El Mate Tuerto

"Se fingirá el saber que no se tiene."

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Nombre: El Mate Tuerto
Ubicación: Argentina

21 septiembre, 2007

Un Imperio caerá. Pero no será este.

Es falso que no se entienda nada. Se entiende perfectamente bien. Se entiende todo lo bien que se lo entendía en sus mejores momentos, aquellos en los que menos se lo entendía. Pero alcanza y sobra. Lynch dice, como nos recuerdan todas las notas sobre la película incluida esta que está usted leyendo, que “Inland Empire” trata acerca de una mujer en problemas. Como nos recuerdan todas las notas que leí sobre la película sin incluir entonces esta, ‘de lo que se trata’ con las películas de Lynch no es tanto de entender como de someterse voluntariamente a una experiencia primero visual pero en última instancia sensorial sin más que conecta y traduce y replica y transporta al mundo onírico, al imperio inquietante del inconsciente. Yo dije “sí”, pero no; pero no tanto. Sí, claro; pero hay una historia, o varias historias entrelazadas o comunicadas en un ir y venir dialéctico, lo que significa: nunca se vuelve al primer amor. Nunca se retorna al paraíso perdido de la prístina situación inicial. Leí a Ferreirós, Lerer y Enríquez, y recomiendo que ustedes también lo hagan en la misma secuencia que yo lo hice: primero vean la película y después lean los textos. La película crece con los comentarios, la película se hace inmensa con los comentarios. Ferreirós se atreve a relacionar la película con la mecánica cuántica, pero yo no me atrevo a tanto porque de física no sé nada. Sí se algo de filosofía, y lo que voy a decir a continuación, además de traducir lo que dice Ferreirós, es mucho más incomprensible que lo que él dice. Cuando se hace semántica de mundos posibles, los mundos posibles cercanos al actual son muy parecidos a éste, pero ligeramente diferentes. En ellos hay contrapartes de (una buena porción de cosas de) lo que hay en el mundo actual. Uno construye estas semánticas, en parte, para analizar condicionales raros, como los contrafácticos. Los contrafácticos se caracterizan por tener antecedentes falsos. Ejemplo: “Si Laura Dern no fuera una famosa actriz a la que le ofrecieran interpretar a una esposa de clase media de los suburbios, le metería los cuernos a su marido”. O “Si Laura Dern no fuera una esposa de clase media de los suburbios sino una puta barata, le metería los cuernos a su marido”. O “Si la protagonista de la película de Lynch no fuera Laura Dern sino una increíblemente hermosa actriz polaca que interpreta a una esposa que en el período de entreguerras muere asesinada por su marido, la película de Lynch no sería lo buena que es”. Algo así.
La película se entiende casi tanto como las mejores películas de Lynch: “Carretera perdida” y “El camino de los sueños”. Conforman, de hecho o según mi nada modesto parecer, una trilogía. ¿Que de qué habla? Habla de lo mismo que hablan todas las películas de Lynch, o al menos sus mejores. Habla del desconcierto. Habla de cómo tu realidad cambia en menos de un segundo, ya cambió. Habla de cómo te adaptás, como te parece rarísimo e incomprensible e inasimilable, y sin embargo te adaptás y ya no te preguntás por qué ni le das tanta importancia a que siga siendo rarísimo e incomprensible e inasimilable e intentás hacer lo que siempre y lo que todos: intentar ser feliz. Al menos seguir para adelante. ¿Se entiende?
Es curioso cómo con Lynch funciona mejor esa metáfora subjetivista o idealista, que indica que nuestra comprensión de los fenómenos puede ser radicalmente distinta a la de gente muy parecida a nosotros. Para Lerer la película es ante todo un viaje, es decir, es el producto de la ingesta de un alucinógeno. Para Ferreirós, siempre tan envidiablemente el más inteligente de todos, la película es la puesta en escena de un intento de contar todas las variantes (interesantes) de una historia. Para Enríquez, una mujer que acaso esté en problemas, la película de Lynch es otra cosa. Ahora vamos a ensayar unas palabras finales que no sean mis palabras finales. Digo: que no sean mis palabras, aunque sí las palabras finales de este texto. Así cierra el comentario de Enríquez, y así también cierra este comentario: “Inland Empire es una película sobre la violencia contra las mujeres, o sobre la indefensión de las mujeres. Y es una gran obra de nuestro tiempo sobre el tema, compañera de 2666 de Roberto Bolaño, que causa el mismo efecto espeluznante y emotivo cuando se dedica a los crímenes de las mujeres de Santa Teresa/Ciudad Juárez. Inland Empire, además, solo puede ser el trabajo de un artista que intuye más de lo que sabe, que tantea y desespera, pero tiene el corazón en el lugar correcto”.

