lectura, un buen año para la escritura. No publique la nouvelle terminada en noviembre de 2005, pero estoy terminando la novela rusa que empece en agosto 2005. En 2007, algun cretino habra de publicarme.
3. Mi hijo pasando de niño a muchachito, y mi hija de niñita a niña: creo que estoy criando buena gente.
4. La posibilidad de compartir junto a los matetuertenses fundadores, gente entrañable como Cobiñas, Pailos, Cioso, Zatoichi y aquellas que participan del backstage como Mome, varias buenas horas de mi vida. Gracias.
5. La imperiosa necesidad de salir en busca de nuevos horizontes. Ciertamente no vamos a vernos mas en persona, pero El Mate tuerto, espero podra continuar siendo un espacio importante de debate, vomito y humor, como lo fue este año.

A todos, un abrazo, y un buen 2007.

ER

23 diciembre, 2006

Listita -enumerativo-

Este año hice (quizás en orden cronológico):
1) Vacaciones en el desierto del norte (pero no tanto) de Chile.
2) Fume en banda en una carpa.












3) Jugué un partido de ajedrez (ajedréz místico le llamamos) en una reserva natural llamada dama (isla dama), en un faro (sobre la dama), recien salido de la carpa en banda.
4) Escale, y tuve un accidente casi épico (epiépico) del que todavía exhibo cicatrices.
5) Terminé la carrera... Dígame licenciado.
6) Habité tres casas; me mudé dos veces; supe ser vecino de Olivos, vecino de Chacarita, vecino de San Cristobal.
7) Puedo decir, de las últimas dos, que soy el hombre de la casa.
8) Vandalismo urbano... Por primera vez pinté con aerosol una pared del espacio público (todavía puede verse en las calles de Chacarita).
9) Por primera vez se me dedicó un graffitti -¿cuántas t?- (todavía puede verse en las calles de Chacarita).
10) Llevo corte nuevo: emparejaron mis vellos púbicos.
11) Cambio laboral: menos trabajo, más remuneración.
12) A los dieciséis dije que moriría a los veintisiete (un fanático de Morrison, por supuesto).
13) Cumplí veintiocho.
14) En un sentido puede decirse que morí a los veintisiete.
15) Me dí mis primeros tiritos, me tomé mis primeras líneas, compré mis primeras bolsas... y entré en un nuevo campo semántico.
16) Dejé a la psicologa. Intentó retenerme o probó mi fuerza, en cualquier caso, salí indemne.
17) Cry baby cry, cantaron Lennon/Mc Cartney y Zatoichi.
18) Me uní civilmente, o celebré una unión civil, con Floreada.
19) Me bautizaron Zatoichi.
20) Cumplí veintiocho.

Zatoichi

19 diciembre, 2006

Sábado

-Ya está: a mí no se me puede contar un secreto.
-¿Qué hiciste?
-Se lo conté a dos amigos por chat. ¿Podés creer que la mina lo descubrió?
-¡Nooo!
-Estaba a punto de leer en Almagro el año pasado. La mina me llama y me dice: ‘¡sos la peor basura que conocí en mi vida, hijo de puta!’
-Chan.
-Sí. Encima la rebardeaba. Contaba que era medio machona, medio hueca.
-Psst.
-No me encuentra la confesión de que cómo me cogí a otras minas. Me encuentra eso.
-Dificilísimo.
-Si me contás un secreto es para que yo lo cuente.
-No te castigues. La discreción no es no contar secretos. Es contárselos a gente suficientemente lejana al eventual afectado.
-Pasame el porro. ¿Vos como andás?
-Bien. Me la volví a coger.
-¿A quién?
-A la de siempre.
-¡Uh! No me vengas a llorar, ¿eh?
-Yo no dije nada.
-Estabas a punto de contarme cuánto la amás.
-La amo.
-¿Qué es eso? ¿Qué es ‘te amo’? ¿Cuáles son las condiciones de aplicación de ese concepto? No entiendo.
-No me vengas. Por más que haya situaciones oscuras, hay ocasiones en las que es claro si lo aplica o no.
-Cuando una mina te dice ‘te amo’, ¡qué difícil!
-Decile que la amás.
-¡Claro! Pero en realidad uno está pensando ‘¿me vas a chupar la pija?’.
-No, macho. No es así.
-Es así.
-A una chica yo le cuento cosas que no le cuento a mis amigos.
-A un amigo le contás cosas que no le contás a tu chica. Así es.
-También. Ocurren las dos cosas. Son como dos aspectos de la misma persona.
-Sí. Y el verdadero yo es el de los amigos.
-Que no.
-Sí. ¿Porro?
-Dale.
-El plan es ir a cenar con estas minas.
-¿Están buenas?
-No.
-¿Entonces?
-Nada. Por eso los llamé. Después está la fiesta de este salame.
-‘Yo no suelo recomendar fiestas’.
-¡Qué idiota! ¿Quién es?
-No sé.
-Es un idiota.
-‘Yo no suelo recomendar fiestas’. ¿De qué me está hablando? Yo veo una fiesta pasarme cerca y le hago un takle y me le tiro encima. No se me escapa.
-Y agradecés al cielo.
-De rodillas. Che, y a la cena no va…
-Sí.
-¿Sola?
-Con el novio.
-¿El novio?
-Sí. Otro imbécil.
-En qué sentido.
-En todos los sentidos.

