El Mate Tuerto

"Se fingirá el saber que no se tiene."

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Nombre: El Mate Tuerto
Ubicación: Argentina

30 noviembre, 2006

La otra mujer

Justicia. No venganza. Justicia.
Hacia fines de los años setenta de un siglo ya extinto, un niño (dos, cuatro años) jugaba en el balcón del departamento que habitaba, en un piso 12, con vista al río, con su nueva y primera mascota. ¿Qué quiso hacer? No lo sé. Quizás él tampoco lo sepa. Suele contar que quería determinar si la mascota podía volar. Los hechos, inasibles en recuerdos que no son los míos, parecen haber sido los siguientes: el chico ubicó al otro animal en la cornisa del balcón, y lentamente, lo empujó hacia el enorme espacio sin suelo. Finalmente, el otro animal cayó. Quizás tuvo suerte. Quizás murió de un paro cardíaco antes de devenir un charco amarronado en el centro de un blanco con restos dispersos de caparazón en punta. Pudo haber matado a otros. Pudo, por caso, haber matado a su padre mientras ingresaba al garage a la busca de un desvencijado automóvil. Pudo, quizás, haber matado a otro como él: a otro infante. Pudo, si hubiera gozado de algún sentido de la simetría, haber trepado las rejas que lo separaban del espacio sin red, y haberse lanzado tras la mascota. No lo hizo. No, y nada más pasó. Salvo la mascota. Salvo el otro animal. Salvo mi hermana muerta.
No recuerdo cómo es que fui a parar a ese hospital. Solo sé que mi dieta constaba únicamente de bolitas amarillas de gusto resinoso. Sí recuerdo al responsable del hospital tomándome entre sus manos y depositándome en una celda sin barrotes, a la que procedió a sellar por arriba. Estaba completamente a oscuras. Es la muerte, dije para mí. Guardé las extremidades, guardé mi cabeza, y me dispuse a esperar el final.
Desperté en un balcón. Dos niños, dos pichones de gigante jugaron con mi cuerpo. Más bien temprano, se hartaron de mí. El mayor, de mi misma o parecida edad, alrededor de 10 años, siguió mirándome con interés. Algo anhelaba. Un deseo insatisfecho. Una redención incógnita. Era el asesino.
Años más tarde, otra vez fui sepultada. Quizás fuera, esta vez sí, la muerte. Tampoco. Se me ubicó en un patio cuadrado, feo, sin vista a la ciudad, sin acceso al río. Cada una de mis fuerzas tenía la misma dirección, el mismo sentido, y el sentido y la dirección eran la reparadora justicia. Buscaba desesperadamente adentrarme en los misterios de ese hogar homicida, lo acechaba sin descanso, sin cejar en mi propósito. Nunca pensé en nada. Era pura acción.
Hubo otro encarcelamiento. La liberación se resolvió en éxtasis. Por vez primera pisaba tierra viva. Por vez primera, mis garras podían hendir el suelo y avanzar con furia. Me sentía libre, aunque no lo fuera. Solo lo sería si obtuviera satisfacción a mi único, monocorde y monótono deseo. Soy, aún, un alma en pena.
El jardín en el que fui ubicada era enorme, y no me cansaba de recorrerlo. El asesino de mi hermana se dignaba cada tanto confrontar conmigo. Me arrinconaba, se agachaba ante mí… y me acariciaba la cabeza. Un mullido hormigueo recorre entonces mi espalda. Caigo en la inconciencia y sueño con machos que se posen sobre mí y me hacen mujer. Sueño con hijos rompiendo el cascarón e invadiendo el jardín. Con miles de ellos. Quiero soñar con matar a mi enemigo. No puedo. Algo me lo impide. Me despierto sudando, en un grito mudo.
Aquí empecé a pensar. Aquí concebí proyectos. Designios justicieros, todos impracticables. Todos, salvo uno.
Arriba del jardín, en uno de sus recovecos, se cierne un balcón. Si un proyectil cayera sobre la cabeza de un gigante, eso significaría su muerte. El gigante puede ser el asesino. El proyectil puedo ser yo.
Todavía no logro entender cómo alcanzar ese balcón. Todavía intento inmiscuirme dentro de la casa. Sin éxito. Solo por ahora. Queda tiempo. Queda toda una vida. Sé, con la fe que otorga un querer atemporal, que el milagro me será concedido. El precio a pagar habrá valido la pena. Mientras tanto, aguardo, espero. Miro, especulo. Camino, actúo. Aguardo, espero. Miro, especulo. Camino, actúo. Aguardo, espero…

Gerda

28 noviembre, 2006

Para qué carajo vine

Y después estaba el público. Horda de estudiantes y graduados de Letras, de aspirantes a escritores y escritores en ciernes, conflictuados entre la pasión narrativa y la razón crítica, entre la opresión académica y la libertad extramuros; entre la pulsión escolástica y el deber literario, entre el calor de la Facultad y lo inhóspito del mundo. Sujetos ‘entre’, tupamaros vocacionales (¿quién los mandó a cursar, quién a escribir?). Atentos, intimidados ante la oportunidad de confrontar o afrontar a sus mayores, a los consagrados y admirados expositores, que aguardaban pacientemente, con cara y aire de yo-ya-lo-viví-todo. Mal que mal, cayó la primera pregunta. Y la segunda. Y la primera trifulca: un ligero pisarse de discursos que terminó con el estudiante o graduado siendo acallado por la autoridad que detentaba, desde el escenario, la palabra. Nuevas intervenciones. No todas eran preguntas. Alguien mentó a Panesi, y otro saltó a defenderlo. Eran cuatro hablando a la vez, a cada instante más alto, más fuerte, cada vez más personas. Ahora toda la audiencia hablaba a la vez. Se pusieron de pie. Se acercaron, estuvieron cara a cara. Eran una gran rueda humana acostada, verborrágica, disertante, expositiva. Con la palabra en la boca.

Los expositores se miraron. Hubo un instante de vacilación. Se pusieron de pie y bajaron del proscenio. Se acercaron a la rueda. Intentaron hablar.

Fueron expulsados.

***

Mucho calor. Encuentro de estudiantes de Letras. Aula 324 semivacía. Ficción y/o academia. Ausencias notorias en el plantel de notables dispuestos a ilustrarnos. Vitagliano –cara de buen tipo- sigue tan aburrido como lo recordaba y persiste en su voluntad de no responder lo que le preguntan. López –con evidente nerviosismo- entabla durante su lectura una lucha desigual con un gallo de raigambre antiacademicista. Link se dedica a ningunear a “Alan” (que, en honor de la verdad, vende más libros que él; es dueño –como afirma el ala masculina del Mate- de una mejor cabellera; y –arriesgo en un acto de intuición femenina (con Miguel aprendimos que queda bien proclamarse minoría)- si diera mañana un seminario en Filo tendría 600 inscriptos -a pesar de no ser “profesor” (qué distinciones tan académicas para leer los diarios, estimado Daniel). Incardona: con un corte de pelo que habría hecho conmover de alegría a todos los fana de Viejas Locas, lee un cuento en el que se da algunos gustos no menores. Lo mejor de la noche. Lejos.

Ya no soy estudiante (digo, no me impresiona Link luciendo sus pantalones puestos con calzador). No escribo ficción. No leí una sola ficción de los disertantes. Para qué carajo fui. Mis caminos se multiplican. Uno: me gusta, me gusta mucho la Academia (no se confundan: roja es mi alma, rojo mi corazón). Dos: siento un estimulante interés por las reflexiones críticas de Link (pero también por las de los ausentes prometidos: Kohan y Gamerro cuyas ficciones -dicho sea de paso- sí leo y con placer). Tres: me dejo guiar por la promesa de un deleite no menor: gozar de la incipiente borrachera que cada encuentro con mis amigos promete como acto de clausura.

***

El marco: un taller que tocaría el tema del vínculo entre academia y escritura. De los cuatro expositores, tres estrellas y una luna. Es decir gente con luz propia, y otro cuerpo astral que apenas refleja luces ajenas. Daniel Link, Miguel Vitagliano, Juan Incardona y Marcelo López. Los tres primeros, a su manera, estrellas, el último, triste luna.

Si hay algo detestable en los profesores de la facultad, es su construcción de fragilidad frente a las certezas, (y qué mejor que hablar de la propia escritura ficcional para el tendido de la red) y a la vez su ilusión –verdadera, surgida de su lucidez y su poder real- de solidez argumentativa infranqueable.

Los asistentes del mate tuerto coincidimos en que mediante sus giros verborrágicos, se las ingenian para no contestar a veces lo que se les pregunta, o para delimitar la cancha en donde quieren jugar en ese momento.

Vitagliano resultó tedioso en su apuesta por el equilibrio, Link es brillante a veces, otras brilloso, siempre provocativo, pero en un punto más franco respecto de las condiciones de existencia de la institución universitaria.

Incardona es y jugó su partido de cuerpo extraño, como si en el picadito del domingo viniera por el aire una pelota del mismo cuero que sabemos ver, pero cuadrada. A la vez, parece una incisión, no casualmente apartada de la universidad, de clase, como bien me señaló Pailos luego.