Matías Pailos

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17 septiembre, 2007

Cuba



Cuba es el lugar de los resorts en las playas paradisíacas, del mojito, del ron y de los habanos. De la revolución, del Che y de las primeras colonias españolas. De la Nueva Trova y de la casa de Hemingway, de los Chevrolet de los 50, de las mulatas espectaculares, las jineteras y la salsa. Esto es lo que la hace irresistible; una formula perfecta para dejar contentos a los operadores turísticos. En Cuba todo esta al alcance de la mano. A pesar de eso, increíblemente, nada de lo que se busca se termina encontrando.
A la isla van los que buscan eficientes hoteles, los que quieren atestiguar el último bastión del socialismo y los que sueñan con la imposible espontaneidad del turismo sexual. Los primeros quieren, en realidad, servicios. Pero terminan horrorizados cuando se dan cuenta de que en Cuba la comida no es ni buena ni variada, de que no sale agua caliente de la ducha, de que la luz se corta a cada rato, de que hay pulgas en la cama, o de que “los locales se les acercan a hablar” (sic). Es que evidentemente llegaron al lugar engañados. Ante la opcion de ir a Dominicana, Cancún, Aruba o Cuba algunos, ingenuos y ahorrativos, terminan por elegir lo que les resulta mas exótico. Después de todo, pensaran, los resorts son todos iguales y, por lo tanto, no hay sorpresas ni riesgos posibles. Muy a pesar suyo, son ellos los que sostienen la economia cubana y al gobierno que tanto desprecian. Son canadienses, europeos y americanos, y todos tienen en común un absoluto desinterés por conocer aquello que se aleja de los confines del problemático pero siempre aséptico hotel. Una vez que vuelven a sus paises, se les nota un cierto dejo de alegria (si no indiferencia) por volver a sus barrios, su televisión, sus oficinas. Nada, salvo su color de piel, cambio en esos dias.
Los que buscan sexo son, creo, la mayoría y los que más dinero dejan. Una guía turística los clasifica de dos maneras: o bien como “mochileros-aventureros que dicen enamorarse de las mujeres cubanas, y niegan la base económica de la relación”, o bien como “veteranos que buscan aquello que no pueden obtener en sus países de origen”. Y la clasificación no puede ser más acertada. Los primeros efectivamente se enamoran, o así parece, pero tarde o temprano terminan descubriendo que el vil metal, y no otra cosa, explica el tierno trato recibido por parte de su querida amada. Y sí, acúsenme de discriminación, pero la única motivación que parecen tener los cubanos para acercarse a los extranjeros es siempre, en última instancia, el dinero. Los segundos, ciudadanos decentes, con poder adquisitivo, pero cansados de las complicaciones y demandas de compromiso, o de la frialdad con que los tratan las prostitutas en sus países, van en busca de las jineteras. Por eso no es raro ver en la calle un viejo alemán, desagradable y panzón, acompañado de una mulata de menos de veinte. La ilusión de que la jinetera está sinceramente interesada en el cliente es pasajera, pero real. Al menos más real que en algún barrio rojo europeo.
Nosotros, creo, no pertenecíamos a ninguna de esas categorías, sino a la de “turista social”. El turista social es comprometido y solidario, pero a la vez se reconforta al saber que no tiene que pasar por las penurias a las que llevó la economía planificada desde el estado, o el adoctrinamiento político. El turista social es un producto de las sociedades capitalistas de occidente. Busca asir la historia de la revolución y sus rastros diseminados en el presente. Quizás por eso la última noche creímos que nuestra pesquisa había llegado a su fin. Luego de haber recorrido las ciudades de Trinidad, Cienfuegos y la Habana, llegamos a Santa Clara, lugar en donde el Che peleó su última batalla, la decisiva, contra los soldados de Batista. Al caer el sol, fuimos a un bar, quizás el único abierto esa noche, y nos sentamos en una mesa con un simpático ancianito. El hombre, un tal Julio Guerra Niebla, afirmaba haber combatido en las sierras junto al Che Guevara, haber sido torturado por las tropas de Batista en una escuela de la zona, haber fusilado a unos once hombres en la terraza del hotel que está frente a la plaza pública, haber sido invitado por el Che a Bolivia, y haberse perdido el viaje por culpa de Castro (parte, según él, del plan secreto de Fidel para acabar con la vida del Che), etc. etc. Ante semejantes acontecimientos, y como tenía(mos) unos mojitos de más encima, surgió en nosotros la duda de si nos estaba mintiendo. Pero después nos mostró una mano con cuatro dedos como prueba, un agujero de bala en una pierna, y otros cuantos detalles. Al rato, cuando aún se notaba un cierto escepticismo en nuestros rostros, nos llevó a su casa para seguir mostrándonos pruebas: una bandera que le robó a Batista, balas y fusiles, artículos de diarios que se escribieron sobre él, fotos posando junto al Che, y hasta la mismísima boina del Che, que tuve el extraño placer de lucir en mi cabeza.
Esta historia es atractiva y fácil de vender, pero pasaba desapercibida entre los tranquilos habitantes de Santa Clara. Para ellos, Julio Niebla era un personaje más, apenas un cantor para niños, un repartidor de caramelos. Para nosotros, en cambio, era la ilusión de que el viaje había valido la pena...

