El Mate Tuerto

"Se fingirá el saber que no se tiene."

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Nombre: El Mate Tuerto
Ubicación: Argentina

28 junio, 2008

Un encantador de serpientes

Todavía falta como una hora para que pueda subir al avión, y eso si tiene suerte. La puta manía de ir antes de lo previsto, de preparar el terreno, de hablar con la gente, de dejarse ver, de fundirse con el paisaje… baja el libro. Lo guarda en el bolso y mete las manos en el bolsillo. ¿Y esto? ¿Qué hago con esto acá? O me lo fumo o lo tiro a la mierda. Lo tiro a la mierda. Bueno… queda una hora. Voy al baño.

-Te amo.
-Te amo.
-Si las cosas no fueran así…
-Te hubieras apurado.
-Estaba con la cabeza en otra cosa.
-Mentira: sabías que si te metías conmigo ibas a terminar así. Y a vos solo te importa tu laburo.
-Bueno: como a todo el mundo.
-No. No como a todo el mundo.
-Escuchame… no tengamos esta pelea. Vos estás con otro tipo, después de todo.
-… Sí… pero vos nunca me pediste que lo dejara.

Cargó el bolso y caminó hacia el baño. Una, dos secas y chau. Una, dos secas y gran vuelo. No puedo ser tan descuidado. No puedo jugarme la cabeza por esta pelotudez. No puedo mandarme cagadas, no puede ser tan idiota. Voy a revisar bien: no puedo arriesgarme.

-Sos la novia de un amigo, nena.
-¿Y qué mierda hacés en pelotas conmigo en una cama?

Basta de idioteces. Basta de forradas. Ya sos grande. Ya tenés… ¡ufff!: una pila de años. El resto de energía tenés que dedicárselo a tus hijos, pelotudo: no a una pendejita. ¿Oíste? ¿Me oíste?

-…
-¿Qué mierda hago con vos en una cama?
-…
-Tenés razón. Tenés razón. No discutamos. Después de todo Nacho es tu amigo. No podemos hacerle esto.
-… no…
-… no…

Abrió la puerta y entró. El baño estaba medio escondido, por lo que lo suponía poco frecuentado. Nadie vigilando, nadie limpiando: una ventaja. Una desventaja: todos los cubículos parecían ocupados. ¡Mierda! ¿Justo ahora que me quiero fumar uno se les ocurre cagar, a todos?

-… ¿vos me decís que si te lo pidiera lo dejás?
-… ¿me lo estás pidiendo?

Ocupado, ocupado, ocupado, ocupado, oc… ¡Vamos todavía! Abrió.
El porro se consumía en labios del pendejo, quien, al verlo tras la puerta recién abierta, se puso blanco y rojo a la vez. Comenzó a toser.

-Tranquilo… tranquilo… tranquilo…

Le veía cara conocida, al pendejo. ¿Dónde…?

-Tranquilo… ¿estás bien…?
-… sí…
-Bueno: dejame que tengo cosas más importantes que hacer que fumarme uno.
-Sísísí…

El pendejo se puso contra la pared.

-¿Y?
-¿?
-Que salgas del baño, nene.

El pendejo comenzó a escupir palabras atropelladas por el rojo y blanco de su cara mientras salía.

-Dale: rajá.

Y con eso terminó de expulsarlo, no solo del cubículo, sino del baño. Cerró la puerta y se sentó. ¡Al fin!
Metió la mano en el saco y puso el porro entre los labios. ¿Y eso…? Qué pendejo pelotudo. Pero siempre el mismo desbolado, se ve. Un movimiento complicado, con el porro lleno de saliva temblequeante, con una mano que emergía y se ocultaba en el bolsillo de un saco. Lo prendió.
Una seca.
Dos secas.
Un par de secas más.

-…
-… ¿y?
-…
-¿Me lo estás pidiendo?
-No sé.
-… ¡Andate a la mierda!

¿Le había pegado? Era divertido inspeccionar sus acaeceres en procura de registrar el inexistente momento en que empieza a pegar. Tenues volutas de humo titilaban frente a sus ojos. Las tensiones se relajaban, la cabeza se vaciaba. Las formas comenzaban a cobrar nitidez, a destacarse y anunciarse cortésmente contra el telón de fondo de la percepción. Retiró el porro de sus labios y lo miró. Una sonrisa se anunciaba. Tocaron a su puerta.