Matías Pailos

17 diciembre, 2006

Camuflaje

Quien porta una estrategia tiene la mitad de la batalla ganada. Esta afirmación, de dudosa validez general, sí se aplica con fortuna al problema de cómo sobrevivir al colegio secundario.
Yo no supe hacerlo. Salí magullado, amorotonado, con las marcas de su institucionalidad opresiva y normalizadora en mi piel. Salí con los pies para adelante, pero sin cortejo fúnebre que me llorara.
Salí y ocurrió el milagro. Lázaro vernáculo, volví a la vida. Como no soy desagradecido, opté por no mirar atrás. Salvo exigencias dialógicas a las que constriñe la amistad, nunca me abandoné al análisis moroso de mis años en el Purgatorio. Yo no soy Pailos; la adolescencia no es mi tema. Pero cuando no hay tema, buenos son los traumas. A por ellos, pues.
Allá adentro es la jungla. Como tal, rige la ley de la selva. Quien no haya sido seleccionado con las facultades adaptativas pertinentes, sucumbirá en ese nicho ecológico de los años de formación que es la escuela media. Pero lograr una cabal adaptación al medio no necesariamente supone ser el más fuerte. Esta es solo una de las vías disponibles para el ingenuo que se vea de bruces en los prolegómenos de la adultez, o al menos ya fuera de la niñez. Si se es fachero, si se es peleador (y si se sabe pelear), si se tiene la fortuna (a esa edad vale más que nunca el talento sin pulir del diamante en bruto) de tener levante, se verá mayormente eximido de burlas, chanzas, cargadas y, verbigracia, maltratos, golpizas, y humillaciones a granel. Más aún: se propinará todo esto a otros. Si no se es galán, si no se sabe boxear (vale aquí también cualquier el dominio de cualquier arte marcial, menos el haikido), si se desconoce todo de cómo seducir, vamos fritos. O al menos lo vamos si pretendemos pertenecer al mundo de lo que la pantalla yanqui da en llamar ‘los populares’. Ese fue mi caso. Esa fue la cifra de mi malhadado trajinar por los pasillos del Nacional Vicente López. Eso me pasó por no asumir el nerd que había en mí. Porque los nerds, o algunos nerds, tenían muchas mejores posibilidades de salir indemnes de esa experiencia que yo.
Hace no mucho les conté cómo con un amigo, infiltrados tras las líneas de un emporio dedicado al tráfico de libros, nos las arreglamos para saquear uno de sus locales. Ese mismo personaje es el que, como un Charly García (noveno piso) o un Jarvis Cocker (tercer piso) a pequeña escala, saltó desde el balcón de su pieza (primer piso) a la calle. Ese mismo sujeto comprendió, sin palabras, a nivel inconsciente, cuáles eran sus oportunidades, y supo jugar sus fichas con sapiencia y tino.
Cuando lo conocí era un gordito petiso, más bien roñoso, que más o menos la movía en un ámbito que me fue por regla esquivo por mucho tiempo: el fútbol. A los pocos años era el hijo del Tío Cosa. Había agregado a su rechoncha condición una surtida pelambre que le llegaba hasta las tetas. (Una vez, exhibiendo sus habilidades, me mostró cómo podía comerse su pelo sin arrancárselo. Yo no podía tanto.) Eran los tempranos noventa, hoy tan lejanos. El pelo largo era de rigor. (Queriendo emular al cantante de Soul Asylum, intentó que sus cabellos trasmutaran en dreadlocks. ¿Qué hizo, en consecuencia? No se lavó el pelo por dos meses. Sí, el olor era palpable.) Mas no se debe solo a su aspecto (solía acompañar la panza y los granos con camisas grunge o chombas insulsas sobre camisetas fuera del pantalón) que haya logrado escapar a la Gestapo que perseguía a los faltos de cooltura. Mi amigo tenía un don