Xilofon

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09 septiembre, 2007

La Fraternidad


El hermano menor suele ser el arquetipo del hincha pelotas. Más aún si los hermanos son dos, tal mi caso, y el menor toma al mayor como insustituible ideal del yo. Ya de muy chico el menor se convierte en el enemigo público Nro. 1 de los juguetes que con tanto esfuerzo supimos conseguir (que nos regalen) y a los 8 años lo vemos con el pañuelo atado a la cabeza entonando con voz chillona los falsetes de Axl Rose mientras que de adolescente intentará desmarcarse de la funesta influencia haciéndose fanático de alguna banda que a su mentor sólo le provoca un interés marginal mientras insiste en asistir a todas las fiestas, reuniones, encuentros del mayor y sus amigos y ni que hablar si una vez concluido el secundario se inscribe en el mismo curso con rápida salida laboral y el primogénito debe luego acogerlo y darle la bienvenida como flamante y ocasional compañero de trabajo.

Hasta aquí el hermano menor es un fardo, un peso, una sombra furtiva que se empecina en caminar los mismos pasos en otra calle; sin embargo, llega un momento impreciso en el que la carga se revierte y el hermano menor saca a relucir un capital que, como los combustibles fósiles, sólo muestra su valor cuando comienza a escasear: su juventud, su lozanía, su elan vital, y justamente en virtud de aquella identificación monomaníaca (por no hablar del parecido físico) lo que el mayor vislumbra en el menor es una versión de sí mismo algo distorsionada que ha logrado retroceder 7 años en el tiempo y ese descubrimiento lo deslumbra.

Todo esto, sino más, me fue revelado el fin de semana pasado. El sábado, de visita en casa de mis padres mi hermano volvió a traer a colación a Martín Buscaglia, novísimo cantautor uruguayo y digo volvió porque ya había insistido en otras tantas oportunidades con el mentado músico sin obtener de mi parte el menor grado de atención y tras mencionar las cualidades de Buscaglia procedió a iniciar la reproducción de su primer y único disco hasta ahora: El evangelio según mi jardinero, que se bajó unos meses atrás y comentó como quien no quiere la cosa que el susodicho actuaría el día siguiente en el Bafim, la feria de la música que se celebraba en El Dorrego, el galpón fashion que el gobierno de la ciudad instaló en Dorrego y Zapiola, y propuso que fuéramos juntos a verlo. Atención ¿Una salida con mi hermano menor solos él y yo para ver a una promesa de la canción uruguaya? ¿A quién podía ocurrírsele semejante dislate? A mi hermano menor, claro está. Le contesté con un ‘pse’ que se pareció menos a una afirmación que a una muestra de cortesía. No obstante, le presté atención a las canciones que sonaban en los parlantes de la compu y se superponían a la charla familiar.