-¡Pará! ¿Si vos tampoco sabés lo que querés?
-¡Andate a la mierda!

¿Y ahora? Tocaron otra vez. Más fuerte. Afuera: voces. Muchas. En tono elevado. En modo imperativo.

-¡Salí!
-¡Dale, loco: salí!

¿Y ahora? ¿Me pueden acusar de algo? ¿De qué? ¿De que me fumé uno? ¡Claro que me van a acusar que me fumé uno! Mañana voy a estar en las noticias. Chau viaje. Si chau viaje, chau primer mundo. Solo me va a quedar este laburo de mierda, la reconcha de mi hermana.

-¡Salí!
-¡Dale, loco!
-¡Salí!

¿Qué hago? ¿Qué hago, mierda: ¿qué hago??
Una idea.
Apagó el porro contra los azulejos antes de tirarlo al inodoro. Mientras apretaba la cadena se preguntó, entre los saltos de su corazón, para qué mierda lo había apagado antes de tirarlo. Más gritos, más voces, más golpes en su puerta. Se da vuelta. ¿Y ahora?

-¡No, pará, no es así… yo… yo quiero, pero…!
-Ahorratelo. Sos un hijo de puta… O no, qué se yo. Está bien: tu trabajo, tu amigo. Está bien. Entiendo.
-…
-Entiendo.
-… bueno…
-Podrías habérmelo dicho antes.

Ahora abro la puerta y que sea lo que Dios quiera. ¿Estaría exagerando? Era nada más que un poquito de paranoia. Nuevos gritos lo disuadieron. Al menos convencieron a su miedo de crecer hasta borrar toda duda. ¿Y ahora? Cruzó la tira del bolso sobre su pecho. ¿Y ahora? Descorrió el cerrojo y abrió la puerta.

-…
-…
-… no, ¡no!, ¡no...! Tranquila… tranquila, shhh… shhh… está bien… está bien, no llores…
-…
-… vení, vení… eso… te amo. Te amo, ¿escuchaste? No quiero estar en ningún otro lugar más que con vos. Sos la mujer más hermosa e inteligente y graciosa y maravillosa del Universo. Sos todo para mí. No llores… eso… eso, mi cielo… shhh… shhh…

Pudo percibir cómo sus rostros cambiaban desde una agresividad bullanguera y festiva a la sorpresa, al pasmo, a la lividez. Dio un paso. Dio otro paso y se internó en el grupo de pendejos. Dio otro paso. Dio otro más.

-Te amo. Te amo.
-Entonces pedime que me vaya con vos.
-¿Y mi porro?

Parpadeó. Dio media vuelta.

-Te pregunté dónde está mi porro.

Levantó la vista. Lo miró a los ojos. Esos ojos estaban decididos. No lo iba a dejar escapar.

-¿Qué porro?

Hubo un instante en que el mundo se detuvo. Un instante en que solo hubo la línea más corta entre dos pares de ojos. Pudo ver su transformación. Pudo ver el rubor correr por la palidez de sus pómulos, pudo ver cómo pasaba de castaño a oscuro cuando tuvo su cara contra la suya mientras ambos caían al piso, mientras daba y recibía los primeros golpes desvanecidos inmediatamente tras la catarata de patadas que lo convirtieron en un bicho bolita humano. Sentía pinchazos en la espalda, en la cara, en el estómago, en las piernas. Después no sintió más. Cuando abrió los ojos los pendejos se habían esfumado. El baño estaba ahora desierto. Se sentó en el suelo. Miró a izquierda y derecha. Volvió a mirar a izquierda y derecha hasta que tuvo la sensación de saber dónde estaba, qué hacía, qué era, por más que no sabía ni dónde estaba ni quién era. Entonces recordó. Miró su reloj. Quince minutos. Se puso de pie. ¿Y ahora?
Miró a derecha e izquierda. Ahí estaba su bolso: intacto, impoluto, abierto. Las cosas que en un tiempo estuvieran contenidas por el marco de sentido dado por un cierre cerrado ahora se desperdigaban por todo el baño.
Resopló.
Bueno: a trabajar.
Recogió el reproductor de música, el celular, un desodorante a bolilla; cuatro libros, un cuaderno de apuntes, un cepillo de dientes; un dentífrico, un pulóver, tres señaladores. La birome se perdía dentro del cubículo del que él saliera, acurrucada contra el inodoro. Entró y cerró la puerta. Metió la mano en el bolsillo y sacó un porro arrugado y salivado, casi una tuca, claramente de peor calidad del que fumara. Se lo puso en los labios mientras tanteaba otros bolsillos tras un encendedor. Lo prendió.