Y López, en fin, ensombrecido, pobre, por la luz de las estrellas, con su voz repitente, automatizada, pura institución, tímidamente desinteresado del mundo de los seres vivos allí presentes en su exposición.

Después, preguntas insulsas, figuración y cholulismo. Una línea pálida en un puñado de currículums.

***

Entre los asistentes del Mate al “Taller” hay un curioso y prolijo reparto de roles: ellos escriben literatura, ellas son mentes teóricas. No quiere decir que ellos no tengan una formación y producción teórica, o que ellas no hayan coqueteado con ser escritoras: creo que la clave es que la escritura es una necesidad, y la teoría (como la carrera de Letras) una elección. La necesidad es más fuerte que la elección, e involucra, como se sugirió en la charla, algo más que la razón. Fue “raro”, por eso, y para usar la expresión con que Link calificó repetidamente al hecho de publicar libros de literatura siendo un académico (¿no está todo dicho aquí? ¿No se está definiendo claramente?), que la charla fuera tan “especulativa”, para retomar a Vitagliano, ya que se trataba, también, de escritores. Mi sensación es que no se habló de literatura, sino que los presentes se dedicaron a negar, como si fuera posible y/o necesario, la influencia de la teoría en su escritura artística, afirmando de este modo el mismo prejuicio que enunciaron como tal, eso es, esa idea repetida de que Puán le pudre la cabeza al escritor, de que no es necesario pasar por ella, de que la teoría no sirve para nada. Su intervención en la academia es una experiencia (una más, si se quiere) vital y, como tal, entra en su literatura. La discusión, creo, debió haber partido desde allí. Vimos en escena una mesa de eruditos teóricos, no una de escritores. Tal vez los anunciados Kohan o Gamerro hubieran aportado esa otra perspectiva que faltó. La duda que me queda es si estos muchachos saben sobre todo, o hablan sobre todo, o sólo hablan sobre lo que saben, o sólo saben sobre lo que hablan. De todos modos, y a pesar de lo tedioso que haya estado Vitagliano, a mí, como mentes teóricas, me parecen admirables.

***

Tras la charla llegó lo mejor: nuestra propia charla; conferencia privada que nos dictamos en un restaurant de Flores. Allí recordé mi primera experiencia con Link, cuando le hice una rebuscada pregunta que él desechó despectivamente con el comentario “Eso es (Raymond) Williams”, y miró para otro lado.

-En eso le doy la razón, dijo Cobiñas, sino parece que en vez de formular una inquietud propia estás persiguiendo al docente para ver si leyó a este o aquel. Nuestra amiga incluso recordó cuando en un teórico le preguntaron a Beatriz Sarlo por Harold Bloom y ella repuso “A mí no me tiren pescado que no soy foca”. Todos reímos con la historia. El vino corrió y dio pie a otros temas. En un momento dado Cobiñas afirmó: “Yo creo en los fenómenos paranormales”. Ante el escepticismo de la audiencia, relató que una noche miró su despertador y pensó: “Así que Dios existe, pues bien, yo sé que este despertador va a sonar en 6 horas”. Y al día siguiente faltó al colegio porque el despertador no se activó. El resto de la mesa desenvainó su racionalismo y trató en vano de refutar la leyenda. Hasta que er, que se había mantenido en silencio, dijo:

-Dios no es una foca.

Y todos lo aplaudimos de pie.


El Mate Tuerto

27 noviembre, 2006

Suicidios ejemplares

Si un duelo a cuchillo cualquiera,
me encuentra una tarde en un patio rosado,
que “Triste domingo” resuene a mi vera
como el navajazo de un final soñado.
Jorge Luis Borges Textos recobrados I (1919-1929).


¿Pueden una melodía y un puñado de palabras conducir a la muerte? ¿Es verosímil que unos acordes activen la pulsión suicida de un individuo? ¿Es posible que más de cien personas, en diversos países y bajo circunstancias diferentes se quiten la vida tras escuchar la misma canción? Parece que sí.

En 1933, el húngaro Rezsô Seress sufrió lo que comúnmente se conoce como un desengaño amoroso: su chica se fue con otro y él sólo supo desahogarse escribiendo una tonada que tituló “Szomorú Vasárnap (mal llamada, en estas latitudes, “Domingo sombrío”). Al parecer, nadie quería grabar la canción (“es un poco deprimente” le decían). Pero como la tenacidad es una de las virtudes del pueblo húngaro, Rezsô logró su cometido. Sabemos que la fama enloquece a las mujeres: según cuenta la leyenda, Seress se reencontró con su amada fugitiva y la fuerza del cruce se materializó en una propuesta matrimonial. Sin embargo, la alegría nunca es completa: un par de días antes del enlace programado para el domingo siguiente la dama se quitó la vida. Su nota de despedida contenía dos palabras: “Szomorú Vasárnap”.

Lo que vino después fue imparable: la difusión del tema (que a esta altura contaba con dos letras a cuál más patética) desató una ola de suicidios por toda la región. [1] El acabose llegó con la popularización del tema en su versión inglesa en la empastada voz de Billie Holiday. El magnetismo suicida de la canción no dejaba de cobrarse víctimas. Sin más opciones, Franklin Delano no pudo eludir dictar –por necesidad y con urgencia- un decreto que prohibía la difusión de “Gloomy sunday”, tonada fatídica que ya se había llevado la vida de su chofer.

Insensato lector, he aquí los versos asesinos:

Szomorú vasárnap száz fehér virággal
Vártalak kedvesem templomi imával
Álmokat kergető vasárnap délelőtt
Bánatom hintaja nélküled visszajött
Azóta szomorú mindig a vasárnap
Könny csak az italom kenyerem a bánat...

Szomorú vasárnap

Utolsó vasárnap kedvesem gyere el
Pap is lesz, koporsó, ravatal, gyászlepel
Akkor is virág vár, virág és - koporsó
Virágos fák alatt utam az utolsó
Nyitva lesz szemem hogy még egyszer lássalak
Ne félj a szememtől holtan is áldalak...

Utolsó vasárnap

PD 1) Sí, claro: Rezsô se suicidó en los 60 ahorcándose con las cuerdas de la guitarra en la que compuso su funestamente célebre melodía.

PD 2) Si están dispuestos a correr el riesgo, la interpretación de Björk alarma (aunque sin llegar a la conmocionante angustia del unplugged de Bowie).

PD 3) Pero si de verdad desean coquetear con la muerte, sírvanse chequear la versión hip-hop de Eminemmylou (compañera del afamado raper de parecido nombre).

Abrazos, Cobiñas



[1] Siempre precursores, contamos con una versión tango, “Triste domingo”, del año 37 en la aguda vocalización de Mercedes Simone, tema que –curiosamente- no produjo víctimas fatales: acá sufrimos como machos.