altamente anhelado por todo adolescente: la invisibilidad. Era, genuinamente, un amigo invisible. Hablaba con poca gente, y todo lo que salía de su boca eran epigramas incomprensibles. Su vida fuera del secundario era, me enteraré después, una inclemente dieta de pajas y libros. No sé si logré expresarlo con claridad: el tipo leía al menos ocho horas por día. No hacía otra cosa (además de cultivar el onanismo, como quedó establecido). Leía clásicos (mucho ruso, mucho siglo diecinueve), leía filosofía (Kierkegaard a morir. Incomprensible). Las personas, por tanto, le rehuían. Para acentuar su aislamiento, iba continuamente contra la corriente. ¿Qué hace un alumno al oír el timbre que señala el inicio del recreo? Sale disparado a los pasillos. ¿Qué hacía este individuo? Se quedaba clavado en el aula. ¿Qué hacía en el aula? No podemos saberlo. Nadie se queda en el aula en los recreos. Carecemos, por tanto, de quien pueda dar testimonio de sus actos en esos momentos. Sé de buena fuente, sin embargo, que a veces, para no ser tan previsible, seguramente, abandonaba el aula. ¿Para ir al kiosko? ¡Pardiez! ¡Eso jamás! ¿Adónde iba, entonces? ¿Cuál puede ser el destino de un nerd? ¿Cuál, de entre todos los rincones de un secundario, constituye un reducto inexpugnable contra sádicos populares? ¿Cuál, entre todos sus recovecos, es el bastión de los que no cogen? Sí: el mismo. Mi amigo, cuando no se encerraba en el aula, se encerraba en la biblioteca.
No creo haber logrado que comprendan el tamaño de su genio. Quizás el siguiente episodio consiga lo que me fue, hasta el momento, esquivo. Hacia cuarto año devenimos compañeros de curso. Para eso, dimos una serie de exámenes junto a otros 98 aspirantes, más o menos. Se trataba de entrar al selecto círculo de los más estudiosos para recibir, presuntamente, una educación de elite. En fin… La cosa es que mi amigo sacó la puntuación más alta. (Aunque no se sirvió para ello de las más puras artes, cabe aclarar.) ¿Qué se hace, que hacen los populares, con aquél que ha demostrado ser el más aplicado/inteligente/capaz? Se lo caga a trompadas. Por supuesto.
Sabían que el individuo en cuestión pertenecía a la división tercera, cuarta sección. Sabían cuál era el aula de la división tercera, cuarta sección. Había, sin embargo, un problema: no sabían quién era. El método de mi amigo había probado ser extraordinariamente eficaz. Cabía, no obstante, superar la más dura prueba. Todo el colegio lo estaba buscando para darle su merecido. No iba a escapar. La furia redentora de la masa dura unas pocas horas. La semana siguiente, el objeto de su deseo se iba a correr. Tenía que resistir esas horas. Tenía que desaparecer una vez más.
Pero el enemigo no era definitivamente estúpido. Se organizaron. Mandaron, entre otras cosas, una partida de dos de sus mejores agentes a la caza del nerd. El primer destino era el aula de la división tercera, cuarta sección.
Antes de seguir adelante, necesitaré asignar a mi amigo un nombre de fantasía. Llamémoslo Riber.
Timbre del recreo. Riber está sobre aviso. Sabe que lo buscan por un crimen que sí cometió. Sabe que, una vez en poder enemigo, será sometido a todo tipo de vejaciones. Pero es conciente de sus fuerzas. Confiado, espera.
El aula se vacía. Afuera: todos. Menos él.
El tiempo pasa. Las fieras huelen sangre. Sus garras crecen. Sus colmillos están a la vista. Su boca despide saliva.
La puerta se abre. Frente a frente, los lobos y el cordero.
Los lobos miran al cordero. ¿Qué ven cuándo lo ven?
Un lobo abre la boca.