-…
-… ¿no decís nada?
-… ¿qué querés que diga?
-Que me vaya con vos.

Dio una última seca. Miró la hora en la pantalla del celular. Todavía estaba a tiempo de subir al avión. Todavía estaba a tiempo de cambiar el pasaje. Parpadeó y masticó la tuca. Mientras la tragaba dejó que su dedo marcara un número de teléfono.

-Hola.
-¿Qué hacés, Nacho?


Matías Pailos

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26 junio, 2008

Vida en comunidad

Tres o cuatro cabezas piensan mejor que una. Tres o cuatro corazones laten más fuerte que uno. Tres o cuatro cuerpos pensando y latiendo a la vez conforman una entidad diferente, que es más que cada componente pero que no es una persona, que hace más fuertes y felices a sus integrantes. Es la esencia del fascismo. También del amor a los equipos de fútbol. Ayer (justo ayer) descubrí otro escorzo de este monstruo de mil caras. Ayer, por primera vez, sentí que el cantante, el bajista y yo éramos una banda y no solo un rejuntado de borrachos.
Y no es que sonáramos bien. Salvo Zato (que la descoce con los agudos de “Starman”), los demás agradecemos de rodillas al cielo cada vez que pegamos una nota. Pero sí: estamos tocando mejor. El cambio, no obstante, fue cualitativo. No somos una banda porque toquemos mejor. Somos una banda porque tocamos coordinados. Esa estupidez es toda la diferencia.
Sí, puede ser: vengo cebado con la película sobre Dylan. Todo lo relacionado con la música adquiere ribetes heroicos que no necesariamente están en la cosa misma. Concedo. Pero no es eso. Es, en parte, la felicidad de encontrar compañía ahí donde pensamos que estábamos solos.
Cada dos o tres semanas nos reunimos Seba, Facu, Ariel y yo y, dos o tres pizzas más allá, tres o cuatro birras más acá, leemos lo que escribimos. ‘Lo que escribimos’ es otro nombre, menos pomposo, de nuestra ‘ficción’. ¿No les dije? Cuando seamos grandes queremos ser escritores. Y lo que escribimos mejoró una, dos y cuatro veces desde que nos juntamos.
No sé si escriben. Escribir es la felicidad. Más temprano que tarde es una soledad imbancable a arrojar por la borda contra cualquier mínima distracción: youtube, facebook, una entrevista subida de tono en la radio. Está bien. Es un precio justo por la ilusión de participar en la creación de otros mundos posibles, de realidades paralelas, de captar esencias renuentes o inexistentes, de dar con algo importantísimo, sustancial, imperecedero. Después de todo, uno es un boludo. ¿Qué tiene que ver uno con eso? ¿Quién se cree uno que es? Y en medio de esa pelea entre epifanías y autocastigos aparece algo impensado: escribir te permite compartir el análogo de un asado con amigos. Porque nuestras reuniones son como un asado con amigos, en las que ellos, además de darte charla, tinto y vacío, te hacen el trabajo para el lunes.
Acaso sea eso. Eso, los amigos, y no la literatura, y no la música, lo que me alegra. Pero esta hipótesis no explica el plus que siento tras estas reuniones. Ese plus no tiene que ver con la felicidad de un momento compartido. Es el orgullo de estar construyendo algo que podría justificar nuestro paso por esta tierra, algo que haga del mundo, si no un lugar mejor, al menos más interesante. Es ese tipo de autoengaño.