26 noviembre, 2006

Mamá

No saben lo linda que me quedó la casa. Hermosa. Preciosa. La verdad, que valió la pena tanto esfuerzo y sacrificio. Valió la pena…
No importa que me haya endeudado otra vez. Las cosas son así. Sin esfuerzo, sin riesgo, no conseguís nada. Eso intenté inculcarles a mis hijos: trabajo, esfuerzo, sacrificio. Yo hice todo lo que pude. Mis hijos están ante todo. Por eso cuándo el padre se quedó sin trabajo, y pasaba todo el día haraganeando por el jardín, mirando las plantas… no, me sacaba. Me sacaba. No podía permitir que mis hijos vieran eso, que tuvieran ese ejemplo. Que pensaran que… que se puede vivir así. Así, sin hacer nada. No pude. No lo iba a permitir. Así que me separé. Al mes, ya estaba divorciada.
Yo soy así: borrón y cuenta nueva. ¡Fuiyyy! ¡Pim, pam, pum! Listo. A empezar de nuevo.
Lloré. No saben cuánto lloré. Lloré por mis hijos, por mi casa, por todo el trabajo que quedaba por hacer. Yo lo amé con todo mi corazón a Gualter. Pero no lo iba a permitir. Mis hijos, no. No, Gualter. Así como oís.
Lloré. ¡Cómo lloré! Pero yo soy fuerte. No me voy a quebrar. Se lo prometí a Matías. Una semana después vino a mi cama. No podía más. Me abrazó, me besó. Lloró conmigo. Y me dijo: mamá, vos no te podés caer. Te necesitamos. No te caigas.
Pero yo no me caigo.
¿Hombres? No. Solo quieren eso. Yo no soy boluda.
No saben lo linda que me quedó la casa. Tiene una fuente en el jardín, con un león que tira agua. ¿En el jardín, les dije? En el patio andaluz. Porque tengo un patio andaluz. Sísí. Y una estufa con un fondo de vidrio que permite ver el patio andaluz. Sísí.
Quedó re bonita. A Marcos le encanta. A Matías… bueno. Pffff. Es que es como si no viviera acá. Llega tarde, duerme afuera. Hace lo que quiere. Pero no, sí le encanta. Solo que… parece que le da lo mismo, incluso que prefiere que no hubiera hecho ninguna reforma. Pero Matías es así. Yo ya no discuto más. Ya le dije todo lo que le tenía que decir. Él ya sabe lo que tiene que hacer. Por ejemplo, no entiendo por qué no se compra ropa. No entiendo. Pero ya está. Yo hice todo lo que pude. Les juro: todo lo que pude.
Pero ya está. Ahora no nos peleamos más. Mejor, miren. No sé si hubiera aguantado más. Cada vez era más terrible. Él me acusaba, me decía que le metía una presión intolerable. ¿Que yo le metía presión? Increíble. Que no lo entendía. A los 25, seguía siendo un adolescente. En ciertas cosas, todavía lo es.
¿Y la cocina? Preciosa. Hermosa. Quedó tal cuál como la había pensado. Y el garaje, listo para que pueda volver a trabajar con el vidrio. Porque yo hago vidrio. De hecho, quiero hacer un vitraux en el espacio que queda entre el baño de abajo y el comedor. Ya les contaré.
…Qué no lo voy a entender. Trabajo, esfuerzo, sacrificio. Eso. Los gallegos sabemos que hay que trabajar. Lo que pasa es que a él no le gusta trabajar. Eso pasa. Se parece tanto al padre… De adolescente se pasaba el día leyendo. Me encanta que lea. Pero, ¿Filosofía? Me encanta la filosofía. En serio. Yo leo a Octavio Paz, leo a Julián Marías, a Krishnamurti. Pero no se puede vivir del aire. No sé, no digo Medicina. Aunque sea que hubiera estudiado… no sé, periodismo.
Y después esas cosas terribles que me contó. No saben. Pasó hace algunos años. Lo notaba raro. Estaba raro. No dormía, salía a correr a las 4 de la mañana, no hablaba con nadie. Ya no recuerdo de qué estábamos hablando… de Marcos. Yo solo estaba diciendo lo que tenía que hacer. Tenía que conseguir trabajo. No importa que buscara y no consiguiera: tenía que conseguir. Hay que trabajar. Si no trabaja, lo echo. Es así. Que lo dejara en paz. Que lo dejara en paz a Marcos, me dijo. ¿Puede ser? Empezamos a discutir. Que nunca lo había alentado a nada, que nunca le había dicho que hacía algo bien, que nunca lo había felicitado. Pero las cosas no son así. Siempre se puede dar más. Son hijos del rigor: sin presión no rinden. Sin mi insistencia, no sabrían inglés, no hubieran estudiado, no se hubieran recibido. Que nunca le dije que lo quería. Bueno, ¡qué vieran como me trataba mamá a mí! Yo sí sé, yo sí sé… sin presión, por ahí hubieran sido vagos, o drogadictos, o… vagos.
Y ahí me dice que había pensado en suicidarse. Me quedé dura. No entendí nada. Yo hice todo lo que pude.
El año que viene me jubilo. Voy a juntar plata y me voy a hacer el camino de Santiago. Voy a viajar. Tengo mil cosas para hacer. Voy a tener la jubilación. Si Dios quiere, voy a terminar de pagar las deudas, y voy a poder hacer todo lo que quiero: vidrio, danzas gallegas, voy a visitar la casa de papá en Vigo. Voy a tener mucho tiempo libre. Voy a tener mucho tiempo libre, mucho tiempo libre…

Cristina

23 noviembre, 2006

Gran Hermano

“Pero no hablemos de mí.
Hablemos de vos.
¿Qué opinás de mí?”

Ricardo Darín

Es, con toda seguridad, la persona que más influyó en mi carácter y en mi destino. En uno y otro caso, para mal. Puedo pensar en modos peores de hacer las cosas. El suyo, de todas formas, fue suficientemente malo.
No puedo precisar cuándo comenzaron los maltratos. No puedo, eso sí, recordar un tiempo sin ellos. Ya cuando iba al jardín me obligaba, en cada tiempo muerto compartido, en ausencia de todo adulto, a jugar al fútbol. Yo prefería los juegos solitarios, los mundos personales. Siempre me basté a mi mismo al momento de entretenerme. Supongo que esto explica, en parte, mi desmedida afición onanista. Explica, también, cierta peculiar satisfacción que caracteriza mi descontento general. Si me negaba, me golpeaba. Si aceptaba, también.
Me golpeaba a diario. Prerrogativas de hermano mayor, supongo. Ahí forjé mi odio. Ahí juré venganza. El rencor se fue acumulando todos estos años. Finalmente, fui tan grande como él.
Para cuándo esto ocurrió, él ya había cambiado. Hacía años que no me pegaba. Cuidaba de mí, eso sí, de un modo obsesivo. Vivía pidiéndome perdón, vivía haciendo votos de haber, ahora, cambiado. Era verdad. Las formas de abuso eran más sutiles. Desde usar mi ropa sin mi permiso hasta terminar discusiones cuándo y cómo quería. Uno de sus modos favoritos era acusarme de pendejo.
Es difícil evaluar el tamaño del daño que me ha hecho. En ocasiones, me solazo mintiéndome que no es tanto.
Tampoco recuerdo con precisión en qué momento comenzó a darme consejos. ¿Quién se los pedía? Sí, por supuesto: él tenía (tiene) más éxito con las mujeres, tenía (tiene) mayor éxito profesional, ganaba más plata. Hasta sabe lo que quiere. Eso no explica, sin embargo, sus modos públicos de desesperación, que todos (mamá, yo, incluso papá, que no vive en casa), esporádicamente, tenemos que soportar. Creo que es el único (de nosotros cuatro) que ha pensado alguna vez seriamente en suicidarse. Colijo, valiéndome de mis amplios prejuicios populares acerca de la psicología humana, que sus picos de euforia están emparentados, en alguna medida, con algún tipo de trastorno bipolar. Lamentablemente no creo que lo sea. Sus vaivenes no son cotidianos, sino mas bien epocales. Por años, incluso. (Quizás exagero. Quizás sea más atinado señalar que hay una alteración en su ánimo cada seis u ocho meses. No puedo, en verdad, saberlo.)
Seguí prometiendo venganza.
Siempre, desde hace años. No, tampoco recuerdo cuándo sentí por primera vez que no hablaba en serio.
Forjé proyectos. Robarle novias, arrebatarle mínimos éxitos académicos, desbaratarle oportunidades. No supe, no quise hacerlo. No llegué siquiera a pensar un minuto seguido en ello. Terminé invadido por una desazón general que no puedo eliminar por completo, que se renueva cada vez que lo veo. Y lo veo todos los días.
Quizás debimos habernos cagado a trompadas aquella vez en plena adolescencia. Quizás él debió haberme querido menos, o haberme odiado más. Tenía la primera trompada a su disposición. ¿Por qué no me la dio? ¿Por qué, hijo de puta? Yo solo necesitaba una excusa.
Ya sé: no tengo que hacer recaer en sus hombros la responsabilidad por una oportunidad ausente, que de todos modos tuve en mis manos en forma de cuchillo.
Yo tenía, ¿cuántos? 15 años, supongamos. Él, 18 o 19. No recuerdo qué me había hecho. Solo sé que cuándo recobré la conciencia lo estaba persiguiendo, cuchillo en mano, alrededor de la mesa del comedor. Él (no podía ser de otra manera) se cagaba de risa. Claro, tampoco recuerdo cómo es que terminó encerrado en mi cuarto, trabando la puerta, siguiendo cagándose de risa. Nada dura para siempre. Me terminé cansando de las amenazas. Depuse mi cuchillo y salí a caminar.
Las cosas cambiaron. Hoy tengo novia, y gano más que él. Hoy podría decir que soy feliz. Mi buenaventura tiene, sin embargo, un punto de insatisfacción. Desearía seguirlo odiando. Desearía no acarrear sobre mis hombros el cadáver de un deseo de venganza nunca saciado. Desearía seguirlo admirando. Como cuando me cagaba a piñas.

Marcos Pailos

21 noviembre, 2006

¿Qué hay de nuevo, viejo?

Mi nombre es Matías Pailos. Me recordarán por entradas como ‘Paradas’, ‘El Paraíso’ y ‘Por qué nos gusta tanto Bolaño’. Fui convocado para presentar el debut en esta pantalla de la afamada Licenciada en Letras y Cocinera de Néctares y Ambrosías Varios, la señorita CF. ¿Por qué se demoró tanto este esperado debut? No debemos achacárselo a la falta de talento. Menos a la pereza. Sí, quizás, haya habido algo semejante al poco interés. Tengo para mí, sin embargo, que el motivo principal de la demora debemos hallarlo en la inseguridad de nuestra autora, excesivamente celosa de su producción. ¿Cómo logramos extraer la gema que ofrecemos a continuación, entonces?, se preguntarán. La respuesta cae de madura. En un descuido. No había otra posibilidad.
En el comienzo fue un mail de Zedi Cioso, compeliéndonos a acudir a otra reunión cumbre de alguno de los múltiples cenáculos de escritores y escritores de escritores (críticos) vernáculos.

“Fwd: ‘¿Qué hay de nuevo, viejo?’ Fogwill . Link . Kohan . Hernaiz en MALBA

¿Se prenden?”
Algunos (CF, yo mismo) respondimos afirmativamente a la requisitoria. De otros no podemos decir lo mismo.