El domingo al mediodía sonó el teléfono de mi casa. Era mi hermano que llamaba para “confirmar la salida y ajustar los detalles del encuentro”. El día, pronósticos al margen, se presentaba cubierto por los espesos nubarrones de la melancolía. Mi 2 ambientes interno se me antojaba más opresivo que nunca. ¡Al carajo! Pensé, y en un rapto de osadía le dije que sí, que nos encontráramos 15 minutos antes en la esquina. Ya mientras caminaba por Dorrego rumbo al galpón junto a dispersos grupúsculos de jóvenes sentía que mi ánimo experimentaba una creciente transformación. Mi hermano me esperaba en la esquina, detrás de un inmenso foco que habían instalado allí vaya uno a saber por qué y que recortaba su silueta en contraluz. Lo saludé cegado por la claridad como si abrazara a una sombra y nos encaminamos al interior del recinto “por esta no” dijo él cuando llegamos a la entrada principal donde se agolpaba el público y me hizo seguirlo hasta una puerta lateral que nadie utilizaba.

Llegamos justo cuando Buscaglia acometía los primeros acordes del primer tema correspondiente al mejor recital que he visto este año (aunque temo que sea el único). A medida que las canciones se sucedían comprobé sorprendido que ya reconocía algunas. Las chicas movían sus hombritos de aquí para allá al ritmo contagioso del funk, Buscaglia bailaba como un pequeño demonio, hacía chistes y se permitía ciertos experimentos en escena que yo no veía desde Tom Zé a esta parte. Había una suerte de desodorante de ambientes industrial que despedía el olor de la felicidad. De pronto descubrí que Buscaglia me gustaba. Que me gustaba mucho. Que ya quería estar cantando todo el día “Ante la duda, todo” como si de una declaración de principios se tratase. Y si no decidí, cuanto menos intuí, que apenas llegara a casa iba a instalar el demorado programa para bajar música y El evangelio según mi jardinero iba a ser mi primera víctima y se iba a transformar en la banda de sonido de esta inminente primavera al tiempo que me preguntaba ¿Cuánto hace que no escucho un disco nuevo y lo convierto en banda de sonido de esta mi vida? La apatía con la que había iniciado el recital había quedado atrás para ser reemplazada por unas irresistibles ganas de bailar y cantar Jesús/ is mi coach a coro con todo el público a pedido de nuestro frontman, sentía que estaba en el lugar donde tenía que estar en ese preciso instante, el lugar al que había llegado siguiendo los pasos de mi hermano, a quién terminado el show le propuse recorrer los stands de la feria, lo que aceptó a regañadientes porque, según aclaró, “no le interesaban demasiado” y así fue hasta que reparó en una barra que repartía Fernet gratis y allí se dirigió como una saeta, pero su trayectoria fue interceptada por un guardia de seguridad que le exigió la credencial correspondiente para acceder a ese sector restringido y mi hermano que no se amilana y yo lo veo de lejos, desplegando sus dotes histriónicas y su carisma frente al security man hasta conseguir que esa bola de músculos, conmovida, lo palmee en la espalda y le franquee el paso y mi hermano regrese heroico con 2 vasos de Fernet y me convide uno y yo piense que siempre admiré en secreto su desfachatez. Después me anunció que ya se tenía que ir yendo “¿Cómo, –le pregunté sorprendido– no hay nada más para ver? “Bueno, si querés quedate vos solo a ver a Los Pericos”. Lo seguí hasta la salida y nos fuimos caminando por Honduras. El clima benigno de esa noche ya prometía las delicias que la primavera nos depara. Charlamos de cualquier cosa hasta que a la altura de Juan B. Justo mi hermano me anunció que se iba a Gorriti a tomar el 39 porque su novia lo estaba esperando. No sé si habrá sido cierto o era mi presencia que ya se le estaba tornando un poco pesada.


Zedi Cioso

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08 septiembre, 2007

Escenas de la vida urbana

Un bar. Hablan, toman, ríen. Un ruido en su cartera. Extrae el celular y lo acomoda sobre el lóbulo de la oreja. Su novio. Habla, murmura, ríe. Corta. Retiene el teléfono contra su pecho, con ambas manos. Simula pensar. Silencio.

Ella:

-¿Qué opinás de la fidelidad?