Matías Pailos

23 junio, 2008

Balada de un hombre flaco

Algunas canciones, algunas películas, son tan poderosas como para meternos en su mundo apenas nos exponemos a su radiación. Algunos libros, algunos discos, son tan absorbentes que todo el día, a cada segundo, vivimos dentro del mundo que son. Algunos canciones y algunas películas, algunos libros y algunos discos son tan brillantes, tan pesados y tan etéreos que, sin que lo que nos rodea y somos cambie un ápice, es ahora una extensión, una manifestación, otro avatar de esas canciones y películas, de esos libros y discos. Nosotros, en esos casos, somos los héroes de una historia escrita, cantada y proyectada veinticuatro horas al día, en plena vigilia y en absoluto ensueño, en la pantalla blanca y abollada de nuestra mente.
Hace dos días que estoy en estado I’m not there, la última de Haynes inspirada en quince años de la vida de Dylan. Hace dos días, por tanto, que estoy en estado Dylan. Escucho Dylan y fantaseo Dylan y hablo Dylan y proyecto, especulo y aspiro Dylan. Quiero más.
Me carcomía la pregunta de si era buena. Nadie me la hacía. Yo me la hacía. Sí –si sos un fan de Dylan, si sos un fan de Haynes. ¿Es Velvet Goldmine una maravilla? Pero claro que sí. ¿Entonces? No terminaba de confiar. Pero nada mejor que la opinión de quien no es fan de Dylan, menos aún de Haynes, para reafirmar lo que ya pensaba, sentía y sabía.
Como Velvet Goldmine, muy parecida. La historia nada que ver, me señalaron. Más o menos. Hay un misterio develado por un canalla –el reverso de Velvet Goldmine. Lo que las hermana no es eso, porque el misterio en este caso es mínimo. Es, antes que nada, que ambas son un rompecabezas. Y este es más difícil que el otro.
Las referencias. Los procedimientos. Los homenajes. El factor circense, caleidoscópico, la tentativa de agotar lo que hace a un individuo, realidad y ficción, sueño y vigilia, mito y hechos, remite al Fellini de ocho y medio. Las múltiples historias entrelazadas (profunda o superficialmente), a Lynch –y en particular a Island Empire. Las intervenciones en la cinta, los disparos sobre el pianista, la motoneta atravesando una pantalla fija, al Godard de la nouvelle vague. Son efectivas, y en esa medida, porque son intercaladas, matizadas y traficadas con imágenes icónicas del Dylan de hoy y siempre, por un lado, y con escenas que remiten al puesto del artista en el cosmos, por otro. A la relación del artista con la realidad. A su antagonismo. A su representación. A su confrontación. A su indiferencia. A su arder antes que extinguirse y a su extinguirse antes que arder.
Esta Cate Blanchett haciendo del Dylan de Blonde on Blonde, lo que es decir del mejor Dylan. Está tremenda. Es más Dylan que Dylan. Está el finado Heath Ledger haciendo de Heath Ledger, y le sale espectacular. Hay un pendejo negro haciendo del Dylan que no fue y a Richard Gere haciendo del Dylan que por suerte no fue. Está Rimbaud haciendo de Wilde. Le sale fenómeno.
Recomiendo ir solo, sin nadie alrededor. Sin nadie adelante. Recomiendo ir un día, y al siguiente, y al siguiente. Y dejar que el fantasma de la electricidad aúlle entre los huesos de su cara.

