Viejo son los trapos
Nada nuevo. Esto ya lo viví, al menos, veinte veces veinte mil veces.
Lo nuevo estaba en otra parte. Lo que quería escuchar no era ni “Life on Mars?” ni “Space Oddity”, ni tampoco los clásicos más o menos ocultos como “Time”, “Big Brother” o “Teenage Wildlife”. Ni siquiera el Bowie que escuchan todos de “Modern Love” o “Let’s Dance”. ¿Les suena “Bring me the Disco King”? Claro que no. Es el último tema del último disco del tipo. Y un placer culposo.
Un lugar común de la crítica insiste en afirmar que los discos de Bowie ya no son lo que eran. Otro, también, remacha que el último gran disco de Bowie fue “Scary Monsters”. Y como de 1980 ya pasó un buen rato, parece suficiente como para darlo por muerto. Como nunca me gustó que me gustaran las mierdas, no me sentía nada cómodo al reconocer, ante cada uno de los tres últimos lanzamientos de un nuevo disco de estudio del que te jedi, que el disco -¡la concha de mi hermana!- (uffff…:) me gustaba.
Pero que no era lo que era entonces, cuando, como Dylan con los ’60, como Cobain con los ’90, Bowie se adueñaba de los ’70.
Entonces volvía a escuchar el disco –una última vez antes de descartarlo, una última; una última última. Y –no hay caso- comprobaba que nada había cambiado demasiado, porque todavía me gustaba.
Algo de información. Después de esos impasables discos post-“Let’s Dance” llegaron los años en general fallidos de ponerse una vez más detrás de una banda, como cuando el “Bowie” comprado no había abolido al “Jones” de nacimiento. Después, el último intento por llegar antes que los periodistas al futuro (con, al menos, un disco bueno –“Outside”- y uno que no –“Earthling”-, pero que traía bajo el brazo un temazo porque es lo que tienen los genios). Después, la resignación.
Que es adónde quería llegar.
“hours…”, 1999. “Heathen”, 2002. “Reality”, 2003. Uno mejor que el otro y todos buenos. ¿Entonces la prensa estaba equivocada?
-Es verdad: ya no grababa cosas nunca antes escuchadas. -Pero antes tampoco. –Pero antes traficaba vanguardia al gran público. -¿Y ahora? -¿Qué gran público? Al nuevo Bowie solo lo escuchan los fanáticos. –Pensé que estábamos hablando de los discos. No de su recepción.
Chicanas. Hay algo que ya no está ahí. Una intensidad. Una fuerza natural. Unas ganas enormes. Una farsa del tamaño del Everest. Una extraña fascinación.
Los últimos cuatro discos de Dylan marcan, de acuerdo a la prensa especializada, una resurrección. El retorno del eterno. La entrada del que fuera la voz de la generación de quienes fueran voces de sus generaciones en su última gran etapa. Dylan, dice la prensa especializada, ya no hace grandes discos: hace clásicos.
Y dice bien. Ya no factura himnos folk, ya no electrifica fantasmas en los huesos de su cara, ya no vuelve al country. Ahora repasa sus influencias para agrandar su acerbo. Esta es la injusticia.
¿Por qué a Bowie no se lo juzga con la misma vara? Una respuesta rápida, de fan: porque de Bowie se espera más. Una segunda respuesta, más rápida que la anterior: porque de Bowie se espera todo. Y se hace mal.
Bowie, con esos tres discos, ya no hace cosas nunca oídas, ni siquiera cosas nunca oídas por el gran público. Lo que sí hace son clásicos. Discos que, cuando se escuchen de acá a veinte años, van a seguir pareciendo muy buenos. Discos que, incluso, aportan un matiz en una carrera que los tiene para tirar al techo. Discos que me hacen esperar, para el año que viene, otro más, el primero en siete años y una operación de corazón. En la esperanza que, esta vez, la querida prensa especializada entienda de qué va la cosa y haga lugar en las listas de los mejores de esas fechas. Para que Bob le guiñe un ojo y no le diga –porque -¡la concha de su hermana!- es muy arisco-: Bienvenido. Te estaba esperando.
Matías Pailos
Etiquetas: Música