“Perdonen amigos, ayer me compliqué con el trabajo y no pude acudir a la cita. Cuenten por favor que tal estuvo (mientan que estuvo malo, así no me siento tan mal).Besos, abrazos
Zedi Cioso”

Esta desliz de ZC, sin embargo, disparó la siguiente e inopinada respuesta de CF, que ofrecemos, in extenso, y para deleite de la amable blogoaudiencia, a continuación. Abróchense los cinturones. Estamos a punto de despegar. 3, 2, 1…

“Y bueno, mirá, malo malo no estuvo, pero tampoco hubo grandes novedades, viejo.
Link, como siempre, te deja contento. Habló de lo nuevo como experiencia más que como procedimiento estético, dijo (demagoga y estimulantemente) que de los jóvenes lo espera todo, hasta la revolución (aclaró: cierta revolución) y mencionó a los novedosos de siempre, entre ellos a Fogwill, que inmediatamente sacó su billetera y le ofreció unos morlacos, que el otro manoteó sin levantar la vista de la lectura y sin que su voz se trastornara en lo más mínimo. Debo decir, y esto es para mis amigas Cobiñas y V (a quien agrego a la lista, si me permiten) que Link está más loca que nunca y que tiene unos kilitos acumulados en el abdomen, lo que demuestra fehacientemente que superó la crisis de sida-tuberculosis-malaria de la que se lo acusaba cuando lo conocimos. Enhorabuena.
Después Pailos se retiró y leyó un muchacho que desconocíamos, Sebastián Hernaiz. Un poco ingenuo, cayó (en caída libre, según mi gusto) en esas posturas teóricas extremas y libidinales que aseguran que un hecho social y político como el de diciembre 2001 marca TODA la literatura que se escribe posteriormente. Lo bueno fue que era el único que había leído literatura de autores jóvenes, verdaderamente nuevos, y los mencionó: sí, tal vez fueran sus amigos, pero los otros se la pasan también nombrando a sus amigos, que son ya viejos conocidos.
Por anteúltimo leyó Kohan un articulito sobre las vanguardias y su inevitable derrotero hacia la museificación, entretenido pero del que no recuerdo mucho más.
Y bueno, por último, le tocó el turno a Fogwill, que empezó advirtiendo, como si hiciera falta, que no había traído ningún papelito. Para citar a ER, má qué papelito, lo suyo fue un gran papel, es decir, un papelón. Hablando de novedad, es un viejo choto, con todo lo que eso implica: hablar sin decir nada, criticar a las grandes editoriales como si él mismo no hubiera publicado en ellas, defenestrar todo lo que no conoce. De entrada, como este Sebastián había relatado una anécdota que sucedió en Cabaret Voltaire, él entendió que sólo le interesaba coger y dejó en claro, para no ser menos, que él también visitaba cabarets y que sabía lo que un escritor podía encontrar ahí. Por supuesto, como Link y Kohan eran contendientes inalcanzables, disparó toda su artillería contra este pibe, que unas veces reaccionó como pudo y otras, las más, lo dejó hacer. A esta altura hizo ER su entrada triunfal, cuando la discusión se había trasladado a las nuevas tecnologías y la literatura. Los ataques de Fogwill eran diversos y desarticulados, pero hubo un par de momentos interesantes. Uno, cuando una chica del público preguntó por una nota que había salido en Ñ de M.Prieto: antes de que terminara de preguntar, el viejo se brotó contra Prieto, primero hablando del padre, después afirmando que su Historia de la lit. era pésima y, ante la falta de acuerdo en ese punto entre los presentes, debiendo finalmente conceder que le parecía malísima porque no lo mencionaba a él. El otro momento (un gran momento), que es la excusa para este racconto, para qué les voy a mentir, fue cuando una voz interrumpió desde el público todo el ñañaña que estaba en pleno auge: Terranova (sí, sí: se lo había mencionado ya dos o tres veces) se presentó micrófono en mano desde el fondo, y ante la frase de Fogwill “No sé quién es” respondió con una comparación: Mr. Burns frente a Homero. Acto seguido, empezó a hablar con su habitual soberbia (esa que conocemos los que lo padecimos) de sus experiencias con lo nuevo y con la escritura, y cuando el coordinador lo increpó “Terranova, ¿cuál es la pregunta?”, respondió sencilla y brillantemente: “Ah, no, no hay pregunta, yo estaba contestando, pensé que les interesaba”, e inmediatamente entregó el micrófono. El tipo es un denso, pero la verdad, esta vez le doy la derecha: fue lo mejor de la noche. Además, no se privó de decirle lindo a Link (justificando así que siempre publiquen su foto –la de Link- en el Ñ y nunca la suya propia), ni de recibir, de parte del mismísimo Link, un volador beso trompita. Impecable.
Bueno, perdón, me fui de mambo con la extensión, pero tengan en cuenta que no escribo nunca...
Besos,
CF”

19 noviembre, 2006

Fluxus

Ma’ si, yo me llevo el auto”, pensé el jueves 16 de noviembre pasadas las tres de la tarde después de que mi tía me informara que había decidido aumentarme 200 pesos el alquiler del departamento como regalo en las vísperas del año nuevo. Era un riesgo. Había perdido la mañana completa en procesión por todos los locales de la calle Warnes para encontrarle un limpiaparabrisas a mi exclusivísimo modelo rumano símil Renault 12, pero aparentemente algunas piezas del Dacia son casi inhallables, incluso en los vetustos desarmaderos de Bucarest. El cielo gris contenía la promesa de una lluvia en ciernes, pero estimé que si volvía temprano y contaba con una dosis de suerte podría eludir la tormenta. Me trasladé a mi bar preferido y tuve un encuentro fortuito con mi amigo Pablo M. Pedí un café y me puse a hojear el diario. La página de cultura mencionaba la inauguración de la muestra Fluxus en el Malba. Se trataba de un movimiento fundado por el artista–empresario lituano George Maciunas al que habían adherido algunos de los más importantes artistas de vanguardia de la segunda mitad del siglo XX como John Cage o Nam June Paik. “Ah, es hoy a las 7 de la tarde”, dijo pablo cuando advirtió lo que estaba leyendo “¿Querés ir” y acto seguido sacó la tarjeta de cartón que legitimaba su promesa. “La verdad es que tengo un montón de cosas que hacer, de modo que vamos, así las postergo todas”, dije y nos dedicamos a hacer tiempo hasta la hora de partir.

Llegamos un poco tarde a la inauguración. Ya entonces amorfas mareas humanas se arremolinaban en torno a los centros surtidores de vino en el hall del Malba: ese templo del arte cool con el que un financista especulador devuelve a la sociedad una ínfima parte de sus usufructos descontados de los impuestos a las ganancias. De inmediato nos dirigimos a la escalera mecánica para ascender al cielo del arte, pero la cinta transportadora al aura de la creación nos fue denegada “No pueden pasar” dijo un cuarentón con anteojos de marco grueso y frustrada carrera de curador de muestras que debía contentarse con la bajeza burocrática del derecho de admisión. Nos miramos los zapatos, nos olimos el chivo, nos acomodamos los anteojos. Hasta que dimos con la clave ¡No habíamos tomado nuestra copa de vino! ¡Cómo nos iba a interesar la muestra si no teníamos una copa de vino en la mano! Pablo se aferró a la copa y se dispuso a subir “No, con la copa no se puede”, le dijo una chica sentada junto al cuarentón. Mientras tanto veíamos pasar a todos los presentes ¿Cuál era al problema? Finalmente alguien nos explicó: el encuentro con el Arte suponía un despojamiento total. Fuera copas y al guardarropas nuestros bolsos y mochilas.
Casi desnudos ascendimos finalmente al parnaso de la vanguardia. Recién salidos de la escalera nos recibió un piano montado por changuitos de supermercado y una pirámide de valijas viejas sobre el techo, frasco de vidrio que contenía un repasador y auricular de teléfono sobre el teclado, grabación inaudible y un foco de 500 watts que se prendía intempestivamente y te cegaba al instante. “Guau, cuanto esfuerzo para no decir nada” dijo Pablo, “callate, neoclásico”, a ver si te oyen los vernisageros y nos hacen echar”, lo reprendí. Entramos a la sala. Marta Minujin le repartía su catálogo a unos curadores alemanes y la camisa azul fluo de Rogelio Polessello no le iba en zaga a su obra. Recorrimos la muestra: fotos de una mina en bolas inmovilizada con grilletes de hormigón armado, papelitos agujereados, cartoncitos agujereados, la cruz de televisores de Nam June Paik “el video arte es lo opuesto de la televisión –deslizó Pablo ante esta obra- está hecho para que no lo puedas mirar fijo más de 5 segundos seguidos”. De la video-cruz emergía un cable que conducía a un sapo que miraba un programa de sapos.