Matías Pailos

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16 junio, 2008

Todo se derrumba y nosotros

Ya el humo de la quema litoraleña anunciaba a la tarde la hoguera del país. Lo descubro cuando, en busca de aventuras en el torpor del feriado, subo a la terraza para descolgar la ropa de la soga. El olor acre es señal inequívoca de que los productores del delta han vuelto por sus fuegos, basta alzar la vista y apreciar el ocaso posnuclear de las ínfimas partículas flotantes: una pátina de oro barniza los edificios en el crepúsculo de Buenos Aires. Al caer la noche la luna se tiñe de rojo entrevista a través del humo de las totoras chamuscadas del delta mientras camino rumbo al bar de San Martín y Nicasio Oronio. Ya sentado a la mesa que da a la calle me supongo indefensa víctima de una procaz despedida de solteros a destiempo: los autos hacen sonar sus bocinas en largas caravanas ¿Quién salió campeón? No, es la República Argentina que otra vez se fue al descenso. Jocosos, los pater familias baten los cláxones de sus cero kilómetros obtenidos gracias a la bonanza económica gestada por un gobierno al que hace ocho meses confirmaron en las urnas y ahora repudian por imponer políticas tendientes a evitar la disparada de precios inflacionaria que, antes de que estallara el conflicto, era su principal preocupación junto al ubicuo y recurrente “problema de la inseguridad”. Me arrepiento tanto de haberme sentado a la ventana del bar. Ahora tengo vidriera a la bocina histérica de la media clase. ¿Qué quieren éstos? Amar la mano del amo. Que se la metan por el orto, quieren. “Yo no hablaría así de política, plantearía la cosa en otros términos” decía un “liberal inteligente” cuando lo invocaba Osvaldo Lamborghini. Mañana viene el plomero para echar abajo las paredes de mi casa. ¿Cómo escribir cuando el país se cae a pedazos? Ingrid Bergman a Humphrey Bogart en Casablanca: “Todo se derrumba y nosotros nos enamoramos”. Yo echo a la política por la puerta y se me entra por la ventana. Abandono bar y escritura y echo a caminar por la avenida. Me encuentro con unas 40 personas en la esquina de San Martín y Juan B. Justo, ocupan la vereda de la esquina de Colchones Simmons y medio carril de San Martín. Amagan con cortar toda la avenida pero no pueden concretar el propósito porque no son suficientes y porque la policía retira pacientemente los tachos con los que intentan, una y otra vez, construir su piquete. Hay mayoría de señoras y señores mayores, que ignoran la amenaza de pulmonía y bronquitis que se ciñe sobre sus endebles aparatos respiratorios, al menos no tienen que dar vítores: sus cacharros gritan por ellos. Un nalgudo con pantalón de jogging y buzo polar porta un cartel que reza A LA YEGUA LA ECHAMOS ENTRE TODOS y lo exhibe con impudicia a los automovilistas que responden con vocinas de campeonato chan-chan-chanchan-chan. Los policías intervienen para abortar sus intervenciones temerarias en la avenida y evitar que sus congéneres motorizados lo levanten, aunados en una y la misma causa, como digno sorete –en pala– Una vieja con pantuflas y sobretodo golpea una olla popular –vacía– al ritmo de otra ideología. Frena en seco un tipo que maneja un Fiat Palio blanco y reclama su derecho a la libre circulación. Los policías rodean y reordenan la escena. Hay un libre intercambio cívico de ideas. De pronto el automovilista frustrado irrumpe en un cántico que acompaña con los brazos alzados agitados “Viva Perón”. Un viejo, a falta de contraconsigna más contundente arremete con una trompada –abortada– por la pericia policial. Se arrima un muchacho con un bate de béisbol y amenaza con darle al auto –todo un Palio–. Al final el espontáneo provocador se sube a su propia protesta marcha atrás y retrocede sobre la avenida, cuando intenta retomar un viejo se le interpone y le cierra el paso hasta que un vecino autoconvocado , un correligionario, un camarada, otro viejo choto, lo convence de la moderada conveniencia de hacerse a un costado. En la vereda de enfrente, la esquina de colchones La Cardeusse, una vieja ejerce su deber ser cívico y hace solita la cháchara con su cuchara de madera y su cacharro. ¿Pretende acaso hacer brotar otro foco de protesta espontánea o teme la inminente represión de los móviles policiales apostados en la otra esquina? Si se arma yo me rajo rapidito a mi 3 ambientes. Habrá que ver que se cifra –aparte del ridículo– en la soledad de esa vieja y su ocacerola. Otra señora gorda se le suma, voluntariosa, pero su caceroleo se ve interrumpido por los inmoderados reclamos de la mascota que lleva de la correa, 2 en 1, la vuelta al perro y derrocar a la yegua, no te olvides de recoger los soretes, la libertad de heces termina con la vereda cagada de tu vecino, seamos civilizados.
Hoy, hace 53 años, bombardeaban la Plaza de Mayo.
Las fechas: importan (Osvaldo Lamborghini).

Ariel Idez

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14 junio, 2008

Presentación pública de Matías y Nacho organizada por Soledad FM

Este jueves, 19 de Junio, a las 21hs, con entrada libre, leemos (entre otros, como ven) Ignacio M(astro)leo (alias 'Nacho') y Matías Pailos (alias 'Matías Pailos) en Casa Brandon (que queda en Luis María Drago 236). Vengan. Decimos muchas pelotudeces, pero somos muchachos simpáticos.