Él:

-Estoy en contra.

Matías Pailos

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03 septiembre, 2007

Yo, robot

Probablemente sea en “El materialismo histórico y la filosofía de Benedetto Croce” donde Gramsci enunció esa pelotudez de que la mecanización del trabajo favorece la creatividad. La idea, a trazo grueso, era la siguiente: los primeros pasos frente a una tarea, no importa cuán normalizada o sencilla sea, siempre suponen, si se pretende realizarla correctamente, un grado elevado de concentración que redunda en toda nuestra escasa conciencia chupada por la labor y la tarea. Pero, claro: si los eslabones de la faena están estandarizados, si son reiterados una y otra vez hasta el hartazgo, creamos eso que Hobbes (o Locke o Hume) llamaban una “segunda naturaleza”. Nuestro cuerpo obra por uno, obra solo y en una dirección determinada. El trabajo ‘se hace solo’, y esto es falso: quien lo hace es nuestro cuerpo, esto es: lo hacemos nosotros. Pero, eventualmente, con radical prescindencia de nuestra conciencia. Gramsci argumentaba (o meramente sugería, acaso afirmara) que esto liberaba a la mente (nótese: sin drogas involucradas en el proceso) para ocuparse en variopintas tareas o faenas o labores creativas, desde el diseño de la cucha del perro a la composición de una suite orquestal. Leí (estudié) eso y dije: este tipo podrá ser muy pillo pero no laburó en su vida. Las ocupaciones mecanizadas, sí, vacían tu mente. Ahora bien: no permiten que se llene con nada. Uno permanece ayuno de preocupaciones y ocupaciones, es cierto, pero en ningún modo está libre para un nuevo amor. Basta con decidirse a diagramar la grilla de actividades post-rutina laboral para que el mecanismo falle, el formulario se llene mal, la máquina se trabe, la computadora se cuelgue, la sierra hache la mano. Este tipo de trabajos no requiere conciencia, pero requiere no conciencia –y es implacable en su requisitoria. Gramsci, creía, erraba de lado a lado. Hoy día, alejado hace tiempo de tareas y faenas y labores a las que pretendo nunca más volver, creo que algo de verdad había en la intuición de Gramsci.

Qué cosa, ¿no? Pero estaba en Gramsci la ambición de pensar todo el tiempo, de actuar todo el tiempo, de crear todo el tiempo, de no relajarse nunca. Qué cosa, ¿no? Debió haberse relajado. Debió haberse fumado uno. No puedo, no obstante, decir que no lo entienda.

Fallaba con el trabajo, ¿no? El trabajo, por decir poco, aburre, y ese es el menor de sus males. No: nada bueno puede (usualmente, ceteris paribus, en circunstancias normales) salir de un trabajo al que se está atado. Pero, obligado a concurrir a una pileta como parte del proceso de recuperación de mi rodilla, descubrí que la labor física reiterada y no competitiva, desprovista de las distracciones musicales o radiales, dispara ideas. Como siempre: si uno toma la decisión de que dispare ideas, todo se vuelve más difícil. Como en muchos ámbitos, la voluntad, aquí, es óbice y obstáculo más que estímulo y ayuda. Las ideas fluyen, advienen, se escancian. Mejor no hacer nada. Ni para impedirlo ni para acelerarlo. Mis textos filosóficos y literarios se vieron mejorados con su ayuda, nuevas ideas, nuevos proyectos y estrategias vieron la luz bajo el agua, entre brazada y brazada, entre patada y giro. Sé que hay un cuento de Cheever intitulado “El nadador” (está en “Relatos II”; me estiro y lo veo en mi biblioteca: al lado de un Vila-Matas y un Haddon). Sé, porque Cioso me lo contó, que hay un cuento de Saer protagonizado por otro o el mismo nadador. Recuerdo o al menos creo recordar que el propio Cioso escribió un cuento con todo esto. Presiento, intuyo que todos ellos se centran en lo mismo: la conciencia del nadador mientras nada, la conciencia de su propio esfuerzo, de su propio físico, de sus objetivos y lo más importante: de lo que nada tiene que ver con el tema. De planes y proyectos pergeñados durante el nado. De opciones narrativas. De iluminaciones. De decisiones vitales tomadas en una bocanada.

Matías Pailos

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