Nam June Paik I believe in reincarnation. I want to be a frog in my new life, 1993
[Creo en la reencarnación. Quiero se una rana en mi nueva vida.]
Instalación de 3 partes: 14 monitores de video con tela impresa, rana de plástico y monitor de video, rótulo.
[Instalation in 3 parts: 14 monitors with painted cloth, plastic frog and monitor, signboard]


Seguimos caminando, alguien le puso un marco a una cáscara podrida de banana, otro hizo un conejo con caca de conejo, otro demostró que dentro de una maleta cabe todo el cielo y un calzón. Pronto advertimos qué nos diferenciaba a nosotros, torpes mortales, de los artistas. Mientras nosotros tiramos la pasta de dientes después de usarla, ellos la firman, la enmarcan y la venden por 2 millones de dólares. La obra de Cage estaba representada por la Caja Mozart y un cubo blanco del que emergían 6 pares de auriculares para escuchar su obra. Uno de los auriculares se había roto y nadie se daba cuenta porque pensaban que habían llegado tarde a la sinfonía de una sola nota. Takako Saito exponía un ajedrez para ratones, un ajedrez con tablero en varios planos, un ajedrez con ojos de vidrio, un ajedrez con todas las piezas idénticas. Enjoy yoursefl [Diviértanse] proponía el mismo Saito con dos paneles imantados donde el público podía disponer a voluntad el orden de las piezas metálicas. ¿El chiste? Algunas piezas bastante pesadas no se adherían y caían al piso arrastrando otras piezas con un sonoro estruendo que sacaba de quicio a los guardias de seguridad. Hasta Martita Minujin cayó en la trampa y por la cara que puso no le hizo ninguna gracia. A lado mío una chica le propuso a su grupo de amigas ¿Vamos para la instalación del Correo Central? Yo las llevo con mi auto. “¿Y después?” interrogó una de ellas “Después vuelvo para Palermo” “Ah, entonces vamos”. Pablo bajó al baño y volvió con la noticia de que estaban repartiendo comida, argumento de peso para emprender el descenso al llano prosaico de los calentitos.”Para mi el arte tiene que implicar algún esfuerzo”, dijo Pablo con gesto de disgusto mientras nos delizábamos por las escaleras mecánicas “Y bajar por las escaleras también”, repuse y lancé unas zancadas para adelantarme a los bocaditos. Pero me di de trompa contra el infranqueable muro del VIP delimitado en el coqueto bistró del miusium tras unas cintas iguales a las que construyen zigzagueantes laberintos para compactar las colas ante las ventanillas de los bancos. Se trataba de un auténtico corral de relacionistas públicos en su paraíso privado de sabrosos pinchos saltados al wok. Los pobres anónimos sólo teníamos el vino, qué remedio. Tomamos una copa. Otra. Otra más. Fui al baño y después de hacer pis en un mingitorio no duchampiano me detuve a observar la escena. Un empleado de limpieza le sacaba brillo al espejo con una franela, su trapo rejilla descansaba sobre el borde del mármol. El hombre aplicaba el líquido de limpieza con un vaporizador y se entregaba a la tarea abandonándose al rítmico afán de su brazo. De pronto me descubrí hipnotizado ante la acción de sus músculos, su impecable mameluco Grafa, su esmero desmedido e inútil para hacer brillar el espejo que reflejaba en todo su esplendor nuestro patético glamour sofisticado.¡Qué Gran Obra!

El espejo de nuestras miserias Palermo Chico, 2006
Mirrow of our misery
Instalación: Baño inmaculado de Museo cool, personal de maestranza oriundo de Gran Bourg, vaporizador de líquido limpia-cristales, trapo rejilla.
[Instalation: Cool museum’s witheness public bathroom, Gran Bourgian’s clean employee, shine-glass spray, clean rag.

Salí del baño. El vino corría en procelosas mareas negras. Insistí, ya algo entonado, en mi vindicación del arte de vanguardia hasta que Pablo, exasperado, resolvió la disputa en una sola cita de Russeau con la que dio cuenta de todo el arte moderno: “De pronto alguien vino, hizo un amplio gesto con el brazo y dijo “esta tierra es mía”. Y todos le creyeron”. Dimos unas vueltas, todo era tan arty, tan artificial. Otra copa de vino, sí gracias, una más, sí, esa también, ah, bueno, no me puedo negar, hasta que creímos dar con la clave, el auténtico sentido de Fluxus, la idea genial de Maciunas: el lituano convocó a sus artistas con un propósito secreto: ellos dieron cuenta de sus obras en cinco minutos y después siguieron viendo la novela de la tarde, no hacía falta más porque la obra era una excusa, un pretexto, una carnada secreta. Desde 1962 Maciunas filma a escondidas cada presentación de la Fluxus, conforme avanza la tecnología cambia de registro: 35 mm, 8mm, VHS, Betacam, Digital, eso es lo de menos. Instala cámaras ocultas y graba a toda esa gente dando vueltas en los círculos vacíos de sus copas llenas. Brindando al son del chin chin por el pálido final de raza humana. Esas filmaciones son la obra de Fluxus, todos los años los artistas que aún viven se juntan con Maciunas o sus herederos a ver las cintas y se cagan de risa y graban sus propias carcajadas de artistas en un cassette TDK D 60 y ahí, en la larga risa de todos estos años se concentra la obra de Fluxus.
Contentos por haber resuelto el enigma, abandonamos el Malba justo para recibir las primeras gotitas, pronto gotas, ya gotones que precedían el aguacero. Me despedí de Pablo y corrí desesperado hacia el auto, menos preocupado por empaparme que por tener que conducir prescindiendo del limpiaparabrisas izquierdo. Al llegar al estacionamiento me atacó una Duda ¿Mi Dacia no será una instalación?

El Dacia, Buenos Aires, 2006
[The Dacia]
Instalación: Réplica rumana del Renault 12, motor 1.6 litros, detalles de chapa y pintura, pérdida de aceite, fallas en la ventilación, tapizados rotos, paragolpes delantero torcido, olor a combustión.
[Instalation: Renault 12’s fake rumanian car. 1.6 liter engine, iron and paint details, oil loss, ventilation failure, scratch tapestry, bent front fender, smells like combustion.


Manejé dos cuadras y estalló la tormenta. Accioné mi limpiaparabrisas tuerto pero lo único que logré fue lanzar más agua sobre el lado del conductor. Desesperado, hurgué en mis bolsillos y extraje unos bollos de carilina moqueados, desajusté el cinturón de seguridad, asomé el brazo por la ventanilla y me apliqué a despejar el agua del parabrisas cada vez que me detenía el semáforo. La lluvia arreciaba y mientras manejaba no había más remedio que guiarse por el reflejo rojizo de las ópticas traseras de los otros autos. Las gotas plasmaban un droping transparente y efímero sobre el vidrio como si mi auto fuera una tela y Dios Jackson Pollock. Sin embargo empecé a constatar que cuanto más llovía, más nítida se tornaba la visibilidad. El agua que caía con renovado ímpetu borraba a la que había caído antes y lavaba el vidrio, dejando la superficie limpia, casi translúcida. De pronto comprobé que el limpiaparabrisas era obsoleto, sólo parecía imprescindible porque al barrer el agua preparaba el escenario para que las nuevas gotas obstaculizaran la visión en lugar de facilitarla. El limpiaparabrisas pensé entonces, es como capitalismo, que reactualiza a cada paso su inútil necesidad. Casi por costumbre, seguí limpiando con la carilina en las pausas del semáforo. En la esquina de Coronel Díaz y Juncal un chico que viajaba en la family van de su padre advirtió mi maniobra y me miró intrigado. Para que no me tomara por loco, metí la mano debajo del asiento, aferré el brazo roto del limpiaparabrisas, lo saqué por la ventana y lo esgrimí como si fuera una lanza ranquel con gesto de “qué va a ser". El nene se empezó a cagar de la risa y a zarandear a su padre para contarle lo que acababa de ver.

Niño rico feliz. Palermo, 2006
[Happy rich child]
Instalación: Triste niño rico, padre ausente, Camioneta Izuzu Galloper, esquina de Coronel Díaz y Juncal. Noche de lluvia. Dacia, conductor borracho, brazo de limpiaparabrisas.
Instalation : Sad rich child, ausent father, Izuzu Galloper, Coronel Diaz and Juncal corner, rainstorming night, Dacia car, drunk driver.

El resto del viaje transcurrió sin problemas. Llegué a mi casa sano y salvo y con la certeza de haber derribado el mito del limpiaparabrisas mientras las gotas seguían cayendo con un repique idéntico al entrechocar de las copas en el vermisagge. Ya no tenía dudas: El mundo entero es la instalación de un demiurgo mediocre que milita en las segundas filas de la vanguardia cósmica. La civilización humana es una obra de arte. Una expresión de arte efímero.Clic.