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11 junio, 2008

Teoría de la acción seductiva (2): Medidas prácticas para posibilitar el beso

El camino más corto entre dos bocas es el ejercicio de la violencia. Se sujeta la cara de la besada con ambas manos –esto impedirá que su boca se corra desconsideradamente del lugar en el que ha sido aprehendida, objetivada y apuntada- y se incrusta los propios labios en los labios ajenos. La efectividad de este recurso es inversamente proporcional a su eficacia en la consecución del objetivo mayor: cogerse a la besada. Salvo que la acción se realice en algún reducto mental de perversión compartida, la chica tenderá a espantarse, a gritar, a negarse a un intercambio de fluidos libremente consentido. Mala cosa. Una vez descartado este proceder, queda a nuestra disposición una variopinta gama de opciones. Queda el sopetón. Veamos un caso de este tipo: estamos charlando afablemente, encarando con liviandad de diletante un tópico cualquiera, por caso, el espacio invisible de materia oscura que constituye el 95% del Universo como determinante parcial del lento e invariable derrotero de Racing a la Promoción. De repente, sin mirarla si no se la está mirando, mirándola si se lo estaba haciendo, sin decir agua va, uno interrumpe el discurso (propio o ajeno) en el medio de los puntos suspensivos y castiga con un rápido y artero choque de carnosidades labiales. Esta medida, como la anterior, suele ser pésima. La chica tiene que estar preparada para recibir el beso, para capitalizarlo, para mostrarse ambiguamente rebelde, para contraatacar. El sopetón no permite ninguna preparación, ni siquiera una inconsciente -las mejores. Por la negativa, estas rutas intransitables nos develan la verdad: hay que dar señales. En este como en todo otro ámbito, hay señales horribles. El cartelón es la peor de todas. No obstante, hay adalides de esta modalidad a los que no les va tan mal, gorditos. Hay quienes llevan papeles en el bolsillo en los que, garrapateados con mano temblorosa, se lee: “Me gustaría darte un beso” o (el horror, el horror…) el peor de los avances posibles: la pregunta: “¿Te puedo besar?”. Na. Si quieren implementar esta desaconsejable estrategia, prueben con la modalidad Facundo: un toque de agresión y desprecio. Veamos los ejemplos pertinentes:

-Bueno, y ahora viene el momento donde yo te beso.
-¿Qué te parece si te callás y yo te doy un beso?
-Sí, tenés razón pero te voy a dar un beso.

Noten como el ultraje verbal ejercido por el sujeto desactivan los pulsos de cobardía e inseguridad con las que estas maniobras verbales están cargadas. La chica, desconcertada por partida doble: por el vilipendio temerario y por el pedido cagón, en general se deja hacer. Si no lo hace, al menos dejan abierto el sendero a ulteriores atracos. Pero hay otros modos de hacerse anunciar que llamando al botones. Entre ellos se cuenta (a) el arreglo del peinado, (b) el toque de manos, (c) el toque de cara, (d) la mirada fija y fulminante. Estoy en franco abandono de la estrategia (a): las mujeres odian que les toquen el pelo (a menos que estén siendo arrinconadas contra la pared o penetradas, en cuyo caso lo piden desaforadamente). Por qué, me es absolutamente oscuro. Es otro de los arcanos del universal femenino, como la capacidad esquimal que tienen para discriminar el bermellón del carmesí. (El universo masculino está habitado por el rojo; el femenino, para un espectro infinito de matices.) La opción (b) es la menos violenta, pero alberga la desventaja esencial de la distancia, que aniquila toda forma de amor: para llegar desde la mano a la boca hay que pasar antes por el hombro, para llegar al hombre hay que pasar por el brazo, para llegar al brazo hay que pasar por el codo, para llegar al codo hay que pasar por el antebrazo y esto, como sabían Zenón, Aquiles e incluso la tortuga, es lógicamente imposible. Preconizo la vía (c) o la (d). Incluso diría que me quedo francamente con la (d), porque hasta hay mujeres a quienes disgusta el contacto mano-rostro. Lo que queda, entonces, es una mirada franca, abierta, lacerante. Hay que asegurarse el rubor. Con la llegada del rubor adviene la posibilidad exitosa del beso. Si no agacha la cabeza, ¡es tuya, varón! Si lo hace… esperá a que la levante.
Pero nada nos libra del fracaso. Cuenta la leyenda que Maradona pasaba las noches de su adolescencia en La Casona estudiando las fintas faciales de las minas ante los avances masculinos. Con la sabiduría práctica adquirida, condujo al conjunto nacional a la obtención de la Copa del Mundo. Yo mismo estuve al borde de la muerte por estas causas. Fiesta en el piso 25. Arrincono a una morocha contra la ventana. Chamuyo, chamuyo, chamuyo hasta que la carne está arrebatada. Digo: “ya está”, y me lanzo al ataque. La morocha (de Valentín Alsina, como el Diego) pivotea sobre su pierna izquierda y yo sigo de largo. Mi panza golpea contra el borde y me deja sin aire. Me doblo y, sin aliento, me dejo caer. Lo veo. Nítido, frente a mis ojos, se recortan el cemento y el asfalto de la avenida Libertador. Me balanceo. Estoy colgando boca abajo de un piso 25. Una fuerza sobrehumana impide mi caída. Me balanceo y balanceo. No tengo miedo: el golpe y el trauma me dejan con una edad mental de 5 años. Soy tironeado. La fuerza oscura me traga, me aleja del abismo, me devuelve al departamento, me tira al suelo. La morocha se arrodilla a mi lado, y sus tetas se balancean y balancean. Me toma de la mano, me acaricia el pelo. Me toca la cara; me mira a los ojos. Toma mi cara con ambas manos y apunta.