-Che… ¿Riber está por acá?

Riber se da vuelta. Mira a izquierda, mira a derecha.

-No.
-…Ah, bueno… avisanos si lo ves.
-Dale.

Las garras se esconden, la boca se cierra. Dejan de salivar.
Los lobos abandonan el prado.

Zedi Cioso

12 diciembre, 2006

infiltraciones

Ya que con CF venimos de racha, pues intentamos no dejar pasar algunas cosas que llamen nuestra atención desde el cartel.
Esta vez fue LOS INFILTRADOS, de Scorcese, en primer lugar.
Admito que estoy lleno de prejuicios al mirar la obra del susodicho: lo admiro de una manera tan desenfrenada que temo termine resultando insulsa, o no tanto; digamos, para suavizar, idiota (mi admiración).
CF ante mi entusiasmo al salir de la sala, me mira de una forma que, como si yo la conociera desde hace años, confunde la cualidad de idiotez, y no cree en que la misma impresione a la palabra admiración, sino que a mi persona.
Pero no importa, sigo diciendo que es un tramposo genial, que atiende a todas las obras sociales: a los que buscan aventura pochoclera, a los amantes formales del arte cinematográfico sin más, a los moralistas de uno y otro bando, (porque es capaz de ser ambiguo hasta ese punto), a los lectores del absurdo y del barroco, etc.
¿Por qué tramposo? Porque garpa a la industria con género, pero inmerso en él, dice lo que quiere (¿Dick? ¿Hitchcock? ¿Walter Hill?) Relato barroco, entiendo con mi poca cultura que shakespereano, lleno de claves (el detective Queenan, bien obvia, y las citas de las que el film debe estar plagada, para garpar al espectador culto, pero no en el sentido bibliotecario, acumulador de la palabra, sino en el sentido de lo polisémico). ¿Realismo? Ña ña, nunca. Desmesura, reflejos, barroco puro. Y en el principio, como debe ser, está absolutamente todo condensado en una frase que proviene de las sombras. Bella y dura, como la veda mesma.
Imperdible, cinco mates tuertos.

Salud.

ER

11 diciembre, 2006

Senectud

-Lo que pasa es que yo ya estoy viejo, Fede.