Zedi Cioso

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14 noviembre, 2006

Intimidades

Listo: quiero ser Alan Pauls. Quiero ser retraído y sociable, fóbico y elegante, increíblemente inteligente e increíblemente observador. Quiero ser el mejor escritor vivo. Que el tránsito se detenga. Que los comercios cierren sus puertas. Que las campanas repiquen. Que el Sol no salga más. Quiero ser Alan Pauls.
Me encuentro despatarrado en una butaca del Rojas. ¿Qué haga ahí? Relleno mi tiempo libre de un martes por la noche como mejor puedo. Con lo máximo que mi ingenio me permite. Con la presentación de un libro llamado ‘Confesionario’, abrumado de aportes de escritores consagrados y otro ramillete variopinto de artistas del mismo tenor: graso. No, perdón (perdón): consagrados. (De nuevo: perdón por la humorada chascarrillesca. Sí, soy un pelotudo.) Hay varias chicas que buscan el contacto con la purpurina literaria de AP. Yo busco, infructuosamente, el contacto con ellas. En la previa se vio desfilar a un cúmulo de luminarias del panorama literario vernáculo: Marcelo Cohen, Martín Kohan (¿cómo es posible que Ornella estuviera enamorada de este petiso, pelado a la sazón? Incomprensible, a Dios gracias, el gusto femenino es. Ya lo dijo Yoda), María Moreno (la otra lectora), el mismísimo AP. Los miro, certifico que son lo que quiero ser, y dejo que mi mirada se vuelva a perder en pantorrillas y muslos vagamente ataviados con minifaldas. Es difícil dispersarse: todas rodean a AP.
Más temprano que tarde, de vuelta en mi butaca, el hijo de puta empieza a hablar. A leer, para ser más precisos. Listo: volví a caer en sus redes. No hay otro como él. Es el mejor, de los vivos. Parece que está escribiendo, muy lentamente, otra novela. Me mata, Pauls. Tiene eso de los mejores críticos literarios que envidio con un apetito, dadas mis limitaciones, imposible de saciar. Tiene una capacidad inaudita para establecer conexiones nuevas e impensadas, y generar en su auditorio la impresión de que siempre estuvieron ahí, a la vista del más gilún. Pero esto es falso, porque yo no las vi. Juega con las distinciones: de un lado, los escritores que se la pasan escribiendo. Del otro, a los que les ocurre escribir. Él (con Puig. Ningún boludo): en el medio. Desperdiga nombres impensados con pavorosa prestancia. ¿En qué momento Pauls puede citar a Eno? ¿¿¿En qué momento Pauls escuchó a Eno??? Bueno, por algo es EL experto en diarios íntimos. Denme su diario íntimo. Mi reino por un diario (íntimo de Eno). Digresión paulsiana: Peter Sellers destiñe. Sellers decolora las películas en las que aparece, con su humor ‘navokoviano’ (¡¿?!). Más aún: es el emisario del ruso para redimir ‘Lolita’ de las manos de Kubrick. (Qué se yo, cosas de Pauls.) El relato que lee (digresión 2: ¡qué bien lee el hijo de puta! Es la encarnación de la seriedad escupiendo disparates. Y claro: es imposiblemente cómico) tiene estructura de diario íntimo, también. Te cuenta el encuentro de su mujer (V) con una ex amante, te cuenta como R (su hija) juega con él a los enamorados (Pauls juega a estar acodado en la barra, juega a acercarse a R, juega a preguntarle si puede bailar con ella. R juega a gritarle en la cara ‘¡No! Yo ya tengo novio’), te cuenta secretos de Fogwill y reconoce que F es para él más importante de lo que se anima a reconocer (de paso, hace otra de las suyas, y forja al paso un neoconcepto –con su correspondiente neologismo. Dice AP: “Hay el Anticristo. Hay, así también, el Antipadre. F es mi Antipadre…” que hijo de puta (digresión 3: ‘hijo de puta’ en mi discurso es signo de admiración)), vuelve a R (la mujer de su vida) para contarte cómo jugaban a ser novios y salir a tomar algo (juegan a que viene el mozo y les dice “¿ya se tomaron los dos whiskys? ¡Qué rápido!”, y juegan a responderle “Somos alcohólicos. No hedonistas”). Y más. Qué bien lee el hijo de puta. ¿Ya les dije que es el mejor? Creo que no.
Una amiga de la Facultad está enamorada de Pauls. Mi amiga está muy fuerte, e intenta hervirme la cabeza contándome las cosas que le haría a AP (pura espuma: me contó como se lo cruzó el otro día y se quedó paralizada. (Digresión 4: ¡qué bien mienten las mujeres!)). ¿Tiene esto alguna relación con mi admiración por él? ¿Quiero ser Pauls para trincarme a mi amiga?
No, por supuesto. ¿Por quién me toman?

Matías Pailos

12 noviembre, 2006

La amistad

No hay nada como los amigos. Un amigo puede durar toda la vida. Un amigo sazona la propia rutina, adereza el paso de los días, endulza la espera del final, siempre terrible. Los amigos no suelen acarrear grandes discusiones ni peleas ni conflictos. La amistad puede, y suele, ser fácil. Uno puede pasarse días, semanas, años y les juro: décadas sin hablar con un amigo. Y el amigo sigue ahí. El amigo puede, y suele, ser de fierro. Con los amigos suelen ser todo risas y humoradas, charlas reveladoras o intrascendentes. La amistad es toda ganancia, o casi toda. Da mucho y pide poco.
No así la mujer. La mujer traiciona, hermano. La mujer te apuñala por la espalda. No acompaña, y puede y suele ser una carga. Es muy ancla, hermano, y uno es muy barrilete. La mujer no dura. Tarde o temprano se va. Tarde o temprano se torna molesta, fastidiosa y, lo que es peor: fastidiante. La mujer exige cotidianidad y mata de aburrimiento. La mujer demanda cariño y mata el amor. La mujer puede y suele ser difícil. La mujer es toda pérdida, o casi toda. Da poco y pide mucho.
Los amigos y la mujer. Los primeros, hermano, te lo digo yo que ya trajiné días y semanas y les juro: décadas, los amigos, hermano, la amistad, te lo juro: no vale un duro. Pienso en todos mis amigos, en todos los momentos que me brindaron, en las alegrías que supimos cosechar, y, te lo juro: no valen nada. Tiene razón Dolina cuando afirma que cambiaría al mejor de los amigos por la peor de las novias. Se queda corto.
Y no solo por el sexo. El sexo solo ya justificaría mi postura, pero dejemos de lado al sexo. Dejemos de lado los manoseos, dejemos de lado los besos. Pongamos en el debe las peleas, los engaños, las decepciones. Queda, todavía, ese instante de fascinación, ese ápice vertiginoso entre el pasado y el futuro en que vislumbramos el paraíso en sus ojos. En que comprendimos, con Adán, que el Paraíso está dónde ella está.
Mi hijo mayor, empeñado en que mengue mi insobornable apetito tanguero, me empujó contra un tema de un cantante de country llamado Neil Young. No me gustó nada. Pero había una línea que me hizo creer que no había perdido completamente mi tiempo: “estoy buscando una mujer que me salve la vida”. Pasados los sesenta, no hago otra cosa, mister Young.

Gualterio Pailos

10 noviembre, 2006

Correcciones

Correcciones
Noche por medio me convierto en un asteroide que gasta su órbita alrededor del Parque Centenario. Así me deben ver los “amigos de la astronomía” que ocultan el falo eréctil de su telescopio tras un horno de barro blanqueado a la cal. Circunvalo este parque sucio en uno de cuyos extremos las viejas alimentan a gatos que son exterminados en el extremo opuesto, en el nazífero Instituto Pasteur. Corro alrededor del hospital Marie Curie, que homenajea a la dama que descubrió la radiación y el cáncer por radiación y paso frente al Museo de Ciencias Naturales que entre sus sobrerrelieves de flora y fauna autóctona incluye una tribu de aborígenes. Controlo la respiración y balanceo los brazos, atravieso la feria de libros: un sendero estrecho con el olor húmedo de un ropero antiguo donde los puesteros se adormecen mientras acomodan viejos volúmenes o se demoran en remotas partidas de ajedrez. Jamás los veo leer un libro ¿Habrán llegado al punto de aborrecer la mercancía que expenden? Mientras corro imagino frases, cosas que nunca voy a escribir. Mientras corro pienso que escribo que corro. La carrera tiene una duración precisa: 30 minutos. Transcurrido ese lapso los gemelos ceden al dolor provocado por las zapatillas de mala calidad. Entonces desacelero mi marcha, suelto el aire remanente en los pulmones, muevo los brazos aparatosamente: me aplico a la mimesis atlética. Estiro los músculos de las piernas.
Vuelvo a mi casa caminando por las calles interiores. Evitando los pasajes que me recuerden el fragmento de un sueño olvidado.