Matías Pailos

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08 junio, 2008

El comentario de AR

A pedido de los comentadores y con un poco de verguenza porque en el fondo (a la derecha) soy tímido. En el fondo a la izquierda no. Y en el centro me bifurco y me desvío (como todo heterosexual reprimido, como dice hombrequevuela) Qué decir! Las cosas importantes que tenía que decir en privado ya se las dije by a Julieta ( alias y para siempre para mí, "la chica de los puentes") No se por donde empezar y por dónde y a quién contestar. Adémas después de toooodos los halagos, este texto debería ser una cruza de Marcel Proust con Joyce y un poco de Kafka y de Marx ( groucho). Pero hoy me sale Chiche Gelblun resfriado, mezclado con Belen Francese en rivotril!Es raro saber que uno alcanza y provoca estas cosas en la gente. Y con esos grados de polarización (fascinación- rechazo, o sera campo- gobierno?). Preferirá algo más matizado, pero es cierto que yo también en mis gustos,mis ritmos, mi vida, mis amores, mis odios soy bastante extremista.Asi que hay, creo, un diseño lógico en eso. Me retracto: la palabra diseño remite a cosas que ODIO (barrios de diseño, drogas de diseño, diseño emocional, diseño inteligente y otras mercadomerdas por el estilo).Digamos que uno aspira a que lo quiera un montón de gente, pero de gente que uno quiera que lo quiera.Es decir gente que vive y vibra, que le importa la autenticidad del otro/a y de si mismo/a. Que me quiera o que admire, que se yo, Maria Laura Santillán, para mi sería un asco. Algo debí estar haciendo mal en ese caso.Me parece que algunas cosas hice bien como para que me quiera Julieta, como para que Meridian diga que fascino y que escribo bien (no se realmente qué es escribir bien: y de verdad lo digo, se, apenas, cuando algo "toca" un algo de verdadque hasta mi mismo se me escapa. Eso es solo lo que se, no se tampoco como llego a eso. Ni como escritor ni como lector. No se si me interesa saberlo.) Y me causa gracia eso de " héroe del underground vernáculo", Porque heroico no me veo. Apenas algo polémico, testarudo y desbordado. Y los heroes son escasos, y en todo caso el underground 8 que además ya np existe) no necesita de héroes. Pero lo tomo como halago.Y Libélula, no veo ningun odio julietiano en su uso de la palabra "puto". Reivindico la palbara puto frente al eufemismo de "gay", tan blandito, tan middle class, tan burguesito y politicamente correcto.Que más decir a sí? ah; a Ariel, cómo que decoordinaba ese taller??? Momentito!! Que el taller que habia sido una idea de gente que nos reuniamos en Nanaka tomó impulso y revitalización "no académica" con mi inclusión y de un toco de gente que sumé! No se en qué época habrás ido vos. Igual como dria Pinky: gracias por el recuerdo. Fue una buena época.Y ya que tengo club de fans: porcque no me averiguan de un lugar con pantalla para que pueda dar mis cursos descoordinados de cine,asi gano un poco de dinero y entre otras cosas poder reunirnos e inviatlos con unos buenos vinos, mientars alguno tare el cerdo al curry?bueno, les dejo la inquietú! je.y sobre todo un abrazo afectuoso a todos y todas.El beso es para Juli.