Fede soy yo (‘Fede’ es mi primer nombre, aquél por el que no soy conocido). El que esto me decía es indudablemente viejo. Ni rancio ni arcaico ni antiguo. De su declaración se implicaturaba (se seguía conversacionalmente) que yo no lo era. No lo soy. Contrariamente a lo que usted aguarda, tampoco lo era. De momento estoy imposibilitado para la vejez. Esto, claro está, tiene un remedio que como La Muerte del relato clásico, me encontrará allí dónde me hallare, Damasco o Aleppo. (El único escenario en el que esto no ocurre es uno algo más dramático. Déjenme envejecer, entonces.) El viejo de la historia es Hache, y tiene pocos años más que yo. Algunos más tiene ER. Varios más que ER tendría Bolaño. No importa cuántos más. Él, como ER, también parece haber nacido viejo.
Con esto cometo una injusticia. A ER no lo conozco hace tanto. Desconozco como era antes. ¿Qué hace que estos tres, que no llegan a los cincuenta (los dos vivos de hecho no llegan a los cuarenta), no-jóvenes? (Ya sé que ‘jóven’ es un término que nadie, los jóvenes menos que nadie, utiliza. Pero el concepto es claro. Para lo que sigue, descarten el cascarón y quédense con el huevo.)
Un episodio dramático, pensé. Confieso que ignoro mucho de la biografía de ER y de B para contrastar esta tesis. Hijos. Pero Hache fue viejo desde que lo conocí, antes del derrumbe. (Tampoco, que yo sepa, es padre.) Una serie de episodios casi dramáticos, postulé a continuación. Puede ser. Me suena, sin embargo, innecesario. Claro, si nacieron viejos no hay transición que postular. No nacieron viejos por tanto, rechazo lo dicho. La transición, sospecho, fue oculta, subterránea, e invariablemente temprana.
Y ahora una aclaración: viejo no es maduro. Un pendejo puede ser maduro, y yo reclamo ese sitial para mí. (Por más que todavía no haya abandonado la madriguera materna, podría argumentar en este sentido.) Conozco pendejos maduros en cantidad, si se me niega la madurez. Su suma asciende, al menos, a la totalidad del resto de mis amigos: X, Cioso, Zato antes que nadie, Nacho, ML, PH, por mentar solo a los virtuales. Otra aclaración: ‘viejo’ no es condenatorio. Más aún: hay mucho de envidia en este reconocimiento. Hay algo que ellos saben que yo ignoro. Hay algo que ellos pueden y yo no. Hay un lugar que ellos habitan que me es inexpugnable.
Frente a ellos, cada vez que recuerdo que no soy viejo, me creo irrisorio, supernumerario, marginal ocupado de asuntos marginales, escasa o nulamente importantes. Infantil. Lo que hago, sea lo que fuere, es lo que debo hacer, que es lo que un chico debe hacer: jugar. Jugar no es Lo Importante. Lo Importante es eso que ellos saben, pueden y habitan. ¿Qué es?
Un escritor amado por los tres dijo, en su diario: yo ya no me enamoro. Y cuando lo decía, no parecía importante. Eso me enfurece. El adolescente que me habita (a tiempo completo) se revuelve contra estas sentencias. Lo que el halo de sus connotaciones despide es una fragancia acre aunque agradable, una que trasmite: eso tampoco es lo importante. ¿Yo qué sé, después de todo?
Sé que se equivocan, si bien tienen razón. Sé que ese aire descuidadamente serio y dramático de las narraciones de Bolaño me será ofrecido cuando agote mi desmesura adolescente y juvenil y madura, mi hiperproductividad, mi incapacidad de reposo, mi incurable narcisismo.
Mi mi mi. Soy lo que envaraba a Harrison (“all I can say, ‘I me mine’”). A pesar de las lágrimas.
Estoy algo enojado, algo resentido. Soy caprichoso. No encuentro el remedio para esta dolencia, y en cualquier caso me niego a tomarlo. Acabo de desempolvar el Barco Pirata. Y, contra los hábitos de J. M. Barrie, no voy a jugar en secreto. Voy a hacerlo a la vista de todos.

Matías Pailos

09 diciembre, 2006

Endogamia

-¿Vos tenés un blog?
-No. Yo soy prima de ella.