Zedi Cioso

Bowie

Bowie es Dios. Hace poco hablé de Bowie. Ahora hablemos de Dios.
Dios es varón. No tiene barba ni bigote ni pelo largo porque es inmaterial. Es claro, sin embargo, que es varón. Dios es Dios padre, por más que también sea la Santísima Trinidad. Dios es Dios Padre aún si se suscribe la idea de que Alá es su sinónimo, o de que no hay hijo que valga. Dios es Todopoderoso. No valen leyes de la lógica para él. No importa cuáles sean (total acá no hay acuerdo), tampoco valen. Y no valen porque él puede proveernos el Paraíso, y el Paraíso exige trasvasar algunos límites. No ya revivir muertos –una nimiedad. Sí: un Paraíso comme il faut contiene gente que ya no es, en una forma definida. Quizás Dios tenga que garantizarnos Paraísos personales e individuales. Nuestros padres tendrán en él una edad definida, que seguramente no coincidirá con la edad que ellos tengan en sus propios y respectivos Paraísos personales. Entonces uno quizás exista en varios Paraísos, de diversos allegados (al menos). ¿Es uno el mismo en diversos Paraísos posibles y efectivos? En efecto. Pero… ¿cómo es que uno puede ser muchos? Allá él. Digo: allá Él. No me compete abastecer estos salvoconductos. Basta con que uno confíe para que le sea otorgado. Eso dicen. Dios puede ser perverso y arbitrario, pero no lo es. Se sustrae a ese hábito. El mundo ya ofrece suficientes ejemplos como para requerir de Él para más. Pero podría, si lo quisiera. Dios garantiza sobrevida y más aún: vida eterna. Dios garantiza, ¡más aún!: eterna juventud. Dios perdona todo y a todos. Repito: y a todos. Esa idea del infierno a la larga no paga. (Aunque sí la de un purgatorio en la que se gane a pulmón, y de acuerdo al mal realizado, el paraíso prometido. Esto puede tardar siglos. Eventualmente, todos ganaremos el Paraíso.)

J. M. Barrie, autor de Peter Pan, cuenta en sus memorias que, ya adulto, tomó una decisión. Siguió jugando en secreto.
Conozco quienes rezuman desconfianza. Ellos rezan en secreto.

Matías Pailos

PD: Ateos consuetudinarios y/o militantes abstenerse de toda participación. Esto requiere el mínimo ejercicio mental de imaginarse un mundo posible tal que Dios, sea quien y cómo fuere, existe. Y a los fanáticos no podemos demandarles imaginación.

08 noviembre, 2006

Gajes del oficio II

Algunas veces los docentes tenemos ideas peligrosas. Pretender originalidad de un grupo de adolescentes desbocados puede ser una de ellas. En el CBC, y frente a la perspectiva de tener que leer 100 monografías idénticas, me explayé sobre las repercusiones anímicas que un buen paratexto puede tener sobre el docente hastiado. (Sí, ya sé. En estos años no aprendí nada: ya en una oportunidad una alumna me presentó su explicación sobre cierto texto de Esther Díaz acompañada con una fotito de la susodicha extraída del gran diario argentino...). Esta vez, el tema monográfico fue la excepción cultural y su influencia en la democratización de la cultura. Quisiera compartir con ustedes algunos de los títulos propuestos por mis blancas palomitas:

  • “¿Cómo democratizar una excepción?”
  • “Exceptuarte para Idearte”
  • “Cuando la limosna es grande, hasta el santo desconfía”
  • “¡Estamos salvados! Hay gente totalmente desinteresada que está velando porque nosotros podamos elegir democráticamente...”
  • “Si el genio de Shakespeare viviera, pasaría desapercibido”
  • “Todo globo se pincha”
  • “Ni liberalismo ni excepción cultural...: clasismo socialista”
  • “Excepción cultural: el conflicto entre Herakles y Moneta” (El título se acompañaba con la siguiente nota al pie: “Según la mitología griega, Heracles representa la personificación de la libertad, mientras que Moneta es la personificación de la Casa de la Moneda.”

Abrazos, Cobiñas

PD) perdonen: este es mi modo de hacer catarsis :-))

Patria y Muerte

"¿Quiénes van a hacer la revolución social, sino los estafadores, los desdichados, los asesinos, los fraudulentos, toda la canalla que sufre abajo sin esperanza alguna? ¿O te creés que la revolución la van a hacer los cagatintas y los tenderos?"
Traigo a Arlt y me viene a la mente cierta reflexión de Alan Pauls acerca de la anti-intelectualidad del país (¿Suecia? No.¡Argentina! ), supongo que polemizando con las posturas Viñas, que contextualizan a Walsh y Arlt en el mapa del país de Borges (¿Suiza? No.¡Argentina!).
Muchas veces dan ganas de haber nacido en otro sitio; otras, de morir en otro sitio; las más de las veces no dan ganas de nada y, algunas, de morir sin más. La instancia de sobrevivencia induce a pulir el estilo mientras se afila el estilete. Hasta el más idiota de los suicidas seriales sabe que no podrá seguir escribiendo después de muerto. Y hasta el más pudoroso fantasea con ver sangre ajena antes de la propia, antes de ya no ver. Y sueña: "Apuñalan en su ph de Palermo al crítico y escritor Alan Pauls. La multiartística familia pierde al único miembro con talento."
"No dejes para mañana lo que puedes hacer hoy" reza un letrerillo en las oficinas del ministerio de guerra norcoreano. Esto me conecta con los chinos (otra onda), que planean enviar un filósofo al espacio, y con Witoldo, el de Cosmos, que se despidió con un consejo.¿O fue una orden?
Y siguiendo con la asociación libertina: recuerdo el capítulo del superagente en el que se canjean rehenes de Kaos por pares de Control. ¿Vale canjear héroes literarios? Dame alguno que no haya muerto "de viejito". Acepto víctima de la locura, del desenfreno, del dolor, de la persecución ideológica, del malestar en la cultura, de un balazo en un aguante.
"Nadie es la patria...", y menos el ciego, que no quiso ver, a su hermano muriendo a su lado. ¿Barroco de trinchera, psicodélico melancólico? ¿Situacionismo delator de la burguesía estudiantil? ¿Peronismo a prueba de hipertextualidad? (Puaj! Puaj! Puaj!)
¿Quién será el padre de la criatura? ¿San Martín? No. Pernoctó en la pampa menos que Maradona en Boca. ¿Será Sarmiento? Miro los clasificados, los índices de pobreza, el hospital de oncología, la Universidad de El Salvador y me digo que sí. Miro la premodernidad con Bafici, al desnutrido con Zizek y me respondo que sin dudas.
Nacemos al lenguaje y morimos en él. He ahí la patria. En algunos casos poblada de significantes como OBRA SOCIAL, FRACASO, DESESPERACIÓN, RABIA. Estoy disfrutando horrores la lectura de El Aleph, que todo lo abarca. Estoy buscando.
"No dejes para mañana lo que puedes hacer hoy". Pero no bombardeen Lanús Este.