AR ( que raro ser una sigla!AR??? ¿Argentina Renace? Recae? Reniega? Recoge? Remite? Recontra? Recrudece? tache lo que no corresponda)

05 junio, 2008

Teoría de la acción seductiva (1): la deducción trascendental del beso

“Dar un beso es como saltar edificios en la matrix. Nadie lo logra la primera vez.”
Neo Anderson


No estoy seguro de que se pueda deducir trascendentalmente un beso. Lo intenté. Pero no me salió. Algunos intentan demostrar la existencia de Dios. Otros, la del éter. Yo sólo quería deducirte un beso. Estuve cerca. Desarrollé el argumento de manera sintética y precisa. Las premisas eran todas verdaderas. Vos, yo, tu boca, la mía, la fuerza de gravedad, nuestro deseo. El beso se seguía necesariamente. No había ningún mundo posible donde se dieran esas condiciones y el beso no aconteciera.
Vos me desafiaste con la lógica irrefutable de la realidad.
“Beso, no hay”.

Los besos no se deducen. Los besos se dan. Se roban. Se quitan. Se piden “¿Me das un beso?”. Se anuncian “Te voy a dar un beso”. Se niegan “Te lo voy a hacer difícil (Ah, entonces me lo vas a hacer)”. Está la trampa artera. “¿Alguna vez te dieron un beso porteño?”. Los sofismas “(Dame un beso ahora) Si no, no me lo vas a poder dar más”.
La apelación a la piedad “Por favor, por Dios, por el perro”. E incluso la empatía “Si yo fuera vos, me daría un beso”. Sin embargo, la madre de todos los recursos es la insistencia. No obstante, para quien trata de deducir un beso, recurrir a lo empírico es lamentable. Y algunos recursos lo son más que otros. En mi escala de valores, primero está el beso zen. Obtenido por medio de la no acción y el silencio. El beso zen no hace, se deja hacer. Poner en movimiento, sin quererlo, las fuerzas seminales que, en algún momento, darán lugar al beso. Después le siguen los intentos constructivistas. Esta escuela plantea el beso en la boca como una batalla. No importa las fintas o la agilidad del oponente. Siempre que corre la boca deja al descubierto alguna zona vital donde es posible asestar un golpe. El cuello, la nuca, la oreja o el hombro son zonas que trasmiten el placer como una reacción en cadena al resto del cuerpo. Ninguna persona que no sufra de una severa disociación con su cuerpo puede resistir demasiado tiempo estos embates. Por último, están los recursos del divino Ulises: las falacias, las trampas y los robos. Aquí entramos en el reino de la razón instrumental. Sólo fines, sin importar los medios que utilice para alcanzarlos. Es la línea que siguen bilardistas y amantes del calcio. “El buen juego dura 24 hs, los resultados toda la vida”. Y su moral, es la moral de la vergüenza. El mal es lo vergonzoso. Y sólo es vergonzoso no tener éxito. Éxito es más cantidad y calidad de besos, índice este último que se suele medir tomando como referencia las revistas del kiosco de diarios.

El deductivista es indiferente a estos intentos pragmáticos. Todas estas técnicas son versiones degradadas del beso perfecto, el beso trascendental. Aquel que es condición de posibilidad de todos los besos espacio temporales. Deducir trascendentalmente un beso significa demostrar que no puede darse el caso que no me des un beso. Los irracionalistas rabiosos escupen sobre la subjetividad del teórico trascendental. Sin embargo, la crítica más dura viene del lado de los consecuencialistas. Recurrir a lo empírico funciona. Un teórico duro, no se amedrenta siquiera ante el tribunal de los resultados. “La demostración trascendental del beso es válida, el problema con X es que nunca la llegó a comprenderla”. Pero esto tampoco vale. No hay consecuencia lógica pragmática. No se puede partir de las ideas para terminar en el acto. Entre teoría y práxis. Entre pensamiento y acto, sólo hay un salto. Sobre un abismo insondable. Abismo sostenido por un paralelismo ontológico irreductible. Res cogitans verus res extensa. En un mundo así, sólo Dios puede ser la causa real de los besos. Nuestra voluntad, es una mera causa ocasional. Esto, lo hemos olvidado. Por las sucesivas reencarnaciones. O cuando fuimos expulsados del paraíso. Pero basta con mirarla a los ojos para saber: el abismo existe. Hay quienes, frente a semejante horror, se refugian en el alcohol. El problema suele ser que lo que ganan en lubricidad y fluidez a la hora del salto, lo pierden en precisión. Y terminan aterrizando con el beso en cualquier lado. Estrellados contra un piano. Suspendidos en el aire, el cuello estirado, hasta perder el equilibrio.

Nacho

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