Pobre chica. Era indudablemente hermosa, y eso no hacía sino más dramático el que estuviera tan perdida en esa terraza infestada de pre-escritores, de monomaníacos que solo sabíamos y queríamos y podíamos hablar de blogs y literatura. Sin duda no se merecía la risa general que propicié. No recuerdo si fue PH o Incardona quien explicitó la dicotomía: ¿blogger o prima? La prima de la prima era la chica de anteojos, amiga de Juan I y segura Lic en Let. Con todo esto quiero decir que, sí: conocí al héroe de post perimidos, aunque no olvidados. Me llevé por delante a Incardona; su flequillo rolinga y su remerita marinera. ¿Cuál es la forma más segura de hablar con una chica hermosa? Felicitar a Incardona. Eso hice. Me contoneé en el piso (estábamos sentados contra el suelo, en un intermezzo a lecturas) y, haciendo alarde de toda la bonhomía que me caracteriza, espeté: “Felicitaciones por la lectura del otro día, en la mesa de Link. Lo mejor del encuentro”. Agradecimiento del escritor, que replica: “¿vos cómo te llamás?”. Matías. “¿Tenés un blog?” Le digo. “¡Ah! Vos sos Pailos”. Y debería decir que me quedé de una pieza pero, para algunos asuntos, yo también estoy viejo. No solo conocía el blog, sino que también alegó que le gustaba. Se armó un círculo, liderado por el escritor, quien, sin querer queriendo, monopolizaba el discurso. (Nadie quería otra cosa.) Alguien preguntó qué había dicho, y el escritor dijo: “me está dorando la píldora”. Por supuesto. Acto seguido, el escritor disertó acerca de la precitada expresión. Llegó mi turno, e hice lo que mi papel exigía: lo acribillé a preguntas. Dejé para el final la evidente, la que caía de madura, la que el buen gusto apremiaba a ahorrar. “¿Es verdad eso que contaste de Serrato?” “Todo lo que conté es verdad”. Pillo. Insistí, pero él redobló la apuesta, así que me quedé en el molde. Como frutilla del postre, confesó la historia que lo ata a Link, que debo callar. (En este momento me estoy mordiendo los dedos para evitar que el chisme mayor se trasunte en la pantalla. ¡Ingente lucha, lector!) Las sesiones de lectura se reanudaron. Para ese entonces íbamos por la tercera cerveza. El escritor se despidió y cuajó entonces en mí el siguiente devaneo: Villa Celina es la patria chica del escritor; habitada por la afamada clase laburante, y por más media que sea, desde acá esa clase luce más bien baja. Así que Incardona es hijo del Oeste. La mía propia es Vicente López. Por más media que sea, desde todos lados la clase de VL luce acomodada. Tengo para mí (y esta era el corazón del paupérrimo circunloquio preanuncado) que el escritor y yo no somos tan diferentes. (Más calle por allá, más academia por acá.) ¿O será que además de buen pibe soy un fiable detector de buenos pibes? No, si Pascal está en lo cierto, y nadie que sea bueno se cree tal. ¿Yo me creo tal? La reflexión se vio interrumpida por la caída de la pantalla en la que se proyectaban los textos presentados. Leyeron muchos. Leyó un pibe que no tiene blog, pero tiene casi tanta neurosis, inteligencia, ansiedad y verborragia snob como nuestro Mundo del Cinismo. Empezó hablando de minas, terminó acumulando nombres. (Dijo como 3 veces ‘Happy Mondays’, con lo que se convierte en el argentino que más veces dijo ‘Happy Mondays’ de la historia.) Leyó Mavrakis, y tuvimos su mezcla abrasiva de indiscreción recoleta y distinguida de las altas esferas. Hubo putas, merluza y yates en Punta. Aplauso, medalla y beso. Leyó Molina, y tuve que calmar a PH, a punto de padecer un paro admiratorio. Leyó Moret, y nuevamente tuve que contener a PH. (Esta vez, desatado en su afán de violar a la lectora. Le incrusté la cerveza en alguno de sus orificios y se quedó quieto.) Nos íbamos y estaba a punto de leer Eugenia, la que considera cosas, quien puso en juego todo su poder de seducción para que nos quedáramos. No lo logró, aunque sí nos sedujo.
El resto de la noche, fuera de la velada organizada por Tamarisco (que eso y no otra cosa fue el contexto que da sentido a este relato), la gastamos en especular si el dúo de la mesa vecina lo constituían novio y novia, o padre e hija (‘¿Cuál es la diferencia?’, intervino el mozo), en correr de espaldas y en retroceso para hablar con fémina de negro esperando bondi, y en chamuyarnos a chicas frente a sus novios. Una nueva derrota. Ya me estoy quedando sin lugar para las rayas.