Hache Erre

04 noviembre, 2006

Sonambulismo al aire libre

Después de una noche de desvelos solo queda un deseo: el reposo. A veces, sin embargo, el sueño no acompaña a la fatiga. Luego de una noche y un día sin dormir, todavía no estaba inmovilizado. Quería aún, y quería algo bien concreto: ir al recital. Así que arrastré a mi amiga las treinta cuadras que nos separaban del Club Ciudad, y hubo no pocos desvíos. La pasee por la ribera de mi patria chica, como resultado de lo cuál adquirió un pertinaz dolor de oídos, y a fortiriori, un punzante dolor de cabeza. Pero yo no estaría con ella para esos momentos. Llegamos, aunque Zato no estaba donde debería. Condenado a la espera de los faltos de entrada, me resigné a aguardar. Finalmente, como todo lo fatal, Zato llegó a destino. Luego de las presentaciones de rigor, abandonamos a mi amiga a su suerte e ingresamos raudos en el predio. Todavía era de día. Nada había comenzado. Lo prioritario, entonces, era narrarnos nuestras penurias, triunfos y combates. Amorosos, los míos; maritales, los suyos. Llegamos a la conclusión de que hacemos bien y muy bien, pero, ¡uff!: cómo cuesta. Atravesamos la valla de locales intrascendentes, y nos acomodamos en un taburete al costado del campo principal. Hablamos, como les dije, de mujeres, pero también de La Obsesión: Bolaño. Zato está releyendo ‘Detectives’, y efectuó algunos descubrimientos de fuste. En algún lugar de la novela menciona a un poeta francés de nombre ‘Arcimboldi’. ‘Hans Reiter’ (el Dios oculto de ‘2666’, otra de Bolaño) es la transliteración de ‘hand writing’. Si realizamos las cuentas adecuadas, los números desperdigados por ‘Detectives’ dan 2666. (Chiste. Y no tanto.) Cae otra amiga y nos ponemos a hablar. ¿Estaba con vos o me parece?, preguntará Zato cuando ella se hubo desvanecido. Empieza el aperitivo estrella de la velada: ‘Elefant’. Desconfiados a nuestro pesar, paramos la oreja. Conclusión: 8 Pailos, 7 Zatos. Zato, a lo largo de la performance: ‘banda glam’, ‘¡má qué cordobés!’ –a propósito de la confesión de Diego García, líder del grupo, de su ascendencia argentina, y su presunta tonada neoyorquino-cordobesa-, ‘la voz está muy al frente; los instrumentos no se escuchan nada’. Pailos: ‘García es una mezcla de Ferry con el de los New York Dolls’, ‘un crooner’, ‘una banda glam con la base de Joy Division’. (Luego de reescucharlos en casa, no dejaría de sorprenderme por la ausencia de la base pospunk en sus grabaciones.) Cuando García pide acompañamiento de la audiencia para el tema que seguía, yo adelanto y retrocedo mi mano derecha, mostrando palma y dorso, palma y dorso, palma y dorso, al grito de ‘soy cor-dobés, me gusta el vino y ron, porque así pega más, pega más, pega más’. Mi mejor chiste de la noche. A su vez, se revela que desconozco la lírica de Rodrigo. Para no quedar atrás, García cierra el show con un cover que nos deja al borde de las lágrimas: ‘I wanna be your boyfriend’, de los Ramones. Saltamos y tarareamos uno de los estribillos más pegadizos de la historia de la música (uno de los trescientos estribillos más pegadizos de la historia de los Ramones): ‘hey, little girl, I wanna be your boyfriend… because I wanna be your boyfriend’. A grito pelado, por supuesto. En medio del recital, una manada de gringos desespera por porro. Un rubiecito se le pone a hablar a Zato. Qué levante. No: solo quería porro. Vamos a comer, le digo, mitad para sacarle la cara de susto. Luchamos por chatas hamburguesas. Luego lucharemos por papafritas minimalistas. Comemos, y seguimos cagándonos de frío. Saltamos de piringundín en piringundín, buscando capear el tornillo que nos aqueja. ¿Eso es de sushi?, pregunta. Así lo parece. Zato me invita un arrolladito primavera a cambio de infidencias sexuales. Negocio: arrolladito + ínfima infidencia X varias mínimas infidencias. Acepta, y cuando marchamos comprendemos que Patti Smith ya comenzó. Lo dejo y me voy corriendo a meterme entre la masa estática de espectadores. Lucho y sigo. Lucho y paso. Quedo a metros del escenario, ya sin frío. Todo es clásico, con dejos de folk eléctrico. Rasqueteando bajo la superficie, se puede ver con nitidez al punk por venir. Me emociono como un pelotudo por una artista que no siempre me conmueve. ¡Pero también ella, che: te toca todos los clásicos! Hay que bancarle los arrebatos parlanchines acerca de la paz en el mundo, el poder a la gente (Patti, madre del punk, hija del poder de las flores) y la administración Bush. Una y otra vez hace el signo justicialista. Le replico al grito de ‘¡Viva Perón!’. Los chilenos que me rodean también hacen el gesto, aunque callados. Me sorprendo del alcance del movimiento, pero no tanto. (Si conocen ‘Todos Contentos’, conocerán el ‘Centro de Taiwaneses Justicialistas de la República Argentina’, que se erguía enfrente.) Patti canta ‘Because the night’, el tema del Jefe Springsteen, y es su momento de la noche. Lo cantamos a pulmón lleno. Patti no para de reír. Cierra con ‘Gloria’, y es su verdadero momento. ¿Por qué me gusta esta voz de mierda? Zato, minutos más tarde: ‘tiene buena voz, ¿viste?’. Ah. Por eso me gustaba. Es fabuloso cómo no dejo de sorpenderme de mi insobornable estulticia. Nos metemos en la tienda de bandas locales, y vemos a ‘Iluminados’, banda de hip-hop que no para de arengar. Seguimos el ritmo y nos agitamos. Las bandas de hip-hop son como los equipos de la década del treinta: 2 defensores, 3 volantes, 5 delanteros. O lo mismo: una bandeja, dos vientos, cinco cantantes. Nos vamos temprano porque no hay que llegar tarde. Nos encontramos con mi amiga y sus amigas. Ellas no paran de reír. Como son mujeres, quieren que hagamos cosas por ellas. Nos piden que les abramos camino. Zato, un caballero, con su mochila como estandarte, atraviesa el rebaño en busca de una buena colocación. Cuando estamos por la mitad del recorrido, amagan con apagar las luces. Me despido de mi amiga con un beso a la distancia y le meto como una tromba para adelante. A veinte metros, el dj empieza a tocar a lo loco. Luchamos a brazo partido con medio mundo, y llegamos a dos metros del escenario. Sale la banda. Trajeados, luqueados, anteojos negros. Una pinturita. La auténtica mafia judía de NYC. Nos amenazan. Como padecemos del síndrome de Estocolmo, nos enamoramos de nuestros captores. Estamos encantados que nos maltraten. Se viene el estallido. Catarata de hits. ‘Sure shot’, ‘Root down’ y ‘Triple trouble’. Después otra catarata de temas que ignoro. Nos sometemos en masa a una sesión de masajes a presión. Retiro de mi cara codos, puños y celulares. Salto y salto y empujo. Como estoy medio dormido, me abandono a las múltiples corrientes que me mantienen en mi lugar. Presiono en el lugar correcto y estoy casi contra las vallas. Casi, porque contra las vallas está Zato. Siguen los hits: ‘Check it out’: ‘che, che, che che, chec kirau’, y luego ‘gua, gua, gua gua tsi ola bau’. Otro tema y ‘Body movin’’, y nos sacudimos. Conflicto diplomático, sentencia Zato. ‘¡Eh, padre, no sea ortiba, loco. Tirame la casaca!’. La patria chabona reclama la remera de Argentina que no llegó al escenario, para que se la ponga alguno de los hombres de traje. Mucho tira y afloje, que se resuelve cuando uno de los chaboncitos logra colarse por entre la seguridad, sortear a dos, subir al escenario y tirarse de cabeza al público, atravesando por los aires el pasillo de seguridad de dos metros de ancho. El famoso argento kamikaze. Nos alegra la noche y no lo podemos creer. La avalancha no para: ‘Intergalactic’ y (de pie) ‘No sleep till Brooklyn’. Se van. Nadie les cree. Vuelven al toque. Un nuevo hit y el momento cúlmine de la velada. Llega el rock. Llega la batería, llega el bajo. Llega la guitarra. Discursean hasta la extenuación, despuntan su condición de eximios ejecutantes de música negra y nos tiran por la cabeza El Tema. ‘Sabotage’, y el pogo más grande del rap. Nos retiramos exhaustos, con la conciencia del deseo satisfecho. Vuelta al frío, a la noche, y a un bondi que nunca vendrá. Llegó el rock, pero el rock ya había llegado mucho antes. Si algún instrumento lo caracteriza es la guitarra eléctrica. Pero ellos son rock sin guitarras. No hay de qué sorprenderse. El rock es transversal. El rock es sin fronteras. El rock es como el peronismo.

Matías Pailos

03 noviembre, 2006

El Club de fans de Philip K(indred) Dick

Los miembros de este club jamás se reúnen por temor a comprobar su sospecha de que el resto de los afiliados son una proyección de su mente o agentes del gobierno o, aún peor, ambas cosas a la vez.

Todos los miembros de este club pensaron, al menos una vez en su vida, que al llegar a cierta edad serían informados acerca de que todo lo que habían vivido hasta ese momento era una farsa montada exclusivamente para ellos con el objeto de prepararlos para “lo que vendría”.

Los miembros de este club son obsesivos, maníacos compulsivos, paranoicos y depresivos, es decir: realistas.

Los miembros del club de fans de Philip K. Dick tienen experiencias como estas.

Los miembros del club de fans de Philip K. Dick leen el diario de atrás hacia delante y cuánto más pequeña es la noticia, más atención le prestan.

Todos los miembros acuerdan en que el presidente del club de fans de Philip. K. Dick es Jane Charlotte, su hermana melliza ¿muerta? 30 días después de su nacimiento.

Los miembros del club de Philip K. Dick temen estar viviendo en una novela de Philip K. Dick.

El primer estatuto del club de fans de Philip K. Dick es: “El club de fans de Philip K. Dick no existe”.

Zedi Socio

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01 noviembre, 2006

Astronomy Domine

Casiopea, Escorpio, vos y yo. Definitivamente, la lucidez es cuántica. Con larguísimos intervalos de agujero negro y fugaces, prófugos, fugitivos fotones casi imposibles de documentar.
Estrella muerta y coleando. Alarde de histeria que burla la percepción. Excita cálculos obsesivos sobre el instante de su deceso y el origen de su periplo. Hago lo mismo conmigo. ¿Desde cuándo estoy muerto?
“… O sea, no asume el papel de demoledor, sino que pone en marcha más bien una descripción que evidencia los procesos de desgaste, de pérdida y de consunción, a los que denomina “reducción” y “desvanecimiento”, mostrando cómo ellas mellan toda sustancia psíquica, espiritual, estética y religiosa, pero también aceleran, al hacer esto, el acercamiento al término del nihilismo…”
Retorné al alba. Con todo aprehendido. Asido a la voluntad de comprender. Aferrado febrilmente a los instrumentos de medición, alérgico a toda noción de centro y periferia. El semestre sin crepúsculos, postoperatorio con pechuguita sin sal y puré de calabaza, agente de la cura.
Buenos Aires tiene un planetario, un club de amigos de la astronomía y tres esquinas que me coordinan. El mapa lo tracé en un individual de McDonald’s. “Usted está aquí” –me dije, y apoyé el dedo índice cerca del ángulo inferior izquierdo, donde se atrincheraba una foto de niños negros en la casa de Roland.
Luego llevé el mismo dedo a la sien, con el pulgar extendido hacia arriba y gatillé. Haría lo mismo un par de horas más tarde, ya con una veintidós cargada. ¿Desde cuándo estoy muerto? –me pregunto, ato cabos, calculo. Es relativo.

Hache Erre