Matías Pailos

07 diciembre, 2006

Diálogos

_ Y sí, querida, el viaje fue muy largo... un mes más o menos... yo no podía comer nada, todo me daba asco y eso que había cada cosa de rica en el barco. Pero yo no, solamente comía un pedazo de pan y un poco de chorizo que nos había dado el Darío para el viaje... Un pan de esos de broa, ¿viste?, los redondos que tardan días y días en ponerse feos y chorizos. Y encima los tanos que gritaban y gritaban... Viajaban con todo, nosotros no: llevábamos el pan, los chorizos, un poco de queso y tu abuelo la caja con las herramientas para poder trabajar cuando llegáramos. Los tanos cargaban baúles y baúles llenos de cosas y hasta las gallinas se traían y estaban siempre sucios como el de la cuadra de tu casa... Lo único que queríamos era llegar a Buenos Aires y cuando llegamos y vi el Río de la Plata me quería morir... ¿de la plata? si parece de mierda dije yo, de plata sólo los ríos de Galicia. El día que llegué me acuerdo que me puse un trajecito que me había hecho la Florita, igual, igual a uno que tenía Evita: negro, con el cuello de terciopelo y bien al cuerpo... yo tenía una cinturita así, querida, que vos no tuviste nunca... Nomás llegar y ya nos vino el primer problema. Tu abuelo había traído un revólver y una escopeta de caza y no teníamos los permisos y no había manera de llevarnos las armas... qué no y qué no. Y nos tuvimos que ir a Avellaneda sin la escopeta nomás... Pero a los dos días fuimos a buscarlas con el primo Secundino que era el chofer de Evita...

_ Pará, abuela, ¿nosotros teníamos un primo que fue chofer de Evita?

_ Sí, querida, el Secundino y nos llevó hasta la aduana en el auto oficial de la perona...

_ ¿Ustedes viajaron en el auto oficial de Evita?

_ Sí, querida, y cuando entramos ni nos miraron a la cara, el Secundino pidió las amas y se las dieron sin chistar, ¿viste?, el auto tenía la chapa de la Presidencia de la Nación. Así como te cuento: salimos, nos subimos al auto y nadie nos reclamó ni permisos ni hostias...

06 diciembre, 2006

dos pelis

La primera, Noi, el albino, (Noi, albinoi, en el original) de Dagur Kari, en guión y dirección. Película islandesa. Comedia trágica o tragedia cómica, que narra con una sabiduría un tanto sorprendente en un artista tan joven como Kari (29 al momento de rodarla), en el tremendo paisaje de ese lugar, con una compleja simplicidad, hechos cotidianos pero no por eso poco peculiares, con un humor lúcido y lucido, o con un dolor intenso (la rotura del piano a mazazos), a través de una fijeza reconcentrada, acaso como los ojos del propio Noi, claros, secos, agudos y con una desesperación controlada. Qué felicidad encontrar una narración fílmica que huye del clisé entiendo que sin proponérselo, por la naturalidad de jugar el partido con sudor y saber.
¿El final? Mmmmm quién sabe.

La segunda, de un autor que me ha hecho ver con ésta ya 4 de sus obras: mundo grúa, el bonaerense, familia rodante, y ahora nacido y criado.
Creo que Trapero es un gran narrador. Me pregunto cuándo podrá ser cautivado por las tropas no realistas, porque pienso que puede dar el mejor cine que le consigamos imaginar a este país, si pudiera soltarse y viajar hacia las tierras de un kusturika, por ejemplo.
Maestro del clima y del montaje, que en definitiva es el corazón del cine, y ahora puesto en dos cotidianeidades diferentes, una pasado de la otra, y ese pasado que a la vez es presente en el silencio y la angustia. Igual, para mi gusto, Trapero no ha podido superar su ópera prima, y eso es un tanto preocupante. Como admirador de su obra, siempre estoy a la espera de un salto a otra poética, que entiendo que en algún momento va a ocurrir. Es para ver.

En definitiva, dos films que lo reconcilian a uno con el cine actual. Hay para narrar bajo esta forma, todavía, siento la satisfacción de ver que de lugares como los balcanes, irlanda, islandia o acá, entre muchos otros, aparecen joyas y sabias miradas.

salud al cine.

ER

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05 diciembre, 2006

Un héroe de nuestro tiempo

“Nos proponemos la tarea de discurrir acerca de los grandes hombres. Hablaremos, pues, de los héroes”.
Thomas Carlyle


Su nombre no es Zatoichi. Es, sin embargo, el protagonista de estas viñetas. Ellas pretenden, acaso, perfilar, no un modelo de vida, sino, más modestamente, un personaje de talla mitológica.

1) Por vez primera voy a jugar al fútbol con mi futuro amigo. Puede que ya lo fuera. Cancha de fútbol cinco. El ahora conocido como Zato se posiciona en la retaguardia, del lado izquierdo. Emplea, sistemática y eficazmente, el pie zurdo. Su porte es gallardo, sus desplazamientos invariablemente elegantes. Pasa sin dificultad por un Redondo contenido, uno que prefiere las sombras de quien no luce. Pero no puede evitarlo.

-Che, no sabía que eras zurdo.
-No lo soy. Solo quería ensayar jugar con la izquierda.

2) Escolar egregio del Belgrano Day School, Zato es designado por la abrumadora mayoría del alumnado para pronunciar la alocución de fin de ciclo a sus condiscípulos. Se pretende con ello que el primus inter pares, mientras hace explícito el final de la adolescencia, exhorte a quienes descenderán de cabeza en la adultez a hacerlo con firmeza, esmero y rigor. Se solicita inteligencia; se espera emotividad. Todos, menos Zato.
Encaramado al púlpito, escuece de esta manera a compañeros y progenitores:

-La verdad es que no nos vamos a ver nunca más. No nos mintamos. Va a ser para mejor. Ustedes me parecen una manga de imbéciles, y yo les parezco otro tanto. Les deseo lo peor.

3) Meses antes, la más hermosa mujer que fatiga los pasillos de esa institución se enamora de él. Zato no le va en zaga. Zato no es mujeriego, y no por falta de recursos. Tiene otros intereses. Ella es el principal. La noche obra milagros cotidianos, y sus bocas se encuentran sobre un sofá. El sofá es parte del mobiliario de una popular boite, rezumante de alumnado del Colegio. Entre ellos, el ex novio de ella. Uno de los pilares del team de rugby escolar. Él continúa enamorado. Él ve a Zato hundirla a ella en lo mullido del sofá y las migajas de razón que detenta se evaporan con la visión. Avanza, pero no sabe lo que hace. Tampoco lo sabe cuando incrusta su puño en la cara de mi amigo. La multitud interrumpe la golpiza y los separa. Ella insulta al rugbier y cubre de besos la humanidad de su amado. Cuando el gentío se separa, Zato se pone de pie.

-Vos quedate acá. Yo ya vengo.

Zato baja. Algo busca. Lo encuentra. Se acerca al rugbier, cercado por un contingente de otros rugbiers. Así habló Zato:

-Vos me querías cagar a trompadas. Acá estoy.

Zato permanece impertérrito ante la primera piña. La segunda lo derriba. Comienza la demolición del héroe. Oportunamente, la muchedumbre vuelve a poner fin a la masacre incipiente.

4) Luego de su separación, años más tarde, decide volver a Chile. Va en busca de una transa ocasional, la mujer que más amó hasta ese momento.


Fin. ¿Qué pretendo con esto? ¿Pretendo insinuar que este patrón de conducta constituye uno loable? ¿Estoy defendiendo a Zato como modelo de vida? Más preguntas: ¿qué es Zato? ¿Es un dandy? Seguro. ¿Qué más? ¿Hay soberbia en su conducta? No. Créanlo: no la hay. ¿La habría en sus eventuales émulos? Seguro.
Quizás pretendo venganza. Quizás pretendo desenmascararlo, y así restarle algo de un brillo que me es imposible. Pero desenmascararlo no es más que dejar en evidencia su estatura de gigante moral. No hay forma de degradarlo. Quizás este texto no sea un episodio de veneración, un gesto admirativo. No soy capaz de tamaña nobleza. Quizás, solo quizás, no sea más que un rencoroso, revanchista, mezquino acto de iconoclasia.

Matías Pailos